El cuerpo en la Historia de Cuba, plataforma de la cancelación

“La vida es un derroche. Demasiado triste para vivir y demasiado cobarde para quitarme la vida”, me dije en un momento de profunda soledad tras haber escuchado algunas letras de Rafael Lechowski.

Luego, me descubrió Alberto Garrandés. Visto cuánto me ha aportado su literatura, no puede ser la relación de otra forma. Un escritor escribe sobre temáticas fundamentales desde su propio sentido. 

Yo, encontré mi universo en el cuerpo, un depósito en el cual crecen inmensas primaveras, desde una vulva menstruante en el sabor de los coágulos corriendo en forma de cascada sobre mi barba, hasta la música de John Patitucci entrando por cada parte de mi cuerpo. La literatura asume el cuerpo como centro, convirtiéndolo en parte esencial y directa de la creación. 

Para el otro señor que se sienta y escribe, textos, llenos de formalismos, de cancelaciones, de limitaciones, lleno de formas horribles de escribir cuando hablamos de historia.

La Historia que se escribe desde la academia cubana es aburrida. La Historia tiene que, como producción intelectual, primeramente seducir al lector y, desde Jorge Ibarra Cuesta, nunca más un historiador en Cuba ha sido capaz de divertir. Basta con revisar las últimas publicaciones en el polvo eterno de las librerías. 

Si existe una cancelación sobre el cuerpo en la historiografía cubana es una pregunta que, por obviedad en la respuesta, no suele dejar de ser una inmensa paradoja. 

En la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, alguien dijo que nos encontrábamos con cuarenta años de atraso con el resto del mundo.

En Cuba, esos estudios siguen siendo pequeños y feos. Recuerdo por allá, lejano en el vano imperio de la memoria, a alguien decir, en medio del Teatro Sanguily de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, que nos encontrábamos con cuarenta años de atraso con el resto del mundo. 

Quizás la frase que despertó a una muchedumbre gnoseológica tenía gran parte de razón. La generación que ha formado a mi generación en el universo de las ciencias sociales, al menos el espacio universitario habanero, se encuentra caducado. Es una marea de repeticiones de años en años y palabras tras palabras llenando las cabezas de hechos innecesarios. 

Mi lectura de Jean Paul Sartre y de José Pablo Feinmann me han llevado a la comprensión totalizante de la libertad. Cuando decimos una palabra propia internalizada, vista desde el nacimiento genuino de una imagen, ahí nace la libertad. 

Nada puede ser más hermoso que llamar a las cosas por su resignificación. El bollo es bollo y la pinga es pinga. Un gran número de historiadores cubanos visualizan un alejamiento entre el discurso y el cuerpo. Ahí se observa una de las causas del polvo eterno de los libros en las librerías del país. Los historiadores son popularmente tipos aburridos.

La importancia del sexo en Cuba se encuentra profundamente emanada a las metáforas. Ya Cristóbal Colón lo decía: “Esa noche oí volar pájaros”. Así, la imagen comenzaría a levantarse como estandarte de la oralidad que se mezclaría con la fuerza del indígena y la voz del negro. 

Imaginarnos sin una cama con dos cuerpos desnudos en una exaltación del deseo resulta alejado del cubano.

La literatura ha sabido recoger en sí misma la fuerza del cuerpo y el sexo. En Cuba no existe una Historia del Sexo, hemos citado al pensamiento occidental francés del siglo pasado postestructuralista; sin embargo, no se ha concebido una investigación sobre una temática tan impregnada en la mentalidad del cubano. 

La literatura cubana ha explorado el fenómeno del cuerpo a un nivel superior. Mirando hacia atrás y desempolvando nombres de la memoria, por mencionar solo algunos: Virgilio PiñeraJosé Lezama LimaReinaldo ArenasDulce María Loynaz y Guillermo Cabrera Infante. Mientras que en el campo historiográfico sobresalen las visiones de Maikel Colón Pichardo, Abel Sierra Madero y Julio César González Pagés. Es totalmente diferente en el gremio literario. 

El reto de la Historia sobre el cuerpo es la cancelación de los espacios, la lucha contra el poder y los discursos planteados por este. Imaginarnos sin una cama con dos cuerpos desnudos en una exaltación del deseo resulta alejado del cubano. 

Tras las pistas que los ancestros nos han dejado para caminar, debemos reconstruir. Segmentar la literatura como mismo ha sido segmentada la historia y el tiempo para su comprensión. Hecho que nos permite apropiarnos de una visión estética del cuerpo y profundizar en dicha temática prácticamente inexistente en Cuba. 

Una historiografía que cita textos de Foucault como dulces en fiestas.

El cuerpo y el sexo esconden en un lenguaje único las limitantes. En una historiografía que cita textos de Foucault como dulces en fiestas, es sorprendente el mar de distancia y vacío con la realidad de las nuevas perspectivas de comprensión y análisis. 

Varios pueden ser los motivos que han fomentado esto: la censura profunda y la parametración de ciertas tendencias historiográficas. También, el privilegio sobre ciertos enfoques clásicos de un marxismo ortodoxo que no ha favorecido el desarrollo de la ciencia histórica hacia terrenos contemporáneos. 

Se necesitan nuevos enfoques y visualizar una Historia dinámica del cuerpo desde el enfoque literario. Mirar hacia la creación literaria, analizar las generaciones que se han sucedido en el campo literario cubano para desentramar un ser que fluye entre la masa humana que llena y diversifica las aguas en tempestades. 

Reunir en la narración otra narración explicativa, que unifique el cuerpo y lo popular de una música en medio de Cayo Hueso.


© Imagen de portada: Joyce McCown.




Carlos A Aguilera

Sobre la transficción, la translectura y otras naderías

Adriana Normand

Teoría de la transficción es uno de los libros más valientes de la Editorial Hypermedia. Es una antología de escrituras que han decidido mutar su estructura celular y burlarse de los bordes, ignorar los límitesAguilera se toma el trabajo de desmenuzar el concepto de transficción desde varias de sus aristas.