Tiradera de esencia y conciencia (Pauta II)

Analizar un sujeto artístico requiere, además de asertividad en tanto juicios epocales, fidelidad histórica y un tono desprejuiciado, exento de la retórica que maquilla el vacío en las sentencias: compromiso. El vínculo que sostengo con el reparto, amén de sus sesgos y limitantes, es un vínculo de clase. 

Me crie en un solar, en un cuartucho inventado al fondo de una ciudadela multifamiliar, donde conviví, malviví y sobreviví, codo a codo, con todo tipo de personas. Junto a ellas padecí la pobreza, el hambre, la violencia, la marginalidad, el abandono, al tiempo que compartí alegrías, complicidad, esperanzas, la mudita’e ropa, el pan de la bodega, el agua’e milordo y el reparto. 

Poco saben, quienes sostienen la narrativa de la alta cultura y su afán ilustrado como única alternativa, qué pinga es en plena adolescencia escaparle al rugido de las tripas, mientras te aprendes el último pasillo que se pegó, pa’ así poder hacer un papel en el bonche del finde, ya que está duro gastar por gusto el menudo que con tremendo sacrificio te dieron los puros. 

O cómo, llevándole pulla a todos los temas de El Choco, evitabas el chucho que te correspondía, en una escuela clasista del Vedado, si como yo, ibas con tenis Pionero descosidos, un jolonguito viejo marca Thaba Cuba y pan con aceite de merienda; un lujo que tengo que agradecer a mis padres —muchos de mis socios, ni eso podían.

No tienen idea cómo, luego de años aguantando cuero por tener “saco ’e yute” por pelo, me coordinara de pinga porque solo a los negros —soy negro y bien— nos entraba correctamente el pelaíto de moda. No pueden comprender cómo, gracias a un beat en 4/4 y un poco de “groserías” disparadas sin silenciador, un bulto de gente descubrió un poquito más de belleza en su vida. 

El vínculo que sostengo con el reparto, amén de sus sesgos y limitantes, es un vínculo de clase.

El reparto, como modelo creativo consustancial a la dinámica histórica que le tocó vivir, inundada principalmente de la competencia económica y estética que impone el ritmo capitalista, toma tanto del sentido mercantil como de la narrativa histórico-tradicional del marco social que le corresponde. 

De este modo, alterna en su propuesta sellos consustanciales a los rasgos que determina su clase social, como la ruptura con el enquistamiento academicista; mas sucumbe ante lógicas comerciales, siendo objeto constante de venta y estandarizaciones.

De este modo, la asimilación masiva del reparto como fórmula estética funcional e identitaria en la nueva idiosincrasia cubana, así como el reconocimiento de su todo musical, rico en ritmos, bailes y fórmulas de diversión, potencian las intrumentalizaciones del fenómeno en la esencia del mercado. Así como los intentos de institucionalizarla dentro del entramado oficialista como acción política otrora muy funcional durante el período republicano y que la casta dirigente en Cuba reproduce hábilmente.

Asimismo, sin lugar a duda, uno de los principales lastres que arrastra el reparto es la supeditación a determinados sistemas de poder hegemónico que promueven causas racistas, machistas y reaccionarias ante las disidencias sexuales. 

Esto es producto de la vulnerabilidad de los sectores donde el género surge respecto a la estructura política e ideológica de la sociedad a la que responde, ya que el reparto, como todo sujeto artístico y modelo de lenguaje, se subordina a un contexto y momento histórico específico, por lo que no puede ser analizado desde la tibieza o lejanía de su realidad.

Gracias a un beat en 4/4 y ‘groserías’ disparadas sin silenciador, un bulto de gente descubrió más belleza en su vida.

Muy por el contrario, necesita ser reconocido partiendo de las bases estructurales del entorno que propició su florecimiento, como parte importante de la identidad social y creativa de un grupo poblacional mayoritario en Cuba. 

Un contexto inundado en dinámicas heteropatriarcales y excluyentes no logra más que reproducir su violencia en el discurso de las clases más vulnerables. De este modo el reparto, en un sinfín de ocasiones, se hace vocero de narrativas agresivas respecto a la mujer, las disidencias sexuales y otra serie grupos subalternizados. Y es dinamitado también por la influencia de capitales culturales extranjeros que cosifican gran parte de las vertientes estéticas de sus propuestas.

