No molesten

Les voy a decir lo que pienso: la gente se cree que con esto del confinamiento vamos a alcanzar la paz interior. 

La gente se cree que, a pesar de la precariedad económica que se avecina, una parte de nosotros se va reconstruir, va a entender el sentido de la soledad y nos reconciliaremos con espacios que antes significaban solamente descanso y enajenación: la casa contraída en la habitación, la televisión, la recámara, la cama en la recámara, la terraza o el balcón, o el jardín…

La gente se cree que, con esto del confinamiento, nos apropiaremos de ese ritmo bizantino que Lezama supo adaptar muy bien a un contexto bastante alejado de esa ideología. 

La gente suele creer muchas cosas.

La gente suele creer muchas cosas, sobre todo, cuando cambia una mínima parte de sus vidas debido a un acontecimiento negativo. De alguna forma, la precariedad les devuelve la fe. 

Yo misma, en ciertos momentos de autoengaño durante esta temporada, decidí leer oraciones pertenecientes a la doctrina espiritista de Allan Kardec; incluso he comenzado a estudiar a Nishitani y lo entremezclé con Paradiso y luego con El pabellón del vacío, donde, volviendo a Lezama, este se apropia de la idea del tokonoma para hablarnos de cómo nos puede salvar un espacio de nulidad. 

También me puse a releer a Pascal con su casi “quédate en casa”, y a Simone Weil con el cuento de la “descreación”. 

Y ahí fui yo, a (des)crear un espacio totalmente ficticio de meditación en el cuartito que tengo al fondo de mi departamento, a ver si así me reconciliaba conmigo misma. 

A veces me gusta hacer cosas que están de moda, porque soy muy superficial.

El problema es que yo fumo mucho y el problema es que soy muy ansiosa y el problema es que a la vez me gusta estar todo el tiempo en mi casa y el problema es que, como gran parte de la gente que está confinada en casa, yo tengo que trabajar, y no solo eso: tengo que socializar, obligatoriamente, para no perder los contactos que me dan trabajo, o que luego asisten a los eventos que organizo. 

Entonces, en ese espacio de reflexión y meditación que había creado, en ese espacio destinado a olvidar y dedicado a reflexionar sobre lo fundamental que son ciertas personas para dar equilibrio a mi vida, en ese espacio me di cuenta de que todo eso era una farsa. 

La gente no va a encontrar paz.

Porque la paz no existe.

Vivimos (o por lo menos yo vivo) en un mundo tan acelerado que de ninguna forma podemos entender qué significa tranquilidad. 

Muchas personas me han dicho que están desesperadas en casa, y automáticamente pasan a justificar su punto de vista diciéndome que el problema no es estar encerrados, sino lo que ello implica: que se les niega el derecho a la libertad de decidir (como si alguna vez lo hubiesen tenido), que temen que la falta de contacto físico pueda enfriar el grupo de amiguitos que tienen (como si ver a alguien implicara que fuera mi amigo); incluso se han atrevido a decirme que por culpa del encierro no han podido ir a la biblioteca a consultar libros que tenían pensado leer, y que ahora todo esto ha arruinado sus planes (sin comentarios). 

Luego, rematan diciéndome que bueno, que dentro de lo malo, han podido experimentar cosas maravillosas como ENCONTRARSE CON ELLOS MISMOS. 

Yo no nunca he entendido eso de encontrarme conmigo misma. Me suena a que soy esquizofrénica o algo por el estilo. Voy a tener una cita conmigo misma, voy a conocerme a mí misma, voy a reconciliarme con toda esa parte que no me gusta de mí y que por eso no quiero pensarla como mía, sino como un otro loca que impide la perfección o la buena actitud. 

Con todo y eso, yo nunca he conocido a un esquizofrénico que quiera reconciliarse con él mismo. El penúltimo que conocí, Raulito, simplemente se tiró del balcón de al lado de mi casa, en Cuba. Y ya: resuelto el problema. 

Ritmo hesicástico total. Paz interior, armonía, quietud, silencio y revelación de un futuro ultraterrenal. Todo eso se logra con el suicidio, me parece. 

No obstante, y aunque yo lo repita, la gente sigue pensando que luego de todo esto van a ser mejores personas, seres de luz. Que esta introspección, en algunos casos, los va a hacer escribir grandes obras; o por lo menos, que al reencontrarse con los demás van a estar más unidos, va existir una nueva cofradía porque el mundo entero superó unido esta “guerra sin rostro. Piensan, además, que van a tener una nueva relación con ellos mismos, debido a que supieron equilibrar lo que estaba mal en su interior, y no solo eso: que descubrirán también partes muy lindas de su ser. 

A una que me echó todo este discurso, le respondí que no entendía para qué quería tanto reconciliarse con ella misma; que al final, si se reconciliaba, los deseos de enfrentamiento los iba a canalizar con alguien más: el vecino, la mascota, otros amigos…, yo qué sé; pero que ni se pensara que las ganas de pelear iban a desparecer. Que el mundo ya fue hippie y no funcionó. Que yo conocí a budistas en China, muy calmaditos, que se la pasaban peleando con quien fuera. 

Ahí mismo me dijo amargada, cortó la llamada, se acabó la plática, y con eso quedó demostrada mi hipótesis de que por eso de reconciliarse consigo misma, ella le iba a echar pleito a otro. 

La paz no existe, repito. O, por lo menos, la gente no va a encontrar paz por dos meses de estar sin salir. 

A quienes no les guste estar en casa, van a tener que empastillarse o drogarse (si ya no lo hacen) para amainar los deseos de dinámicas de socialización y esparcimiento masivos. De esta forma quizás encuentren una variación del ritmo hesicástico que podríamos llamar, mejor, ritmo psiconáutico. 

A quienes les guste estar encerrados y (como es mi caso) son alterados, lo que les queda es hacer exactamente lo mismo que han hecho durante toda su existencia: vivir con eso. 

A quienes están en el medio de estos dos extremos, lo que les queda es alternar entre ver películas y hacer videollamadas tres veces por semana para platicarle a alguien sobre las películas que han visto, o algo así.

Pero mejor dejar ya eso de encontrarse con uno mismo y ser seres de luz, como ahora mismo nos sugieren las redes. Mejor dejar de pensar en que somos un otro cool que prevalece ante un otro trastornado. O mejor, más fácil: acepten la dualidad. 

Mejor dejar de comportarse como esquizofrénicos. Por favor, un poco de respeto por Raulito. Y por favor, no me llamen tanto por videollamada, y menos para hablarme del ritmo hesicástico. 

Yo creo que ni entienden bien qué significa.




Ana Mendieta, Anthony Fauci y el terreno perdido entre las bestias - María Cristina Fernández

Ana Mendieta, Anthony Fauci y el terreno perdido entre las bestias

María Cristina Fernández

El virus (y su efecto mediático) está haciendo estragos desde hace meses, pero seamos justos: este microorganismo nos ha traído beneficios a algunos mortales…