Esto no se llama “A veces está bien sentir lástima por uno mismo”

Hace una semana y cuatro días quise enviar un paquete de comida a Cuba. Esto es algo que jamás hago, porque significar seguirle el juego al Gobierno, en tanto no hay comida para el cubano insular que solo puede pagar en su moneda, pero sí para el cubano que cambia de condición y puede pagar en otra

Las páginas de envío a Cuba son un ejemplo clarísimo de cómo las cosas allá han sido diseñadas para permanecer en un círculo vicioso que ni el 27N, ni San Isidro, ni los aislados y mediáticos intentos de protestas van a cambiar. Porque una forma efectiva de poner en crisis a un Estado es cerrar una de sus entradas económicas principales. 

En Cuba, sabemos que una de ellas es la migración. 

La vida y la política en Cuba se han conformado a partir del desangre de un cuerpo finito que no es solo un cuerpo finito, sino un montón de cuerpos finitos encerrados en cápsulas y conectados a tubos que los chupan dejando solamente el mínimo de energía para sobrevivir. Para que haya un cambio, habría que estar dispuesto, entre otras cosas, a cerrar todos estos canales de intercambio que, bajo la ilusión de “yo ayudo a mi familia, mi familia me ayuda”, lo que hacen es dar los recursos suficientes para que el Estado siga flotando, siga siendo una bola enorme y podrida que no acaba de deshacerse. 

En la isla, y como bien se proclamara desde los albores de un comunismo marxiano que vio la luz solo en manuscritos, todos somos uno. Felizmente, todos somos uno. Esa misma lógica se aplica, entonces. Todos somos uno, por tanto, todo lo que llega a la isla es de todos y ese todos se concreta en la fuerza y presencia del Estado.

Muy bonito.

Si se cerraran esos canales, el pueblo entraría en una crisis más profunda y, por tanto, pondría al Estado en una crisis más profunda. 

Cuando un pueblo tiene hambre empieza a rabiar, empieza a odiar. Cuando un pueblo tiene hambre y verdaderamente no tiene de dónde sacar, entonces se deconstruye, guarda la fuerza que le queda y la enfoca en la manifestación y la protesta. 

Viene el cambio.

El problema es que nadie está dispuesto a eso: a enfrentarse a un cambio marcado por la extrema escasez. El cansancio es tal que las fuerzas se concentran en saborear la espera de lo que te mandarán, o en encontrar la forma de salir del país. 

Bajo esta premisa nacional crecieron mis hermanas, crecí yo, creció mi sobrina, mis amigos, y continúan creciendo las generaciones actuales que no han logrado viajar. Es la lucha del “sálvese quien pueda”, que responde a la propia raza humana y que se solidifica en la transmodernidad.  

En el caso de Cuba, es la lucha del “sálvese quien pueda” aunada a la idea de una espera indefinida. Allá sí se modificó el precepto taoísta del Wu-Wei, centrado en el actuar no actuando. 

Traduzco: haz cosas, resuelve, pero siempre espera atentamente. 

La única diferencia es que la espera, en el caso de los taoístas, busca el equilibro y la tranquilidad. Entender propiamente que el paso del tiempo es, en sí, movimiento activo, y que por lo tanto, esa quietud de la espera no es quieta, sino que se mueve como mismo pasa el tiempo. 

En Cuba esta espera incluye la acción, pero es una espera que se construye más en el deseo, la ilusión o la exigencia de algo que venga de afuera. 

Así pasa en las islas, que siempre han mirado al horizonte con ojos grandes.

Entonces nadie, por mucho que quiera un cambio radical en el país, va a renunciar a esa espera de lo internacional que se traduce en combos de comidas, en recargas, en puestecitos con mercancía de equipaje de mulas, en cartas de invitación a pasear, a trabajar, a exponer, a quedarte… Cartas de invitación a algo. 

El cubano que siempre ha vivido en Cuba no sabe construirse de otra forma que no sea a través de esa mezcla de deseo y espera. 

Demasiados años con el mismo gobierno.

Demasiado calor. 

Pero también estamos los del otro lado, a quienes se nos hace muy fácil, por momentos, encontrar un diagnóstico a lo que pasa allá dentro (como yo), pero tampoco son capaces de ejecutar ese diagnóstico (como yo).

Nosotros, la migración, somos los conectados a tubos que nos desangran dejando lo mínimo para continuar produciendo y enviando. Nosotros somos los asiáticos taoístas que dan forma al concepto cubano de espera. Y, sabiéndolo, no renunciamos a hacerlo por varias razones. Por amor, por egocentrismo y por carga moral. Es, de forma muy retorcida, como jugar a ser Cristo: amo y me sacrifico por el otro porque lo puedo hacer, porque hay algo en mí, superior, que lo puede hacer. 

También me satisface que mi sacrificio sea valorado: que me agradezcan, que me envíen fotos con las cosas que mandé. Me satisface pensar en la cara de aquel que recibe el mensajito de “te ha llegado una recarga”. Me satisface sentir que soy importante en esa realidad alternativa de espera y comunismo mal logrado, teniendo en cuenta que no lo soy en mi realidad factual capitalista y esquizofrénica.   

Así, esta relación entre espera, deseo, sacrificio, ego y Cristo, hace que todo, en esencia, siga igual en Cuba, y en el fondo todos aceptamos que las cosas continúen igual. Y aún más: esta relación muestra que en el fondo no sabemos si realmente queremos que las cosas cambien allá, porque no sabríamos cuál es el “nosotros” que va a emerger. No sabríamos cómo construirnos, trascendiendo esa actitud de espera o esa actitud sacrificial ególatra. 

Hay que ver qué pasa. Hay que ve qué depara l’avenir. Pero, en esencia, todo sigue igual. Tan igual que los pocos momentos de ruptura y de movimiento que se han dado, se subsumen rápidamente. No se puede pensar en un cambio real si no se cambia, primeramente, las formas en las cuales se piensa ese cambio. Y en Cuba, históricamente, el cambio se ha construido (y se construye) desde la espera, el deseo y el ego.

La intención de este Pinky Filosofía era escribir sobre la comida que quería mandar a Cuba y que busqué y que pagué y que nunca llegó. 

La intención de este Pinky Filosofía era contar un poco la comunicación tóxica que comencé a establecer con aquel que me timó. 

La intención de este Pinky Filosofía era, quizás, relacionar todo eso de forma chistosa con el Síndrome de Estocolmo. 

La intención de este Pinky Filosofía era llamarse: “A veces está bien sentir lástima por uno mismo”. 

Pero la cosa se desvió. Se me desvió.

Apliqué la del Wu-Wei: la del actuar no actuando, la del tiempo, el sonido, la mente y los dedos se fueron por otro lado.

Quién sabe por qué. Ahora tendrán que esperar otros quince días para leer ese Pinky que, en teoría, estaba armado y resuelto, pero que no encontró la forma correcta de manifestarse.  




Amanda Rosa Pérez Morales

Anatomía del (des)arraigo

Amanda Rosa Pérez Morales

Me salen piernas en el Banato rumano que describe Herta Müller. Me salen piernas en las tiendas de blusones largos, típicas de California. Me salen piernas en Shanghái y se afincan en aquel hotel chino donde estuve por un mes y que luego fusioné en mi cabeza con aquellos que describe Ted Chiang en algunos de sus cuentos…