Figura mayor de la mítica generación de artistas cubanos de los años ochenta, Ana Albertina Delgado siempre se ha alejado de los itinerarios señalizados para recrear, de manera original y genuina, su práctica de la pintura y del dibujo en un diálogo permanente con los grandes maestros de la historia del arte. Ha conciliado la herencia de antiguos y modernos, resistiendo a las polémicas y a los efectos de la moda para llevar a cabo, con toda independencia, su obra pictórica.
Ana Albertina siempre ha sido una acérrima defensora de la voz inmemorial de la gran pintura, en un tiempo en que no dejan de pronosticar su obsolescencia o incluso su muerte. Y hoy, cuando las últimas generaciones de artistas cubanos están rehabilitando esta práctica artística hasta hacernos olvidar sus epitafios mortuorios, y están reconociendo la influencia de pintores como Ana Albertina en su obra; cuando el mundo está saturado de imágenes inútiles, de reproducciones superficiales, de iconos indigentes, ella sigue actuando como el demiurgo de un mundo de resistencia, restaurando el aura perdida de la imagen visual.
Liberada de las coacciones de la moda, del éxito, del mercado, Ana Albertina siempre ha podido trabajar para sí misma, por necesidad interna, sin concesiones; y entregarse por completo a la seducción de la ambigüedad de su pintura, ese pensamiento visual. La necesidad de transformar la inquietud y la duda en potencias generativas, de plasmar lo secreto y enigmático, constituye la única vía para esta artista, que asume —no sin riesgos— su propia esencia en la subjetividad.
Mirar el trabajo de Ana Albertina es hallarse en una zona fronteriza donde a menudo se difuminan las zonas liminales entre lo interior y lo exterior, la parte y el todo, la vigilia y el sueño, el hombre y el animal, el yo y el ello. Es un territorio de asociaciones fluctuantes y de metamorfosis visuales que nos hacen pasar de lo infinitamente pequeño a lo cósmico, de lo abyecto a lo sagrado. El dibujo, en particular, por su carácter impulsivo y espontáneo, es el medio de acceso más directo a las imágenes originales, a los lugares enterrados de la memoria y del inconsciente.
Alegre y profunda, la melancolía en las pinturas de Ana Albertina Delgado aparece como el vector de un cuestionamiento existencial saludable del mundo y del hombre; constituye una fuerza de resistencia frente a un universo donde lo virtual se impone a lo real y donde la luz ya no es tiempo que se piensa.
Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…
Nací en la Ciudad de La Habana y viví en Habana Vieja, un lugar muy interesante y de muchos riesgos, lleno de ruinas y de recuerdos de una arquitectura que fue hermosa.
Tuve una buena familia, una madre muy maternal y un padre muy curioso, que era fotógrafo. Gracias a él, desde que nací siempre estuve rodeada de arte. Sus conocidos y amigos eran otros fotógrafos, artistas, escritores (también tabaqueros, antiguos comunistas y otros). Por suerte para mí, fue una persona muy comprensiva.
Nunca pude ser racista o discriminar a nadie, pues mis padres eran muy generosos espiritualmente.
Fui la cargamaleta o la sombrilla de mi padre. Me encantaba ir con él a retratar La Habana; empecé a tomar conciencia de la belleza de sus herrajes, portones, losas y azoteas. Una parte de su trabajo consistía en tirarles fotos a las obras de los artistas; lo hacía gratuitamente, no aceptaba nada a cambio, ni un garabato en una servilleta. Los admiraba mucho, así como a los escritores con los que también colaboraba para las portadas de sus libros. Esa fue una gran suerte para mí: haber estado rodeada de pensadores independientes, que no se dejaban dogmatizar.
Gracias a mi familia materna supe del correr por el campo, de perder el color blanco de la piel, de subir a las matas de guayaba, del valor del trabajo. Otro recuerdo feliz que atesoro es oír cuentos en la voz de mi abuelo paterno, mientras hacía tabacos junto a su familia.
¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástica?
