Equívoco, incierto, turbio, anfibológico.
Serás desatendido, eso está claro. Serás confundido
con tu cuerpo, tu voz amaestrada para sonar dulce,
inofensiva. Pero tú eres tú eres tú eres tú:
El hombre solitario que vive entre dos mundos,
aquel que se mira en el espejo y solo ve su paradoja.
Los conocidos no escuchan cuando pronuncias tu verdadero nombre.
Los enemigos habrán de escupir a tus espaldas.
Nadie ama al que está adentro, constreñido.
Dual es una mala palabra. Ambiguo se dice del diablo.
Pero tú eres tú eres tú eres tú. Ahí plantado.
Eres la línea prodigiosa donde se mezclan las aguas.
Eres la mutación esquiva, el próximo peldaño.
Estás hecho del material de los primeros dioses.
Equívoco, incierto, turbio, anfibológico.
Ahí plantado.
Lo que les dijo el licántropo
Voy a toda velocidad porque llevo
un cuerpo en el maletero del auto.
Y puse música en la radio tratando
de cubrir los gritos. Los gritos.
Empero nadie podría detenerme,
Nadie. Nadie me va a demandar.
Y es que el cuerpo que llevo
maniatado, embozado, cubierto
de kama salila, fosforescente
escama de esturión en la medianoche,
ese cuerpo es el mío.
Es el mío, señor agente, mírelo
retorcerse, mírelo no más:
Es la negación
de la negación, y si cree usted
que esa doble vuelta de tuerca
sirve para afirmar, se equivoca.
Un cuerpo que se mira en el espejo ajeno
no es un cuerpo confiable.
Un cuerpo que se mira en el espejo
de los que se miraron en otro espejo ajeno,
un espejo enemigo ―y con eso ya son dos
espejos y dos los enemigos…
Un cuerpo que es una mutación, que pertenece
a una subespecie ignota. Un cuerpo
como una bestia salvaje, que muerde
si lo acaricia la mano errada.
Un cuerpo sin domesticar.
Madre, tu hija es un lobo, óyela ladrar
a la piel de cordero que le designaste.
Padre, tu hijo es un lobo, óyelo ulular
mirando la luna llena en el sexo de otro hombre.
Hermanas, dieron cobijo a la persona equivocada.
Hermanos, me han dejado acechar tras la tapia,
sin saber que mis pupilas calcinan la cómoda sombra,
que mi lengua gotea veneno. Que mis garras
están ávidas de sangre siempre, siempre.
Que un licántropo se quiere alimentar
solo del cuerpo de los dioses,
y tiene a cambio que saciarse en las túrbidas linfas
de los que acostumbran a pacer en manadas.
Atrás, cazadores de colmillos embotados.
Atrás, pastores trémulos y perros ovejeros.
No hay una sola bala de plata en vuestras escopetas
mercadas con el sudor de las frentes.
Y ténganle mucho miedo al plenilunio,
que un día
las plazas, las playas, los santuarios,
las autopistas de vértigo,
las estúpidas oficinas,
las discotecas de plástico
de esta inmunda ciudad
se llenarán de aullidos.
Ella
De los roces leves que conozco,
pétalo ensalivado,
pelusa vegetal,
plumón de pájaro cautivo,
cascarita de nube,
el mejor es el de tus pechos
cuando tapian mi boca, hermana.
El calor más perfumado está en tu nuca
y en la concha de Yemayá
que se impregna de vino de misa entre tus muslos
para llamarme con una perla titilando,
para tragarme, bruja.
Eres todo lo que temo y lo que niego,
la imagen entrevista entre las ramas,
la silueta blanquísima que oscila como humo
en el fondo de ese bosque
donde temo morir.
La voz que llamaba a mis espaldas.
El golpetazo de lo que quise ser.
El asfalto quemando mis rodillas.
Cuántas veces tratarás de herirme
para curarme luego con la lengua
que ya no me pertenece.
Cuántas veces vas a reírte
de mis mañas de conquistador barato
y a caminar delante de mí por deslumbrarme
con tus ancas de yegua-diosa.
Cuántas veces más voy a nacer de ti.
Cuántas veces más vas a negarme.
