La última investigación

Hace ya muchos años, un amigo mío pasó una estadía de investigación en un país nórdico. Su proyecto científico consistía, entre otras cosas, en detectar la expresión de una proteína mediante una técnica que se conoce como dot-blot. El sistema de detección que usó mi amigo estaba basado en una reacción que, de dar positiva, revelaría un punto rojo de unos cuantos milímetros de diámetro sobre una membrana de nitrocelulosa.

El problema fue que la detección no dio el resultado esperado según la hipótesis del profesor que dirigía el laboratorio. Mi amigo hizo el experimento varias veces, el punto rojo no apareció y el profesor, lejos de reconsiderar su hipótesis, le ordenó repetir y repetir el experimento. Así, un montón de veces hasta que un día, semanas después de esfuerzos infructuosos, el famoso punto rojo apareció sobre la membrana de nitrocelulosa.

Mi amigo fue hasta la oficina del jefe del laboratorio, le enseñó el punto y todo fue alegría. ¡Al fin el proyecto había funcionado! ¡Al fin la hipótesis había quedado demostrada! Al fin los fines y ahora, dijo el profesor, había que continuar el proyecto con tales y más cuales experimentos. Mi amigo lo dejó terminar, se sacó un plumón rojo del bolsillo de su bata de laboratorio e, impertérrito, le dijo que esa manchita la había dibujado él. Al profesor casi le da un síncope, y mi amigo tuvo que cambiar de laboratorio.[1]     

Hace poco recordé esa historia mientras leía el libro The Last Investigation (La última investigación), del escritor y propagandista americano Gaeton Fonzi. Un libro que tuve que leer porque es casi una biblia para esos que creen, o necesitan creer, que la muerte de John Fitzgerald Kennedy (JFK) debe ser adjudicada al establishment de los Estados Unidos de Norteamérica y, como su brazo ejecutor, a la Agencia Central de Inteligencia.

Ese reconocimiento llevó a Fonzi a creer, junto con muchos otros y también con muchísima razón, que la muerte de JFK sufrió un proceso de encubrimiento por parte de las autoridades encargadas de esclarecer ese hecho.

Lo primero que llama la atención en el libro de Fonzi es ese tono socarronamente ideológico que muchos cubanos podemos reconocer a mil leguas de distancia. Una forma de expresar ideas que siempre se presentan como respaldadas por hallazgos incontrovertibles y serias investigaciones pero que nunca, por desgracia, dejan de recordarnos las “intervenciones” de Ricardo Alarcón o Carlos Aldana allá en Cuba.

A veces la socarronería ideológica de Fonzi se resquebraja para dejar pasar unas consignas tan directas como “espero que este libro lo ponga bravo… muy bravo”;[2] o que “los lobos de la oligarquía esperan en esa oscuridad”.[3] Al final, hay que reconocer que es su derecho pasarnos gato por liebre, y pretender presentar como lógico y racional un discurso que parece diseñado para levantar más sentimientos que pensares.

Esa indignación a la que aspira Fonzi parte de reconocer, con muchísima razón, que JFK fue víctima de una conspiración para asesinarlo y no, como el establishment siempre ha insistido en repetir, de un lobo solitario y desequilibrado como Lee Harvey Oswald. 

Ese reconocimiento llevó a Fonzi a creer, junto con muchos otros y también con muchísima razón, que la muerte de JFK sufrió un proceso de encubrimiento por parte de las autoridades encargadas de esclarecer ese hecho. O sea, que los encargados de descubrir qué fue lo que realmente sucedió decidieron echarle tierra a la hipótesis de la conspiración e insistieron en decir que todo había sido obra de un desequilibrado de apellido Oswald. 

Los defensores de esa relación causal han creado una narrativa que dice más o menos así: JFK quería la paz, y los halcones guerreristas del establishment decidieron deshacerse de él.

Hasta ahí, todo bien con Fonzi. 

Ya hoy está claro que hubo una conspiración y que existió, y todavía existe, un encubrimiento de esa conspiración. No contento con eso, sin embargo, Fonzi se lanzó a establecer una relación causal entre encubrimiento y culpabilidad. Para él, y para muchos de los defensores de la idea de que la CIA es la culpable, ese encubrimiento denota un reconocimiento tácito de la propia culpabilidad del establishment y de la Agencia. 