Si tuve una buena razón para ser artista, creo que fue el respeto y la admiración que mis padres siempre les tuvieron a los artistas. Otra razón fue que sabía que la manera de vivir de los artistas era la que más se adaptaba a mi personalidad y a la vida en Cuba: los artistas eran los más libres y esenciales; no necesitaban más que sus obras, una cama y un pequeño lugar para preparar café.
¿De qué manera has evolucionado como artista?
Evolucionar ha sido, de algún modo, conocer mi modo de crear y respetarlo. Eso muchas veces me ha hecho girar en mi círculo de fantasías posibles, con algunas tiras de angustias que sé que no son graves, pero es que los artistas, por su modo de ver e interpretar las cosas, hiperbolizan. Así que creo que soy una artista recurrente en sus propios mundos, donde los temas sensuales, llenos de feminidad y expresión, se salpican de historias personales, de historias a veces no vividas, porque lo deseado o imaginado no es real.
¿Qué es el arte para ti?
El arte es una actitud de vida; aquello que me motiva para expresar mis sentimientos y mis ideas sobre el ser, pensado desde su interioridad. Es mi espacio preferido para imaginar lo que luego realizaré. El color y la figuración son los elementos fundamentales para formularlos.
Háblame de tu proceso de creación.
Mi proceso creativo comienza por querer expresar mis emociones, ideas, deseos y gustos. Me la paso haciendo muchos bocetos de mis ideas, que deben tener siempre alguna motivación, en ocasiones un recuerdo personal. Temas femeninos que incluyen lo sensual y lo erótico, sus etapas sicológicas durante la vida. Tratar de explicar un sentimiento, o trasmitir mi entendimiento de la humanidad: su desarrollo, las relaciones humanas que le han sido vitales. También el juego, y lo que no se hace explícito en nuestro pensamiento. Son obras muy personales que, como sabemos, coinciden con muchas otras.
Creo que es mi modo ideal de poder explicarme y, sobre todo, a semejanza de un poeta, de expresar de la mejor manera el mundo que no se vive normalmente, pero que, como habita en uno, debe ser representado.
Doy a una idea algunas variantes en bocetos, porque busco lo mejor en ese momento; pero tampoco sufro la perfección, pues da un camino de sugerencias ante lo incierto, que hace que la improvisación tenga su espacio en la creación. O sea: acepto que sea un proceso que construyo como un camino de piedrecitas que se hace poco a poco, y realmente me gusta estar en ello; no lo sufro: lo acompaño, siendo responsable de saber que unas obras serán mejores que otras y que a veces el tiempo, lo no querido, se vuelve muy estimado.
Comienzo bocetando ideas, corrigiendo la composición y la estilización que cada figura debe llevar, y después pienso cómo será el color general que construirá el cuadro. Muchas veces, ya trabajando en la tela, algo cambia y el color también; pero es el momento el que manda, no me gusta la copia exacta ni de mis propias cosas. Aunque a veces no cambia, y puedo copiar el boceto como si lo proyectara.
Siempre estoy rodeada de dos libretas para los apuntes. A veces los apuntes no son casi nada, y otras veces el escenario mental no cabe en las libretas; así que parto con algo que se completará al llegar al espacio real de la tela y poder ejecutarlo, pues solo puedo pintar una atmósfera o un momento determinado junto a lo maravilloso del color.
Trabajo siempre en muchos bocetos, y después selecciono aquellos que completan una idea que quiero expresar. En la actualidad son mundos muy sugerentes del ser en su constante reafirmación de la vida, en el rescate del juego y la belleza, que son fundamentales para existir. Son constantes que poseemos desde nuestra infancia.
También llevo a la pintura lo femenino, y su autorreconocimiento ante los otros. De mis primeros temas femeninos de crítica social pasé a mis mundos femeninos sensuales, que evocan cómo el ser ama y evoluciona en diferentes escenarios cada vez más espaciales, donde estas figuras juegan en entornos en los que la referencia del paisaje las soporta.
Pero lo más importante es que yo esté motivada, de lo contrario paso y sigo haciendo bocetos sobre otras ideas.
Creo que, al realizar la obra, encarno a estos personajes que pinto y sus ambientes. Algo así como un actor, pero todavía más, pues los espacios donde estos personajes habitan también debo respirarlos: no son solo unos fondos, aunque lo parezcan. Estoy acompañando la creación; les doy vida, y ellos a mí.
