Hussein Ibish: “Para Hamás, todo va según lo previsto”

Los dirigentes tanto de Israel como de Hamás parecen contentos con que la guerra en Gaza continúe en un futuro indefinido. Tal es el resultado de sus respuestas ambiguas, pero esencialmente negativas, a la propuesta de paz del presidente Joe Biden, que ahora cuenta con el pleno respaldo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y las razones son obvias.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, parece haber llegado a la conclusión de que la mejor manera de no ir a la cárcel acusado de corrupción es mantenerse en el cargo, y la mejor manera de hacerlo es mantener la guerra. Hamás, mientras tanto, cree que está ganando. El 13 de octubre escribí en estas páginas que Hamás había tendido una trampa a Israel. La trampa ha saltado; Israel está totalmente atrapado en ella, sin salida evidente, y Hamás está consiguiendo exactamente lo que esperaba.

La propuesta en tres fases de Biden pretende poner fin a la guerra y establecer una realidad posconflicto no especificada en Gaza. La fase 1 implica un alto el fuego de 42 días y la liberación de los rehenes en poder de Hamás y de los prisioneros en poder de Israel, así como negociaciones para poner fin por completo a los combates. La fase 2 incluye, como pieza central, un cese permanente de las hostilidades. Según el plan de Biden, si las conversaciones al final de la Fase 1 no producen un entendimiento claro sobre cómo implementar la Fase 2, las negociaciones continuarían entonces mientras ambas partes cumplan sus compromisos de la Fase 1. El problema es que, de hecho, esto congelaría indefinidamente la guerra en su fase actual.

Netanyahu no lo aceptará. El 31 de mayo, Biden declaró: “Es hora de que esta guerra termine”. Netanyahu replicó que no es el momento de que la guerra termine, y ha insistido en que la guerra continuará hasta que Hamás sea destruido.

Al afirmar que la guerra debe continuar hasta que se alcancen sus objetivos militares y políticos, mal definidos, y decir al mismo tiempo que está abierto al alto el fuego de 42 días de la Fase 1, Netanyahu está dando a entender que le gustaría embolsarse la liberación de los rehenes israelíes y luego volver al conflicto, exactamente el escenario que Biden pretende evitar. También Hamás podría acabar accediendo a intentar aplicar la Fase 1, para conseguir la liberación de algunos prisioneros palestinos y reagrupar las fuerzas que le quedan para la siguiente ronda de combates. Pero ninguno de los dos tiene un interés real en la importantísima Fase 2.

Los dirigentes de Hamás saben que no pueden ponerse del lado de Biden contra Netanyahu, pero esperan aprovechar la disyuntiva entre los dos aliados diciendo que aceptarán el acuerdo “siempre que Israel acceda a poner fin a la guerra”. Un portavoz de Hamás, Sami Abu Zuhr, dijo que el grupo acepta el plan en principio y está dispuesto a negociar los detalles, pero no ha llegado ninguna palabra de los altos dirigentes del grupo en Gaza. En otras palabras, al igual que Netanyahu, Hamás no ha dicho no, pero ha evitado un sí claro, entre otras cosas haciendo del objetivo último de Biden, que Israel ha rechazado tajantemente, su exigencia inicial.

Entonces, ¿por qué querría Hamás que continuara la guerra, dada la devastación de Gaza y de su asediada población palestina, y el diezmado de la fuerza militar organizada del grupo? La respuesta es que los dirigentes de Hamás en Gaza creen casi con toda seguridad que la guerra se desarrolla según lo previsto.

Hamás nunca ha ocultado realmente sus motivaciones. El ataque del 7 de octubre resultó incluso más devastador de lo que Hamás seguramente había previsto y, después, los dirigentes del grupo insistieron repetidamente en que habrían continuado con tales asaltos hasta producir “un estado de guerra permanente” con Israel. Pero, ¿qué podían entender por “guerra permanente”? Hamás seguramente comprendía que su poder cívico, su infraestructura militar y, sobre todo, sus fuerzas paramilitares organizadas no tenían ninguna posibilidad frente al ejército israelí. Los dirigentes del grupo sabían que prácticamente todo lo tangible que poseían sería aplastado en relativamente poco tiempo por los israelíes. Y eso es esencialmente lo que ha ocurrido, aunque al parecer quedan algunos túneles importantes, junto con, según se dice, tres o cuatro batallones en Rafah.

La magnitud de la destrucción no puede sorprender a Hamás. Provocar a los israelíes y atraerlos a Gaza era, de hecho, la intención de Hamás. Una vez que Israel cometiera el error de reocupar los centros urbanos de la Franja, sus fuerzas podrían servir de pararrayos para una insurgencia a largo plazo, que era con lo que Hamás contaba desde el principio.