Los defensores de esa relación causal han creado una narrativa que dice más o menos así: JFK quería la paz, y los halcones guerreristas del establishment decidieron deshacerse de él. Para lograrlo se encargaron de que la CIA reclutara y usara a un desequilibrado, llamado Lee Harvey Oswald, que había vivido en la URSS y, por tanto, podía ser declarado como sospechoso de haber matado al presidente de parte de los soviéticos. Esa sospecha, junto con la necesidad de no poder reconocerla para evitar una posible guerra nuclear, habría servido de justificación para echarle tierra al asunto. De esa forma, el encubrimiento implicaría la culpabilidad. 

Cada vez que me encuentro con alguno de los propugnadores de esa idea, compruebo que les cuesta mucho trabajo responder a las siguientes preguntas: 

¿Cómo es posible que la CIA lograra reclutar, en tan poco tiempo, a un tipo como Oswald, que ya llevaba años profesando el credo socialista, que había estado más de dos años en la URSS, que al parecer reveló importantes secretos militares estadounidenses a los soviéticos, y que había regresado de la URSS sin la más mínima muestra de arrepentimiento? 

¿Conocen ustedes a alguien que también pudiera estar interesado en matar a Kennedy y que, además, fuera adicto a los fusilamientos, alguien, por ejemplo, con barba y cientos de personas fusiladas? 

¿Si la CIA quería deshacerse de Kennedy, que era un hombre profundamente enfermo, mujeriego, promiscuo, y dependiente de medicamentos, por qué tuvo que hacerlo usando algo tan aparatoso y poco elegante como un fusilamiento público?

¿No habría sido más fácil y deseado, para esos caballeros que manejaban a la CIA, uno de esos venenos que no dejan rastros, o la sobredosis de alguno de los tantos medicamentos que tomaba Kennedy? 

¿Si tanto interés tenían en deshacerse de él, porque no le crearon un escándalo con la amante que compartía con un mafioso de renombre, o con las drogas alucinogénicas que compartió con la esposa de uno de sus subordinados?

¿Conocen ustedes a alguien que también pudiera estar interesado en matar a Kennedy y que, además, fuera adicto a los fusilamientos, alguien, por ejemplo, con barba y cientos de personas fusiladas? 

Esa idea de que, en caso de querer, el establishment estadounidense solo podría deshacerse de Kennedy mediante un burdo fusilamiento público es una idea que, en mi opinión, tiene más de proyección psicológica que de cualquier otra cosa.

Al mismo tiempo, creer que el encubrimiento implica culpabilidad es ignorar que muchas personas e instituciones americanas tenían razones de sobra para encubrir la muerte de Kennedy sin que esas razones implicaran, ni remotamente, culpabilidad alguna en la ejecución de esa sentencia de muerte. 

La CIA, por su lado, tiene que haberse dado cuenta, desde el mismo 22 de noviembre de 1963, de que bien pudo haber sido víctima de una operación de falsa bandera.

Tanto el FBI como la CIA, por ejemplo, se dieron cuenta desde el mismo 22 de noviembre de 1963 de que eran culpables de una grosera negligencia en el ejercicio de sus deberes. Habían fallado, a pesar de tener una gran cantidad de indicios frente a sus narices, en reconocer que Oswald era un peligro potencial y que merecía mucho más control y seguimiento del que había recibido.

Hoy se sabe que, en los días posteriores a la muerte de Kennedy, el FBI inició una investigación interna sobre los fallos que habían llevado a que algo así pudiera suceder. Como consecuencia de esa investigación interna, Edgar J. Hoover, el jefe del FBI, terminó censurando secretamente a cinco agentes de investigación, a un supervisor territorial, a tres agentes especiales, a cuatro supervisores de sedes territoriales, a dos jefes de secciones de sedes territoriales, a un inspector, y a William Sullivan, uno de los subdirectores del FBI.[4]

Todo eso ocurrió de forma interna y secreta, y eso es algo que indica que el FBI sí pudo haber tenido un gran interés en negar cualquier conspiración, para así presentar a Oswald como un lobo solitario; o sea, como una persona contra la que ningún servicio de Inteligencia, o Contrainteligencia, podía haber hecho mucho.

La CIA, por su lado, tiene que haberse dado cuenta, desde el mismo 22 de noviembre de 1963, de que bien pudo haber sido víctima de una operación de falsa bandera diseñada para colgarle una culpa con la que nada tenía que ver. De ser así, era mejor mantener en discreción muchos de los contactos que Oswald había hecho con personas vinculadas a la Agencia y, sobre todo, con esos cubanos anti castristas que podían ser vinculados directa o indirectamente con ella. 

Lyndon B. Johnson, y la élite del Partido Demócrata de la época, también tienen que haberse percatado de que reconocer que la muerte de Kennedy había sido obra de soviéticos y/o castristas los pondría en una situación muy delicada.