Cuántas veces más vas a decirme hombre
—el hombre que no soy—
desalmado, infiel, amador de otros hombres…
Precognición
Un segundo antes de apretar los dientes, el gato ama desesperadamente
al pájaro que es su presa. Las garras clavadas en el cuerpo frágil,
la respiración agitada de quien se ahoga en su propia sangre,
los ojos hincando los ojos sufrientes del que yace debajo,
del que grita y se desata mientras bracea en la bruma, la frontera
entre la muerte y el temblor.
Púrpura, rojo oscuro, sabor a carne lacerada.
Un segundo antes de morder, el gato
sabe que está asistiendo a la transfiguración de la criatura delicada,
toda plumas, toda calidez, que late y que tirita.
A esas alturas el quejido se agudiza hasta mojar con saliva
la sábana, y la lengua rasposa del gato es pura seda.
Un segundo antes de apretar los dientes voy
a susurrar palabras sucias en tu oído
como suelen hacer los predadores de mi especie,
pájaro mío.
Después
vienen el estallido y el silencio.
Luz terrestre, penumbra cósmica
El día en que coincidamos los tres.
El mediodía labrado en ámbar donde se reúnan nuestros tres caballos.
La tarde crucificada por los pájaros
en que nos moje a los tres la misma lluvia.
La noche densa, la que culmina en las fogatas.
La madrugada perfecta como una isla,
bajo la que yaceremos, los tres colmados,
translúcidos y vibrantes. Con los tres cuerpos leves,
carne de hostia.
Memento
Es contigo con quien hablo, lo sabes.
Hay un lugar vacío delante del fuego, un vaso
que nadie nunca usó. Lo sabes.
No importa cuánta gente mire volar al pájaro
que ha de posarse en un hombro que lo espera.
El mundo brama con todas sus cabezas;
debajo del silencio está la música.
Despertamos de golpe y creemos que el viento
trae un olor, un ritmo,
un mensajero desamparado
que bate las alas contra nuestro cristal.
El pájaro de agua viene a estrellarse en tu pecho.
Es la llave.
El pájaro de agua es la muerte de la muerte
y trae la lluvia. El pájaro.
Es contigo con quien hablo.
¿Lo sabes?
Mi infancia huele a pan recién horneado,
a sahumerios de alumbre y a picuala.
Ícaro fui: cargué sobre las alas
Un gallo muerto y un beso asesinado.
Alberto Serret, Ícaro
Una mariposa posada en un espejo no sabe que es una doble mariposa.
Sus patas se asientan sobre las patas de la mariposa que está del otro lado. Pero no puede ver que el movimiento levísimo de sus alas se repite más allá del cristal.
Una mariposa que se multiplica sobre la superficie de agua congelada del espejo es ella misma y es la otra. Es dos en una.
Pegados. Mariposas siamesas. Una costura invisible nos une en la línea del espejo, el nítido horizonte que divide un lado y otro.
Somos el mismo tú y yo. Mariposas plantadas sobre el espejo. Mariposas en vuelo a través del espejo del aire. Mariposas con algo más que cera afirmando sus alas al cuerpo menudo y movedizo.
Ya no más Ícaro: mariposas.
Porque es más fuerte
5
Dime qué guardaba aquella casa cerrada en Varadero,
qué cuerpos dejamos de tener entre nosotros,
qué pasiones mal habidas no acabamos de encender,
a qué juegos perversos no jugamos.
Yo me andaré descalzo el último fuego de tu carne.
Buscaré tu sombra en las calles de un país que ya no existe.
Y volveré a Santiago,
a cualquier ciudad que se llame Santiago para buscarte.
En cualquier continente, dondequiera que me cites.
Porque mis ojos no saben de ti que estás dormido.
Porque no ha pasado tanto tiempo desde que eras un muchacho asustado,
esperando por mí en la puerta de un hotel de paso.
Porque no te cedo a la Nada fácilmente.
Porque nada podría separarnos.
Porque somos idénticos en la desmesura y la inocencia.
Porque quiero tu nombre en mi epitafio.
Porque somos el mismo, el mismo.
Porque para bien y para mal nos dibujaron entremezclados.
Porque no me reconozco sin ti y no te reconozco sin mi necesidad de ti
y mi hambre de ti que no se sacia nunca.
Porque eres polvo y ceniza y esquirlas grises de hueso,
y todavía puedo cerrar los ojos y tocar tu carne intacta.
Porque me miras en un sueño y siento que caigo una vez más bajo tu hechizo.
