Preludio. Moderato maestoso
Abel Lescay es un artista al que no le interesa ser artista. Es artista porque es la forma más cercana en el mundo occidental de ser un ente espiritual. Al mismo tiempo, es un loco panteísta, que disfruta de la naturaleza, que ve la Divinidad en todo lo que le rodea.
Abelito es martiano y anárquico, taíno y taoísta. Lo imagino en una calle de Bejucal gritando: ¡Libertad! Incluso lo puedo escuchar leyendo Hachís de Martí en una tertulia bohemia, donde el humo nos lleva a paraísos artificiales.
Pero también lo visualizo como un monje zen, o tal vez como un chamán, recolectando hongos y plantas exóticas para explorar su espíritu. Abelito quizás no es de este mundo, de esta taxonomía occidental desmembradora, por eso es incomprendido. Sus intereses son muy orientales, si se me permite. Su deseo más grande es dedicarle un concierto para voz y pecho a un par de árboles y aves hasta quedarse ronco. Por eso, la palabra que describe la esencia estética de Lescay es yūgen: el misterio, que no está en otra parte sino aquí mismo. Una sensación profunda que escapa del lenguaje, más se queda en el cuerpo-mente, en la experiencia, en la sangre.
Interludio. Largo ma non troppo
Dice Abel Lescay: “Me interesa hacer magia, hacer bailar el espíritu de la gente. La música y la poesía son herramientas para lograr la comunión con otros seres humanos o con otras energías”.
Posludio. Vivace quasi presto
Cuando conocí a Abelito pensé que podría ser un Scriabin cubano. De hecho, aún pienso eso. El desvarío es su agua común. Él se ríe y se empapa de éxtasis constantemente. La última vez que nos vimos gozamos la libertad de improvisar, de tocar sin esquemas rigurosos. Lo anterior nos llevó a imaginar proyectos que serán irrumpidos si los agentes del poder lo condenan. Aunque la canoa nuestra intentará zarpar sin importar las obstrucciones.
¿Cuándo y por qué empezaste a componer música?
Yo empecé a componer música después de graduarme de la ENA. Siempre tuve una intención compositiva, pero nunca había hecho una obra completa, y la había asumido como una obra para mí. Supongo que eso sucedió porque le hice un rechazo a la música académica por la forma rígida que tiene la educación musical en Cuba, que también tiene muchas cosas buenas, pero no creó en mí una pasión por ella. La academia me formó en cosas técnicas que tampoco desarrollé muy bien.
Aunque después, al salir de ahí, con toda esta información fuerte que se te queda bien inculcada, mientras hacía el servicio social, comencé a estudiar jazz con el método del Jazz Piano Book de Mark Levine. Ahí me encontré con acordes que no conocía y con unas armonías que eran de pinga. [Toca una progresión de jazz al piano.] Ño, me volvían loco. Y con esos acordes pude crear mis primeras cosas. Me acuerdo que las tocaba y componía en la pincha, donde daba clases.
Un día alguien me dijo que fuera a ver a Piñera y a él le gustó mucho lo que yo hice. Y nada, me di cuenta que las obras que había hecho tenían algún valor y empecé a hacerlo con otra seriedad, dándole una importancia más profesional. Siempre desde la libertad y desde hacer lo que yo entiendo, sin ir por los caminos que la escuela me da. Entonces entré al ISA y ahí tuve que componer. Creo que empiezo a escribir música porque soy un creador. A mí me gusta crear…
¿Entonces no te interesa limitarte en un sentido estilístico, formal o genérico?
De hecho, no tengo una estética determinada. Compongo de muchas formas. Por ejemplo, cuando escribo poesía siento que estoy haciendo música. O cuando compongo música de concierto con armonías disonantes más experimentales y después hago canciones comunes. Ahora estaba escribiendo bossa nova. Hace poco escribí una canción mexicana. Incluso unos temas medio pop. Hago lo que tengo ganas de hacer. Voy cambiando con el tiempo porque también exploro mucha música distinta y cada una me da algo que tomo y lo pongo en una obra determinada.