Reconocer esos contactos, al menos de forma inmediata, habría implicado tener que dar demasiadas explicaciones, y hablar de otras operaciones que ellos, como cabría esperar, no tenían el más mínimo interés en revelar. Eso es algo que indica que, en algún momento, la CIA también pudo haber desarrollado un gran interés en negar cualquier conspiración, y en presentar a Oswald como un lobo solitario.

Lyndon B. Johnson, y la élite del Partido Demócrata de la época, también tienen que haberse percatado de que reconocer que la muerte de Kennedy había sido obra de soviéticos y/o castristas los pondría en una situación muy delicada. Sobre todo, si se descubría que los asesinos habían actuado en represalia al plan en marcha de la CIA de eliminar a Fidel Castro mediante un atentado —también con un fusil de alta potencia, por cierto— que ejecutaría el supuesto agente de la Agencia Rolando Cubela.   

Para los Demócratas, reconocer esa conspiración implicaría reconocer que el chico pancarta de la nueva política americana, el sagrado paladín de la distención y la paz, el abanderado de la alianza para el progreso, fue tan tonto que se puso a jugar a los gánsteres con verdaderos profesionales de ese oficio, y terminó siendo el objeto de un fusilamiento público. Eso, a menos de un año de las elecciones presidenciales de 1964, habría sido devastador para un partido, el Demócrata, que ya desde esa época era un furioso defensor de los déspotas de izquierda como Fidel Castro.                  

El Departamento de Estado, que ya desde mucho antes estaba penetrado hasta el tuétano por los agentes del socialismo internacional, enseguida se las arregló para insistir en que molestar a los soviéticos, con indagaciones acusatorias, podría implicar un deterioro de las relaciones y un escalado de las tensiones nucleares. En pocas palabras: a la paz mundial también le convenía que no hubiera existido una conspiración, y que todo hubiera sido obra de un lobo solitario. 

De más está decir que la CIA negó, casi desde el mismo 22 de noviembre de 1963, haber tenido contacto alguno con Oswald.

Todo esto indica que el encubrimiento de la conspiración para el asesinato no tiene que haber significado, en absoluto, la culpabilidad de los encubridores en esos hechos. Para los que todavía puedan tener alguna duda al respecto, los remito a la información, referida por el propio Fonzi, de que “la familia Kennedy… temerosa de exponer los pecadillos de Jack Kennedy, realmente nunca quiso una investigación”.[5] Creo que a nadie se le ocurría pensar que la familia de Kennedy tuvo culpa alguna en su asesinato y, sin embargo, parece ser que en alguna medida sí la tuvieron en el encubrimiento.

Fonzi siempre fue inmune, o refractario, a esas consideraciones y continuó, imparable, en la búsqueda de esa ballena blanca que, en cuanto emergiera de las profundidades del encubrimiento, le permitiría insinuar que el establishment y la CIA tuvieron algo que ver con el asesinato de JFK. 

Fue así como Fonzi se convirtió en un hombre con misión y una vida de misionario. El gran problema que tuvo, sin embargo, fue que sus convicciones solo podrían tener un mínimo de sustento si él era capaz de demostrar que la CIA había tenido contactos con Lee Harvey Oswald antes del asesinato de JFK. Solo de esa forma se podría adelantar la idea de que la CIA usó esos contactos para convencer a Oswald de que dejara de ser un socialista convencido y se decidiera a asesinar a un presidente americano de parte de una agencia creada, precisamente, para luchar contra ese mismo credo socialista que Oswald profesaba.

De más está decir que la CIA negó, casi desde el mismo 22 de noviembre de 1963, haber tenido contacto alguno con Oswald desde que este había regresado de la URSS. Una aseveración muy difícil de creer por dos razones fundamentales. 

La primera razón es que Oswald, antes de desertar hacia la URSS, había trabajado en los radares de la base militar de Atsugi, en Japón, una de las pocas bases usadas por la CIA para conducir sus vuelos espías con los aviones U2. 

A partir de abril de 1963 Oswald, ya de regreso en los EE. UU., empezó su proceso de cubanización.

Para que se tenga una idea de la importancia de ese dato, en aquel momento esa era la estación más importante de la CIA fuera de Langley, Virginia; y ese programa de aviones espías proveía a la Agencia con más del 90% de sus estimados de Inteligencia sobre las capacidades militares de la URSS.[6]

En cuanto Oswald llegó a la URSS, en octubre de 1959, le hizo saber a un funcionario consular de la embajada de los Estados Unidos que él había trabajado como operador de radares, y que ya había decidido darle a la URSS el “conocimiento que había adquirido mientras estuvo ejerciendo su especialidad en el Cuerpo de Marines”.[7] Unos pocos meses después, en mayo de 1960, los soviéticos pudieron al fin, después de años de intentos infructuosos, tumbar el primer avión U2 y apresar al piloto americano Gary Powers.

