Carlitos Hernández, un bajista del reparto

En toda escena creativa suelen haber rostros parcialmente ignorados, esencias en las que, por lo común, no se repara, mas juegan un rol vital a la hora de poner en marcha el engranaje al cual pertenecen. Tal situación condiciona un tratamiento superfluo respecto al papel de sujetos creativos importantísimos durante el proceso de concreción de los productos artísticos. 

En el entramado musical del reparto, la situación descrita es algo recurrente. Tanto que, en ocasiones, a los ojos del público y la historia, el trabajo de los músicos acompañantes no es atendido a la altura que reclama su puesto como soporte fundamental durante las presentaciones en vivo. 

Para profundizar sobre este tema y otros, conversé con Carlos Hernández, quien trabajó como bajista del exitoso dúo de reparto Charly y Johayron. 

¿Cómo empezaste en la música?

Empecé con 7 años aproximadamente. En la academia cubana se comienza durante la educación primaria, de segundo a tercer grado, o de cuarto para quinto grado. En segundo, hice las pruebas para la escuela Manuel Saumell, pero no logré entrar. Luego continué mi preparación hasta que, en quinto, ingresé a la Paulita Concepción.

Vengo de una familia de músicos. Mi abuelo fue violinista en una orquesta famosa llamada La Ritmo Oriental y luego tocó en la orquesta del ICRT. Mi tío abuelo es El Chino de Los Zafiros y mi papá es músico, pero se dedicó mayormente al magisterio en el Conservatorio Amadeo Roldán. 

Siempre escuché música en la casa que contrastaba con la del barrio. Nací y me crie en Los Sitios. De hecho, El Choco y El Uniko vivían a dos o tres cuadras de mi casa; bastante cerca.

Como músico profesional, además egresado de la academia, tienes que escuchar mucha música de todo tipo. ¿Cuáles son tus preferencias musicales?

Son muy variadas. Mi banda favorita es Radiohead, pero me gusta tocar reparto, música popular y jazz. Me decanto por los artistas que tengan una propuesta novedosa, sin reparar mucho en el género.

¿Qué entiendes por música popular?

Es cualquiera que venga del pueblo, ya sea de un entorno urbano o rural, pero cualquiera que se haga en el pueblo y se transmita a otros sectores. Lo que hoy día es un concepto muy ambiguo porque es mucha la música popular que se ha academizado. El mejor ejemplo es el jazz. 

En Europa este proceso es de hace tiempo, pero acá en América es más reciente. Un ejemplo es el danzón, que, si bien es un ritmo popular, nuestro baile nacional, actualmente recibe un tratamiento distinto, sobre todo si se le compara con la timba o el reparto. 

Es un fenómeno recurrente que músicos formados en academias cubanas aludan a la marginación que sufren los géneros populares en estos centros. Recuerdo particularmente las palabras de Alain Pérez sobre el tema, recogidas en el documental del Boomerang[E1] , disco de Habana Abierta. Coméntame tu experiencia. 

El programa de las escuelas de música no es funcional. Está centrado, principalmente, en la música clásica; cosa que no funciona en un país con una estructura de orquestas clásicas limitada, que no da abasto para la cantidad de estudiantes que se gradúan al año. En mi caso, como bajista, en la escuela solo recibí el conocimiento acorde a ese estilo, o sea: tocar el contrabajo con el arco. 

También sucede que Cuba tiene una tradición de música popular que en la escuela se trata de forma superficial. Así, cuando uno termina los estudios, debe salir a la calle y sobre la marcha aprender lo que es la técnica de los géneros populares. No solo en lo instrumental, sino incluso las formas de producción, mezcla y master; cosas que la escuela no enseña. El programa debe actualizarse, se ha quedado muy atrasado en relación a los tiempos que corren y eso es fundamental.

En la academia, la música popular se respeta mucho. A nosotros nos animaban para ir a conciertos y muchos de los principales representantes de estos géneros nos ofrecían clases magistrales, pero hasta ahí. En el tiempo que estudié, no existió un programa definido para la música popular, situación negativa, sobre todo para estudiantes de un instrumento tan importante como el bajo. 

