Es 13 de junio, cumpleaños 75 de mi madre. Comenzó su vida laboral a los 19 y se jubiló hace muy poco. Perteneció a la UJC y al PCC. Fue alfabetizadora con 13 años y miliciana desde el inicio. Trabajó en Educación y Cultura. Impartió clases en las Escuelas del Partido. Cortó caña en las zafras. Participó en guardias del CDR y trabajos voluntarios. Hizo todo eso porque creía en un futuro mejor, el futuro que prometía el gobierno cubano. Estaba convencida de que era lo apropiado para asegurar la crianza de sus tres hijos, la vejez de sus padres, la de ella misma.
No fue así.
Vivimos en un país donde hay que trabajar y sufrir en el presente para tener un supuesto futuro próspero que no llega nunca. Ese futuro es como la línea del horizonte; peor que la línea del horizonte, porque esa, al menos, puedes verla.
No fui ayer a la sede del Gobierno del Cerro a apoyar a Amelia Calzadilla. El miedo me lo impidió.
Tengo miedo por la salud de mis padres, por el futuro de mi hija, por lo que pueda sucederle a mi pareja y a mis amigos, pero entiendo a Amelia cuando dice que no tiene temor de que se la lleven, que ya no aguanta más, que está hasta la coronilla. Y la apoyo, estoy con ella.
Dicen que los asiáticos tienen mucha paciencia. No lo sé. Creo que los cubanos tenemos la paciencia más grande de este mundo. Llevamos esperando por una vida mejor más de sesenta años.
¡Y la vida que deseamos la mayoría es tan simple!
Tener leche para el desayuno. Un trabajo digno que provea los recursos para poner la comida en nuestras mesas. Que nuestros hijos tengan una educación y una salud adecuadas. Que nuestras familias no se fracturen, que no se vean obligadas a desperdigarse por el mundo para alcanzar un futuro mejor.
¿Es mucho pedir? ¿Parece demasiado?
¿Saben qué? A mí no me interesa si Amelia Calzadilla es una actriz a la que han enseñado a interpretar magistralmente un guion de madre atormentada. Lo que ella dice es una verdad tan grande como un templo.
Cuando una madre está desesperada es peligrosa. Eso ha quedado demostrado al ver que cierto músico tuvo que borrar de sus redes un post donde comparaba a su esposa, según él el verdadero paradigma de madre cubana, con la joven Amelia. El agresivo Guerrero Cubano, que ya sabemos que no da la cara, al contrario de esta muchacha valiente, tuvo que recoger la pita y no decir todo lo que pensaba “revelar” sobre ella esta noche.
Amelia nos ha conmovido a todos porque en ella no existe un adarme de falsedad ni de demagogia. Ella ha unido a este pueblo en un solo sentir, el de estar a su lado, el de apoyarla. Y no se trata de solidaridad, sino de reconocimiento: su angustia, su discurso airado, son los nuestros. Quienes la ofenden no tienen siquiera argumentos, sino consignas. Hablan de sus uñas, de la lámpara de su casa, de un paseo a Tropicana —que, por cierto, tiene la misma estética envejecida de hace varias décadas— y de comidas en restaurantes. ¡Qué horror! ¡Qué derroche tan grande! Según sus detractores, tener una lámpara más o menos decente en este país es un índice de estatus económico. Tan pobres somos.
Dice el Gregorio Samsa Cubano que lo que ella hace es una manipulación de manual y que se llama “Gestión de la Irritación”, provocada por la escasez unida a la inflación, que para usar a la gente se hiperbolizan los efectos negativos dramatizando sus consecuencias. ¿No es que somos uno de los pueblos más cultos del mundo? ¿Cómo se explica entonces tanta estupidez de nuestra parte, al conmovernos con esta muchacha? Por otro lado, ¿es posible hiperbolizar el socavón social y económico donde nos vamos hundiendo todos, detractores de Amelia incluidos?
Lo he dicho otras veces: este es un Estado misógino.