Es imposible pensar, entonces, que después de su regreso desde la URSS, casado con la sobrina de un coronel de la policía política soviética, y sin mostrar la más mínima señal de arrepentimiento, Oswald no hubiera sido objeto de varios interrogatorios, contactos y seguimientos por parte de la CIA. Cualquiera que sepa como trabajaba James Jesus Angleton, el legendario jefe de contrainteligencia de la Agencia, sabe que eso es sencillamente imposible de creer.

Al mismo tiempo, a partir de abril de 1963 Oswald, ya de regreso en los EE. UU., empezó su proceso de cubanización. Para eso se dedicó a crear una sucursal, en Nueva Orleans, de la organización castrista Fair Play for Cuba Committee (Comité para el juego limpio con Cuba), intentó penetrar la organización anticastrista Directorio Estudiantil Cubano, tuvo un altercado con el líder anti castrista Carlos Bringuier, y dio varias entrevistas en radio y televisión en las que defendió furibundamente al castrismo

Muchos creen que Oswald hizo todo eso porque quería crear las credenciales necesarias para poder obtener una visa cubana. Como se verá después, otras pueden haber sido las razones de Oswald para “cubanizarse”. Lo inobjetable, sin embargo, es que ese exabrupto de cubanización tiene que haber llamado la atención de la CIA, y tiene que haber generado otra ronda de interrogatorios, contactos, y seguimientos por parte de la Agencia. A pesar de esas consideraciones, que son innegables, la CIA siempre negó haber tenido contactos con Oswald. 

¿Por qué la CIA negó haber tenido contactos con Oswald?

Es esa negación la que Fonzi utiliza, una vez más, como prueba de encubrimiento y, por tanto, de culpabilidad. Es esa negación la que llevó a Fonzi a creer, como creen los creyentes, que cualquier prueba de la existencia de un contacto entre la CIA y Oswald antes del asesinato de JFK, aunque haya sido para un intercambio irrelevante, podría ser utilizada como demostración de que la Agencia había mentido, de que había encubierto y de que era, según esa lógica torcida, culpable de estar involucrada en el asesinato del presidente americano.

¿Por qué la CIA negó haber tenido contactos con Oswald? Una respuesta evidente es que haber reconocido esos contactos implicaría reconocer que eran culpables de una grosera negligencia en el ejercicio de sus deberes. Además, reconocerlos podría haber creado el marco adecuado para que algunos, como Fonzi, avanzaran la narrativa de que Oswald fue manejado por la CIA para asesinar a Kennedy. 

Otra respuesta a esa pregunta es una posibilidad que Fonzi evita en su libro con una disciplina rayana en la obediencia ideológica. Me refiero al hecho de que la extraña cubanización de Oswald, sus relaciones con cubanos anti castristas, y los posibles contactos que pudo haber tenido con la CIA, bien pudieron haber sido parte de eso que en el argot del trabajo de Inteligencia se conoce como una operación de falsa bandera. Una estrategia diseñada por los verdaderos asesinos de Kennedy para intentar, después del asesinato, adjudicarle la muerte del presidente a personas, países, o instituciones, que nada tuvieron que ver con esa muerte. 

Según la lógica de una operación de falsa bandera, diseñada para acusar a la CIA, los manejadores reales de Oswald pueden haberle ordenado que hiciera contactos con agentes de esa organización, con cubanos anti castristas controlados por esa organización y, de ser posible, con cuantos operadores y dirigentes de esa organización como pudiera. 

Como acompañamiento final del embarre, Veciana también creó un falso diario del profesor para que fuera “descubierto” y analizado después del atentado en Chile.

Esos contactos serían debidamente documentados y guardados para después ser “descubiertos” y utilizados como “pruebas fehacientes” o “sospechas” de que la CIA había estado detrás del asesinato del presidente. En caso de que la Agencia se defendiera negando el embarre de esos contactos, esa negación sería utilizada para acusar siguiendo la lógica de la negación equiparada con la culpabilidad. En pocas palabras: una buena operación de falsa bandera siempre genera, para el objetivo que la sufre, una situación de “perder o perder”.    

Alguien podría pensar que Fonzi era un desconocedor de los elementos básicos del trabajo de Inteligencia, que pudo haber ignorado la existencia de esas operaciones y que, por tanto, no pudo haber seguido esa línea de indagación en sus investigaciones. Algo, sin embargo, que echa por tierra esa posibilidad es que en la página 163 de La última investigaciónaparece descrita, con claridad meridiana, una operación de falsa bandera.