El retrato en mi obra es muy importante. Los retratos que hago son en su mayoría inventados, o sea, no representan a nadie en particular; constituyen más un análisis psicológico, un personaje que se congela, como en una escena fija de cine.
¿Cómo nacen las ideas de tus obras?
De tres modos: bocetando sobre ellas, inspirada por algún material —ya sea literatura, antropología, o cualquier otro de índole cultural— y, fundamentalmente, de mis vivencias personales, que, por cierto, no son exclusivamente mías. Me siento un comunicante de emociones y de “belleza”.
Estimo que, por lo general, mi obra no es observada así. Las imágenes, las ideas, no las veo en sueños: las vivo como sueños; de hecho, me suelen preguntar si tomo alguna que otra droga… Es que me encanta imaginar: es una puerta que uso mucho en mi realidad si me es permitido, o sea, si me creo el tiempo para ello. Tal vez se trata de un inmenso viaje paralelo para vivir. Es así como lo siento, pues la mente es un mundo más allá del cuerpo físico.
Otro aspecto es, simplemente, algo que casi no es más que un juego: por recrear figuras y espacios para contemplar la realidad.
¿Qué lugar ocupa el azar en la elaboración de tus obras?
El azar es algo que me permito sin limitaciones en el proceso de producción de la obra. Si la mente está alerta, sabe mucho mejor que necesita el azar para la realización de la pieza. A veces, por ejemplo, introduzco un cambio en cierto color, o en algún colorido de la obra; también puede ocurrir un pequeño cambio en una figura, o la introducción de un elemento que no estaba previsto en el boceto primario. Me encanta que la obra me dicte lo que ella necesita.
¿Creas todos los días? ¿En qué momento?
Casi todos los días. Si tengo otro trabajo que hacer, le dedico a mi obra aunque sea una hora al día. Cuando tengo todo el tiempo por delante, se lo dedico por entero.
Generalmente amanezco temprano y voy a ello hasta el mediodía, y por la tarde-noche vuelvo durante un corto tiempo. Al mediodía me gusta dormir o leer algún libro o material de cultura, en particular de antropología, a la par que voy creando o terminando bocetos.
¿Qué importancia le das al dibujo en tu obra?
Los dibujos siempre son piezas únicas que casi nunca he podido llevar a pintura, pues surgen en otro lenguaje. Para mí son obras muy importantes.
¿Cuándo sabes que una obra está terminada?
Cuando lo que estoy viendo me da aquello que he querido expresar. No sé cómo decirte, pero hay un punto en el que sabes que aún falta, y otro punto en el que sabes que ya la obra está completa.
¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?
No creo que hayan cambiado mucho; lo que ha cambiado son mis contextos vivenciales, y ellos, de alguna forma, han mejorado mi presente y mi autorreconocimiento.
He incorporado a mi trabajo la arqueología, la antropología, el inmenso placer que experimento por las culturas antiguas y sus entornos, tanto geográficos como sociales. Admito que no soy una profunda conocedora de estas materias, pero me dan escenarios que enriquecen mis ideas sobre el ser y la labor de la feminidad en ellos.
También mi gusto por sembrar plantas y crear jardines son elementos importantes en mi obra.
El arte, para mí, es una gran experiencia de vida. Aunque la vida de los artistas puede resultar rutinaria en el plano físico, poseen una gran ventana abierta dentro de sí mismos.
¿Cómo definirías tu práctica artística?
Mi práctica… Esa palabra me recuerda a las prácticas médicas, pero es cierto que somos los curadores del alma, y eso, aunque no se ve, es muy importante.
¿Cómo contemplas tu estatus de creadora en el siglo XXI?
No me siento sujeta a casi nada, solo a la incongruencia. En mi opinión, la incongruencia puede representar un cuerpo que no está alineado. Mi obra, para estos tiempos, aporta lecturas subjetivas y ambiguas que juegan con el mensaje. Su aporte a lo contemporáneo sería algo que lo meta en la diferencia de intereses.
¿Eres reacia a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?