Me gusta moverme. Me gusta hacer música para gente distinta. No me interesa hacer música para un grupo particular de personas, más bien busco hacer para todxs. Si me cae bien una gente que escucha reguetón, pues ando con ellxs y hago reguetón. Y si ando con una gente que hace música de concierto, compongo algo para ese contexto. O si me caen bien unxs poetas, escribo tres o cuatro poemas y voy pa’ allá con lxs poetas. Por eso yo no marcaría el momento que empecé a componer como un momento determinado en mi vida, porque creo que siempre he creado. Desde chamaco escribo. La composición musical es un planeta más que pertenece a ese universo. Se me abrió un día la puerta de ese planeta y ya. Como un día me dio por pintar, y soy malísimo, pero pinto lo que me da la gana. Y algún día me dará por ser bailarín.
¿Cómo mezclas la música con la poesía? ¿Cómo te conectas con la poesía?
He experimentado mucho con esas dos ramas del arte. Por eso he musicalizado poemas, que es lo más básico. O, por ejemplo, utilizo la inspiración de una rama para otra, usando poesía de autores para componer una impresión musical. Es el caso de Palma negra, que es un poema de Virgilio Piñera. Durante un tiempo estuve haciendo eso. Fue una forma de trabajar la música con los poemas. Después me puse a musicalizar poemas. Musicalicé uno de Martí, uno de Vallejo…
Y al revés. Lo que he hecho es, sobre improvisaciones mías, grabadas, intentar justificarlas poéticamente, ya que no tenían una forma muy clara. Realmente siempre estoy muy cerca de la poesía. Para mí la poesía es algo muy práctico. Yo vivo con ella. He comprendido mi vida de una manera abstracta en la que la poesía no es algo que yo escribo, cuando escribo un poema. La poesía es realidad. Siempre está en todo. En la música que hago, en todo lo que hago… Cuando digo poesía no me refiero a la literatura, sino a la parte poética del mundo. Cada cosa natural es poesía. Por eso, cuando compongo, intento que cada frase, cada acorde sea poético, o tenga una imagen que me dé un color determinado. [Divaga unos segundos en el piano].
Cuéntame de tus proyectos de música popular.
Fundé Reflejo de la piedra en el agua, que era un proyecto de rock orgánico. Grabamos un disco en vivo, en Bellas Artes. Nos separamos, pero yo sigo haciendo mis canciones populares, lo mismo bossa que rock, así como grunge o canciones pop, trovadorescas… Siempre utilizando la poesía, mis canciones son sobre todo poéticas…
Aunque no me interesa distinguir mucho. Por ejemplo, lo académico no me llama la atención; más bien escribo música que funciona en la academia… Yo hago lo que me gusta, si no, no lo hago, no pasa de la primera nota.
Debido a la tensión que se vive en Cuba y en el mundo, ¿sientes que es necesario hacer arte político?
El arte que hago está condicionado por la realidad que vivo. Yo no me enfoco en la política, no es el centro de mi vida; por tanto, no es el centro de mi arte. Pero, cuando uno vive en un país donde se hace tan complicado decir lo que uno siente y crear espacios autónomos, la política se involucra en tu vida.
De hecho, muchas veces la política hace que te enfoques en ella. Realmente no estoy haciendo arte político, yo lo que hago es más antisistema; o sea, en contra de cualquier sistema, porque creo que esa es la naturaleza del arte.
Cuando uno expresa lo que tiene en el espíritu, muchas veces las barreras no sirven, y eso a ningún sistema le conviene. Y por eso la política viene y ataca al artista, y es ella también la que hace que el artista se fije en ella y cree arte para ella, lo que al final es un problema para el artista. A mí en realidad no me interesa eso. Pero cuando te sientes atacado eso se ve en tu obra. Ojalá yo no tuviera que hablar de política. Pero en el contexto que estamos viviendo es muy difícil no hablar de política. ¿Entonces de qué vamos a hacer arte? Sería muy hipócrita hablar de política y todo el tiempo cantar canciones de amor. En esencia, no es lo que me gusta…
En lo personal me interesa más lo espiritual. Por eso no hago música solamente para los seres humanos. Por tanto, me toca mucho eso de romper las barreras entre la humanidad y el medioambiente. Y mientras más exploremos en ese camino, más vamos a poder llegar a ser seres humanos completos y funcionales con la naturaleza, que es lo más importante para la supervivencia de la especie.
© Imagen de portada: Juan Enrique Rojas Cárdenas. Cortesía del entrevistado.
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