Quiero estar tranquilito y entretenerme y dejarme de rabia. Lo digo porque estoy que le entro a gritos a cualquier vieja en medio de una cola y en el primer tumulto que se forma aprovecho para gritarle cuatro cosas a la policía, que no la soporto. A veces voy por la calle como Joker por la pequeña Gotham del PlayStation, disparándole a todo lo que se mueva por ver la sangre correr y los postes de luz cayendo contra los edificios.
Por supuesto, esto ocurre en mi cabeza. Ni tengo una pistola ni estoy loco ni soy valiente ni quiero estar preso. Pero siento mi lado oscuro afuera.
Para calmar el odio hice dos cosas: leer a Han Shan, un poeta budista, y mirar cine (tengo una carpeta con casi todos los Palme d’Or de Cannes desde 1945). Pero los poemas y las películas me parecen metáforas de la miseria. Me sacan los pines. Y eso me pone peor.
Por ejemplo, en los últimos minutos de Apocalypse Now, mientras el capitán Willard mata al general Kurtz, tres hombres matan una vaca. Willard le abre el cráneo al general y los filipinos, en un rito indígena, rompen a la vaca con tres machetes.
En realidad no era una vaca, sino un búfalo de agua. Un animal fibroso y con ojos tristes que ni pestañea mientras le dan machete. Resignado a la muerte. Mientras lo desguazan, tiene la misma expresión en los ojos que cuando lo llenan de ungüento y cintas para el ritual. Sigue de pie hasta que las rodillas no pueden más. Aguanta machetazos. Los hombres se divierten dándole con maldad, y los demás mirando, en su coro y sus cultos. El búfalo cae y entra en la muerte con honor. Y con fuerza. Como un búfalo.
Han Shan ya contó eso en 1598, cuatro siglos antes de la película, en un poema que habla de armonía, purificar tu mente y ser tranquilo como las aguas de un lago: “Deja que tu ego se resbale gentilmente hacia la muerte silenciosa. Cuando los ojos del ego están cerrados, el daño aparece en vano”.
Los budistas le descargan al drama de la paz interior y la armonía y a la vez son maestros de kung fu. Igual te rompen el cráneo como un coco que te tuercen el hígado. Pero abren la vida lento como un regalo: “Si dejas que el fondo se revuelva por el amor o el odio, las olas de pasión se levantarán y lo que era claro llegará a ser lóbrego”.
Absorbo todo eso y aprendo a descargarle a la tristeza. Aprendo a descargarle a este país y a aguantar sus machetazos. Tranquilo, en armonía como las aguas de un lago. Quiero aprender a meditar y todo. Y hacer taichí o algo que me baje el empingue. Siento que necesito entretenerme, para no entrarle a batazos a una patrulla o para no darme candela frente a un CUPET, como un monje budista. Para aplacar estas ganas que tengo de tirar piedras y degollar gente.
Necesito la paz del búfalo para no explotar. Y digo entretenerme, pero no en la violencia del PlayStation, sino en cosas valiosas como pasar más tiempo con mi hijo o buscar una ecuación matemática para calcular el random del PotPlayer.
El lío es que hasta ahora, he sido el búfalo. Me han llenado de ungüentos y de cantos, pasé hambre, cogí plan de machete y respondí con estos ojos tristes hasta que las rodillas no aguantaron.
Llevamos mucho tiempo siendo el búfalo, y cuando más nos hemos defendido ha sido armando balsas. Algunos han repartido patadas y cabezazos, pero no son tantos. Después de nosotros, vendrá otro búfalo.
“Deja que tu verdadera naturaleza brille abiertamente en claridad perfecta. Descansa en la calma pura y serena de la unidad. Solitario, eres el soberano. Tú mismo siendo un reinado extraordinario. Reina con paz y armonía. ¿Qué fuerza externa puede invadirte?”.
Mira, Han Shan, las fuerzas que me invaden:
El refrigerador está vacío y las tiendas llenas de gente. No hay arroz ni frijoles, no hay dentífrico, no hay desodorante ni papel sanitario ni detergente ni jabón. No hay nada. Ahorita se pierde el pan por la libre. No hay galletas de sal ni queso crema ni refresco enlatado, no hay sorbetos, mayonesa, espaguetis, carne de puerco. Ni paracetamol en las farmacias. Ni champú, ni coditos, ni bombillos, ni aceite, ni culeros desechables, ni cuchillas de afeitar, ni leche en polvo.
A veces, por los bajos de mi edificio, pasa el que vende bocaditos de helado. Gracias a Dios.
Me quedo en mi película. La vida es una carga demasiado pesada que no tengo deseos de aguantar. No tengo ganas de escribir, ni de nada. Por eso paso tanto tiempo en Facebook. Qué esclavitud. También es una forma de imaginarme que aprovecho el tiempo mientras no estoy haciendo lo que no quiero. Escribir, sobre todo. Así publico cosas que luego borro y miro muchas fotos; cuento los likes y a veces ni me importan. He cerrado mi página tres veces, y ha vuelto a nacer en el mismo sitio.
Encima mi muro está lleno de animalistas que se pintaron ABAJO ZOONOSIS. Zoonosis sigue recogiendo perros y los animalistas siguen peleando porque se elimine la estricnina con que los sacrifican (no sé qué hubieran hecho en su momento al enterarse de que el sacrificio del búfalo fue filmado con un búfalo, y que toda esa tanda de machete y esos huesos al aire fueron reales).
Una amiga también posteó hace días que tres niños ahogaron tres perritos. Y, en medio de todo eso, están los muertos por coronavirus y el desgobierno. Los videos de cubanos cogiendo tonfa de la policía. El horror, el horror.
Entonces pienso que habrá un capitán Willard que nos salve. Y que después va a deponer las armas y los mismos que mataron al búfalo soltarán los machetes a su paso. El búfalo no va a resucitar, pero después de nosotros vendrá otro. Lo que no sé es qué sucederá luego.
“Cuando el estruendoso ego se hunde en el silencio, los infiernos quemantes se convierten en hielo”.
Cierro el libro de Han Shan. Luego escribo esto, en menos tiempo del que toma morirse.
Pesadilla
Que me alcancen en mi pesadilla simboliza que correr es por gusto, que hay cuarentena y no voy a salir hasta que todo esto pase. “El sueño es una realización de deseos”, dice La interpretación de los sueños. Freud se pone de pinga. Voy a hacerme dos panes con aceite y a oír Popy & La Moda. Que son dos formas de salir corriendo.