La describe el testigo estrella de Fonzi —el cubano Antonio Veciana— como parte del atentado que él organizó contra Fidel Castro durante la visita del sátrapa cubano a Chile, en noviembre de 1971. Según Veciana, él se las arregló para fotografiar en Caracas, Venezuela, a los futuros ejecutores del atentado contra Castro mientras hablaban con un profesor soviético que ya había sido identificado como agente de la KGB.

Además de esas fotos, Veciana logró crear, dentro de los archivos de la Inteligencia venezolana, un falso dossier de seguimiento de ese agente soviético. Un expediente que documentaba su contacto con los cubanos que ajusticiarían a Castro. Como acompañamiento final del embarre, Veciana también creó un falso diario del profesor para que fuera “descubierto” y analizado después del atentado en Chile. Todo eso sería usado, a través de escritores, periodistas e investigadores, para crear una campaña de propaganda y medidas activas encaminadas a hacer avanzar la narrativa de que el asesinato de Castro había sido una operación de la KGB, para poner en Cuba a alguien menos conflictivo que él.

A pesar de saber eso, Fonzi no menciona en su libro, ni una sola vez, la posibilidad de que Oswald haya sido utilizado, entre otras cosas, para crear una operación de falsa bandera encaminada a endilgarle el asesinato de JFK a la CIA. Lejos de reconocer esa posibilidad, Fonzi se dedicó, con obsesión de Ahab, a buscar la ballena blanca del contacto de la CIA con Oswald para entonces, y según su propia lógica, crear la relación de la Agencia con la muerte del presidente americano. 

Todas, absolutamente todas las organizaciones anti castristas en los EE. UU. también estaban profundamente penetradas, o controladas, no solo por la CIA sino también por el FBI.

Una de las líneas de investigación que Fonzi desarrolló fue averiguar si Oswald había tenido contactos con cubanos anti castristas, o con organizaciones cubanas anti castristas. Según él, esos contactos le permitirían demostrar, bajo la absurda lógica de ser culpables por asociación, que Oswald había sido manejado por la CIA y que había trabajado con los cubanos anti castristas, también manejados por la CIA, para asesinar a JFK.

Algo que llama mucho la atención es que, durante sus búsquedas del vínculo anti castrista, Fonzi ignoró olímpicamente tres elementos muy importantes. El primero es que el anti castrismo pudo haber estado, y de hecho siempre lo estuvo, penetrado por el castrismo. Una penetración que habría permitido que muchas de las “pistas”, lejos de ser reales, pudieron haber sido plantadas por la Seguridad del estado castrista como parte de una operación de falsa bandera. 

El segundo elemento es que todas, absolutamente todas las organizaciones anti castristas en los EE. UU. también estaban profundamente penetradas, o controladas, no solo por la CIA sino también por el FBI. El tercer elemento, y quizás el más importante, es que tanto la CIA como el FBI estaban penetrados por el Inteligencia soviética, de forma tal que algunos de los errores cometidos por esas dos agencias pudieron haber sido consecuencia de trabajo enemigo y no de pifias reales.[8]     

A rechazo de todas esas consideraciones, las páginas de La última investigación están llenas de los esfuerzos infructuosos, y de las muchas pistas falsas, que el pobre Fonzi tuvo que seguir, como un héroe mitológico, para explorar la hipótesis de los contactos de Oswald con el anti castrismo y, por tanto, con la CIA. Al final, sus pesquisas solo generaron una sola pista medianamente creíble.

Para Fonzi, esa prueba de que Oswald había estado vinculado indirectamente a la CIA, a través del anti castrismo, era muy importante.

Ya desde 1963, una cubana vinculada al anti castrismo, llamada Silvia Odio, había declarado al FBI que en septiembre de ese año tres individuos se habían presentado en su casa en Dallas, Texas, para pedirle que los ayudara en sus actividades contra Castro. La señora Odio aseguró que uno de esos individuos le fue presentado como León Oswald, y se parecía mucho a Lee Harvey Oswald.

A pesar de la enorme cantidad de interpretaciones alternativas que pueden ser imaginadas, a partir de esa declaración de la señora Odio, Fonzi siempre se apuntó a la idea de que esa declaración era verídica y demostraba, sin lugar a dudas, que Oswald tuvo relaciones con la CIA a través del anti castrismo. 

