Carta pública a un enfermero cubano

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Me duele enviarte esto. Éramos amigos desde hace tres décadas. Pero por primera vez han transcurrido meses sin comunicarnos, meses desde que tu papá me pidiera ayuda cuando visitamos tu casa, meses desde que escribiera una crónica de lo que ocurrió.

Ayer pensábamos intentar de nuevo visitarte, pero asumimos que posiblemente no nos abrirías la puerta. Yo quería hacer un esfuerzo, pero en realidad el sentimiento es mutuo: ninguno de los tres teníamos ánimos de verte. Solo siento un vacío. Y he decidido escribir esta carta.

Tu papá vivía para su perra. Le dijiste a tu hermana que se la botaron porque tenía garrapatas y pulgas, enfermedades que, si fueran ciertas, son curables. Pero nuestro amigo Heber me acaba de enviar un audio donde me cuenta que le contaste que la razón para botar a la perra, fue porque a tu pareja, esa mujer a la que describes como “la luz que ha iluminado mi camino”, simplemente “no le gustan los perros”.

Solo siento un vacío.
Y he decidido escribir esta carta.

Estuvimos en el asilo a ver a tu papá. Lo habías ingresado desde junio sin decírselo a su familia. Él nos dijo que quería volver a la casa, que “muchas cosas han cambiado”, que tú habías “hecho tu vida aparte” y, sobre tu más reciente pareja, dijo “pa’ qué hablar de eso”.

La trabajadora social contó que él nunca se adaptó al asilo, que siempre pregunta por ti, que su tristeza acrecentó su inapetencia y posterior debilidad, hasta que ocurrió la caída y la fractura.

Tú sabes mejor que nadie que un asilo en Cuba actualmente es un pasaporte para la muerte. En dos meses, tu papá entró caminando al asilo y ahora yace consumido, postrado, una sonda de orine oscuro sobre el vientre, y el mismo pijama desde hace días cubriendo la sarna que ha desarrollado.

Tuvimos una reunión con dos doctores, la directora del centro y la trabajadora social. Nos dijo que tu papá tenía un turno médico pendiente después de la operación, que no había ambulancia. Te sugirieron que pagaras un carro, y contestaste que no tenías economía para eso. Tu hermana acababa de mandar una remesa de 100 dólares a tu pareja. Y ustedes se fueron a Varadero.

Sé que dos hombres viviendo solos es duro. En más de una ocasión los vi irse a las manos. Pero sé que, por muchos años, hasta hace poco, tu papá caminaba treinta cuadras para llevarte el almuerzo. Y tú, siendo enfermero, no fuiste capaz de cuidarlo ni siquiera dos años.

El personal del asilo dice que la mayoría de los ancianos están igual de abandonados por sus familiares. La diferencia es que tú y ella trabajan en la Salud Pública de este país, y saben perfectamente el estado de los asilos.

Pero ustedes conocen los protocolos. Te personas solo cuando hay una urgencia. La directora del centro dice que solo has ido al asilo cuando te llaman por un problema, que ella te dijo “que tu papá pregunta por ti”, que tu excusa fue “que tenías mucho trabajo”. Incluso ella nos dijo que se dio cuenta de que le mentiste, al decirle que tenías trabajo fuera de la provincia.

Le dijiste a tu hermana que tu papá no tiene sarna. La doctora nos leyó su historia clínica, y confirmó que tiene escabiosis. Si estás tan convencido de que estás haciendo lo correcto, ¿por qué mientes?

Dijiste que la escalera al segundo piso era la escusa por la que tu papá no puede volver a la casa recién operado. La trabajadora social dice que nunca le mostraron fotos del interior de su hogar, donde dices que no hay condiciones para él.

Allí él funcionaba, con los achaques propios de su edad. Hasta que le obligaron a vivir con cinco personas extrañas, donde empezaron a medicarlo con gotas para calmar su lógica alteración, y de donde fue descartado para simple y matemáticamente hacer espacio.

Le obligaron a vivir con cinco personas extrañas.

Piensa en toda la gente que se ha alejado de ti. Una relación significa, según tus palabras, mucho más que “te cocinen y te atiendan”. Has dicho siempre “que tu debilidad es el sexo”. Esto te ha pasado ya otras veces. Pareces atraer el mismo patrón: mujeres buscando casa en La Habana.

