Inexpugnable y hermoso (una belleza bizarra), el pangolín se paseó hace semanas por la primera plana de los periódicos, acusado de mediador (ese llamado “huésped intermedio”) del coronavirus entre los murciélagos y los humanos. Después fue exculpado (tal vez demasiado rápido, según varios artículos científicos que he leído con interés).
Por esos periódicos supe que “pangolín” viene de la palabra malaya penggulung, que significa “rodillo”. Otros artículos nos informan que, aunque está en peligro de extinción, el animal es muy apreciado en China por su carne delicada y sus escamas, utilizadas en la medicina tradicional.
Los periodistas más poéticos hablaron de una posible venganza del pangolín, que nos regalaría una epidemia para vengarse de la persecución y el comercio de que ha sido objeto. Como metáfora resulta excesiva, pero tal cacería resulta triste hasta para un convencido carnívoro como yo, sobre todo teniendo en cuenta su volumen y la crueldad del sacrificio. Según The Guardian, un restaurante chino mantiene a los pangolines vivos en jaulas hasta que el cliente hace la comanda. “Entonces los golpeamos con un martillo para dejarlos inconscientes, les cortamos el cuello y los desangramos. Es una muerte lenta. Luego los hervimos para quitarles las escamas. Cortamos la carne en trozos pequeños y la utilizamos para hacer distintos platos, incluidas sopas y guisos a fuego lento. Habitualmente, los clientes se llevan después la sangre a casa”.
Hay un maravilloso y célebre poema de Marianne Moore sobre el pangolín, (según Juan Forn, la poeta tenía varios rasgos en común con el animal). Pero el otro día descubrí también otro poema, una suerte de primo menos conocido del primero, donde la poeta neozelandesa Fleur Adcock le pide permiso al animal para soñarlo:
El pangolín
Ha habido todos esos tigres, por supuesto,
y un leopardo, y una jirafa de seis patas,
y un joven ciervo que corrió hasta mi ventana
antes que lo mataran, y una vez un caballo azul,
y en alguna parte la impresión de enormes perros.
¿Por qué sueño con bestias tan grandes y de sangre caliente
cubiertas con pieles sudorosas y llenas de pasiones
cuando podría haber lagartijas secas y ranas frías,
o lentas y modestas criaturas, como un descanso
de todos esos animales jadeantes del tamaño del hombre?
Puercoespines o quizás tortugas bastarían,
pero creo que el pangolín me quedaría mejor:
un animal vegetal que va
disfrazado de alcachofa o de punta de espárrago
con una capa verde de hojas bien ajustadas,
con su cola de pala plana y su nariz de lápiz:
un oso hormiguero con escamas. Sí, él encajaría
mucho mejor en un sueño que en su jaula
en la pequeña Casa de los Mamíferos; así que lo invito
a ser soñado, si es que acaso le importa.
The Pangolin
There have been all those tigers, of course,
And a leopard, and a six-legged giraffe,
And a young deer that ran up to my window
Before it was killed, and once a blue horse,
And somewhere an impression of massive dogs.
Why do I dream of such large, hot-blooded beasts
Covered with sweating fur and full of passions
When there could be dry lizards and cool frogs,
Or slow, modest creatures, as a rest
From all those panting, people-sized animals?
Hedgehogs or perhaps tortoises would do,
But I think the pangolin would suit me best:
A vegetable animal, who goes
Disguised as an artichoke or asparagus-tip
In a green coat of close-fitting leaves,
With his flat shovel-tail and his pencil-nose:
The scaly anteater. Yes, he would fit
More aptly into a dream than into his cage
In the Small Mammal House; so I invite him
To be dreamt about, if he would care for it.