Uber Cuba 0036

Lo supe desde que le vi la pinta. El chofer era un singao seguroso, uno de esos hijos de pincho que se van a Hialeah a hacerse los exiliados de última generación, el relevo de los históricos, los que van y vienen desde La Habana votando a favor del intercambio cultural y en contra del embargo yanqui, los albertodelgados que no tienen ningún problema con la Revolución. Es decir, con el G-2. Los chivatientes que ni por encima de su cadáver dejarán que Cuba sea nunca un país democrático.

Bíceps tróculos, camisitas a cuadro, celulares de último modelo y relojes de piedras preciosas, importados oficialmente a la Isla por esta o aquella vía ministerial. Los ramfistrujillos del castrismo. Los hijos (y, en ocasiones, los huérfanos) de los asesinos en serie a sueldo del Ministerio del Interior cubano. Víboras de verde oliva en la sangre. Con dos o tres amantes de discotecas y, en sus mansiones a todo meter, una familia feliz. Preñada de nuevos Castros. No hay magnicidio ni genocidio capaz de catalizar una buena limpieza ética en contra de esta nueva clase, casta, calaña de coñodesusmadres.

El singao seguroso me dijo:

―Coño, hacía rato que así te quería coger, chama: tú eres el tal Orlando Luis Pardo Lazo, ¿no?

Me daba igual serlo que no serlo. Estoy cansado, exhausto. Yo lo dije todo primero que todo el mundo. Fui un adelantado. Ahora el mundo entero es apenas una pésima parodia para mí. Cacareos de yoanisánchez y luismanuelesoteros. Que se vayan todos para el carajo. Y sin citarme, comemierdas. Orlando Luis Pardo Lazo y bien, pensé decirle. O, mejor: Orlando Luis Pardo Lazo de qué pinga te pasa.


Uber Cuba. Una columna de Orlando Luis Pardo Lazo.

Uber Cuba 0035

Los cubanos sin Cuba comprendemos que nadie nos lleva a ninguna parte.


Pero no le dije nada. Ya lo he dicho antes. Estoy exhausto, no me jodan, estoy hecho un desastre. Un guiñapo humano, una calamidad. Un fantasma que vivió más allá de la fecha en que le tocaba escribir. Amenacé mucho, sí. Publiqué dos o tres bombazos a reacción, es cierto. Y después no supe hacer silencio a tiempo. Hay que joderse, como dice Otaola en sus en-vivas de Facebook. Hay que saber desaparecer, como lo soñó Martí (la poesía sabrosa, diría un chofer de guagua lezamiana).

―Sí, eres tú mismito, compadre, así mismo te quería coger ―el chofer del Uber siguió con su cantaleta―. Mira, broder, te voy a decir una cosa, yo los respetos a ustedes y todo eso, pero eso que tú hiciste hace años se llama una mariconá.

―Puede ser ―le dije.

―Puede ser no, chamaco: ¿a quién se le ocurre usar la bandera cubana para masturbarse? ¡Por esa gracia te comen vivo hasta aquí en Miami! Critiquen todo lo que les dé la gana, pero con la patria no se juega, compadre…

―Para ―le dije.

―¿Qué, parar para qué? ―me dijo―. Estamos en medio del expressway. ¿Te quemaste o qué cosa te pasa?

No esperé más. No era necesario esperar más. Para los cubanos sin Cuba, sobraban ya las palabras. Los cubanos sin Cuba carecíamos únicamente de un buen acto. Concreto, crítico, criminal. Como dijera en un poema Reinaldo Arenas, poco antes o poco después de matarse: este era mi momento.

Lo cogí por el cuello (así me habían cogido a mí el viernes 6 de noviembre de 2009, en un Geely de la Seguridad del Estado que acaso él muy singao también manejaba). Lo apreté. Por Dios que lo apreté. Las venas se le querían reventar y le salieron petequias por toda la cara (como a mí en aquella ocasión). Estaba dispuesto a matarlo. Después, veríamos qué pasaba y qué no pasaba con nuestro carro y con los carros que venían en cualquier sentido por el Turnpike.

Entonces metió un frenazo de profesional y logró arrimar el carro a ciegas contra la cuneta derecha. Bufaba. No se movía más. Sólo unos estertores de aire. Ya era demasiado tarde para defenderse con alguna de esas llaves de matar en silencio. Pero entonces me arratoné. Me vi en una corte federal. Me vi en la silla eléctrica, para delicia de ese ejército de rosenbergs que es hoy la prensa y la academia yanqui. Lo solté. Lo oí inhalar. Un larguísimo ahhh. Y me tiré del carro y comencé a correr, sin tener la más puta idea de adónde me dirigía. 

Podía ser a la ciénaga. A los cocodrilos y caimanes. A lo Quiroga.

Corría como un endemoniado. Y corriendo como un endemoniado y todo, sonreía. Sonreía con una suerte de risita interior, sin mover los labios. A carcajadas del alma.

Me daba curiosidad. ¿Me denunciaría con la policía federal o con su padre en el MinInt de La Habana? ¿Llegaríamos el singao seguroso y Orlando Luis Pardo Lazo a compartir titulares? Tiempo al tiempo. He aquí mi confesión. Espero por la tuya ahora, Ramirito o Delaguardita o Ochoíta o cómo repingas te llames, mariconzón.


Uber Cuba. Una columna de Orlando Luis Pardo Lazo

Uber Cuba 0034

A singar. Si no puedes escribir ni una sola palabra, por lo menos puedes singar mejor que los Pedro Juan Gutiérrez y los Leonardo Padura. Acaso ese sea tu destino literario terrenal. Devenir una Wendy Guerra, una Ena Lucía Portela, una Zoé Valdés.

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