Rostros y espacios difusos



No es una vieja cantilena, son seres que formaron parte de un espacio. Ahora perdidos entre memorias que una vez alentaron alegría, apegos, regalos: dar y recibir. 

Amores, amigos, padres, familia. Una vida entera en un país que se diluye. 

¿Visión borrosa? ¿Acaso aún hay esperanza? ¿Queda un mínimo de felicidad para reír, para respirar? 

No se puede definir una estructura maleada. Hubo un dibujo en un papel inmenso, el arcoíris sobre sus cabezas lo hacía brillar. Eran cercanos y podían tocarse. Despedían ese aroma que contiene el amor y la amistad. Y los amaneceres y las noches prometían. A pesar del acecho de los cuervos. 

Quise fotografiarlos al descuido, improvisando, con el flash disparado con el corazón. En mi habitación, conmigo, aún late por esa gente que se fue. 

Todos dejaron una Cuba maltrecha, unos desdibujados por la muerte, otros sustraídos por el dolor de pertenecer a una tierra donde la mudez es una mazmorra húmeda y sucia. 

Los lapidados se marcharon a un mundo más ordenado, si es que tal orden existe. 

Cuando observo este retablo, miro más adentro y me doy cuenta de que el vínculo no ha sido destruido, permanece en un tiempo mejor, donde éramos sanos y estaba casi ausente el ego. 

Quisiera un mundo libre de enfermedades humanas, no de las enfermedades de contagio, sino otras, más desafortunadas. Quizá la lealtad es un sentimiento capaz de sobrevivir, si lo atamos fuerte a nuestros brazos y pecho.

De los verdaderos amigos no se desconfía. Cuando aparece una trabazón, debe permitírseles la defensa.

Yo nunca traicioné a nadie. 

Cierro los ojos, los ámbitos existen y no. La arquitectura se siente pegada a los huesos y la melancolía es una miga sin color, amarga en el paladar. 

La mano permanece asida a lo alto, donde quedó la emoción del verbo. El silencio del presente nos rodea como un paisaje de árboles taciturnos, sin viento que mueva ramas y hojas. 

Pero, si el presente se calla, ¿que nos queda entonces? 

La mirada y lo que pudimos retener. Nada más.

Si hay lugares que añoro, uno es la sepultada Torre de Letras, el proyecto literario de Reina María Rodríguez, donde se hacían tertulias, lecturas, talleres de escritura. Donde habitábamos en compañía de poetas malditos, locos, rebeldes. 

Hubo una Torre y sus almenas…

Reina nos dejó también. Y no la culpo. 

El proyecto desapareció. Nosotros estamos, al mismo tiempo, ausentes y presentes en el lado equivocado. Aunque no tenemos el mismo sueño. 

Dormidos, caminamos. Sonámbulos en la luz diurna. Empecinados en hacer arte para no morir. Sin arte, hay muerte rondando. 

Los artistas sobreviven en medio de tanta angustia. Acaso la guardan en un bolsillo, entretanto perfilan la obra.

Evoco una tarde triste en San Isidro, en el homenaje a Juan Carlos Flores, después de que él se hartara de la vida. 

El poeta eligió morir en su propio balcón. La cuerda en su cuello, apretada. Su mirada hacia el sol. 

En la cola del pan, le dijo a una vecina algo así como: “Luego me voy a suicidar”.

Tal vez era su derecho a morir, sin rendir cuentas. Largarse sin permiso de ningún Dios o ser humano. Estoy segura que halló la manera perfecta de cavar un túnel.

En el tributo al poeta muerto, había que leer textos. Me decidí por palabras para honrar a otro poeta suicida: Ángel Escobar, el iluminado de los manicomios blancos.

Una noche, en la Galería El Círculo del Vedado, en la exposición País de Pixeles, capté un rostro medio escondido, detrás de alguien, aunque apenas se notaba. Era Luis Manuel Otero, el Luisma, el artista mulato y pobre. 

Eso sucedió antes. Después, vino el encierro.

Nuestra historia es la patria de cada uno. Y cada uno de nosotros es la patria. 

Madre, padre, amigos, ¿dónde están? 

Extraño paisaje devastado sin ellos. Imagino. Vuelvo a la rítmica tutela. Incentivo y alianza de todos conmigo y yo con todos. 

Azul, rojo y blanco son los colores de la única bandera que nos cubre. Vivimos en imágenes y así perduraremos.

No hay omisión. La gente, los espacios, siguen conmigo. Asimismo, la luna se puede transformar en un imperdible. Lo sé.

Todo pasa por alguna razón. Todo pasa por alguna. 

Todo pasa. Todo.



Galería





la-mujer-de-salman-rushdie-tambien-esta-condenada-a-muerte

La mujer de Salman Rushdie también está condenada a muerte

Por Jorge Enrique Lage

Uno de los títulos de este año es sin duda ‘Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato’ (Random House, 2024), de Salman Rushdie