Venezuela tiene una historia de disidencia tanto en el arte como en la política. Pero estas palabras dejan de tener sentido si hablamos de arte contemporáneo venezolano y no mencionamos a la performer Deborah Castillo (Caracas, 1971).
Con más de veinte años de carrera, Deborah ha sabido convertir ofensas, como “perra” y “puta”, en armas de doble filo con las que contraataca a los patriarcas; pero a los patriarcas históricos, porque Deborah profundiza en las raíces de los problemas, hasta sacar lo más rancio de ellos.
Para acabar con el problema: mordidas, golpes, desfiguraciones, ejercicios de liberación. La propuesta final es la desobediencia radical. En eso devienen sus piezas, en desobediencia y liberación.
Rompes pedestales y bustos de arcilla. Atacas, a la vez que desmitificas, el imaginario de los dictadores latinoamericanos que nos enseñaron como héroes. ¿Cuál es tu relación y posición frente a estas figuras como mujer y artista venezolana?
El abuso de poder y la demagogia no tienen nacionalidad. Es un problema de estructura que se repite exactamente en cualquier país; aunque me dirijo a Latinoamérica porque es donde vivo, donde me apuntan directamente como ciudadana y como artista.
Mis acciones desobedientes son una respuesta a estos abusos, al incesante control de los Estados, al endiosamiento de los héroes que —más que realidad— son fantasmas de las glorias pasadas. Monumentos que solo están para recordar genocidios y fracasos ideológicos.
Hay un detalle que, dentro de tu trabajo, se torna clave. La lengua es quizás uno de los elementos de tu cuerpo que más poder ejerce durante tus performances en vivo. Desde Lamenzuela (2012) hasta Desafiando el coloso (2022), tu lengua habla sin hablar. El discurso transcurre en silencio mediante sus pequeñas acciones: lamer, besar, saborear, escupir, limpiar. ¿Qué significado tienen estas acciones como discurso político dentro de tus performances?
La boca me ha interesado desde hace más de dos décadas: he lamido palabras, bustos, monumentos, he mordido caudillos, he besado héroes, he usado el asco y la rabia con mi lengua. Ha sido una obsesión: he lamido, mordido, besado, comido, escupido, hablado, gritado.
La lengua es un órgano muy complejo por ser un órgano de placer, de comunicación, de alimentación. Anatómicamente, está adentro; pero puede estar afuera. Es un órgano performático fascinante, un órgano insustituible, bello. Ha sido un instrumento vital en mis acciones, una herramienta con la cual me he dedicado a demostrar mi incomodidad con la sociedad. Contra el performance del poder del deseo, y el del deseo de poder.
Durante tus solo shows, el público suele acompañarte en cada acción con aplausos, gritos y euforia, como si también clamaran justicia. ¿Cómo es la retroalimentación con el público durante tus presentaciones?
El performance es un dispositivo vivo que se dirige al público y esto tiene una respuesta que completa la acción. En el trance de la acción en vivo el público es tu guía, el eco de lo que haces, la respuesta inmediata, la recompensa.
Me interesa el gesto performático, las acciones cortas y contundentes, atrapar esos instantes de impacto en el público. Hago acciones desde dos hasta máximo diez minutos.
Existe, dentro de tu producción, una rama más cercana a la actuación. Mediante tus fotonovelas utilizas el género, posiblemente el más popular en Latinoamérica, para exponer diferentes situaciones políticas de nuestro continente. Para ello has creado el personaje Profunda Mol, háblame sobre ella.
Profunda Mol —una de mis máscaras o alter ego— narra, en formato de videoarte, live performance y fotonovela, las aventuras de una mujer que pasa de limpiar las galerías de arte a ocupar el cargo de Ministra de Cultura, de Primera Dama de Estados Unidos y de allí a prófuga de la justicia con un narcotraficante con mucho poder.
Las aventuras de Profunda Mol es una serie de cuatro tomos como un juego de desmontaje gracias a la hipérbole y el uso de la parodia. He incorporado temas relacionados con el poder, lo femenino y la política.
Hasta ahora son 4 fotonovelas: El extraño caso de la sin título (2006), El secuestro de la Ministra de la Cultura (2013), La dama profunda (2016) y Bordes profundos (2020), conforman una secuencia que reflexiona acerca de una serie de problemáticas latinoamericanas, donde se interpelan los roles de géneros, los estereotipos, el cuerpo y más recientemente la frontera como zona de disputa de la hegemonía.
Recientemente, en el marco de tu última exhibición Espectros del Discurso, se presentó el libro Deborah Castillo: Cuerpo de obra que, además de compilar los últimos veinte años de tu carrera artística, constituye el primero dedicado enteramente a la producción de una performer venezolana. Cuéntanos un poco sobre los aciertos y desaciertos, los altos y bajos, la experiencia en general después de estos veinte años de performance.
Deborah Castillo: Cuerpo de obra es un libro dedicado a mi trayectoria como artista multidisciplinaria, editado por mi pareja creativa, el escritor venezolano Torrivilla.
El proyecto editorial consiste en un perfil, una antología crítica de tres ensayos interpretativos, una correspondencia poética y un laminario con la obra desarrollada a lo largo de mi carrera en Caracas, New York y Ciudad de México.
Esta publicación es una manera de entender mi obra de manera retrospectiva y marcada por la diáspora, por mi cuerpo en tránsito por tres países que son el eje de mi producción.
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© Imagen de portada: Deborah Castillo.
Kiyo Gutiérrez: la performance es una matrix
Lo que yo hago solo puede hablar desde mi postura y desde esta me pregunto ¿cuál es el papel de las mujeres blancas y /o mestizas dentro de la lucha decolonial?