Porque te encuentro dondequiera que miro.
Porque estoy batallando para merecerte.
Porque te necesito para reírme a carcajadas y para gritarnos palabras ofensivas.
Porque el amor es más fuerte que la muerte.
Avanti
Retrocedo entre el fuego y el agua.
No tengo nombre, no tengo rostro, no tengo tierra, no tengo madre.
No tengo mano con que comer.
No tengo más que mis pies calzados con unas botas muy viejas,
y una tarde donde la lluvia raya el aire con la esquina de un vidrio roto.
Retrocedo, entre un muro de llamas y un muro de líquidos grises, retrocedo.
Me busco en una ciudad que desconozco. Pero nadie sabe de mí.
Nadie me ha visto a la hora en que voy al encuentro de lo que no sé,
de lo que no percibo, de lo que se me escamotea persistentemente.
No tengo sexo, no tengo identidad, no tengo raza ya, ni origen,
ni especie que me reconozca como suya.
Retrocedo, al límite de mi propio límite, entre el fuego que va creciendo
y el agua turbia que se levanta como una hilera de cobras enfurecidas.
No tengo ganas de vivir, no tengo intenciones de morir, no soy yo.
No soy yo.
La canción del independiente
Me fui, y en casa me dieron por muerto.
Cierto que iba a una guerra y mi gente me creía un soldado inhábil.
Cierto que afuera el cielo murmuraba unos cánticos más bien desapacibles.
Me fui, y cuando ellos recogieron su camada, yo no estaba,
ya no estuve más.
Pero, remontándome atrás, resulta que no estuve nunca:
Nunca nací, nunca hube de beber del pecho de mi madre.
Nunca me contentaba con paisajes familiares.
Era frágil, testarudo y silencioso. Me mordía las uñas.
No hubo manera de que yo perteneciera a alguien.
A veces sueño que regreso
y la ventana de casa está encendida, esperando por mí.
A saber quién sería si me hubieran prohijado,
si me hubieran dado puerto.
Alguien muy aburrido, probablemente.
Los desembarcaderos están llenos de gente genial, ya se sabe.
Mi corazón es un gato y yo le doy de comer
todas mis presas, lo acaricio con la punta de los dedos,
le susurro su nombre secreto, lo dejo vivir en paz
las muchas supervivencias que le restan,
y él ronronea amablemente, echado en el regazo
de mi último amante, a la espera del sol
y las sardinas del viento de otoño.
Mi corazón es un gato que esconde las garras
mientras me lame la boca con su lengua de seda
y papel de lija, olorosa a magnolias estrujadas.
Por las madrugadas yo finjo que no escucho su maullido
de animal en celo perenne, y él se restriega una y otra vez
contra una efigie de Bast, pidiendo leche.
En otra vida
fui una bruja que maldijo a su inquisidor,
y ahora mi corazón es un gato negro.
No, yo no extraño California… (de Tres Poemas Norteamericanos)
… tan solo paisajes interiores:
Venados pastando en las terrazas de madera del mar.
Largos territorios enmarañados y verdes.
Secoyas de niebla, húmedos templos donde se encabritan los helechos;
isletas labradas por el agua y las inevitables gaviotas.
Chicos que se exponen al sol de la costa para besarse las vergas erectas
con lenguas erectas y aliento a marihuana. Solo paisajes:
Azogue vertido en la bahía sobre una lámina de plata.
Horizonte fileteado de gris, y nubes grises, y grises rascacielos al final de los puentes.
Barrios donde el silencio se derrama como un delicado licor de estío.
Tú mismo ―yo― sentado en la acera de cualquier esquina,
con el jean sucio de arena, en la radio una emisora de rock, que parpadea,
y ese anillo de tinta dibujado en torno al dedo gordo de tu pie descalzo.
Resulta que soy quien soy
He dejado de negarme.
Soy lo que nadie puede ser por mí.
En la punta de los omóplatos
me despuntaron unas alas extrañas.
Ya nadie va a desplumarme. Nunca.
Tarkovsky
Padre nuestro arte que estás en los lienzos y nos pegas y nos crucificas,
doloroso y tenaz como una espina.
Santificado sea el ojo que nos cuece en tu eternidad,
porque gracias a ti nuestra alma puede ser un gamo al que decirle
Ven, comeremos aún naranjas dulces,
pequeñas naranjas doradas sobre la hierba.