Mientras la atención del mundo se centra en Rafah, la insurgencia de bajo nivel pero potencialmente “permanente” contra las fuerzas israelíes ya ha comenzado en las ciudades de Gaza y Yabalia, y en otras partes del norte y centro de la Franja de Gaza que Israel supuestamente “pacificó” y libró de cualquier fuerza militar capaz de Hamás. Los combatientes de Hamás incluso intentaron otra infiltración en Israel cerca del paso fronterizo de Kerem Shalom. El hecho de que los dirigentes israelíes hayan expresado su sorpresa ante este acontecimiento sugiere que nunca llegaron a comprender realmente qué tipo de guerra tenía en mente el enemigo. Sin duda, Hamás tomó medidas antes del 7 de octubre para prepararse para la insurgencia que parece haber comenzado.

Los responsables políticos estadounidenses e israelíes tienden a ignorar la política interna palestina, pero para comprender la elección de Hamás —cambiar su gobierno estable y limitado sobre Gaza por un Estado de “guerra permanente”— es necesario tomarse en serio la lucha por el poder entre las facciones palestinas. En el movimiento nacionalista palestino, los islamistas de Hamás siempre han jugado un papel secundario frente a los nacionalistas laicos de Fatah y las dos instituciones que dominan: la Autoridad Palestina, que gobierna las pequeñas zonas palestinas autónomas de Cisjordania, y la Organización para la Liberación de Palestina, que habla en nombre de los palestinos en la escena mundial. De ellas, esta última es la más significativa, realmente la joya de la corona del proyecto nacionalista palestino desde que se reconstituyó tras la Guerra de los Seis Días en 1967.

A través de la OLP, el Estado nominal de Palestina no sólo participa en la Asamblea General de la ONU como “Estado observador no miembro”, sino que ha conseguido ser miembro de la mayoría de las instituciones multilaterales importantes. El caso de genocidio de Sudáfrica contra Israel en la Corte Internacional de Justicia se basa en que el Estado de Palestina ha suscrito el Estatuto de la CIJ, cosa que Israel (al igual que Estados Unidos) no ha hecho. Del mismo modo, las posibles acciones contra dirigentes israelíes y de Hamás por parte de la Corte Penal Internacional se basan en que el Estado de Palestina haya firmado el estatuto por el que se rige la CPI. Esto otorga a ambos tribunales jurisdicción sobre Gaza, una presunta parte del Estado de Palestina (que en realidad es la OLP). Sin embargo, Hamás nunca ha formado parte de la OLP y es un acérrimo rival de los nacionalistas laicos que la controlan. Cada vez que un palestino se alza en un foro internacional, incluida la Liga Árabe, para hablar en nombre de la nación, es una voz de Al Fatah la que resuena, sin aportación alguna de Hamás.

Evidentemente, los dirigentes de Hamás llegaron a la conclusión de que su feudo de Gaza se había convertido más en una trampa que en una plataforma de lanzamiento. Controlar Gaza no iba a ayudarles a expandirse de nuevo hacia Cisjordania ni a marginar a Al Fatah y hacerse finalmente con el control de la OLP. Sin embargo, éstas eran las principales directrices de su organización cuando se fundó: El primer propósito de Hamás es convertir la causa palestina de un proyecto laico a uno islamista y, al hacerlo, asumir el liderazgo del movimiento nacionalista palestino.

Hamás esperaba atraer a Israel a Gaza, donde quedaría atrapado en las arenas movedizas de la reocupación mientras luchaba contra una insurgencia a largo plazo, aunque de baja intensidad. Entonces, Hamás agitaría su camisa ensangrentada ante los palestinos y el mundo, anunciándose como la dirección nacional legítima, porque sería la que lucharía diariamente en Gaza contra las fuerzas de ocupación israelíes por el control de la tierra palestina. Con su sacrificio de sangre, Hamás presentaría a la Autoridad Palestina como la gendarmería de Vichy de la ocupación en Cisjordania, y a la OLP como un incauto humillado, que espera inútilmente en una mesa de negociaciones vacía una paz y una independencia que nunca llegan.

La insurgencia que Hamás esperaba ya ha comenzado. Por eso, el dirigente de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, envió supuestamente un mensaje en febrero tranquilizando a los ansiosos dirigentes de Hamás en Qatar y Líbano diciéndoles que “tenemos a los israelíes justo donde queremos”. Todo parece ir según lo previsto. Entonces, ¿por qué podría interesarle a Hamás el plan de paz de Biden? Tiene incluso menos motivación que Netanyahu.

La cruda realidad es que las únicas personas que quedan en el mundo que parecen querer que la guerra continúe en un futuro indefinido son también las únicas que podrían detenerla: los dirigentes de Hamás y Netanyahu. Biden merece crédito por intentarlo, pero no tiene casi ninguna posibilidad de éxito.



Hussein Ibish es investigador residente del Instituto de los Estados Árabes del Golfo en Washington.

* Artículo original: “For Hamas, Everything Is Going According to Plan”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





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