Salgo de casa y tengo miedo. La última vez que fuimos a la sede de El Ciervo Encantado, un vahído se apoderó de mí de manera continua durante varios días después de haber visto El último.
La sensación de tristeza no se iba, en tanto el recuerdo de aquellos tres cuerpos desnudos que sufrían aplastamiento y deformaciones en escena, moviéndose como masa amorfa, repetían sus acciones mansamente y el abejeo de las colas era reproducido en escena como una pista de sufrimientos.
Visitar El Ciervo Encantado puede ser una magnífica experiencia estética, además de dolorosa y triste en extremo, ya que el corpus de trabajo e investigación del grupo son los espacios álgidos que nos conforman como sociedad: la logorrea burocrática en una obra como Triunfadela; el recuerdo de antiguos proyectos de nación en Visiones de la Cubanosofía; o la familia como núcleo de una sociedad escindida por la emigración en Departures.
El punzante recuento de las horas dedicadas a hacer colas para conseguir comida en El último, mi propia impotencia como ciudadana ante esta realidad repetida como bucle temporal, fue el saldo que dejó en mí aquella puesta. Llevar al escenario una parte de la agónica vida cotidiana fue condenarme como espectadora al samsara cuando, en las semanas siguientes, me persiguió la visión indeleble de aquellos tres cuerpos con mascarilla blanca y tres pares de ojos muy abiertos, que me acompañaban a todos lados donde debí esperar mi turno durante horas pasmosamente largas.
El cartel de la nueva entrega de El Ciervo Encantado es una obra del artista urbano Fabián López (2+2). El personaje central de sus grafitis, Supermalo, es una suerte de maleante con pasamontaña gris y tristeza abrumadora en la mirada que aquí piensa en la comida: en un huevo frito dibujado junto a un signo de interrogación como una igualdad matemática sin solución a la vista.
La ecuación de Mifflin —título de esta performance— es una equivalencia para estimar el metabolismo basal de una persona en función de su peso corporal, estatura, sexo y edad, que arroja la cantidad de kilocalorías necesarias para conservar el peso de cada individuo en un ideal estado de reposo durante 24 horas. Esta fórmula química sirve de modelo científico para estimar la idoneidad de ingestas calóricas en sujetos específicos, así como para conformar regímenes alimentarios en nutrición y salud.
Por otra parte, el contenido del programa de mano que me entregan a la entrada sigue sorprendiéndome: se parece más al de una conferencia sobre alimentos. En él, conceptos como la soberanía alimentaria, disponibilidad y acceso a los alimentos son explicados al público. En tanto, se exponen como principales fuentes de investigación manuales de nutrición de la FAO, guías de alimentación y requerimientos energéticos, entre otros materiales de corte científico. El Ciervo Encantado regresa así al cuerpo como principal fuente de interés.
La espera para entrar es larga. Ha llovido. Afuera algunos espectadores cuentan que el día anterior no hubo luz en la sala y tuvieron que suspender la puesta. Finalmente suenan las campanadas que anuncian el acceso a La ecuación de Mifflin.
Mars, the Bringer of Wars de Isao Tomita es una pieza musical extrañante…, como sacada de una película sobre la heroica conquista del espacio. Es la introducción a la entrada de las performers. Son Nelda Castillo y Mariela Brito en escena quienes se van acercando en un contraluz proyectado sobre un telón blanco de fondo. Visten como científicas con un set completo de protección: escafandras blancas, protectores de ojos, mascarillas y guantes de látex.
Su manera ralentizada de moverse sobre las tablas recuerda también por momentos a aquella “escena” en que Neil Armstrong dio un pequeño paso con sus pies de hombre que significaría un gran paso para la humanidad. Una gran mesa forrada de verde ocupa el centro del escenario y se convierte en su espacio de trabajo, en el laboratorio donde hacer su investigación.
Traen dos contenedores térmicos con ellas, de donde extraen poco a poco alimentos crudos, y colocan una pizarra al fondo para escribir los resultados de sus mediciones mientras pesan la comida y calculan sus aportes calóricos. Para este experimento basado en la ecuación de Mifflin, la muestra será la dieta a la que accede un sujeto cubano: los productos de la canasta básica.
Sobre la gran mesa se distribuyen 28 platos, correspondientes a 28 raciones de un mes de vida, a un mes de ingesta y supervivencia. Sobre cada uno, las científicas dividen la cuota mensual de arroz, azúcar, pan, 7 huevos, una pieza de pollo, 10 onzas de frijoles negros, otro tanto de chícharos, un paquete de 115 gramos de café… Una aprensión se va apoderando de mí… A menos que saquen algún alimento de atrezo no llegaremos a los 28 días del mes.