Hágase Tu Voluntad, porque es preferible
una felicidad amarga con un pájaro posado en la cabeza.
Mi padre es joven: su cuello nace brutalmente hermoso de los hombros,
y mi madre es la mujer de párpados abultados como los de Ochún
que Da Vinci solía copiar. Ahora levitan sin sonidos
por el aire de la casa en que viví cuando éramos niños.
¿Te acuerdas que me iba a los quince años y besé una a una sus paredes?
Desde entonces lo supe que no volvería. He estado luego,
pero el barco que fui partió, y en el traspatio no huele como en la adolescencia.
Danos hoy el pan que parte la boca pero da gozo
y sin el que no puede vivirse una vez probado. Perdona que a veces
reneguemos de nuestra pobreza cuando escuchemos a Vivaldi.
No nos dejes.
Y líbranos de nuestra posible mediocridad que acecha.
Amé.
La felicidad
son mi padre y mi madre cantando tangos
en los asientos delanteros de un auto
mientras viajamos a toda velocidad sobre mi infancia.
La felicidad huele a cilantro y a hogueras.
La felicidad es un golpe de viento frente al muro
del malecón en febrero. Un vuelco del paisaje
de una Habana que no existe, iluminada,
contenida en una postal teñida de amarillo.
La felicidad es la boca de cierta mujer bajo mi boca.
La felicidad está encuadernada igual que un libro.
La felicidad sabe a pan con miel y mantequilla.
La felicidad son dos hombres en mi cama,
acariciándose y volteando a mirarme con una sonrisa.
La felicidad es tibia al tacto y a ratos chisporrotea.
La felicidad es tu cuerpo vivo mezclado con mi cuerpo.
La felicidad es un bosque de redwoods, el cántico
del agua secreta bajo un puente en California.
La felicidad es como una droga dura, como un animal
que maúlla mientras se enreda en tus piernas,
como un silencio pulsátil, como una raya de sol
que te alcanza y te habita y te perturba y te quiebra.
Y se va.
Hermética
Alguien me habla del poder: ―Todos tenemos útero, dice.
Hombre o mujer, todos-todos.
Y sangramos en silencio.
En cada viaje a la tierra una piedra espera por nosotros,
la piedra maestra que pregunta: “¿Nació esta vez?”.
Y el cuerpo se empieza a deshacer,
se nos satura de gusanos en tanto damos la respuesta:
“No por esta vez. Quizá la próxima”.
Proserpina
Me habías estado llamando y yo no te oía, madre.
Haciendo sonar tus pulsos, con una mano afilada
en el escote y otra apoyada en la cadera.
Con los muslos retesándose debajo de las cuatro faldas,
cantabas, clamabas, llorabas por la senda del monte.
Yo no te oía.
Estaba tan oscuro el camino, madre. La lumbre bailaba
en tu garganta y yo tenía los oídos taponados de tiniebla.
Tu regazo clamaba por mi frente, tus pezones por mi boca.
Yo había perdido la ruta de la caravana. El mundo agrio
debajo de los pies descalzos.
Había un caldo para mí
en tu caldera. Un mordisco de pan. Un sorbito de agua
dulce debajo de tu lengua para suavizarme el hambre.
Me avisó la sangre arremolinándose. El asfalto del infierno
se rizó como una marejada.
Tu voz me buscaba. Y yo
encontré por fin el rumbo, el chaquiñán de saliva y leche
que brillaba como polvo de cuarzo debajo de la luna.
Memoria de Wiracocha
Yo apenas te conocía, lo confieso.
A bordo del ómnibus que traqueteaba por esa oscura carretera del sur,
escuchaba a Charlie en el walkman, sin saber el tamaño de mi pacto contigo.
No eras más que un nombre y una cara esquemática en la vela de un barco;
el resplandor insoportable de la revelación dentro de un sueño ajeno.
Solos tú y yo en la madrugada bajo la Vía Láctea
(Charlie cantando la indómita luz se hizo carne en mí).
El corazón listo para ser exprimido en tu vendimia bárbara, maestro,
y ser resucitado luego por tu soplo.
Las montañas se multiplicaban afuera y se llamaban Andes, mi segundo nido,
el más odiado, el asesino de mi amor.
La Isla necrosada pesándome en la vesícula.
