La playa de Madrid

Nebulizadores convierten la playa de Madrid en una nube donde un niño llora porque su pelota azul se le ha perdido. Y una madre sostiene un helado de fresa (en espiral) mientras persigue esa cabecita rubia que tanto ama entre las otras.

Entre esos segundos fantasmagóricos en los que todes se parecen a todes y esa cabecita rubia ya no es tan particular. Pero la encuentra en ese lugar que los otros llaman “allá”, cerca de los cipreses, a la vera del río, sola.

El río Manzanares no es un río, es un riacho. Discurre tan lento que a la garza real le da tiempo a esperar… Esperar a la bermejuela de plata que viene mansa.

La garza real sigue su propia técnica. Su caza es furtiva. Consiste en situarse cerca del agua y quedarse completamente quieta. Como si fuera parte del decorado. Como esos eunucos que entretienen al rey y se quedan quietos, casi inmóviles, porque son parte del decorado, y tienen la misma importancia que la fuente de piedra, que el escanciador de oro, que el incensario.

La garza real simula, con la inmovilidad, su camuflaje. El deseo mueve. Pero la garza real lo sabe y se queda quieta. Miente en su deseo. Miente mientras acecha a su presa, la bermejuela de plata, y, de repente, la pinza con el largo pico, con un movimiento rápido de cuello.

Eso mira la niña entre los cipreses. La cacería de las bestias. Y se asusta y regresa corriendo a los brazos de la madre que, desesperada, la levanta en brazos mientras deja caer el helado de fresa que ha perdido la figura en espiral.

Así, en brazos, camina hasta el óvalo de pizarra que nebulizadores convierten en un óvalo de bruma.

Estamos en la playa de Madrid.


La playa de Madrid (galería)





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Las Ventas

Edgar Ariel

Resaca de fiesta, toros, toreros, matadores, caballos, cuadrillas, banderilleros, rejoneadores, trajes de luces y de todo aquello que traen las fiestas.