No soy reacia a ello, pero a veces la gente quiere que explique cosas de las que no me doy cuenta, o cosas que la gente considera más importantes. Agradezco a los críticos que dan sus criterios sobre mi trabajo artístico, a partir de lo que evoco con ellos. Siempre lo recibo con mucho respeto.
¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?
Entre mis recuerdos están Fra Angélico, Frida Kahlo, Pierre Bonnard, Edvard Munch, Mark Rothko, entre otros. Quienes siguen siendo grandes referentes para mí hoy en día son Okusai, Francis Bacon, Francisco Toledo y Francesco Clemente.
Pero no solo son figuras individuales: me fascinan las culturas que han producido y aún conservan sus códigos de identidad. La diversidad cultural es una de las cosas que más disfruto.
¿Desde la distancia, cómo juzgas a tu generación?
Mi generación es la de los años ochenta porque empecé en esa década y me formé en ella. Siempre me relacioné más con los integrantes de Volumen I que con los artistas de los años noventa, pues ya para entonces nosotros estábamos fuera de Cuba. Solo conservé algunos vínculos con algunos que estudiaban en el ISA en cursos anteriores.
Los ochenta fueron, a mi entender, los años de mayor creatividad y libertad en Cuba. En especial cuando el grupo Puré inició, en enero de 1986, una vía única que le dio al arte cubano, por un lado, la crítica social, y por otro lado, el sentido festivo de la cultura popular.
La de los ochenta, junto a la de los años sesenta, muy a inicios de la Revolución, fueron las dos generaciones que mantuvieron una actitud crítica ante “eso”. Con la salida de Cuba de mi generación, el panorama de los años noventa para los artistas fue diseñado desde el gobierno como una mercancía, y muchos se sumaron a ella.
Ya sabemos que a los que molestan hay que expulsarlos del paraíso tropical.
¿Cómo valoras el arte cubano contemporáneo?
El arte contemporáneo cubano es, me imagino, como en todas las épocas: hay mucho y de casi todo, así que solo el tiempo dará una valoración más coherente. No obstante, creo que el mercado, a fin de crear circo, hace que se sigan sus planes. Pero no siempre están todos bajo la carpa.
¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos?
Mantengo buenas relaciones con los colegas. Me gustaría que hubiese más tiempo para crear proyectos juntos y compartir, pero se hace muy difícil, ya cada cual tiene sus propias tareas para sobrevivir y crear.
¿Qué particularidad tiene la pintura para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?
Desde que la técnica la hizo posible, la pintura ha sido un medio muy cómodo para reflejar todo lo que uno imagina o ve. Es un medio fácil de transportar y difícil de abordar. Se hicieron tantas buenas obras que será imposible ignorar la pintura y no continuarla.
En fin, todos los medios artísticos están agotados —y esto es una idea del mercado del arte: que si muere, que si sobrevive, que si está agotado—, solo queda lo que uno hace con ellos. Tan malo puede ser un cuadro como una performance: lo que cuenta es lo que uno hace con esos medios.
¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?
Sería lo ideal, pero me temo que siempre se cuela algo… Trato de estar lo más centrada en mi proceso, pero no somos ajenos a lo que nos rodea, por lo que considero que un diez por ciento de ello entra en juego. No pienso en el público al crear, pero para exponer mi trabajo, cualquiera que sea su medio o técnica, aprecio que suceda la interacción.
Lo bueno es que nunca me espantan mucho ni el halago ni el rechazo, así que sigo sobreviviendo en mi camino. Sin embargo, agradezco mucho a quien me ayuda en alguna gestión después de que la obra está terminada, pues no se puede hacer todo.
¿Qué relación mantienes con las otras artes? Supongo que tu biblioteca puede decir mucho de tu obra. ¿Qué libros predominan en ella?
Mi relación con las artes visuales es muy estrecha, incluidas las artes tribales y de culturas antiguas. Mis libros, fundamentalmente, tratan sobre eso. No los leo con frecuencia, pero cuando los he visto o leído, los absorbo y se fijan en mí por su poder imaginario o su aura espiritual.
En mi etapa preuniversitaria yo era una lectora de poesía y novelas, pero ya hace tiempo de eso. Ahora, más que leer, oigo charlas y conferencias sobre cultura, antropología, arqueología, y algo de filosofía.