Fonzi no alcanzó a discutir la posibilidad de que Oswald pudo haberse presentado en esa casa como parte del embarre previo que siempre acompaña a una operación de falsa bandera, o que fue alguien muy parecido a él quien se presentó y solo para confundir, o que la señora Odio, que en el momento de su declaración al FBI tenía a sus padres presos en Cuba, pudo haber sido chantajeada por el castrismo para que mintiera, o para que no dejara de mencionarle al FBI una verdad: la de la visita real o ficticia de Oswald. Una información que al castrismo pudo haberle interesado que fuera referida por alguien con sólidas credenciales anti castristas.

Para Fonzi, esa prueba de que Oswald había estado vinculado indirectamente a la CIA, a través del anti castrismo, era muy importante. Ese vínculo, aunque fuera establecido a través de una prueba tan endeble como la de Silvia Odio, podría servir de antesala, o de preparación psicológica, para la búsqueda, el hallazgo, y la presentación ante la opinión pública, de alguien dispuesto a declarar que había presenciado un contacto directo de la CIA con Oswald. Si ese alguien era, además, un cubano anti castrista, pues mejor. De esa forma, Silvia Odio se convirtió en algo así como el arpón y el hilo conductor que le permitiría a Fonzi hacer emerger a la gigantesca ballena blanca que tanto necesitaba.

Fonzi fue a ver a Veciana, le enseñó una buena foto de Phillips y el interrogado la observó con detenimiento.

Sus esfuerzos se vieron premiados cuando, en 1976, un cubano anti castrista llamado Antonio Veciana le confesó a Fonzi que había trabajado para la CIA durante muchos años. Mientras contaba su historia, Veciana dejó caer, incidentalmente, que en septiembre de 1963 él había presenciado un contacto directo entre el oficial de la CIA que lo atendía, al que identificó con el nombre de Maurice Bishop, y nada más y nada menos que Lee Harvey Oswald.

En ese punto de La última investigación recordé aquella anécdota de mi amigo con el profesor nórdico y aquel punto rojo sobre la membrana de nitrocelulosa. Ver a Fonzi aceptar literalmente la historia de Veciana, como aceptan los niños la existencia de los unicornios, me hizo recordar que incluso las personas entrenadas en el método científico, como aquel profesor de mi amigo, pueden correr el riesgo de aceptar cualquier cosa que valide esas hipótesis que ellos, lejos de proponer, defienden como si de una cuestión de principios se tratara.

Cuando recibió esa información Fonzi reconoce que estuvo a punto de caerse mentalmente de la silla por culpa de la emoción.[9]  Pudo haber gritado un ¡Bingo! mental antes de darse a la tarea de averiguar si había alguien en la CIA llamado Maurice Bishop. Como cabría esperar, el resultado fue negativo, pero él, lejos de amilanarse, decidió usar la memoria de Veciana para crear un retrato hablado del tal Bishop. Una imagen que muy pronto alguien reconoció como muy parecida a un oficial de Inteligencia llamado David Atlee Phillips.

Fonzi fue a ver a Veciana, le enseñó una buena foto de Phillips y el interrogado la observó con detenimiento. Al final dijo que no estaba seguro y que sería mejor ver al tal Phillips en persona. Fonzi pagó asientos en la mesa de un banquete en el que estaría Phillips, llevó a Veciana, lo sentó frente a su objetivo y su interrogado volvió a mirarlo detenidamente. Al final dijo que ese no era el tipo. Fonzi pensó que Veciana podía estar mintiendo por temor a represalias de la CIA y decidió llevarlo a declarar frente a una comisión senatorial. Veciana fue y declaró. Volvieron a preguntarle si Bishop era Phillips y —bajo juramento y so pena de perjurio— volvió a decir que ese no era el tipo.

Si Bishop fue Phillips, como todo parece indicar, estamos hablando de un verdadero profesional del trabajo de Inteligencia.

En 1993 Fonzi publicó la primera edición de La última investigación y para esa fecha todavía Veciana no había hablado. Phillips falleció en 1988 sin ser identificado como Bishop. Fonzi falleció en el 2012 sin haber podido confirmar que Phillips era Bishop. Solo en el año 2013 Veciana finalmente habló. Lo hizo en una nota enviada a la viuda de Fonzi en la que decía, aleluya, que David Atlee Phillips era el mismo Maurice Bishop que le había presentado a Lee Harvey Oswald allá en Dallas, Texas.[10] Ese mismo año, 2013, salió publicada la edición final de La última investigación, y los fuegos artificiales deben haber estallado en las cabezas de los adictos a la teoría de que la CIA era culpable.