El contenido era muy débil en ese sentido. No sé si la situación cambió luego que terminé mis estudios. Ojalá, porque el tratamiento metodológico en mis años de estudiante era muy superficial ante esta música. Creo se debería profundizar, sobre todo en estos tiempos, donde muchos de los estudiantes solo encuentran trabajo en este campo.

¿Cuándo comienzas como músico profesional? Háblame un poco sobre tu trayectoria. 

Comienzo luego de graduarme, a los 18 años. La primera banda fija en la que trabajé fue la de Tobías Alfonso; incluso creo que con ellos empecé antes de terminar la escuela. Después hice un trabajo más serio con Rapzodia.

En esos años escuchaba mucho hip-hop en la escuela: Kendrick Lamar, Tyler The Creator, Kanye West y, precisamente, la propuesta que buscaban en Rapzodia iba por esa cuerda.

No sabía mucho de bajo eléctrico porque estaba concentrado en graduarme con buenos resultados. Al terminar fue que le caí arriba al estudio del instrumento. 

Fue una etapa de crecimiento para todos los que estábamos. Algo súper lindo y orgánico. Nuestro clímax fue el In da House Fest, un evento que hicimos en La Madriguera donde unimos bandas alternativas y raperos. Lástima que el proyecto no dio para más, pero lo recuerdo con mucho cariño. 

Luego retomé el trabajo con Tobías Alfonso y Los Monos Lácteos. El clímax fue con el Primera Base del Havana World Music, que ganamos en 2020 durante la pandemia. Fue tremendo proceso, cada músico mandó sus cosas grabadas desde la casa a Tobías para que editara.  

Posteriormente, me llamó PiQ Montano, con quien trabajé mucho. Ya lo conocía de Toques del Río. Un día, de pronto, me dice que se va del grupo y que quiere formar uno nuevo. Ese fue el trabajo alternativo más cubano en el que me involucré hasta ese momento.

Aunque no estuve en la nómina, toqué también con Ron con Cola, Bocarriba y Black Dueta. Fue lindo porque era entre los socios. Estuve, además, en Así Son y participé un tiempo en La Nave Oficio de Isla, con Osvaldo Doimeadiós, en la obra Luz, junto a la Banda de Boyeros. 

Al unísono de estar con PiQ empecé con Charly y Johayron. Al principio no estaban tan pegados como ahora, en ese momento eran, simplemente, los chamacos de Tequila y Limón. 

Fue poco a poco: una pincha hoy, otra luego, hasta que se empiezan a pegar y no me dejan tiempo para otra cosa; terminé exclusivamente con ellos hasta que me fui de Cuba. 

Sucedió un crecimiento súper orgánico. Fue desde llenar un bar hasta La Tropical y escucharlos en todas partes. Si me montaba en una gacela ahí tenían puesto Charly y Johayron, así en una guagua y en todos lados, a toda hora. 

Hay muchas hipótesis y criterios encontrados sobre qué es el reparto. ¿Tienes alguna definición? 

Es el reguetón cubano. El reguetón, cuando llega a Cuba, se mezcla con la clave, con los ritmos cubanos, con la rumba; de ahí nace.

¿Cuándo chocas por primera vez con el reparto?

Estoy en contacto con el género desde su creación. Vivía en Los Sitios, muy cerca de Chocolate. Todas las canciones desde el tiempo del Campismo sonaron mucho en mi zona y, aunque no las tenía como tal en el teléfono, las escuchaba en las fiestas del barrio, en la calle. Antes de entrar a la escuela de música, iba a muchas fiestas y ahí lo que sonaba era reparto. 

Como todo sujeto artístico, el reparto tiene fórmulas que lo definen, mientras le ofrecen particularidades estéticas, en tanto cada creador en mayor o menor medida es distinguible luego de hallar su sello. ¿Qué me dices sobre esto?

