Las convenciones de Octavio Cortázar

La prodigalidad de Octavio Cortázar (1935−2008) como documentalista determinó lo irregular de una producción que‚ siendo tributaria del proceso sociopolítico de la Cuba de los años 60 y en lo adelante‚ generaría enormes sorpresas con Por primera vez (1967)‚[1] ese material pionero en que se mostraba y demostraba sin dobleces a un sector poblacional espontáneo‚ aunque demasiado ajeno a cuanto estaba aconteciendo en aquel entonces en cuestiones tecnológicas y culturales‚ donde el interactuar con el cine por ejemplo era un experimento violento a un tiempo que hermoso. 

No podía ser de otra manera para quienes nunca habían interactuado con el séptimo arte. Las imágenes de niños‚ hombres y mujeres riendo derrotaron por candidez al Charlot sometido a trabajador-robot en Tiempos modernos (1936).

Promociones de vocación o presentaciones de aptitudes para oficios, cuando no exámenes de figuras históricas, son constantes en los documentales de Cortázar. Sobresalen la técnica del reportaje y el género de la crónica en exposiciones que interactúan hasta abrirse al contexto de sus protagonistas. 

A la función de orientar un saber no se limita cuando de amenizar con humor el contenido se trata. Sucede que, en su logro de ser todo el tiempo didáctico, no consigue siempre el encanto que emana de algunos de sus trabajos. Lo que sí reina en la obra de Octavio Cortázar es esa voluntad aventurera, cuando no épica, que supuso —y supone— no ya construir un país para vivirlo, sino más bien respaldar, a través de testimonios, un proyecto nacional y el hecho mismo de hacer cine durante muchos años. ¿Cuánto de vigencia se advierte en su obra?

Las imágenes de niños‚ hombres y mujeres riendo derrotaron por candidez al Charlot en Tiempos modernos.

En relación con su segundo documental‚ Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú (1969), se establecen contraposiciones atendibles sobre la relaciones entre religión y actitudes sociopolíticas como culturales. No obstante, el director quiere asentar su opinión, pues acompaña con textos algunas de las imágenes que presenta en pantalla: “Esto es resultado de tres siglos de esclavitud negra, cuatro siglos de incultura colonial blanca, 58 años de subdesarrollo económico, más de un millón de analfabetos en 1958”. 

Luego se advierte a una mujer arrodillada y‚ en montaje paralelo‚ se ven niños que practican educación física. El contraste emotivo entre el dolor de los pagadores de promesas y la sonrisa de los niños pudiera justificarse por la disposición epocal, en franco compromiso con un proceso que sospechó de la religión y la negó. 

¿Cuál es la intención de presentar a estos niños? ¿Acaso es una representación de la prole secularizada que necesita el país? Es muy radical la toma de postura en el documental. 

En una entrevista al crítico peruano Isaac León Frías, le comenta Cortázar: “hay una serie de reminiscencias que todavía perduran, superviven de la anterior estructura. Y estoy reflejando a través del documental, el tránsito, la evolución que está teniendo efecto en mi pueblo, cómo este se va quitando esa cadena secular y va creando un tipo de hombre más integral y positivo”. 

Todo está inserto en la temática general que es la Revolución y bajo la corriente del realismo socialista.

¿Más integral y positivo? Sin embargo, a cincuenta años de haberse filmado Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro…, cubanos de todos los estratos siguen yendo al Rincón para cumplir con las promesas y venerar a San Lázaro-Babalú. ¡Qué distinta la perspectiva en La última rumba de Papá Montero (1991)!

No quiere desatenderse el director de testimoniar el período de transición que se vive en Cuba, el vínculo de la ciudad con el campo y viceversa, tampoco de la religión, el matrimonio, la ascensión de las mujeres en la vida laboral y los procesos culturales que identifican y nutren la nación, como la música, la pintura, la fotografía, la danza y los bailes populares. Todo está inserto en la temática general que es la Revolución y, por lo general, bajo la corriente del realismo socialista. 

La organización y estructura de textos y entrevistas determinan en líneas generales un tipo de documental propio de la época de realización, pues Cortázar asevera cuánto cuesta adquirir otra mentalidad según lo pide el proceso revolucionario. 

De ahí que, desde Por primera vez (1967) hasta Con la memoria en el futuro (2007), se asista al testimonio de la cubanía en evolución y al mismo tiempo a variaciones de esta. Pareciera seguir Cortázar la máxima de Michael Rabiger cuando recuerda el exceso de verosimilitud y la insuficiencia de significados subyacentes que pudieran interesar. No basta con mostrar. Hay necesidad de que se exprese la importancia de lo mostrado.

No basta con mostrar. Hay necesidad de que se exprese la importancia de lo mostrado.

Es verdad que al revisar su obra se advierten materiales que parecen deberse —y en rigor se deben— a su época hasta quedarse en la misma como el clásico Por primera vez e incluso su largometraje El brigadista (1977). Pero el folclore delata reincidencias de sensibilidades y actitudes que motivan quizá al espectador para que revise las imágenes captadas de un pasado que está más enraizado de cuanto se sospecha. De lo contrario, ¿por qué se siente que en documentales como Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú, En un fin de curso (1971), Con las mujeres cubanas (1974), En un examen de ingreso (1975), Cuando pican los peces (1988), se nos enuncia inquietudes que aún son las de hoy?

Hay otras preocupaciones éticas y estéticas de Cortázar por asuntos muy delimitados en apariencia‚ como cuando se interesa, por ejemplo, por la historia de Europa en España 36 y Berlín 1973, o más cercanos como Sobre un primer combate (1972), Cantos de Nuestra América (1978), Al sur del Maniadero (1970), Varadero 70, e incluso en los más biográficos En Guayabero, mamá… (me quieren dar) (1987) y Soy como soy (2003). 

