Me han preguntado por los desamparados de la ciudad
No he leído noticias sobre el paradero de los desamparados.
No puedo contestar.
Así de egocentrista somos.
No sé dónde los han ubicado.
¿Será al este o al oeste
de la metrópolis agonizante?
No tienen la luz que tengo en este palomar
ni las nubes que prohíben exigir respuestas.
Tienen más:
La brisa absoluta les pertenece.
No tienen la ansiedad que viaja conmigo.
Son dueños de amaneceres con y sin vistas
diseñadas a su antojo.
El sol y la luna los resguardan en sus bolsillos
y han sobrevivido a casi todo.
Soy tan vil como cualquiera de esos
pidiendo
que mueran los más viejos.
Soy tan cruel como los que asesinan a gatos
para luego venderlos por libra.
Arrepentido estoy de creerme el ombligo del mundo.
¡No tengo idea de lo que han hecho con los desamparados de mi ciudad!
En el túnel de la 190 danzan espíritus
Se regocijan al verlo pasar.
Lanzan pelotas de fuego
y al caer
se convierten
en ramilletes de humedad.
Los siente al subir.
Batalla con sus pasos torpes.
Serpientes insisten en derribarlo.
Le ofrece un abrazo silencioso
una bandera blanca remendada
las mordidas necesarias
en el empeine del pie derecho
y un grito que dice
“Es todo lo que me queda”.
Localiza la calle Bennett
a la altura correcta
donde vivía una poeta
que se lanzó del séptimo piso
en la soledad de una noche
mientras sus padres judíos
veraneaban en el balneario
de la ciudad
de la cual él ha intentado escapar.
Había agotado las lecciones
del Cábala
el estigma de ser la última amante femenina
de Ginsberg
y los intentos de amar a otras mujeres
rehúsas a usar sus verdaderos nombres.
Llamarla rebelde
sería reducir su pesar.
Un atropello
tan cruel como la avalancha
de su cuerpo pesado
atravesando la ventana con cerrojo
sirviéndole de pasadizo
hasta el patio interior
de esa vivienda que busca
en la calle Bennett.
Esther Phillips
Home is where the hatred is, home is filled with pain
And it might not be such a bad idea
If I never, never went home again…
Gil Scott-Heron
negra
voluptuosa de voz
elegante
rota.
La heroína me proporciona
valor
para enfrentar a los magistrados.
No son magistrados
ni intelectuales cubanos.
Son lobos
y yo:
“Little Esther”.
Corro por el bosque
a punto de ser devorada
olfateo la bala del cazador
aprieto el gatillo
con cada canción
con cada poema.
La heroína me proporciona
destreza
para empacar la biblioteca
y mudarme de ciudad
para cantar delante de las fieras
con el vestido blanco
en contraste con nuestra piel.
Aullido
negra capturada
azote tras azote
el sangrar es idéntico.
Estercita y yo
somos los mismos
sangre hirviente
gotea
aunque el público
no se entere
y se oiga la algarabía
en la puerta.
La algarabía de los del
Pene Club.
La algarabía de los malditos
apuntando hacia el bulto
en sus bolsillos:
jeringuilla y droga
descalificación y crítica.
En una vida pasada fui Esther Phillips.
He sobrevivido para contarlo.
Big Mama Thornton
Desiguales:
nos seducen los sombreros rusos.
Monumental ella
vozarrón.
Me ubicaba dentro de su bolsillo
en el traje añil
préstamo de un socio
para aquella última función.
Nunca he estado en Alabama
no sé lo que es lavar las escupideras
de taberna.
El orinal es lo más cercano que he tenido a mano.
Nunca lo lavé.
Escuchaba sus palabras
palabrotas
grito desesperado.
“No sé leer música, pero sé lo que canto”.
Recordaba mis eructos
en aquel hotel costarricense
la voz que me avisaba
el deceso en camino.
Nunca llegó.
Nadie le avisó a Big Mama
el combustible barato
único responsable de tal explosión.
Ha muerto la más grande
Mujer-Hombre
La que parió Ball and Chain.
Mahalia Jackson
«I sing God’s music because it makes me feel free»
¡Oh Mahalia qué maravilloso por ti!
Cuestiono a Dios todo el tiempo
a la ventisca
a la nieve en abril
a las porristas del Facebook
a los fidelistas.
Cuestiono cada vez que el calentador no funciona
cuando debe
por orden de los ortodoxos judíos que gobiernan.