Otro tema es la asimilación de arquetipos del género urbano estadounidense y puertorriqueño, los cuales llevan al reparto a crear una conciencia mercantilista. Entonces, nos encontramos con aristas del género que solo versan sobre acumulaciones capitales, lujos y otras corrientes clasistas que inducen a la enajenación de la clase social a la que se dirigen, pintando bambalinas sobre lo que es un estilo de vida adecuado o digno, en tanto se sustraen del plano de resistencia que representan. 

Al mismo tiempo, el blanqueamiento instituido en la zona más comercial del género urbano contamina de discursos racistas y estereotipados al reparto. He aquí un tema medular, pues casi la totalidad de sus exponentes más visibles son personas racializadas. 

La normalización de cuestiones de tal tipo fracturan el espacio sólido que significa el reparto en un contexto tan marcado por el tema racial, más cuando otros exponentes, como Chocolate MC, ícono del género, concientizan y reivindican en todo momento y en todo proceso su condición de hombre negro; amén de ser marcado según estándares eurocéntricos como persona fea, vulgar o desagradable. 

Un contexto de dinámicas heteropatriarcales y excluyentes no logra más que reproducir su violencia en el discurso de las clases vulnerables.

Por otra parte, existe una necesidad normalizada en el reparto presta a las confrontaciones entre sus exponentes más visibles. Lo anterior no es más que un artilugio, otro sello de lo que representa el orden marginalizado al que están sometidas estas personas y la hostilidad que compacta su posición patriarcal de hombres fuertes, temerarios, imponentes, etc. 

Por tanto, tales discursos, además de una herramienta mediática muy favorable para ganar visibilidad y posicionarse en torno a la polémica, es un reflejo de cómo funcionan determinados códigos comunicativos de ciertas masculinidades en la órbita urbana nacional. 

Aunque poco o nada avanza el género en estos temas, dentro de la generación más reciente se nota en mayor o menor medida el desplazamiento de tendencias de machanguería tóxica, constantes en el ecosistema repartero. Tanto que entenderse o mostrarse como ente de virilidad inobjetable en detrimento del modo en que su pareja sexual le otorgue placer, ha variado sutilmente su intención en muchos casos. 

Lo que era “te voy a dar hasta atrás” se ha convertido de algún modo en “tú me das y yo te doy”. Un precedente importante lo sentó Chocolate con La Tota Divina, reajustando aún más el discurso en Morí con tu Pipi, y Zingahme, junto a El Chulo. 

Queda claro que el reparto no es una variante musical simplemente, sino una esencia estética/identitaria de un grupo cada vez mayor. Se han intentado un sinfín de acercamientos a sus interiores, pero la mayoría —al menos los que conozco— son lecturas antagónicas, que no dialogan con la totalidad del fenómeno que representa el género para la urbanidad de la Isla, ya que intentar descifrar el reparto con códigos ajenos a su naturaleza es un desacierto indescriptible. Por eso nos encontramos tanto juicio flácido e intento de satirización, estandarización y mercantilización, sin llegar a la savia, a su sustancia nucleótida.

Existe una necesidad normalizada en el reparto presta a las confrontaciones entre sus exponentes.

El reparto no es un subgénero, sino una resemantización del reguetón, una apuesta más cubana que nunca y más cercana a los códigos sociales y epocales de sus exponentes y su público. Surge por la necesidad de un grupo mayoritario en el ecosistema habanero de sentir narrado el ambiente de los barrios, en tanto su jerga, su tono, su estatus, su dinámica económica, sus factores esenciales. Pero esto solo era funcional y posible si se traducía fiel a las exigencias del medio social y sus políticas de consumo. 

El sincretismo de sonoridades, el compartimiento estético, la dinamización de los procesos creativos, así como el establecimiento de nuevas herramientas en la forma de concebir la música, son nutrientes fundamentales para el género urbano. 

En el caso del reparto, el enriquecimiento sonoro está muy influido por la rítmica afrocaribeña y afroamericana, toda vez que se complementa con elementos del pop y otras variantes de la música popular cubana, y por supuesto, como médula fundamental, con el reguetón —principalmente el cubatón—, el rap y el trap. 