El conteo es lento y tedioso, al ritmo pausado que marcan las mediciones exactas. Cada alimento se pesa en su conjunto, se divide en porciones y se vuelva a pesar una porción al día. El aceite se cuenta a gotas. Los granos que caen son recogidos con pinzas. Se desechan los instrumentos ya utilizados…
Sin embargo, esperamos que algo teatral suceda para romper este exceso de realidad en escena. Además de la teatralidad del micrófono y la pizarra blanca, todo es angustiosamente real, dolorosamente científico. Sabemos la conclusión de antemano a fuerza de ensayarla y repetirla en casa a diario. A fuerza de dividir, de planificar como colonizadores sobrevivientes de una catástrofe en Marte.
Sin embargo, Nelda Castillo logra mantenernos en vilo durante más de una hora para ver el final, queremos ver cómo se divide en escena lo que sabemos que no tiene división. Es el morbo de ver una vez más cómo Orestes mata a su madre y Edipo a su padre. Nos interesa ver cómo sobrevive con su cuota asignada este sujeto de estudio expuesto ante nosotros a través de sus alimentos diarios.
La conclusión a este ensayo es que la ingesta a la que podemos acceder los cubanos en la canasta básica normada no alcanza para proveer a nuestro metabolismo de la energía suficiente para realizar sus funciones físicas y sociales.
Se trata de una conclusión objetiva, apartada de toda elucubración artística, a diferencia de El último, obra en la que el cuerpo deformado era una suerte de canalización del dolor. Sin embargo, la directora pone en nuestras manos otros conceptos con los que acercarnos a esta, su puesta más reciente.
Su conclusión es que dicha ingesta “no alcanza” y así queda escrito en el pizarrón al final de la performance. Pero son otros los conceptos con los que nos ha provisto desde la lectura del programa de mano, los que comienzan a partir de entonces a tomar sentido dentro del contexto social real al que alude la puesta. Estos son la “seguridad alimentaria” definida como una sumatoria de “la disponibilidad de alimentos, el acceso de las personas a ellos y el consumo nutricional adecuado”.
De esta manera, al sujeto de prueba ―un botón de muestra del pueblo cubano― le resultan insuficientes los productos accesibles a través del sistema de distribución normada para al menos “mantener el metabolismo basal en estado de reposo”. La cacareada “soberanía alimentaria” con la que se hecho moda bombardearnos desde los medios oficiales con irrisorias campañas de fomento de la agricultura urbana, por ejemplo, desfallece ante la prueba “científica” que expone El Ciervo Encantado.
La ecuación de Mifflin continúa un ciclo de reflexiones en torno al cuerpo iniciada con una obra como El último. Vuelve sobre las obsesiones del cuerpo como mapa de la vida, como símbolo de lo político y lo histórico, como reflejo de la toma de decisiones gubernamentales en el plano intangible que se reflejan de manera ineludible en el plano físico.
La escena final es lapidaria. Un silencio denso recorre la sala tras las últimas palabras de Nelda Castillo que Mariela Brito escribe sobre el pizarrón. Miran directamente al público que no aplaude, que no habla, que no sabe en qué momento termina la performance y comienza de nuevo la vida real. No hay línea divisoria, ni punto de giro. Gramo a gramo ha sido nuestro propio cuerpo representado por lo que comemos, pesado y medido en escena.
Recuerdo fugazmente la antípoda de esta imagen: la escena final del documental Super size me (Morgan Spurlock, 2004), en la que su director y protagonista usa durante todo un mes su propio cuerpo como laboratorio donde ensayar y probar los índices de salud que una franquicia de comida rápida como McDonald’s le provee. Al final, pone la abrumadora cantidad de azúcar, harina y grasas que ha ingerido en cuatro semanas sobre una mesa.
Pero esto no es Super size me. Estamos en el “Vedado que es el Vedado” y aquí los espectadores comienzan a acercarse de manera cauta al laboratorio para ver más de cerca los productos, conversar con las científicas y asombrarse ante la miseria expuesta en escena. Son ellos los verdaderos protagonistas. Nosotros.
En nuestra cabeza suceden las verdaderas sensaciones que persigue provocar esta performance. “¿Hay solución?”, pregunta tímidamente una espectadora. Mariela Brito responde: “No alcanza”. Esa es la conclusión de este ensayo.
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