En las guerras y los desastres, las mujeres cargamos con lo peor. En Cuba eso se cumple al pie de la letra. La madre cubana, desde que se despierta está pensando cómo “resolver” —verbo maldito entre nosotros— los alimentos del día, hacer magia para que alcance el arroz, estirar los frijoles para que den varias comidas, priorizar las proteínas de los niños y los ancianos de la casa; se mete horas en una cola para víveres y luego sigue para el trabajo, porque no puede perder esos centavos que le pagan, que a derecha no alcanzan, y que también tendrá que alargar en un acto desesperado de planificación.
La madre cubana con niños en edad escolar tuvo que “lucharse” este año la impresión de los libros y cuadernos porque la escuela no se los garantizó. Tampoco hubo libretas. Muchas veces tampoco hay maestros y hay que sacar un dinerito extra para que maestros particulares enseñen a los niños lo que debieron aprender en la escuela.
La madre cubana tiene que comprar las medicinas a sobreprecio porque no alcanza a la que distribuyen en las farmacias y muchas veces no tiene en casa ni siquiera una duralgina para bajar la fiebre de sus hijos.
Algunas de las frases de Amelia Calzadilla retumban en mi cabeza como si la perforaran:
“A Cuba ponle cerebro, no corazón. Ponte creativo”.
“No vale estudiar”.
“Queremos vivir con dignidad, con decoro”.
“A la gente se les bota por falta de idoneidad y ustedes no son idóneos”.
“Mis hijos llevan dos años sin juguetes”.
“Yo no soy nada especial, soy una cubana común y corriente”.
“En La Habana Vieja hay un hotel al lado de un derrumbe”.
“Hice esta directa en Facebook porque las oficinas de atención a la población son obsoletas, no funcionan, son oficinas de escuchar problemas donde te dicen que no hay y no va a haber”.
“Este es el sentir de muchos cubanos en la cola del pollo, en la panadería, en la posta médica”.
“No tengo dinero para irme legal, ni ilegal, porque tampoco tengo por qué hacerlo, porque yo nací en este país igualito a ti; los derechos ciudadanos que tengo son los mismos que tienes tú y mis hijos tienen derecho a crecer aquí, a trabajar aquí, a formar una vida aquí, a comerse la comida de aquí, y todo el mundo tiene que respetar eso”.
“¿Por qué tendría que mandar a mis hijos a la escuela con agua con azúcar?”.
“Yo quiero que todo el mundo diga la verdad”.
“¿Dónde está mi delito? Pido que expongan mis delitos. Insisto en que busquen mis estados de cuenta”.
“Este circo va a afectar a mis hijas, que mañana tienen que ir a una escuela”.
“No me importa que me desaparezcan, pero no se metan con mis hijos”.
Y la más importante, contundente e irrebatible de todas:
“Mi postura política es ser madre”.
Todo empezó por una cuenta de electricidad de más de 6 000 pesos en un país donde el salario mínimo es de 2 100. Todo empezó porque esta joven madre estalló ante el cansancio y la desesperación de ir por más de diez años a las oficinas que deben atender a la población a solicitar el servicio de gas para no tener que cocinar sus alimentos con electricidad, servicio que se le niega una y otra vez.
No sabemos cómo va a terminar esta historia. Lo que sucederá después es una interrogante y no podemos predecirlo.
Por lo pronto, a mí me llama la atención que Amelia sea también el nombre de la madre milagrosa a las que le piden prodigios muchos devotos en el Cementerio de La Habana.
A la Milagrosa de Colón no se le da la espalda. Tampoco debemos dársela a Amelia Calzadilla. Suyo es el milagro de ponernos de acuerdo a un sector mayoritario de los cubanos. Es la madre de a pie que vemos trasegar con la imposibilidad y la desesperanza día a día.
© Imagen de portada: Amelia Calzadilla.
Un relato kafkiano-castrista
Un ciudadano de nombre J. en la Cuba socialista de los años 70 le pide a un agente de la Seguridad del Estadoque le permita entrar a través de una puerta que conduce a la ley (qué es la ley, no se sabe).