Tu camino y el mío, trenzados, maestro, navegante.
Ahora escucho de nuevo a Charlie, respiro la memoria y me circunda
el olor a humo y adobe y maíz molido del pueblo diminuto, con huacas que lamieron
(sus lenguas de polvo, sus cuencas despobladas,
sus bocas sin carne, sus tiernos dedos de escarcha)
este costado, donde entonces me acababan de cercenar un ala.
Yo, el pez que se asfixiaba en la ciudad claveteada de iglesias.
Yo, el oso embridado, raído de sed.
Yo, el águila que estabas empollando todavía, y el búho en creciente…
Mis pies en las viejas botas pisaban mal encima de tus huellas de sangre y agua;
pisaban bien en lo que me aprendía la cecina secreta de las maldiciones,
en aquel tiempo en que mi especie se volvió enemiga,
y los Señores, los taitas de las cuatro direcciones
me enseñaron a fumar un tabaco y devolverlo intacto
en la certera ambigüedad del alba.
Pero no esperar nada te llena de poder.
Las manos abiertas repletas de ausencia.
La boca cerrada cobija la carencia de palabras
y el perfecto olvido de los signos que conforman tu nombre.
Tú no viniste;
yo acabo de construir un puente hacia la ribera de la niebla.
Tengo un búho plantado en la cabeza. Tampoco fui.
Pero no esperar nada te llena de poder,
te vuelve tan ligero, te despoja de cáscaras,
te convierte en lo que miras.
Invisible, camino por la estúpida ciudad.
Me confunden con un poste, con un cartel,
con un árbol retorcido. Me confunden con un ser humano.
Dejo de ser una criatura expectante. Dejo de. Dejo.
Pero no esperar nada te llena de poder.
Tale of Resurrection
Yo antes maldecía mi cuerpo, lo apartaba a empujones del espejo, lo reducía a esa bestia que nos lleva a lomos, en silencio, por el camino en pendiente que es la vida.
Así nos encontró la muerte, y estábamos solos él y yo frente al bramido inaudible de la nada. Él y yo hombro contra hombro, aterrados, y ahí delante un remolino de sangre, el ojo de huracán de la desmemoria.
Caí de rodillas y mi cuerpo me sostuvo, se ciñó alrededor de lo que soy con los dientes apretados, como si yo fuera su mayor tesoro, como si yo no lo hubiera negado más de tres veces. Mi cuerpo abrazado a mí. Mi cuerpo, lúcido e inconquistable.
Era todo cuanto tenía, mi único escudo, mi muro de contención frente al dragón enloquecido del no-ser. Mi cuerpo mío. Mi bienhechor. Mi cuerpo, el ignorado.
Entonces retiraron un tubo de mi boca y el corazón volvió a latir en las pantallas, y una voz comentó: —Ya el paciente respira. Y yo tomé la mano de mi cuerpo por primera vez, un poco hansel and gretel, para avanzar juntos, sin agravios, por el bosque nocturno.
© Imagen de portada: Cheli Lima.
Sobre el autor:
Chely Lima (La Habana, 6 de enero de 1957-Miami, 21 de enero de 2023). Nombre literario de este escritor, dramaturgo, fotógrafo, editor, guionista de cine, libretista de radio y televisión cuir. En los años 90, Lima emigró a Ecuador, donde trabajó como guionista para radio y televisión, e impartió talleres de escritura en varios colegios y universidades. A inicios de este siglo se trasladó a Buenos Aires, donde vivió hasta 2008, cuando se marchó a Estados Unidos y se estableció en Miami. Algunos de sus libros son las novelas Lucrecia quiere decir perfidia (2015), Triángulos mágicos (2017) y Confesiones nocturnas (1994), así como los libros de poesía Zona de silencio (2004), Discurso de la amante(2013) y Lo que les dijo el licántropo / What the Werewolf Told Them (2017). Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, portugués, alemán, italiano, ruso, checo y esperanto; y su obra aparece en numerosas selecciones y antologías en diversas partes del mundo.
Ana Varela Tafur
Ana Varela Tafur (Perú, 1963). Poeta, docente y activista cultural. Ha publicado, entre otros títulos, ‘Lo que no veo en visiones’ (1992), ‘Voces desde la orilla’ (2000), ‘Dama en el escenario’ (2001) y ‘Estancias de Emilia Tangoa’ (2022).