René Peña: “En algunos momentos he pensado en salir de Cuba”

La obra fotográfica de René Peña (La Habana, 1957) resulta esencial para entender el cambio de paradigma estético y conceptual que ocurrió en la fotografía cubana en los años 1980-1990.

Empezó a difundirse el uso del autorretrato como práctica que alteró y trascendió las formas tradicionales de representación en la fotografía cubana anterior y sobre todo posterior al proceso revolucionario donde la perspectiva colectiva, la realidad social exterior predominaban en la estética fotoperiodística “épica”, y René Peña, siguiendo la estela de Marta María Pérez Bravo cuya obra magistral marcó un giro con respecto a la tradición fotográfica cubana, creó un lenguaje visual autorreferencial para descentralizar el discurso hegemónico del cuerpo de la nación cubana como colectividad y sustituir el referente de la masa por el del individuo.

Sus fotografías giran en torno a las temáticas de raza, de género, de sexualidad. Introdujo una nueva narrativa en las representaciones del espacio social, desplazando el foco desde el espacio público hacia el interior doméstico y luego hacia lo íntimo para investigar el tema de la identidad del cuerpo negro como escenario simbólico.

Peña refuta la oposición binaria entre negro y blanco y sus fotografías deconstruyen el concepto de identidad sustancial que se reduce menos a postularla o afirmarla que a rehacerla, reconstruirla, ya que toda utilización de la noción de identidad comienza por una crítica de dicha noción.

Un asunto central de las series fotográficas de René Peña es la relación que se establece entre los individuos y las instituciones (familia, educación, partidos políticos, religión). También presta atención a la contradicción que se crea cuando tratamos de conservar nuestra individualidad a la vez que tenemos que lidiar con nuestra condición de entes sociales.

Su trabajo fotográfico consiste en armar puestas en escena de su propio cuerpo para brindar interpretaciones personales sobre asuntos sociales que le interesan. Sin embargo, a Peña el término “autorretrato” siempre le ha parecido sospechoso, pues nos puede hacer creer que en él va una versión suya sin omisiones cuando puede que no haya imagen más distorsionada sobre alguien que la creada por sí mismo.

El dominio técnico de la escritura fotográfica de René Peña es magistral. Sus fotografías son narraciones visuales porque no son conjuntos de símbolos denotativos, sino conjunto de símbolos connotativos: son susceptibles de interpretación. Peña no toma fotografías, las hace. El suyo es un acto creador icónico constituido por un tejido polisémico de significantes. Lo que muestran sus fotografías es la simbolización de un mensaje.

La idea de una hegemonía de lo visual en nuestra cultura contemporánea se ha convertido en un leitmotiv, una evidencia: nadamos en un flujo ininterrumpido de imágenes que tiende a convertirnos en consumidores pasivos.

De ahí la importancia de la potencia discursiva y narrativa de las imágenes de René Peña que invierte la relación entre imagen y mundo: la imagen ya no es un reflejo de la realidad, es ella al contrario la que nos impone una manera de leer el mundo y, por lo tanto, en cierto modo, la que lo hace existir.  


Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia.

Nací en Marianao, justo frente al Buenavista Social Club. Mi padre era obrero, como decimos aquí, pintor de brocha gorda, y mi madre maestra. Además, mis abuelos (mi abuelo era masón y comerciante, mi abuela era ama de casa), mi hermano y mis tíos siempre anduvieron muy cerca. Nací en un barrio obrero lleno de amigos y vecinos muy cercanos. Era muy divertido.


¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico? ¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida?

Siempre me interesó el arte, por eso de niño estudié violín. También traté de escribir algo, pero nada de esto me funcionaba. En algún momento apareció una publicación de artes visuales y me entusiasmé a pintar, pero tampoco.

Desde niño tomaba fotos con una cámara que teníamos en la casa, pero no fue hasta mucho después que encontré un libro de fotografía entre las cosas de mi hermano y descubrí que la fotografía me podía servir no solo para reproducir lo que veía, sino también lo que pensaba.


¿Qué formación tuviste?

Finalmente, estudié Lengua Inglesa en el Instituto Superior Pedagógico de Lenguas Extranjeras y allí tuve muy buenos profesores.


¿No estudiaste Arte?

Sí, estudié Arte, solo que cuando era niño lo primero que me atrajo fue la música y me decidí por el violín. La orquesta Aragón me fascinaba.

Luego, cuando me inicié en la fotografía ya tenía alma de autodidacta y no estaba dispuesto a seguir la disciplina de un aula con sus maestros. En ese momento descubrí la sala de arte de la Biblioteca Nacional y me volví un asiduo.

Allí fui prestando atención a lo que creía interesante, a la vez que conocí a un grupo de estudiantes de la Facultad de Artes y Letras que me ayudaron mucho. Por esa época la madre de mi hija mayor estudiaba Historia del Arte y viendo sus programas de estudio escogí las asignaturas que me parecían interesantes y asistía a estas clases como oyente.


¿Qué es el arte para ti?

Para mí el arte es la oportunidad de establecer diálogo con los otros sin que se vuelva una discusión o un sometimiento.


¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Hay muchos artistas que me han influenciado: Eduardo Muñoz, Santiago Álvarez, Marta María Pérez Bravo y muchos más.

Eduardo Muñoz era uno de los estudiantes de arte que conocí en la Biblioteca Nacional. A él le gustaba la fotografía y ya en ese momento había hecho alguna exposición, creo que en un espacio dentro de la Facultad de Artes y Letras. Me recomendó algunos libros que él creía que me serían útiles.

El estilo de sus fotos, medio pop, me influenciaron tanto que decidí dejar de frecuentarlo por un tiempo hasta que yo encontrara mi propio camino. Y funcionó. Fue en esos tiempos cuando realicé mi primera serie fotográfica titulada Hacia adentro. Eduardo también me inculcó ser serio y riguroso con el trabajo. Aún hoy trato de no defraudarlo.

Santiago Álvarez era un cineasta cubano que realizaba los noticieros ICAIC que veíamos cada vez que íbamos al cine. Sus trabajos en blanco y negro me parecían geniales. Uno se daba cuenta de que con muy escasos recursos se podía crear una obra grandiosa. Puede que por eso sea que nunca me ha llamado la atención las cámaras y otros materiales muy sofisticados.

Cuando vi por primera vez las fotos de Marta María Pérez Bravo yo comenzaba a utilizar mi propio cuerpo como soporte de mi obra, y fue muy bueno saber que otra persona también lo estaba haciendo y con muy buenos resultados.

Luego nos conocimos personalmente. Como se fue a vivir a México, no nos volvimos a relacionar hasta que curadores y galeristas tuvieron la idea de unirnos en las exposiciones. Uno toma vino tinto y el otro vino blanco; los dos tomamos vino, pero no recuerdo cuál.


Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años noventa?

De la generación a la que pertenezco me siento agradecido. Cuando llegué a ese mundo, la mayoría eran más jóvenes que yo, pero con muchos conocimientos de arte. Eran recién egresados de las escuelas de arte y así fueron de una forma u otra mis guías. Algunos aún lo son, como Luis Gómez, Andrés Montalván y Manuel Piña.


¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos?

Hubo un momento en que me relacionaba mucho más con los artistas, pero luego nos hemos ido distanciando. Creo que coger mi camino causó esto. Aun así, me veo como parte de ellos y a distancia nos llevamos bien.


Cuéntame tu proceso de creación.

Solo trabajo cuando llega el momento, cuando siento que estoy listo para convertir en imágenes algún asunto que me perturba y que lleva tiempo dándome vueltas.

En ese momento, realizo una especie de performance solo para mi cámara, usando básicamente mi propio cuerpo y algún que otro elemento en cualquier espacio aislado de mi casa. Entonces la cámara, con su self-timer, recoge las imágenes que luego editaré para compartir con los otros.

Estas fotos rara vez describen las ideas de las que surgieron y me dan la alegría de poder escuchar interpretaciones cercanas o no a los asuntos que las originaron.

Hay veces en que la conversión de una idea a imagen ocurre muy rápido, pero por lo general me toma periodos más largos, meses, años. Otras veces, no lo logro.

Por eso trabajo casi todo el tiempo, pero fotos hago muy pocas. Hubo momentos en que no era así. Tenía muchas ideas y hacía muchas fotos. Entonces, de todas, desechaba la mayoría. Y creo que más que desechar imágenes, lo que desechaba eran ideas tontas.


¿Qué particularidad tiene la fotografía en comparación con la pintura o el dibujo?

Hubo un tiempo en que creía que la fotografía estaba en desventaja con las otras artes visuales. Ahora creo que había estado confundiendo el medio con los fines.

La fotografía es solo un medio. Entonces me interesan más los discursos que los soportes. La pintura, el video, la literatura, la música, el teatro son herramientas.


¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo?

El mercado del arte es necesario porque nos da de comer. A unos más que a otros, pero ahí vamos tirando. Son algunos artistas quienes hacen las concesiones de hacer no lo que quieren, sino lo que deben hacer y uno se da cuenta.


¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

Con los galeristas mantengo buenas relaciones. Siempre ha habido respeto de ambas partes y, a veces, amistad.


A diferencia de una gran parte de los artistas cubanos de tu generación y de otras generaciones, no decidiste exiliarte, ¿por qué?

En algunos momentos he pensado en salir de Cuba, por las ganas de comerme una buena pizza, para no tener calor, para no tener miedo. Es tan obvio; pero ya he andado por ahí y he visto que pros y contras hay en todos lados. Aquí tengo a mi familia y ya casi no me quedan amigos. Por eso hablo siempre por WhatsApp.


¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?

Cuba es el país donde nací y crecí. Aquí me convertí en lo que soy y no tengo que esforzarme para que todo ello sazone mis creaciones. Esto va a ser así, aunque me fuera a trabajar a otro lugar. De lo que no estoy seguro es de si mi obra sufriría cambios si estuviera en otro lugar, porque los asuntos que me interesan tienen más que ver con mi propia percepción de los asuntos sociales, el individuo y la sociedad, que con mi ubicación geográfica.


René Peña (galería)





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