La historia comienza de la siguiente forma:
Una chica que no conozco le comparte —por WhatsApp— a un amigo mío El Insomnio, de Virgilio. Esa chica que no conozco le pasó el cuento de Virgilio a mi amigo porque mi amigo tiene insomnio en esta etapa de su vida —intuyo yo que por eso se lo compartió.
Como Virgilio es cubano y yo soy cubana, y como Virgilio escribió sobre el insomnio y mi amigo tiene insomnio y yo sufro de insomnio, y porque seguro Virgilio también tenía insomnio —intuimos mi amigo y yo; porque quien escribe sobre el insomnio es porque lo ha sufrido—, y porque casualmente la chica que le compartió el cuento de Virgilio a mi amigo también es cubana, y porque Virgilio es un cubano escritor desarraigado y yo soy una cubana escritora desarraigada, y porque la chica que le compartió el cuento a mi amigo tampoco ya está en Cuba —aunque no sé si es escritora y si es desarraigada—, por todo esto, específicamente, mi amigo me reenvió —por WhatsApp— el cuento El insomnio, de Virgilio Piñera.
Yo le respondí —por WhatsApp— a mi amigo que claro, que ese cuento de Virgilio es buenísimo, es contundente, es un poco angustiante, pero a la vez liberador. Yo le dije que ese cuento de Virgilio me ayudó, cuando era adolescente, a aceptar que quizás, quién sabe, yo pasaría el resto de mi vida con insomnio y fíjense que hasta el día de hoy continúo sin dormir y lo acepto.
Yo le dije todo esto, o más bien yo quería decirle todo esto, pero en medio del mensaje que redactaba en mi cabeza para luego mandarlo —por WhatsApp—, en medio de ese mensaje que nunca se concertó en la materialidad tecnológica —del Whatsaap—, apareció de la nada el recuerdo de otro excelente cuento de Virgilio.
Podría decir que, si tuviera que elegir entre El insomnio y este otro cuento, me quedo con este otro cuento, aunque El insomnio, insisto e insistí a mi amigo —cuando se lo mandé por WhatsApp—, me parece igualmente espectacular.
La cosa es que yo le escribí y le envié —por WhatsApp— el cuento La carne, de Virgilio Piñera.
Y aquí es donde verdaderamente comienza la historia.
Mi amigo, a los dos minutos, me envió un audio donde me decía que no había podido pasar de la sexta oración del cuento, que dice así:
“Con gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de cocina, y, acto seguido, bajándose los pantalones hasta las rodillas, cortó de su nalga izquierda un hermoso filete”.
Al instante, mi amigo me contó que le conflictúan las mutilaciones, desmembramientos, huecos en la piel, cortaduras. Que al leer la parte en donde el señor se corta un pedazo de nalga, ahí mismo le entró escalofríos y detuvo su lectura. Claramente, a nadie le “gusta” ese tipo de temas, o por lo menos yo siempre digo que me “interesan” esos temas. Cuando uno dice me “interesa” suena más profundo. Cuando uno dice me “gusta” suena más sádico y la gente se espanta. Pero bueno, que mi amigo me compartiera esto me llamó muchísimo la atención porque mi amigo es una de las personas más profundas, más inteligentes y más reflexivas que conozco. Entonces, ese escalofrío que lo recorrió, seguramente tenía una historia interesante de fondo.
Y así fue.
Yo le pregunté a mi amigo que de dónde venía ese padecer. Mi amigo respondió —en una nota de audio de Whatsapp— que, quizás, quién sabe, venía de un recuerdo de infancia que tenía. Ese recuerdo consistía en lo siguiente: dice mi amigo que su hermana, cuando él era pequeño, le repetía que si se cortaba se le iba a salir el corazón.
El corazón.
Entonces mi amigo, desde pequeño, sintió la angustia de lo que significa perder el corazón, quizás, en un descuido.
Perder el corazón en un descuido.
