El 11 de julio pasado el pueblo cubano se lanzó a las calles para protestar, e inmediatamente el Gobierno culpó de ello a la Covid-19 y al bloqueo económico que Estados Unidos impone a Cuba.
Puede que las carencias y frustraciones creadas por la pandemia hayan, de alguna manera, catalizado las protestas, justo como sucedió en otras naciones; y quizás el bloqueo influyó en algo, aunque en realidad Cuba puede comerciar con todo el mundo menos con Estados Unidos. Es más, Cuba viene comprando alimentos y medicinas estadounidenses, en Estados Unidos, desde el año 2001, además de poder comprar productos estadounidenses en terceros países, en mercados tan cercanos como México, Panamá, Santo Domingo y las Bahamas, entre otros. Por tanto, las causas del 11J hay que buscarlas más allá de la Covid-19 y del bloqueo.
Las protestas, tal vez, podrían estar relacionadas con cuatro sucesos ocurridos durante el período 2008-2016:
1) La autorización del cuentapropismo y la eliminación de la tarjeta blanca o permiso de salida del país.
2) El fin de la ley “pies secos, pies mojados” y el aumento de visas otorgadas por Estados Unidos a cientos de miles cubanos.
3) El acceso a Internet y la telefonía móvil.
4) La muerte de Fidel Castro y el vacío de poder que esta dejó.
Estos sucesos transformaron la vida política, económica y social en Cuba durante esos años, preparando el camino para las protestas recientes.
La súbita enfermedad de Fidel Castro, en 2008, lo forzó a ceder el poder a Raúl de manera inmediata y urgente. De repente, la figura y el discurso político de Fidel dejaron de ser omnipresentes y, por primera vez desde 1959, los cubanos vivieron sin un líder todopoderoso y aparentemente imbatible e inmortal. Es posible que a los cubanos les hubiese tomado muchos años aprender a vivir sin Fidel, pero otros sucesos apuraron el aprendizaje. Por ejemplo, Raúl abandonó enseguida la Batalla de Ideas y el conservadurismo fidelista, y anunció un paquete de reformas económicas y políticas que, si bien tímidas y exiguas, afectaron la sociedad cubana. Muchas de esas reformas fueron engavetadas sin más consecuencias, pero dos muy importantes transcendieron.
La primera reforma fue para el trabajo por cuenta propia. Después de una apertura y cierre inicial en los años 90, retornaba una presencia legal de la empresa privada en la actividad económica cubana.
De la noche a la mañana, cientos de miles de cubanos abandonaron el mercado negro y muchos otros renunciaron a sus puestos de trabajo —muchos fueron cesanteados— para laborar por cuenta propia. Con ello renació el segmento cuentapropista en la población, cualitativamente distinto al que trabajaba para el Gobierno. Como era de esperarse, al primero le fue mucho mejor que al segundo. Los emprendedores privados tuvieron tanto éxito inmediato que el Gobierno decidió hacerles la guerra con multas e impuestos. Los cuentapropistas persistieron y pronto se acostumbraron a las libertades que trae el ser jefe de uno mismo, trabajar por cuenta propia y para beneficio propio, por muy arriesgado, duro y difícil que sea.
La otra reforma raulista fue la eliminación, en 2012, de la tarjeta blanca o permiso para viajar al extranjero. Como consecuencia, miles de cubanos ya han visitado otras naciones. Muchos no regresaron a Cuba, pero muchos sí. Muchos, incluso, regresaron luego de vivir en el extranjero por un largo período de tiempo. Algunos cursaron maestrías y doctorados en universidades europeas y latinoamericanas. Otros se dedicaron a la actividad comercial de ser mulas. Bastaba con ir al aeropuerto internacional José Martí para ver las mulas cargadas de equipajes, procedentes de Panamá, Ecuador, México, Haití y España, entre otros mercados.
Aquellos que regresaron a Cuba, consigo trajeron todo lo visto y aprendido: opciones ideológicas y partidistas diversas; la propiedad privada y el capitalismo con todos sus atributos y defectos; modelos de socialismo con sus fallas, virtudes y particularidades; procesos democráticos y activismo político de primera mano. Seguro compartieron todo eso con familiares y amigos. Quizás, hasta cambiaron de posición ideológica porque es difícil, casi imposible, ser la misma persona luego de viajar por primera vez fuera de Cuba. Es más, después de haber visto el mundo, es difícil vivir en Cuba sin por lo menos aceptar —aunque sea en silencio— que el sistema económico y político cubano es ineficiente, inoperable e irreparable. Sencillamente no funciona.
Por otro lado, el fin de la ley “pies secos, pies mojados” y el otorgamiento de visas a los cubanos para viajar a Estados Unidos, si bien disminuyó drásticamente el flujo de balseros cubanos hacia Estados Unidos, también creó una olla de presión política y social dentro de Cuba porque, de repente, la solución a los problemas de los cubanos no estaba en montarse en una balsa e irse del país.
La solución estaba en marcharse de Cuba por otra vía o quedarse en Cuba a “resolver” o delinquir, con todo lo que eso significaba. De todos modos, el flujo de cubanos hacia Estados Unidos continuó a través del otorgamiento de ciento de miles de visas estadounidenses de hasta por cinco años, aunque no fueron para la gran mayoría de cubanos.
