Cuando llegué a Miami en 2004, conseguí trabajo en un Burger King.
Recuerdo estar parado en el balcón del apartamento en Kendall y mirar la calle, mi empleo estaba cuatro cuadras abajo. Me imaginé caminando, supuse que me tomaría diez o quince minutos llegar.
Al otro día, el primero, llegué media hora tarde, sudado y extenuado. Yo era joven y en la imaginación de la juventud los espacios se ensanchan, pero las distancias se estrechan. El barrio de Kendall me tomó el pelo, parecía ser inmenso pero alcanzable; vasto, pero pequeño, casi insignificante, como la palma de una mano.
Ahora he vuelto a vivir aquí. Le han hecho un centro de arte, talleres de pintura y negocios locales.
En uno de los talleres pinta Reynier Llanes. Conocí su obra cuando The Atlantic publicó un artículo con piezas de su serie El Poeta. El texto, de Adam Kirsch, resume The Revolt Against Humanity: Imagining a Future Without Us (La rebelión contra la humanidad: Imaginando un futuro sin nosotros).
Es un interrogatorio de dos movimientos que pretenden definir el destino de nuestra joven especie: el antihumanismo y el transhumanismo. Propone que ambos, a pesar de tener raíces y motivaciones antagónicas, se encuentran reflejados en su finalidad.
A grandes trazos y corriendo el riesgo de generalizar dos ideologías extremadamente diversas, intento explicarlas: los antihumanistas buscan la extinción gradual o la reducción en número de nuestra especie para disminuir nuestra huella medioambiental; los transhumanistas buscan la trascendencia de nuestra conciencia al mundo digital, escapando así de las limitaciones físicas del universo.
Los movimientos convergen en que ambos requieren el fin de la humanidad como la conocemos.
El Poeta de Llanes es una figura humana que desaparece mientras observa algún paisaje. Tómese un descanso, mire con detenimiento el cuadro El caminante sobre el mar de nubes, del pintor romántico Caspar David Friedrich, y luego vuelva su vista a El Poeta.
El caminante… se muestra sólido ante la naturaleza. La figura de agua de Llanes se disuelve en el paisaje, como si fuera perdiendo su existencia. O quizás su forma va naciendo, hecha del mundo, a través de la cual se pueden ver las flores.
En su ensayo The Abolition of Man (La abolición del hombre), C. S. Lewis argumentó que, si la ciencia nos ayudaba a ver a través de las cosas, las cosas se harían invisibles. Una de esas cosas es el ser humano.
Argumentó también que la conquista del hombre sobre la naturaleza incluye la conquista del hombre sobre el hombre. Escribió que la naturaleza es el nombre que le damos a lo comprendido y conquistado.
Ella es también aquello que estamos destruyendo. Por tanto, estamos en el proceso de hacernos invisibles y de destruirnos a nosotros mismos. Existe una línea directa en el trayecto espiritual de El caminante… de Friedrich, sublimado por lo incomprendido, a El Poeta de Llanes, abúlico de tanto entender.
Aldous Huxley, por su parte, criticó en su ensayo Wordsworth in the Tropics (Wordsworth en el Trópico) a artistas románticos como Friedrich por explotar la naturaleza para el beneficio de su inspiración, otra forma de antropocentrismo.
En sus afanes de volver a ella, asumieron que el mundo natural tenía una función espiritual para el humano. El caminante…, romántico, con un bastón y traje, observa el dramático paisaje de un barranco. El vendaval muestra la implacable fuerza del cielo, pero sigue siendo el centro, el cuadro nos da su perspectiva.
El Poeta de Llanes es un ser de nuestros tiempos, ya ha conquistado gran parte de este mundo, ha desforestado, ha contaminado los mares, ha agotado los océanos de peces. Su paisaje no es dramático, no hay un vendaval implacable; él o ella están simplemente diluidos en el verde y el rojo de las plantas y las flores apacibles. En lugar de mirar inspirado o con asombro, mira con compasión y melancolía. Se da cuenta que nada le pertenece, nada está hecho para el beneficio de su inspiración.
Visto desde el lado transhumanista, la figura puede ser una persona que apenas va naciendo dentro de un programa de computación. Pero Llanes no es un pintor transhumanista.
En otra de sus series, Los Viajeros, tres cerdos andan por un prado o van en bote por un mar rizado. Los animales domésticos ejecutan acciones antropogénicas y parecen traer la valentía e inocencia del reino animal a actividades humanas. Prefiguran una empatía poco característica de los tiempos modernos y un llamado a reconsiderar nuestra condición animal, eso que algunos filósofos anglosajones llaman nuestra creatureliness (nuestra criaturidad).
¿Estoy diciendo que su pintura es antihumanista? Esos animales domésticos resaltados con compasión y luz prefiguran una especie de rebelión contra la humanidad.
En otros cuadros, Llanes refleja el impacto de la industrialización, la vorágine de la civilización contra el mundo natural. En una pieza, una tortuga descansa sobre un hidrante en un cuadro llamado Oasis. La broma de que la tortuga no pueda beber el agua apresada por los humanos se convierte rápido en una reflexión sobre nuestra conquista sobre el preciado líquido y cómo esto afecta a otras especies. Sin embargo, en varias obras, el abrazo de dos humanos o la simple contemplación de un mar reivindican las emociones y la ansiedad de sentir.
