¿Quién controlará la revolución digital cubana?

A partir del derrumbe de la Unión Soviética en 1991 y la subsiguiente proliferación global de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), la hegemonía mediática del gobierno cubano se ha debilitado progresivamente, y los ciudadanos cubanos (trabajando de manera independiente del gobierno, aunque no siempre en oposición a él) se han convertido cada vez más en participantes activos de la revolución digital mundial, reconfigurando el ámbito de los medios de comunicación cubanos en este proceso.  

Esta revolución tecnológica se ha desencadenado desde dentro de la revolución cubana, y ha conducido a una lucha dinámica e impredecible sobre el significado, el impacto, el alcance y la dirección de ambas revoluciones.

¿Quién controlará la revolución digital cubana? ¿Quién se beneficiará con ella? ¿Con qué fines se aplicará? ¿Quién se quedará atrás?

El Movimiento de San Isidro (que a finales de 2020 alcanzó notoriedad internacional gracias, en parte, al uso de la tecnología digital) es un grupo de artistas-activistas independientes y libremente asociados, que surgió en 2018 para exigir la derogación del Decreto Ley 349, una regulación que facilita al Ministerio de Cultura ejercer control sobre la creciente comunidad artística independiente de la isla.

La figura principal del grupo, el artista Luis Manuel Otero Alcántara (cuya casa en el barrio San Isidro, de La Habana Vieja, sirve también como sede del grupo), ha sido detenido más de una veintena de veces como consecuencia de sus performances públicos, a menudo provocativos y siempre sin autorización. En uno de ellos desfiló por la ciudad con un casco de construcción en la cabeza, como protesta ante el desplome de un edificio que mató a tres niñas en enero de 2020.

A principios de noviembre, el rapero y miembro del grupo, Denis Solís, fue condenado en juicio sumario a ocho meses de privación de libertad bajo la acusación de “desacato” (después de haber transmitido en las redes sociales el altercado con un oficial de la policía que entró ilegalmente a su vivienda); ello provocó que los miembros del MSI declararan una huelga de hambre para exigir su liberación. El 26 de noviembre, con el pretexto de controlar “la propagación de la pandemia”, la sede del grupo fue allanada por agentes de la Seguridad del Estado y del Ministerio de Salud Pública.

A pesar de los intentos gubernamentales de bloquear las redes sociales, el logro más significativo del MSI fue el desmoronamiento de la muralla de miedo y aislamiento erigida por el gobierno para separar a estos artivistas marginalizados de los artistas ya establecidos y sancionados por el Estado. Tras enterarse del violento allanamiento ocurrido el día anterior, más de quinientos artistas e intelectuales, en su mayoría jóvenes, se congregaron el 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura en un acto de solidaridad con el MSI, y protagonizaron una jornada de aplausos avivados por canciones (dando lugar al mote “La Revolución de los aplausos”).

Los manifestantes exigían una reunión con el Ministro de Cultura, no solo para abordar los reclamos originales del MSI, sino también otros temas más fundamentales como la libertad artística, la libertad de expresión y el derecho a disentir.

La congregación masiva forzó a los funcionarios del Ministerio a sentarse a la mesa de negociaciones, pero durante las semanas posteriores se incumplieron los acuerdos tomados en la misma. En su lugar, en los medios oficiales, el gobierno desató una oleada de calumnias contra los líderes del movimiento, tildándolos de “terroristas” y “mercenarios”.

Y este es solo el más reciente calvario de la era digital que ha sufrido el gobierno cubano. Desde la llegada del Internet móvil 3G, en diciembre de 2018, varias ciber-acciones contra el gobierno han dejado su impronta en Cuba. Entre ellas se encuentran:

-la campaña digital que instaba a los cubanos a votar en contra (#YoVotoNo) o a abstenerse de votar (#YoNoVoto) por la nueva Constitución cubana, el 24 de febrero de 2019;

-la marcha independiente por los derechos LGBTIQ, organizada espontáneamente en la primavera de 2019 a través de las redes sociales, después de que el desfile oficial por el “orgullo gay” fuese cancelado sin explicación, mediante un post en Facebook de la propia Mariela Castro, directora del CENESEX;

-el reclamo online para exigir que ETECSA baje los altos precios de Internet (#BajenLosPreciosDeInternet);

-la congregación frente al Ministerio de Comunicaciones, junto con una expresión de solidaridad digital (#YoSoySNET) hacia los fundadores de la SNET (un enorme mosaico no autorizado de redes locales, conocida como la “red de la calle”), después de que estas comunidades online independientes fueran proscritas y desmanteladas en agosto de 2019.

Tanto el MSI como todas estas protestas previas, han puesto al descubierto reclamos acumulados de los ciudadanos y han revocado dos de los pilares fundamentales del control gubernamental de la información en la isla: el miedo a las consecuencias de hablar fuera de lugar y el aislamiento de aquellos que albergan quejas similares.

Ahora bien, no debemos asumir que un puñado de hashtags de Twitter vinculados a marchas y protestas efímeras realizadas por una cantidad relativamente pequeña de ciudadanos politizados y “conectados” (por muy inaudito que esto sea), equivale a un movimiento social que supone una amenaza para un régimen afianzado en el poder sin alternativas políticas conocidas o creíbles.

No obstante, una lección que nos enseña el éxito a corto plazo del Movimiento de San Isidro, es que la cultura nacional y el contexto político son relevantes a la hora de evaluar el impacto de las nuevas tecnologías en cualquier sociedad.

Las mismas plataformas digitales que ahora son objeto de un creciente escrutinio y de justificables regulaciones en Estados Unidos y Europa, debido a sus prácticas monopolísticas, la violación de la privacidad y la difusión de “noticias falsas”, mantienen su potencial democratizador y verdaderamente revolucionario en manos de una nueva generación de artistas y activistas, en la medida en que contribuyen a la pérdida del miedo, a vencer el aislamiento y a erosionar el bloqueo de la información impuesto en los últimos sesenta años por la gerontocracia más longeva del hemisferio occidental.