También, intuyo yo, mi amigo padeció la angustia placentera de la liquidez interior. De pensar su cuerpo como algo que, interiormente, es una especie de líquido plasmático, de pensar el cuerpo que si se destapa deja de retener los órganos que se mantienen estables gracias a esa misma liquidez espesa contenida dentro del cuerpo.
La plasmática y espesa liquidez interior, sumada al inquietante temor a perder el corazón en un descuido, son cosas que pueden enloquecer a cualquiera.
Cuando yo escuché la nota de audio de mi amigo, en lo primero que pensé fue en un dibujo animado que me encantaba de niña. Érase una vez… la vida (Il était un fois… la vie), se llamaba, pero de ese Érase una vez… la vida (la vie), derivaban otros, entre los que estaba Érase una vez… el cuerpo humano (le corps humain) y de este derivaba otro que se llamaba Érase una vez… el corazón (le cœur).
Érase una vez… le cœur.
En ese Érase una vez… (Il était…) se contaba la historia, precisamente, de este cuerpo interior plasmático y espeso por el cual se deslizan los organismos, las bacterias, los virus, las células, los glóbulos rojos, los blancos. Se deslizan, brincan flotan. En Érase una vez… (Il était…) todo tiene vida. También, el intro de Érase una vez (Il était…) aumentaba la experiencia inmersiva de vivir dentro de un cuerpo espeso interiormente. Era la Tocata y fuga para órgano en re menor, de Bach, que suena así:
“Tirorí-torirorirori, tirotí, to-ri-ro-ra”
Johann Sebastian Bach es superior.
Me encanta.
Le escribí —por Whatsapp— a mi amigo y luego me cansé de escribir y le mandé notas de audio donde le contaba todo esto. Las notas de audios también funcionan como un contendor de palabras-órganos flotando en la espesura del tiempo y el espacio al interior de esta. También le mandé el episodio de Érase una vez… el corazón (Il était un fois… le cœur), para que viera la forma en que el corazón se movía y se desplazaba dentro del cuerpo humano. También le dije que prestara atención al intro: a la tocata y fuga para órgano, de Bach.
Porque, si la escuchas bien —quería agregar—, te darás cuenta que la tocata y fuga es perfecta para un programa que habla sobre un cuerpo oceánico, plasmático y espeso, donde los órganos abandonan su lugar y brincan, expulsan y se contraen, como mismo ocurre con el aire cuando se está tocando un órgano-instrumento.
El órgano, en la dimensión que sea, es algo que se mueve. Y como se mueve, se puede salir.
Esta última parte quería igual mandársela en una nota de audio —de Whatsapp— a mi amigo, pero como mismo me ocurrió en el anterior y primaveral Pinky Filosofía, me quedé en una especie de limbo estético porque entonces ya puse la Tocata y fuga en re menor, de Bach, y estuve escuchando la Tocata y fuga en re menor, de Bach, una y otra vez hasta que ya, verdaderamente, empecé a sentir mis órganos subiendo y bajando, dando vueltas, moviéndose en el plasma espeso que no se desborda, gracias a la carne.
Entonces —pensando de nuevo en la historia de mi amigo— es cierto que el corazón se te puede salir si se agrieta la carne. Y es cierto que las vísceras se te pueden salir si se agrieta la carne. Y es cierto que los riñones se te pueden salir si se agrieta la carne. Y es cierto que los pulmones se te pueden salir si se agrieta la carne. Y es cierto que todo se te puede salir si no se contiene con la carne.
La carne, entonces, es un retenedor de órganos que se quieren salir.
Y los órganos, entonces, son tocata y fuga. Todo el tiempo, tocata y fuga.
© Imagen de portada: Victoria Shes.
Erótica primavera
Los seres humanos se erotizan, las plantas se erotizan, los insectos se erotizan, los topos se erotizan, las piedras se erotizan, los organismos unicelulares se erotizan. Todo se erotiza en esta época. Porque la primavera es erótica.