¡Oh Mahalia qué maravilloso que puedes cantar
como lo haces!
Te celebro
aunque no puedo celebrar a tus dioses
no me permito la hipocresía
de ir a las misas o sermones
de hombres que pecan mucho más
que tú y que yo juntos.
Disculpa Mahalia pero no predicaré
con tus canciones.
Lo que sí haré es alabar tu voz poderosa
y llenarme de esa luz que despega
de tu boca negra.
¡Oh Mahalia no puedo seguir aceptando que los dioses
sepan tanto sobre mí!
Me rehúso a que alejen todo lo que según ellos
no necesito.
Me rehúso a que esta soledad termine
por lanzarme al helado abismo.
Reconoce la vejez en sus piernas
la delgadez es similar
a las de su padre.
Busca y no puede encontrar
los muslos rollizos
de una vida entera.
En el baño se mira al espejo
alza los brazos velludos
banderas en júbilo
dando la bienvenida
al valiente que se atreva.
Despeinado
claros en un campo reseco
pinceladas de un blanco
impaciente.
Talle abajo
dos carreteras zigzagueantes
o la rotonda del Guggenheim
reclamando espacios.
En la maleza del bosque
cobijado por los bambúes
yace Shusaku Endo
herido cada siete días
desechado
cubierto de otro blanco
que no es la frescura de la nieve.
Hablar del tic-tac interior
sería desgastar el respiro
que lento se extingue.
¿A quién podrá interesarle tocar a un hombre en ruina?
No fuma
No se inyecta.
No consume tomate.
El sexo oral ha sido limitado
a un cliente permanente.
No se disfraza para leer poemas
detesta las corbatas
le recuerdan a políticos
con sus falsas promesas
y las pajaritas multicolores
se ven mejor en el cuello de otros.
Evade las portañuelas
de extraños
que danzan al alcance
de su vista.
Los evita cada mañana
enfrascado en lecturas
sudando excesos
hasta la parada treinta y cuatro.
No cita a Lezama ni a Eliseo
ya demasiados otros lo hacen.
Ha tomado el camino más difícil.
En la mañana
en el vagón sin respiro
una mujer les ofreció un discurso
quería salvarlos del diablo
del billonario
y su pelo color maíz seco.
Seco como su cerebro.
De los gays
y sus bodas ostentosas.
De la blanquitud del presidente negro
y de la poderosa primera dama.
La diminuta mujer con vozarrón
quería salvarlos
hoy viernes
a las siete de la mañana.
En la tarde
no tuvo la misma suerte
un señor cincuentón
también ofreció discurso
él no tenía
la intención de salvarlos.
Vociferó por todo el tren:
odio mis 51 años
odio mi color
odio los celulares
y odio este tren.
Desde el otro lado del río
observó la ciudad majestuosa
sus grises
a través de una neblina densa
y su sonrisa callada.
Imaginó que danzaba sobre las aguas
aunque el cartel anunciaba
lo peligroso de su corriente.
Quiso permanecer en esa orilla
mudarse a Hoboken al instante
al igual que el día anterior
cuando quiso mudarse a Riverdale
y el anterior
a un jardín en el infierno.
Se pierde un poco de todo
es tiempo de tirar a la basura
los excesos que vas guardando
por necia costumbre
por si acaso sean necesarios algún día.
Se pierden los nervios
las herramientas para un libro
postales y cartas en el viento
desechos de un primer novio.
Fotos que recuerdas
exactamente quien las tomó.
Encuentras un rostro desnudo
escondido entre páginas
y buscas respuestas
que nadie te puede ofrecer.
Se pierde el respiro cuando lees a
Elizabeth Bishop
y entiendes que has alcanzado
el arte de perder.
Me desprendí de la foto de una cantante
que golpeaba con sus tacones afilados
al pianista de turno.
Se fue la muñeca de porcelana italiana
que robé hace años a un desconocido.
Varias pinturas han tomado camino
no sabría decirles
quiénes son sus nuevos dueños.
El sofá rosa que puede contar
más de una historia
quiso irse con una actriz
pero terminó en las manos sucias
de un negociante.
Todos quieren tener un pedazo
del poeta marchito
que escapa a la ciudad de los rascacielos.
Asocio el blanco de la nieve
con el recuerdo de aquella isla
y de la abuela
abriendo el congelador
del General Electric modelo 1958
clavando el cuchillo en su interior
para luego desangrar
gruesos bloques de hielo
que se desvanecían en ríos
frente a sus pies.