Musicalmente, el reparto tiene sus partes bastante definidas, sobre todo lo que es coro y estribillo. Además de algo tan identitario como la pauta, que es un rasgo propio de cada uno de sus artistas: esa frase que dicen antes de la calentadera y que casi todos ostentan la suya. La pauta es fundamental, es el pedazo que todo el mundo conoce y espera del tema. 

Es un género que ya se puede considerar pop, mientras se deja influir mucho por lo que sucede internacionalmente y luego se combina con lo cubano. De ahí se nutre, poco a poco, de las corrientes del momento. 

En cuanto a estética, partiendo de un análisis frío, en el reparto pudiera parecer que todo es lo mismo. Pero no. Mientras más lo estudias, notas que, en dependencia del artista y sus pretensiones, siempre habrá espacio para marcar la diferencia. 

En el caso de Charly y Johayron su música es más romántica, más melódica; buscan mucho el enganche en la melodía. Sin embargo, Fixty Ordara y Ja Rulay son más rítmicos, con coros más cortos. Por su parte, el Wampi es muy interesante porque mete producciones que no se ven mucho en el género, con voces y cambios de ritmos peculiares. 

Por otro lado, Los 4 se acercan más a la timba; La Diosa, también. Estéticamente hay mucho, siempre en dependencia de lo que persiga el artista. Hay montón de modos y fórmulas creativas en el reparto, la mayoría súper interesantes. 

Es un fenómeno muy común que se usen argumentos que aluden a una supuesta simpleza musical en el reparto como artilugios deslegitimadores, en muchos casos hasta el punto de encasillarlo como mala música, música de bajo mundo o música vulgar. ¿Qué opinión tienes al respecto?  

Esos criterios son errados. El reparto es un género como cualquier otro y no depende tanto de él en sí, sino del artista, del músico que crea. Con el reparto puedes hacer una obra maestra o una canción muy mala, no se puede generalizar, ni prejuiciar. 

Creo igual que su lenguaje estético y artístico ha cambiado y ahora hay una generación que quiere hacer mucho mejor las cosas. Y esa nueva generación se está uniendo a productores de otros géneros y nutriéndose de su influencia para diversificarse. 

¿Crees que existe una estructura elitista y clasista en el mercado de la música cubana?

Después de la pandemia, el mercado cubano se ha fraccionado mucho. El consumo de lo que se conoce como música alternativa en Cuba había decaído mucho, principalmente en cuanto a espacios. Era Fábrica de Arte y más nada. Y, como estuvo mucho tiempo cerrada, no avanzaba la cosa. 

En sí, el término elitista me suena ambiguo porque hay mucha gente del mundo alternativo que considera el reparto como bajo mundo o vulgar; y mucha gente del reparto que considera lo alternativo como aburrido, soso, que no funciona para Cuba, que no calienta. 

También noto el mercado muy fragmentado en cuanto a producción. Cuando estaba en Cuba, vi varios acercamientos entre lo alternativo y el reparto, había quizás una actitud de querer romper esas barreras. Eso sería un paso importante ya que el consumo está muy dividido. Sería muy oportuna tal confluencia. 

Según me comentas, la mayoría de los grupos con que has trabajado defienden un estilo más encaminado a la imbricación del jazz, el funk, el reggae y lo alternativo. Imagino que trabajar con Charly y Johayron fue un giro tremendo. Coméntame sobre esta experiencia. 

Algo que me sorprendió de Charly y Johayron es que ambos escuchan mucha música romántica, desde baladistas latinos tradicionales, de los que ponían nuestros abuelos, hasta reguetoneros modernos. Tienen mucho bagaje cultural y eso los ayuda en el momento de componer reparto. No son esquemáticos ni buscan salidas fáciles. 

Los músicos acompañantes en la fórmula de estudio no teníamos tanto contacto, sino más en vivo. En vivo sí le añadíamos bastante y ellos nos daban total libertad. Durante el tiempo que estuve en el grupo, Andy Chongo, que es el director musical, era quien más participación tenía en el momento creativo. Luego de la idea y de la composición, nos mostraban la maqueta, la letra y, ya con la canción, hacíamos los arreglos para las presentaciones. 

