Ola

Otro soneto traducido como soneto, esta vez del poeta escocés Don Paterson. Su tema, la indiferencia moral de la Naturaleza, donde la muerte es sólo algo que sucede. Un tsunami, un terremoto, una pandemia… lo que nosotros percibimos como catástrofe es parte de un orden mayor y ciego, donde en vano se intentaría distinguir el peso de una voluntad. ¿Cuál es la “lógica” de esa ola gigantesca que destruye un poblado?, se pregunta el poeta. Tal vez, un subterráneo afán de completud, no tan diferente de la ambición formal del soneto, obligado a un “cierre”, a una aceleración tras el despliegue de sus potencialidades. ¿Hay culpa o inocencia en esa Naturaleza infiltrada por la Forma? 

Este soneto, publicado originalmente en The New Yorker el 3 de marzo de 2014, forma parte del libro 40 Sonnets (Faber, 2015).

Ola

Durante meses crucé el mar abierto,
rodé bajo su piel, una sustancia
abstracta, sin fricción, sin ningún ansia
más allá de la dicha de hallar puerto.
Mi confesión ha de escuchar la orilla;
ya pasé por el filtro de la roca,
y llego, pura, donde desemboca
esta inmensa llanura. Milla a milla,
mi poder lentamente se gastaba.
Y cuando vi las velas, el paisaje,
fachadas de colores, niños, muelle,
sólo era un pliegue en el azul ropaje:
supe que mi inocencia demostraba.
Golpeé la playa y arrasé el paraje.


Wave

For months I’d moved across the open water
like a wheel under its skin, a frictionless
and by then almost wholly abstract matter
with nothing in my head beyond the bliss
of my own breaking: how the long foreshore
would hear my full confession, and I’d drain
into the shale till I was filtered pure.
There was no way to tell on that bare plain
but I felt my power run down with the miles
and by the time I saw the scattered sails,
the painted front and children on the pier
I was no more than a fold in her blue gown
and knew I was already in the clear.
I hit the beach and swept away the town.


PD: Breve (y pedante) disquisición sobre el soneto:

Los diccionarios, esas indispensables madrastras de la lengua, definen el soneto como una composición poética de catorce versos de arte mayor (habitualmente, endecasílabos) organizados en cuatro estrofas (dos cuartetos y dos tercetos) y, en su versión tradicional, estructurado argumentalmente —aunque no de manera estricta— como una introducción (primer cuarteto), un desarrollo (segundo cuarteto y primer terceto) y una conclusión (último terceto). 

Por supuesto, se trata de una definición limitada. Hay que ir a los manuales de métrica para encontrar algo más de sustancia. Pero en general, es cierto que un soneto suele considerarse logrado si consigue encerrar el desarrollo de un pensamiento, en sucesivas gradaciones, desde el primero hasta el último verso, en un estricto sistema de rimas.

El resumen más esquemático de esta progresión argumental suele ser el ejercicio de leer los últimos términos de cada verso del soneto como si fueran un concentrado temático, que corre paralelo a las rimas (generalmente ABBA ABBA para los primeros cuartetos y CDE:CDE, CDE:DCE, CDC:DCD como modelos frecuentes para los tercetos). Esas palabras finales de cada verso no sólo proponen una música sino también una especie de guión abreviado del poema.

Aunque la estrofa surgió en Sicilia en el siglo XIII, con Giacomo de Lentini, poeta y notario, fue en español que el soneto se consagró como una forma capaz no sólo de ocuparse de temas amorosos, sino de abarcar cualquier otro asunto, incluyendo la reflexión sobre sí mismo (los numerosos “sonetos sobre el soneto”).

En sus diferentes escuelas (la siciliana, la petrarquesca, la isabelina, el francés en alejandrinos, la parnasiana, las variaciones afrancesadas del Modernismo…), el soneto deja patente la división entre la dependencia de lo musical (característica de las estrofas de arte menor) y la idea del verso como organismo creador de su propia música. Mientras que muchas de las estrofas (regulares e irregulares) de arte menor entraron en la cultura popular con un indispensable acompañamiento musical, y una pulsión narrativa característica de esta tradición, en el soneto se realiza la voluntad poética pura definida por Valéry: una estrofa y un verso que no llevan a nada más allá de sí mismos, primera condición de toda fórmula mágica.

¿Por qué, ocho siglos después de haber sido inventado, el soneto sigue siendo la estrofa poética por excelencia? Se ha escrito mucho sobre este “secreto del soneto”, que Don Paterson resume así, a propósito de Shakespeare: “La casilla del soneto existe por razones que son casi todas consecuencias directas de la ley natural, los imperativos fisiológicos y neurológicos, y el grano y la estructura del lenguaje mismo. O para decirlo de otra manera: si el habla poética del ser humano es el aliento y el lenguaje es agua jabonosa, los sonetos serían las burbujas que obtienes”. 

El propio Paterson cree que los sonetos expresan una forma característica del pensamiento humano, lo cual los vuelve, digamos, fáciles de escribir. Pero en esa supuesta facilidad está también el reto de esta forma: cuesta conseguir cierta originalidad dentro de tantas variantes “naturales”.

Podemos dar un paso más en esta especulación sobre el soneto y adentrarnos en eso que Baudelaire llamaba la “belleza pitagórica” del soneto. Ocho versos de una fase inicial y seis versos conclusivos (tanto en la forma original del soneto como en su variante isabelina (4 más 2) parecen proponer cierto privilegio del principio dual. El número dos el común denominador de esas dos fases; por donde quiera que lo miremos, el soneto predica la dualidad. En sus rimas emparejadas y en su par de cuartetos y tercetos. Esta forma dual tenía la ventaja, ya advertida por Dante en su obra más famosa, de encerrar tanto el diálogo como el tono conclusivo. Es decir, después de un conjunto de tercetos, se imponía, como cierre, un dístico.

También es distintivo del soneto el uso frecuente del oxímoron o la paradoja, que son figuras duales de significado, condensaciones binarias del ingenio. 

Por último, repárese en que todo soneto, en sus diferentes variantes, suele tener un número par de versos, como si ese múltiplo encerrara la cifra definitiva de su armonía, el 0/1 de su infinitud.