El reparto es obra y gracia de una reformulación iniciada y explotada en todos los niveles posibles hasta el momento por Yosvani Arismin Sierra Hernández, aka Chocolate MC, quien supo hacer alquimia con las sonoridades precedentes y así lograr lo que parece comenzó con El Campismo

Los inicios del género datan aproximadamente de 2010; antes, solo existían variantes más cubanas del reguetón convencional, o sea, lo que se denomina cubatón, donde destacaron exponentes explosivos como Elvis Manuel, Clan 537 (Baby Lores, Chacal, Insurrecto), El Micha, Adonis MC Represent, Gente D’ Zona o Los 4. 

Lo que era ‘te voy a dar hasta atrás’ se ha convertido de algún modo en ‘tú me das y yo te doy’. 

Así, lo que podemos concebir como reparto fue la resignificación del reguetón cubano a partir de ciertos códigos donde se condimentó esa estructura musical con mucho del trap americano, de los ritmos afrocubanos y la jerga típica y sin filtros del ambiente —léase ambiente como la forma coloquial de referirse a los rasgos de guapería y confrontación muy comunes en los sectores marginalizados en Cuba.

De las sonoridades anteriores al reparto, este bebió, sobre todo, la influencia del discurso reafirmativo de la “hombría” y el estatus de calle de sus exponentes, así como el relato de lo cotidiano en el barrio, la fiestas, los ligues. 

Pero un elemento fundamental que marcó mayoritariamente la diégesis estructural del reparto fue la influencia de la sociedad secreta abakuá como parte medular en su discurso. Este sello estético lo asume directo de sus predecesores inmediatos, principalmente Elvis Manuel y de la tradición urbana y solariega cubana, siempre apegada a esta sociedad que alcanzó en los predios de las más recientes generaciones una popularidad tremenda. 

Es una zona común que se estandarice casi toda pretensión estética contemporánea cercana al cubatón y con jerga popular como reparto. Pero esto constituye un error y una generalización poco rigurosa. 

Por tanto, exponentes como El Yonky, Los Desiguales, Yomil & El Dany o El Micha, aunque confluyeron, dialogaron, aportaron y se alimentaron del reparto, defienden una línea dramatúrgica muy distinta. Tanto, que dentro del mismo género urbano el reparto fue marginado y visto como una “improsperidad”; cuestión que llevó a Chocolate a botarse en más de una ocasión con tiraderas de reivindicación repartera. Paradójicamente, ahora todos quieren la corona.

El reparto no es un subgénero, sino una resemantización del reguetón, una apuesta más cubana que nunca.

Al reparto, además del clásico background, lo identifican la estructuración en bloques narrativos, los rapeos al estilo trap, los apoyos en los coros y apuntes melódicos, la rítmica sincopada, los doble beat, y sobre todo, las pautas y la reelaboración percutiva de la clave cubana. 

Aquí debemos establecer la diferencia entre los subgéneros del reparto, o más que subgéneros, vertientes estéticas; estas serían el reparto como tal y la morfa, relectura del raggamuffin jamaiquino, según apunta Jesús Jank Curbelo.[1]

Hay tres temas de morfa que son medulares y reveladores a la hora de establecer un marco estético diferenciado del reguetón: Tiradera bajo los efectos ITirititi y Muerte One

Al mismo tiempo, ya desde el GuachineoNo puedo ni creerte y La Verdad, el reparto, simple y llano, habría de hallar su legitimidad simbólica. Se convertiría de este modo, en un género completamente distinguible del resto, al punto de tener autonomía sonora y una inscripción en el inconsciente de la gente. 

Posteriormente, Bajanda constituyó la consolidación internacional del reparto como institución musical. Desde entonces, se convirtió en la academia a la que se dirigieron la mayoría de los exponentes del cubatón, para así asimilar los códigos ante los que el público cubano se parte bailando; el mejor ejemplo es el de El Taiger, qué pasó de ser uno de los inquisidores del reparto a autopercibirse como de los más pega’os del género.

Hoy el reparto es plaza de obligatoria visita si de cultura cubana se trata, toda vez que representa la traducción más fiel de nuestras calles, de nuestra gente y, por ende, de nuestra sociedad. Es la voz de millones de personas, la voz de un pueblo, la voz de Cuba. 

Que me acusen de “vulgar” o “indecente”, al fin y al cabo, eso me encanta. Así tengo motivos para estar siempre presto a recordarles que Cuba es repartera.




Nota:
[1] Jesús Jank Curbelo: “Reparto: El reguetón de los pobres”, en El Toque, 3 de julio de 2018.


© Imagen de portada: Alexandra Escartin.




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