El show en vivo lo diversificábamos mucho, pasando por otros géneros, pero siempre dentro del reparto como base. Fue un camino de doble vía. Nosotros nos nutrimos de ellos y ellos de nosotros.

Con Charly y Johayron viví momentos lindísimos, sobre todo un concierto que tuvimos en La Tropical por los Juegos Caribe; el lugar estaba demasiado lleno, no cabía un alma más. Ya luego uno, cuando lleva mucho tiempo en eso, no se pone nervioso por la cantidad de público, pero sí lo disfruta. 

Tocar en lugares tan grandes y que la gente coree las canciones es hermoso. El sentimiento de adrenalina es inmenso, y no solo en La Habana. En provincia, cuando uno toca en plazas de lugares no tan céntricos. Las cantidades de público fueron increíbles, personas de todas las edades. Es bonito ver el efecto de la música en la gente, que olvida sus problemas y se abstrae de todo. Fue una experiencia maravillosa la que tuve con Charly y Johayron. 

Queda claro que el reparto es un elemento esencial de la cultura cubana en la actualidad, en tanto es reflejo de nuestra sociedad y su gente. ¿Qué lugar piensas le guarda el futuro?

Creo que el reparto está en un muy buen momento. Esta generación tiene artistas con personalidades súper fuertes, cada uno con una estética definible. De igual modo, trabajan para hacer al género más pop, más popular. 

El futuro está en buenas manos, prestas a internacionalizar este producto y así trascender el mercado actual que funciona solo en Cuba. 

Nos hemos quedado un poco parados en el tiempo y la imagen que abunda de la música cubana es muy vieja, incluso relacionada a la visualidad de la mulata con tabaco y el son. En el mundo hay una revolución latina y Cuba está apartada. Cuando ves la cantidad de artistas buenos que hacen un trabajo interesante dentro y fuera de la Isla, y cómo no tienen la misma repercusión que otros latinos, como los de Puerto Rico y República Dominicana, se nota el fenómeno.

Nuestros artistas se están dando cuenta y quieren llevar su obra a otras fronteras. Quizás lo que ha pasado es que la música cubana, aunque está muy bien hecha, muchas veces no sale lo suficiente del marco nacional y de cierto público latino, pero limitado. Esto, consecuencia del aislamiento de tantos años. Mucho tiempo sin Internet, sin acceso a los productos de otros lugares, viviendo en una burbuja, solo consigue esto. 

Aunque hay exponentes cubanos que han logrado mucho, no puede compararse con el impacto de artistas de otras latitudes. El mejor ejemplo es Bad Bunny, que ha representado una revolución musical y social. Ha logrado una confluencia de géneros y estilos que, ponerlos antes en una misma oración, era impensable. El reguetón ya está en esos niveles, en el top del mundo. Los artistas del reparto lo notan y la mayoría está en función de llevarlo a otros estratos. 

Hay un punto fundamental aquí y es hasta qué punto será posible internacionalizar el género tomando en cuenta la originalidad de una canción. Muchos temas de reparto cogen la base de canciones pegadas en el mundo, le cambian la letra y la readaptan musicalmente. Esto no está mal en sí, pero, si funciona para Cuba, no sé hasta qué punto lo hará en lo internacional. 

Otro tema son los puntos de inflexión del género a lo largo del tiempo. Yo disfruté mucho como El Kimiko y Yordi en sus pautas, ponían como un pequeño solo del piano, muy corto y placentero. Algo sutil, pero transgresor. Es un aporte que marca la diferencia. Es muy importante hacer hincapié en las diferencias entre los exponentes, en sus sellos. 

Por su parte, en Charly y Johayron es muy interesante el cómo recuperaron los coros más largos. También son los que más se centran en la estética romántica, con líneas melódicas más trabajadas. Así, llevan a artistas que iban por otros lados a pegarse a esta propuesta de composición, más dulce, que redefine en mayor o menor medida lo que durante años fue el reparto.


© Imagen de portada: Alexandra Escartin.




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