Nada existe más que sentir, a eso nos apunta el psiquiatra sudafricano Mark Solms en su libro Hidden Spring (Primavera oculta), donde explica los últimos avances sobre el estudio de la neurociencia. El sentir es la sustancia que forma la consciencia. Y un pintor que celebra la consciencia humana de este modo difícilmente sería antihumanista.
Tampoco creo que estemos hablando de un humanismo puro a través de su pintura. Decenas de animales de granja, figuras andróginas enmascaradas, a veces en estados de embriaguez espiritual, rompen con ese canon.
Prefiero pensar que, en la serenidad de formas que evoca posiciones de meditación y la dualidad de humanos que aparecen o desaparecen frente a colores pasteles y vivos, estamos hablando de una pintura contra el fin de la humanidad. Una alarma sublime y esperanzada.
Emerson dijo que el ser humano algún día moriría de civilización. Hoy en día, la civilización parece querer derivar por dos caminos.
Uno es el del progreso desmedido, donde la inteligencia artificial quedará a cargo de escribir nuestras novelas y pintar nuestros cuadros, los carros eléctricos nos manejarán a nuestros destinos y el lenguaje inclusivo se ocupará de que nadie se ofenda.
El otro es el de un conservadurismo recio que busca mantener el statu quo industrial, el crecimiento económico a costa de la destrucción ecológica y una mano dura ante la evolución de ideologías sociales. Ambos caminos nos pueden conducir al mismo fin.
El arte es la primera línea de defensa que tenemos. Busca hacernos sentir los espacios en los que vivimos, luego establece un diálogo entre ellos y nuestras emociones; lo cual debe dar paso a la tolerancia y la compasión.
Reynier me contó sobre un cuadro que piensa pintar y que involucra a una abeja. En una ocasión, en mi patio, una noche de invierno en Kendall, hablábamos sobre la extinción de los insectos, que mueren debido al desarrollo urbano: las luces de la ciudad los desorientan y no pueden encontrar sus alimentos, ni sus parejas, ni sus nidos; la deforestación los deja hambrientos y moribundos; los insecticidas —también tóxicos para los humanos— los eliminan al instante.
Hace apenas unos años, en ese mismo patio, solían haber montones de mariposas, moscas, abejas, avispas y mosquitos. Ahora casi ninguno nos visita.
A un lado estaba Pine Rocklands, un hábitat en peligro de extinción, que fue destruido para hacer un Walmart; al otro, han podado todo un terreno de arbustos y cipreses para tener mejor acceso a un cableado eléctrico. Donde antes yo veía árboles, ahora está la Turnpike y su río de humo, luces y plástico.
Le pregunté qué pensaba sobre la condición cubano-americana. Hablamos de nuestra tragedia política y de nuestros traumas. Lamentamos que no exista más apoyo hacia los artistas cubano-americanos por parte de nuestra comunidad.
Vivimos pendientes de otros mundos, o sumergidos en mundos virtuales. Le pregunté qué se necesitaba para mejorar. “Tenemos que ser más sensoriales”, me dijo.
Vi un hilo conductor entre la destrucción de Cuba, la cubanidad, la incomprensión entre cubanos y la historia de la abolición del ser humano. Los transhumanistas le preguntarían a ChatGPT, el programa de inteligencia artificial, cómo llevar democracia a la Isla.
Pero, ¿podría la inteligencia artificial darnos la solución? ¿Cómo podría hacer algo así una entidad que no siente?, ¿cómo podríamos enseñarle a sentir si aún no sabemos cómo sentimos? Y si algún día entendemos cómo funciona, por ejemplo, la compasión, entonces es posible que inventemos la cura, o simplemente dejemos de sentir.
Los antihumanistas, en su pesimismo, preguntarían: ¿cómo rescatar Cuba si, al igual que en el resto del mundo, cada vez parecemos más distantes de quien no piensa como nosotros, de la humanidad, de los cubanos, y si cada día pasamos un poco más de tiempo en alguna red social?
He llegado a ver a El Poeta como Reynier lo explica. Un ser que ha venido del futuro a advertirnos todo lo que estamos perdiendo. A decirnos que este es un buen momento para reconsiderar nuestro paso vertiginoso hacia los abismos. Existen preguntas fundamentales para la naturaleza —incluyo a la humanidad en el término— que ningún líder actual está dispuesto a enfrentar.
Es ahí donde el arte tiene que abrir espacios. ¿Hasta dónde vamos a dejar que el progreso gobierne nuestras vidas? ¿Debemos pausar el desarrollo de ciertas tecnologías? ¿Cómo podemos invertir en la cultura y el sentir humano, en lugar de la inteligencia artificial? Algunos transhumanistas dicen que esta llegará a ser tan poderosa, que en realidad estamos creando a Dios. Una vez eso pase, no hay vuelta atrás.
Prefiero ser yo quien tenga que enfrentarme a las calles de Kendall, a sus traspiés y engaños, no un programa de computación. Prefiero que mi hija tenga insectos con que jugar y sienta las delgadas patas de una mariposa sobre sus manos en lugar del peso de un Smartphone.
Quizás, aún, estemos a tiempo de rescatarnos.
© Imagen de portada: Reynier Llanes ante ‘Chronos’.
Crónica de un secuestro. Entrevistar a UPS!
Pensaba que las notitas de amenazas bajo la puerta eran una broma de mal gusto. También el DM en Instagramcomo respuesta a mi texto sobre la fiesta del agua: ‘Te vamos a partir las patas’.