Ernesto Crespo: las formas del tiempo



El Tiempo, filosóficamente, no es sino el origen del recuerdo.
Vladimir Nabokov.

Ernesto Crespo es un pintor humilde. Humilde frente a la propia pintura y lo que enseña, frente a su historia. 

Ernesto Crespo no quiere revolucionar la pintura. Pinta fascinado por el milagro estético que es la existencia del mundo, que exista lo que existe… 

Ernesto Crespo está convencido de que una obra de arte moldea nuestro mundo, le imprime un orden particular de tipo esencialmente espacial y visual. 

La pintura, en particular, constituye una imagen encarnada, una presencia. De ahí su profunda diferencia con todas las otras imágenes cuya significación se ubica en la superficie (una imagen es lo que solo existe en la superficie). 

La imagen pictórica se caracteriza por un agregado de sustancia, un peso, una carga específica que produce un efecto de placer o de deseo irreductible a la reproducción, la denotación o la imitación. De ahí que la fotografía de una pintura no sea sino un fantasma y que no verla de frente signifique nunca haberla visto. 

La pintura de Ernesto Crespo expresa el enigma de la presencia: constituye un aparato óptico con el cual podemos ver algo que no está aquí según la apariencia de este algo, sino por la evocación de su presencia. Como el tiempo. 

Por cierto, las pinturas de Crespo poseen un tiempo íntimo cuya tendencia resiste al “tiempo horizontal”, lineal, pasajero, que lleva todas las cosas hacia la caducidad y la decadencia. El tiempo del arte de Crespo es vertical, se yergue contra el deterioro del tiempo del mundo. 

Hace falta coraje, en estos tiempos desencantados, para abordar el arte en términos de felicidad y de belleza, para celebrar en este tiempo vertical un deseo de duración que nuestras costumbres modernas rápidas, fascinadas por lo virtual, parecen hacer cada día menos verosímil.

Como el tiempo es un movimiento en el espacio, el lugar (en este caso, la tela o el papel) permite espacializar el tiempo en el presente o en el pasado: el tiempo no es algo tan fugaz, permanece en su lugar, se hace figurable y el espacio deja de ser una extensión neutra.

La obra de Ernesto Crespo interroga la función de construcción y de reproducción de la imagen para mejor explorar lo que hace su espesura y su misterio. Así reactiva el estatuto subversivo de la obra de arte, ya que resiste a la presencia de lo real para conversar con lo imaginario y abrirse al cuestionamiento, al asombro, a la extrañeza, al desvelamiento, al pasmo, a la inquietante extrañeza. 

De ahí su pasión por el gran arte cinematográfico (pensado como la etapa contemporánea de la pintura) encarnado por Eisenstein, Tarkovski, Bresson, Dreyer  Bergman o Antonioni, que interactúa con su pintura no solo desde una perspectiva formal (la iluminación, la composición, la textura), sino también en el ámbito de lo conceptual. El cine fragmenta la supuesta realidad, la disecciona, la reencuadra. Es una sucesión de imágenes detenidas que sistematizan el tiempo en dos categorías, el tiempo externo y el tiempo de la conciencia. 

Ernesto Crespo defiende el poder ontológico de la sensación en su pintura, que es una especie de germinación del pensamiento. Siguiendo a Kant, afirma que la sensación constituye el reino de la estética: la pintura es una crítica inmanente dentro de las condiciones trascendentales de la sensación. 

Las obras de Ernesto Crespo son una profunda búsqueda de la percepción del espacio, de la luz y de la temporalidad, mediante las posibilidades de la pintura para representar estos elementos. 

El primer efecto que provoca la pintura de Crespo es una especie de turbación que pone el espíritu al acecho y abre las válvulas del inconsciente. En este sentido, su trabajo no solo consiste en reproducir unas formas, sino en captar fuerzas, en hacer visibles cosas invisibles. De ahí que Crespo sea un resistente. 

Contra la invasión sistemática del ruido y la intrusión de una profusión inaudita de imágenes que terminan anestesiando nuestro discernimiento, Crespo defiende el silencio de esta presencia sentida antes que ser dicha y reactiva la búsqueda de un estado poético y reflexivo de este inmenso campo de experimentación visual que es la pintura. 

Esta pintura celebra el enigma de la visibilidad al dar acceso, por la mirada, a un orden de existencia enmascarado por las perspectivas prácticas que suelen orientar la vista, probándonos que lo que vemos procede de lo que no es aparente.



Ernesto Crespo (Galería):







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