De los que lograron viajar, muchos se quedaron en Estados Unidos permanentemente antes de que sus visas expiraran. Otros hicieron el viaje de ida y vuelta, incluso, varias veces al año, lo cual se hizo asequible gracias al abaratamiento considerable de los pasajes aéreos. Como es lógico, todo eso creó una nueva división económica y social en Cuba porque, si antes estaban los que tenían familiares en Estados Unidos y los que no, ahora estaban los que podían ir a Estados Unidos y los que no. Los que viajaban allí observaban e intercambiaban experiencias, criterios y planes profesionales y de negocios para el futuro inmediato; luego, regresaban a Cuba cargados de todo eso, de equipajes, de mucha pacotilla. Entonces, como en el caso de los cuentapropistas, aquí también podemos hablar de un nuevo segmento social en la población.
Cabe señalar la función desempeñada por las mulas y la industria de envíos de paquetes y remesas a Cuba que, si bien existen desde los años 90, ahora son muchísimos más; responsables, a pesar del embargo, de un voluminoso flujo hacia Cuba de mercancías de todo tipo: comida, medicinas, ropas, teléfonos móvil, televisores, aires acondicionados, piezas de repuesto de todo tipo y millones de dólares en efectivo.
No se necesitan las estadísticas para probarlo. Basta pasear por Miami y sus alrededores para ver las agencias de paquetería o visitar los aeropuertos de Tampa, Orlando y Miami para ver a cubanos con maletas repletas, casi siempre sobrepasadas de peso. Quizás por eso el gobierno cubano, siempre celoso de la desigualdad social, decidió ignorar los beneficios económicos del comercio informal a través de las mulas y le declaró la guerra. Justo como venía haciendo con los cuentapropistas, les impuso impuestos exorbitantes y trabas burocráticas de todo tipo que incomodaron a esa parte del pueblo cubano que resultaba beneficiada con este.
El acceso a Internet y a la telefonía móvil permitieron el uso de Facebook, Twitter, Instagram y otras plataformas digitales. Esto sirvió para que los cubanos, en particular aquellos que no podían viajar al extranjero, tuviesen más de una ventana al mundo y así pudieran ver y comparar lo que no tenían con lo que querían tener.
Las redes sociales también fueron un medio para que los cubanos ejercieran la libertad de expresión y el activismo político. Comenzaron con chistes y burlas inocentes hacia el Gobierno y sus dirigentes, y pronto llegaron a la crítica severa y a pedidos de cambios drásticos. Asimismo, las plataformas digitales funcionaron para que los cubanos denunciaran con pruebas los abusos y arbitrariedades diarias de las autoridades cubanas.
En general, el acceso a las plataformas digitales resultó decisivo para el intercambio de información y activismo político del Movimiento San Isidro y el 27N, algo verdaderamente novedoso en Cuba. Fue justo por eso que el Gobierno cortó el acceso a Internet en medio de las revueltas del 11J. De hecho, el Movimiento San Isidro y 27N fueron las primeras evidencias claras de que un levantamiento social era posible a corto plazo en Cuba.
Por último, la muerte de Fidel Castro en 2016 dejó un vacío de poder que el liderazgo político cubano no ha logrado llenar y que solo ahora, en tiempos de crisis crónica, comienza a notar. El alejamiento paulatino de Fidel Castro de la vida pública preparó al pueblo cubano, de cierta manera para la desaparición definitiva de su autoridad y el miedo a él. Raúl, carente de carisma, nunca fue de apariciones públicas constantes ni de arengas incendiarias y apocalípticas que sostuvieran la noción de permanencia y eternidad de la Revolución.
Por su parte, Díaz-Canel es un orador pésimo, sin carisma, cuya autoridad es cuestionada por haberla heredado de Raúl Castro vía dedazo; parece estar seco de ideas e iniciativas, incluso a ratos da la impresión de que detesta su trabajo. Es evidente que él no gobierna, sino que ejecuta órdenes que vienen “de arriba”; es decir, de Raúl Castro, José R. Machado Ventura, Ramiro Valdés y Guillermo García.
Con Díaz-Canel han cometido un error político casi irreparable: mientras más glorifican, endiosan e idolatran la figura de Fidel, más opacan las de Raúl y Díaz-Canel. Raúl no solo es el hermano de Fidel, estuvo en el Moncada y todo lo que vino después, fue ministro de las FAR casi desde el triunfo de la Revolución; o sea, su aval es extenso y sólido. Pero Díaz-Canel, ¿qué puede mostrar? ¿Haber sido comisario político en una provincia? No es suficiente para ganarse el respeto del pueblo. Por eso, al arropar a un Fidel muerto, desnudan a un Díaz-Canel vivo. No son revolucionarios, sino conservadores.
En este momento Cuba carece de dirigentes con talla de líder popular, capaces de arrastrar multitudes e inspirarles confianza y lealtad. A Díaz-Canel hubo que llevárselo a todo correr de un barrio en Regla que había visitado para evaluar los desastres ocasionados por el tornado en febrero de 2019. Los vecinos le gritaron ofensas que no podemos repetir aquí.
A Ramiro Valdés lo mandaron a Palma Soriano para calmar las protestas del 11J y hasta asesino le gritaron. Hubo que sacarlo de allí de prisa, humillado, justo como habían sacado a Díaz-Canel de Regla. Además, la concurrencia a las manifestaciones progubernamentales, como la del 17 de julio, son realmente pobres, para nada a la altura de los sucesos políticos y sociales actuales.
Cuba es una olla de presión social, así que es de esperar que las protestas continúen, a no ser que el gobierno cubano capitule y ponga fin a su confrontación con la juventud, cuentapropistas y mulas, pues ellos son los únicos que pueden dar respiro a la economía y, por ende, a la sociedad cubana.
Ciclos
El ciclo sísmico es un proceso que no solo sirve de alegoría para explicar o entender cómo se ha desarrollado la lucha del pueblo cubano por su libertad, sino también el ciclo nostálgico que sufrimos los exiliados.