Vuelan auras tiñosas por encima de nuestras cabezas
han dejado de ser carnívoras
ahora comen pedruscos que prohíben la entrada
a hombrecillos malditos.
Debemos escondernos
debajo del colchón lleno de picotazos
por pájaros menos crueles
pero igual de violentos
con los que nos distanciamos de la manada.
La incertidumbre de lo que viene
no me asusta.
Camino sin prisa por calles desconocidas
arrastrando una bufanda gris
que alguien me regaló
cuando no tenían idea del invierno
que me aguardaba.
Voy de camino al cementerio de la Trinidad
tomo nota de los nombres famosos
en ancestrales tumbas
pido permiso a sus muertos
para vivir entre ellos
para pisar sus tierras por cualquier razón:
tomar un café
comprar frutas orgánicas
en el mercadillo del sábado
e ir de las manos con mi guerrero
protegiéndolo del frío.
No hay dudas en mi interior
debo reencontrarme con esta isleta
y hacer comunión con sus nativos.
Si te cortas un dedo cada tres meses
llegará el momento que la mano
se te hará innecesaria
y te la desmocharás
como hace el jardinero ausente
el cual aparece a su antojo
aunque las hojas secas
nos sepulten vivos.
Se ha perdido una vida entera
con esta decisión de huir.
Entre los restos de la basura
están los algodones
tiznados de sangre
los alfileres que aguardaban nombres
en la lengua de vaca
y la montaña de ceniza
que han ido derramando los inciensos
aliviándonos de la maldad.
Hemos dejado atrás
una lavadora remendada
que solo arranca por las manos
del guerrero.
Se han quedado cadáveres
enterrados
en la penumbra del sótano
en la cerca que divide
en el fucsia de las carolinas.
Con dificultad
aun respira el peor de todos
viajando incómodo
dentro
de mi único par de zapatos.
La única mujer que ha sido sentenciada a muerte
en Georgia tiene antojos.
No está embarazada
ni tan siquiera padece de una enfermedad mortal.
Eso sí…
le pueden salir orzuelos gigantescos
a los involucrados en ejecutarla
si no la complacen.
Pide una suculenta cena de comida chatarra
para aliviar sus muelas inconformes
y mantener su peso desproporcionado.
En realidad
le gustaría masticar despacio
los restos del marido que mandó a matar
mezclados con el oportunista
que ahora la denuncia
y pone a salvo su pellejo.
Nunca ha sido una mujer dichosa.
No ha sido una belleza sureña.
Su final será con bombos y platillos
como deber ser para una Georgia Peach.
La única mujer que ha sido sentenciada a muerte
en Georgia se despide
y canta entre bocados de papas fritas:
Georgia, Georgia
The whole day through (the whole day through)
Just an old sweet song
Keeps Georgia on my mind (Georgia on my mind)
© Imagen de portada: Manuel Adrián López.
Sobre el autor:
Manuel Adrián López (Cuba, 1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en España, Estados Unidos y Latinoamérica. Entre sus libros se cuentan: Yo, el arquero aquel (West Palm Beach, 2011); Los poetas nunca pecan demasiado (Madrid, 2013, Medalla de Oro en los Florida Book Awards, 2013), Muestrario de un vidente (Salvador, 2016); Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (Quito, 2017); El arte de perder /The Art of Losing (Miami, 2017); El hombre incompleto (Pinar del Río-Miami, 2017), Los días de Ellwood (New York, 2018); Un juego que nadie ve (Madrid, 2019); Room at the Top (Miami, 2013), El barro se subleva (Miami, 2014) y Temporada para suicidios (Miami, 2015). Su poesía ha sido incluida en las antologías: La luna en verso (Ediciones El Torno Gráfico, 2013); Todo Parecía, Poesía cubana contemporánea de temas Gay y lésbicos (Ediciones La Mirada, 2015); Voces de América Latina Volumen II (Media Isla Ediciones, 2016); NO RESIGNACIÓN. Poetas del mundo por la no violencia contra la mujer (Ayuntamiento de Salamanca, 2016); y Antología Paralelo Cero 2017 (El Ángel Editor, 2017).
Magali Alabau
Magali Alabau. Poeta. Nació en Cuba y reside en Nueva York desde 1968. Estudió teatro. Ha publicado entre 1986 y 2016 nueve poemarios.