Una mujer que, a solo dos semanas de vivir en tu casa, cuando tratamos de defender a tu papá, gritaba “¡esta es mi casa!”, levantaría sospechas en el menos suspicaz. Cualquier persona normal pensaría que ya habrías aprendido la lección.

Lamentablemente, tu mamá ya no vive para evitarlo. Primero se rompió el eslabón más débil: la perra, después tu papá, y el próximo serás tú.

Quiero pensar que lo que sientes por ella es amor, que has perdido la razón. Pero la religiosidad con que la describes como un ideal de perfección. Resulta aún más sospechoso, como si tuvieras que realizar un esfuerzo extra en convencer a los demás. Y quizás a ti mismo.

Me viene a la mente el viejo refrán: es mejor estar solo que mal acompañado. Quizás estás demasiado obnubilado para verlo. Llevas varios meses escuchando una voz que ha asfixiado tu individualidad, una voz que no te atreves a contradecir por temor a la soledad.

Para los que te vemos desde afuera, es como presenciar el descarrilamiento de un tren en cámara lenta: sabemos cuál es el resultado final, pero la inercia del peso es tan grande que ya uno no es capaz de detenerlo.

La toxicidad de esta relación parece haber sacado lo peor de ti. Especialmente, porque ambos trabajan en la Salud Pública, pero sobre todo porque se trata de tu propio padre.

Ella tirará siempre para los suyos y te pondrá al servicio de sus metas. Inducirá formas sutiles, para que tomes decisiones que sentirás como propias. Incluso si fueran tuyas, alguien que las apoya es igual de deshumanizado.

Quizás ella sacó lo que realmente llevabas escondido. Tu afán por la apariencia de normalidad. Una familia ideal, con dos hijos, aunque fuera una ilusión, era más importante para ti que cualquier otra cosa. Aunque sea una máscara, una fachada de virtudes.

No temas a ser distinto. El día que ella tenga solidificadas sus raíces en su nuevo territorio, sus hijos crecerán. Serás gradualmente minimizado, incluso se reirán de ti, hasta que te descarten en un asilo, o en la acera, frente a lo que antes había sido tu casa.

Pensarás entonces en tu padre, en la perra, en cosas que ahora mismo desconozco. Pedirás ayuda. Pero ya será tarde.

He tomado el cuidado de documentar todo esto, y mucho más con audios y mensajes de texto. No hice públicas las grabaciones de hace siete meses. Escribí entonces la crónica con otros nombres, por la amistad que existía. Pensé que te serviría como un espejo para que recapacitaras. Pero has llegado demasiado lejos esta vez.

Alguien que no siente empatía por los animales, ni por los ancianos, y ejerce tu profesión, es preocupante. Es cierto que la situación del país ha borrado los valores de muchas personas. El daño ético y moral será inconmensurable por generaciones. Pero si lo combinas con material genético propio en tierra fértil para su descontrol, el resultado puede ser abismal.

Se qué nuestra amistad no tiene futuro después de esta carta. Pero esto no es más que el entierro de un cadáver insepulto: la muerte tuvo lugar hace meses. Sabes que nunca he temido quemar las naves por decir lo que pienso. La amistad fue grande. Pero la injusticia y las mentiras han sido mayores.

La amistad fue grande. Pero la injusticia y las mentiras han sido mayores.

Trata de enmendar el poco tiempo que le queda a tu papá. Recuerda que su pronóstico es delicado después de la caída. Te sentirás mejor contigo mismo, en ese futuro que aún no puedes predecir.

Puedes marchar feliz al matadero. Es tu vida. Pero afectaste a otra persona.

Quería comunicártelo antes de que salieran las evidencias de las grabaciones, esta vez con los nombres y apellidos, para que tuvieras la oportunidad de confesarle la verdad a su familia. Y sobre todo a ti mismo.

Este es el preludio de una tormenta.







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La familia que siempre soñé

Miguel Coyula

“Y no voy a permitir ni una ofensa, ni opiniones de nadie, porque nadie sabe los problemas de nadie, por lo que le digo q por favor no traiga más a su compañera aquí a mi casa.”







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