En principio, lo suyo es implicar al espectador con esos redescubrimientos de lo existente que merece ser compartido, ya que lo singular de un acontecimiento o una persona puede engrandecer quiénes somos y cuánto aspiramos ser. 

¿Qué conocemos de nosotros mismos en tanto cubanos?, parece preguntar Octavio Cortázar en cada uno de sus audiovisuales. ¿Puede rastrearse el cambio de un país sin reparar en sus habitantes? Por eso él y su equipo no pueden quedarse en La Habana y marchan Al sur del Maniadero para compartir la riqueza vivencial, la sabiduría del hombre de campo, ese que ya le había enseñado en Por primera vezque el cine es espectáculo de feria y un deshacedor de fronteras genéricas y clasistas.

La riqueza vivencial, la sabiduría del hombre de campo.

Pero es en Una mirada amistosa (1987)‚ una obra en apariencia menor‚ donde Cortázar logra interesar nuevamente más por temática que por estética. El protagonista es el fotógrafo estadounidense Sumner Warren Matteson (1867-1920)‚ quien, nacido en el siglo XIX, pasa del sector de los negocios al acontecimiento fotográfico. La convención se vuelve a plantear desde el recorrido por la biografía —el típico retrato probable— hasta llegar a 1904‚ año en que el artista aventurero visita a Cuba.

Pareciera que este fotógrafo representa para Cuba lo que El Greco para la pintura española o Ang Lee para la cinematografía estadounidense. No es un planteamiento mordaz: el testimonio visual de Matesson es impresionante por abarcador. Los sujetos captados son otros para la década de 1980. Las edificaciones dejan ver el paso del tiempo y las desatenciones del hombre porque, ciertamente, la tesis del realizador cubano apunta al testimonio de una cámara que contrasta dos épocas para destacar la presente. 

Lo que pudo ser uno de sus mejores documentales‚ a medio camino entre una manifestación artística (la fotografía) y lo antropológico‚ el cineasta, no obstante, lo vuelve un audiovisual de propensión historicista. Así‚ aprovecha a un artista antes atento con la naturaleza estadounidense que se interesa luego por el paisaje rural en Cuba con todo lo que ello supone. 

Lo que Raydel Araoz ya ha apuntado acerca del cine histórico, lo retoma en su punto de vista un Cortázar que prolonga el mismo discurso desacertado de Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro…: “El cine histórico ilustra los motivos por los cuales el subdesarrollo persiste en el presente, situando en el pasado las fuentes de nuestros males‚ y la necesidad de la rebelión contra las ‘lacras’ del pasado”.[2]

El arte de la fotografía es una conformación sucinta y fragmentada donde se activa la memoria del mundo.

La voz en off de José Antonio Rodríguez recarga el final “aleccionador” cuando se recontextualizan las imágenes con pioneros cubanos. Aunque más que recargar y aleccionar‚ la interpretación de las imágenes es honesta pero lamentable‚[3] máxime cuando se asevera que los pocos cubanos que sonríen en las fotos antiguas sobre Cuba de Matteson corresponden —como se muestra— a niños cubanos que vislumbran un futuro mejor.

El fotógrafo ciclista, a quien el México de las dos primeras décadas del pasado siglo le debe muchas de sus grandes vistas para el registro histórico‚ ha sido ya reivindicado en su propio país. Para Cuba es de una importancia incuestionable por la curiosidad del artista: documentó la diversidad del sujeto insular sin incurrir en un idealismo folclorista, nostálgico o romántico. Su lente es forzosamente justo y orientado, considerando siempre que el arte de la fotografía es una conformación sucinta y fragmentada‚ pero donde se activa la memoria del mundo.

Ante la obra de un cineasta como Octavio Cortázar, centrada sobre todo en el documental, el espectador pudiera preguntarse si es necesario remarcar un estilo, cuando la curiosidad autoral se abre a más temas que puntos de vista. 

¿En qué consiste, de tenerlo, el sello de este documentalista? Por encima de la representación de un costado sociocultural y político con simpatía a ratos por el realismo socialista, ¿cuál es su visión particular? ¿Cuánto influye en la narración y en la puesta en pantalla de un registro mudable?

Oscar Luis Valdés, por ejemplo, que fue también irregular si bien el esteticista que no era Cortázar es mucho más interesante. De este último, valdría salvar acaso menos de cinco documentales pues, al revisar toda su obra‚ muchos —la mayoría— de sus trabajos se anclan en extremo en su época de realización y, por tanto, poco tienen que decirle al presente. 

Salvo en pocos casos, Cortázar es en principio tan coherente con el oficialismo y las circunstancias, que analizarlo con rigor revela lo sobrevalorada que está su obra.




Notas:
[1] Tras Por primera vez, uno pudiera menospreciar Don Café (El néctar negro de los dioses blancos‚ 1992) y Hablando del punto cubano (1972).
[2] Raydel Araoz: De la rumba al coito. Cinco ensayos panópticos sobre el cine cubano, Ediciones Extramuros, La Habana, 2018, p. 73.
[3] Jorge Luis Sánchez asegura‚ sin embargo‚ que la narración aquí “es un personaje inteligente con la función de contar‚ y a la vez de desentrañar” (Romper la tensión del arco: movimiento cubano de cine documental‚ Ediciones ICAIC‚ 2010‚ p. 266).




© Imagen de portada: Octavio Cortázar.




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