A mí me resulta muy difícil entender que existan personas capaces de establecer una relación de credibilidad entre el hecho (muy probable) de que Phillips haya sido Bishop, y el hecho de que Veciana haya dicho la verdad cuando refirió que su manejador la presentó a Oswald, en septiembre de 1963, sin que mediara necesidad operativa alguna de esa presentación. 

Si Bishop fue Phillips, como todo parece indicar, estamos hablando de un verdadero profesional del trabajo de Inteligencia. Un hombre al que E. Howard Hunt, el agente de la CIA que lo reclutó, describe como “uno de los agentes más efectivos que he conocido… un profesional de profesionales que recibía sus órdenes de lo más alto”.[11] Podrían parecer palabras, pero lo cierto es que ya para 1963 Phillips-Bishop había reclutado para la CIA a un alto líder del Partido Comunista chileno, había participado en el derrocamiento de Jacobo Arbenz, había desarrollado una buena parte de la oposición inicial al castrismo y había montado, en la Ciudad de México, varias operaciones exitosas contra la Inteligencia castrista. 

Con esas informaciones de fondo, resulta muy difícil creer que Phillips-Bishop hubiera sacrificado el sagrado principio de compartimentación para dejarse ver, sin que mediara necesidad operativa alguna, con un tipo como Oswald. Un tipo que ya para ese momento arrastraba una larga lista de sospechas. Incluso, en el supuesto caso de que la CIA estuviera intentando reclutar a Oswald, habría sido absurdo dejarse ver con él sin necesidad de hacerlo. Si algo queda claro, a partir del famoso contacto descrito por Veciana, es que en ningún momento Phillips le habló de Oswald o de la razón por la que había decidido presentárselo.

Cualquier persona medianamente racional habría aceptado que, como mínimo, Veciana no era una fuente confiable.

A pesar de esa inconsistencia muchas personas, incluida la propia viuda de Fonzi, se apuntaron y todavía hoy se apuntan a la idea de que Veciana fue una fuente fiable y que las dos cosas que dijo eran verdad. Una aceptación que para mí tiene más de pensamiento deseoso que de cualquier otra cosa. Sobre todo, si tomamos en cuenta todos esos años que Veciana pasó mintiendo, si al final dijo la verdad; o la gran mentira que dijo al final, si pasó todos esos años diciendo la verdad. 

Cualquier persona medianamente racional habría aceptado que, como mínimo, Veciana no era una fuente confiable. Algo que refuerza esa idea es que en las memorias de Veciana, tituladas Entrenado para matar (Trained to Kill) y publicadas en el año 2017, aparecen varios pasajes en los que Veciana da una versión diametralmente opuesta a la que Fonzi refiere en su libro sobre el mismo hecho.

Por ejemplo, Fonzi dice que, durante la preparación del atentado a Castro en Chile, Veciana dio el “libretazo” de querer involucrar a dos espías de la KGB en Venezuela y que, cuando Bishop-Phillips y la CIA se enteraron, y le exigieron explicaciones, él las dio y tanto su manejador como la Agencia las entendieron, pero Bishop-Phillips “sugirió que cortaran sus relaciones”.[12]

En sus memorias, sin embargo, Veciana deja bien claro que él intentó involucrar a un solo espía de la KGB y que, cuando Bishop se enteró del “libretazo”, lejos de entender, le dijo “mi gente ha sospechado de ti desde hace tiempo. Me avisaron sobre ti. Y yo estúpidamente te defendí. Me traicionaste”.[13]

Ante esas dos versiones diametralmente opuestas cada cual puede creer la que mejor le parezca, pero lo cierto es que cualquier persona medianamente pensante es capaz de entender que ambas versiones anulan sus respectivas credibilidades. 

No, le dije, no pienso que acepte ningún pago. Pienso que él es un comunista de verdad. Es fiel al partido

Igual, en otro pasaje de su libro Fonzi dice que en 1964 Bishop-Phillips, sabiendo que su agente tenía un primo llamado Guillermo Ruiz que trabajaba para la Inteligencia castrista en Ciudad de México, le preguntó a Veciana si era posible ofrecerle dinero al primo para que firmara una declaración describiendo los contactos de Oswald con los castristas en esa ciudad. Según Fonzi, Veciana lo tomó como si esa táctica pudiera funcionar porque, como me dijo, “Ruiz era alguien al que siempre le había gustado el dinero”.[14]

En sus memorias, sin embargo, Veciana describe exactamente la misma propuesta de Bishop-Phillips, pero también refiere que su respuesta fue: “No, le dije, no pienso que acepte ningún pago. Pienso que él es un comunista de verdad. Es fiel al partido”.[15]   

Una vez más, ante esas dos versiones diametralmente opuestas cada cual puede creer la que mejor le parezca, pero lo cierto es que cualquier persona medianamente pensante es capaz de entender que ambas versiones anulan sus respectivas credibilidades.