Todo aquello que te interesa se nota de algún modo en la obra, y por supuesto que es muy importante en las obras pictóricas.
¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?
Mi relación con el mercado es poca, casi siempre vendo por el boca a boca. No he tenido el tiempo personal para abordarlo, y creo que mi obra no se ajusta fácilmente a lo que es funcional en el mercado.
Creo que siempre ha existido esta situación del mercado y el dinero. La obra de arte, como se sabe, es un producto exclusivo, lo cual lo hace caro, y para un mercado que lo pueda pagar. Siempre fue así. Solo que, a partir de la modernidad, el sistema se amplificó con el surgimiento de más galerías y museos.
Tal vez hay más ricos o profesionales que ven el arte como estatus, inversión o diversión, y por ello se unen. Pues, por muchos calificativos que le demos, el arte es un entretenimiento del alma, y para llegar a ese placer hay que tener dinero; sin él, el artista no puede crear, y si lo hace, es por breves momentos y con escasos recursos.
¿Piensas que el mercado orienta la creación?
Sí. Lo reorienta. Casi todo lo que sucede, incluidas las relaciones personales, está sujeto a las normas de la moda.
¿Qué relación tienes con los galeristas?
En la actualidad no tengo ninguna relación. Los galeristas que tuve en el pasado, más que comerciantes, eran admiradores. Por ese lado, los artistas deberían agradecer que hubiera más comerciantes, así podrían dedicar su tiempo a la labor de crear. De lo contrario, no te vale de mucho tener una galería.
¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?
Creo que el arte tiene y tendrá un gran papel si se puede librar de la moda y se ve como la conciencia del alma de los humanos. Lo que pasa es que eso no les conviene a los que dirigen los procesos sociales, y ni ellos mismos creen que lo necesitan, excepto cuando se vuelve lucrativo. Los talones cada vez más populistas para medir el arte lo simplifican al mínimo, como un producto fácil, liso y rápido de consumir. Si les das algo que ponga esto en duda, o si aparece un rasgo de inquietud que sugiera algo que no es directo, lo desechan. Pero sin duda el arte será el documento de lo que vivimos, y seremos clasificados por él.
¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?
Me exilié en enero de 1993. Después de lo que pasó en el Mariel, lo pensé mucho. No lo hice solo por la posibilidad que se me abría, sino porque vivía en carne propia lo poco humanos que éramos como sociedad. Seguramente a otras generaciones les tocó vivirlo anteriormente, solo que en ese momento ya yo tenía cierta edad para pensarlo.
Mi vida siempre estuvo llena de eventos que me formaron en contra del proceso totalitario y excluyente de la Revolución. Mi padre y algunos de sus amigos siempre estuvieron criticando todo aquello. Así que, en cuanto nos dejaron ir a México en 1991, mi idea siempre fue cruzar y quedarme en Estados Unidos.
Miami me resultó muy poca cosa como ciudad, pero me fascinó no tener que oír las cantaletas de los discursos tontos de Fidel, y comprobar que el sistema tan vituperado funcionaba, desde un banco hasta las ayudas sociales.
Creo que un pueblo o sociedad debe madurar, porque no solo un demonio puede acabar con todo.
¿Qué queda de Cuba, y de La Habana, en tu vida y en tu arte?
Quedan mis recuerdos con mi familia, con mis compañeros de estudio, las calles de La Habana. Pero no me agarro a ellos. Hay muchas cosas que no he conocido y que me fascinaría vivir. En mi arte, lo más importante que me queda es el tono discordante de mi generación, y su búsqueda por entroncar el arte con lo humano. Fue algo muy formativo.
Galería
Ana Albertina Delgado – Galería.
Rogelio López Marín (Gory): “El arte es un espejismo lejano, obsoleto”
“El deseo urgente de evadir la realidad nacional y el servicio militar obligatorio, me llevaron a estudiar arte. Haber sido alumno de Antonia Eiriz, luego mi amistad con Servando Cabrera Moreno, Raúl Martínez y Umberto Peña, junto con la convivencia y el apoyo de mi madre, Thelvia Marín, fueron elementos decisivos en mi formación”.