Si le damos valor confesional a las últimas palabras dichas por alguien, podríamos pensar que la verdad está más cerca de lo que dijo Veciana en su libro que de lo que dijo Fonzi en el suyo.[16] La realidad, por desgracia, es que solo una cosa podemos saber con certeza, y es que la credibilidad de Veciana no alcanza para establecer relación alguna entre la muerte de John Fitzgerald Kennedy y el establishment de los Estados Unidos. 

Veciana se desdijo tantas veces que hay que ser un verdadero creyente para no reconocer que al final terminó convirtiendo a la ballena blanca de Fonzi en una simple majúa albina… con un punto rojo en su aleta caudal.  


© Imagen de portada: El presidente John F. Kennedy con su esposa, Jacqueline Kennedy, y el gobernador de Texas John Connally en la limusina presidencial, minutos antes de los disparos.




Notas:
[1] Ahora no recuerdo si el hecho le ocurrió a mi amigo o a un colega suyo en ese laboratorio. Decidí usar la primera variante porque es más fácil de narrar y no cambia para nada la enseñanza de esa historia.  
[2] Fonzi, Gaeton: The Last Investigation, Skyhorse Publishing, New York, 2013, p. 26.
[3] Ibídem, p. 23.
[4] Epstein, Edward Jay: Legend, EJE Publication, New York. 2011, p. 357. 
[5] Fonzi, Gaeton: The Last Investigation, Skyhorse Publishing, New York, 2013, p. 207.
[6] Epstein, Edward Jay: Legend, EJE Publication, New York. 2011, p. 67.
[7] Ibídem, p. 107.
[8] La Inteligencia soviética ya tenía en esa época una larga historia de penetraciones exitosas de los servicios de Inteligencia occidentales. Sus agentes fueron desde Kim Philby, quien llegó a ser jefe de la Contrainteligencia británica, hasta Heinz Felfe, quien también llegó a ser jefe de la contrainteligencia de Alemania Occidental. Esos nombres indican que los soviéticos tenían esas líneas de penetraciones entre sus máximas prioridades. Teniendo en cuanto que el “enemigo principal” siempre fueron los Estados Unidos, y que durante el largo mandato de Roosevelt la Inteligencia soviética logró un alto nivel de penetración dentro de la burocracia americana, es imposible pensar que, ya para 1963, no tuvieran agentes emplazados en los altos niveles de la Inteligencia y Contrainteligencia estadounidense. En 1961, el mayor de Inteligencia soviética Anatoli Golitsin desertó hacia los EE. UU., y una de sus revelaciones fue que la KGB había logrado emplazar a un agente suyo en los más altos niveles de la Inteligencia americana. Aunque la revelación de Golitsin fue después empañada por la llegada de otro desertor, llamado Yuri Nosenko, lo cierto es que hasta hoy no se ha podido descartar completamente la posibilidad de esa penetración. 
[9] Fonzi, Gaeton: The Last Investigation, Skyhorse Publishing, New York, 2013, p. 150.
[10] Ibídem, p. 481.
[11] Hunt, E. Howard: American spy, John Wiley and Sons. New Jersey, 2007, p. 141.
[12] Fonzi, Gaeton: The Last Investigation, Skyhorse Publishing, New York, 2013, p. 162.
[13] Veciana, Antonio; Harrison, Carlos: Trained to kill, Skyhorse Publishing. New York, 2017, p. 179.
[14] Fonzi, Gaeton: The Last Investigation, Skyhorse Publishing, New York, 2013, p. 167.
[15] Veciana, Antonio. Harrison, Carlos: Trained to kill, Skyhorse Publishing, New York, 2017, p. 125.
[16] Resulta muy llamativo que tanto el libro de Fonzi como las memorias de Veciana fueron publicadas por la misma editorial (llamada Skyhorse Publishing) y, sin embargo, los editores fueron incapaces de señalar, en ambos libros, los puntos en los que las versiones de cada autor se contradicen abrumadoramente. Creo que un buen ejercicio de coherencia intelectual habría hecho necesario señalar esas contradicciones. Tampoco puedo dejar de notar, como una coincidencia, que a Fidel Castro le decían “el caballo”, y que una posible traducción de Skyhorse Publishing es Publicaciones Caballo Celestial.   




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1966, fiebre de ajedrez en La Habana

Alfredo Triff

¿A qué se debió el frenesí ajedrecístico en la Cuba de los años 60?