De buen talante, elegante, amable, simpático, con una personalidad dinámica, Raúl de Cárdenas forma parte del florecimiento del teatro cubano de la década de los 60 del siglo XX.
El tema de La palangana, la obra que lo lanza a la fama, embelesó al público teatral cubano: a Madrina se le ocurre la idea de comprar una palangana de oro para distinguir el solar donde vive de los otros que existen en La Habana. La palangana de oro será para el uso público de los inquilinos.
Al principio, todos están contentos por la fama que han adquirido, pero enseguida comienzan los problemas. Cada uno quiere usar la palangana con más derecho que los demás y ahora tienen miedo a que se la roben. La unión y amistad que existía entre todos se rompe con situaciones grotescas, al mismo tiempo que cómicas.
La obra se estrenó el 30 de enero de 1961 y, desde el primer momento, el teatro habanero se agita con la puesta en escena de La palangana de Raúl de Cárdenas, dirigida por Bernardo Amaya en la Sala Arlequín como parte de Lunes de Teatro Cubano, programa ideado por el escenográfo y director Rubén Vigón (1917-1977), que durante la década de 1960 descubrió importantes dramaturgos cubanos.
Es una obra engañosamente ingenua sobre la idiosincrasia cubana, particularmente habanera, con una perspectiva popular del quehacer colectivo. Desde su estreno, La palangana nunca ha perdido vivacidad o energía.
Raúl de Cárdenas nació el 13 de noviembre de 1938 en La Habana. Estudió dos años de Derecho en la Universidad de La Habana, dos años en el Teatro Universitario y completó los cuatro años de la carrera de Periodismo. Sin embargo, su salida al exilio, el 8 de septiembre de 1961, impidió que se graduara.
Logró estrenar varias obras del estilo vernáculo, en La Habana, logrando su gran reconocimiento con La palangana. Llegó a New York, pero en febrero de 1970, se trasladó a Los Ángeles. En esa ciudad trabajó como gerente de exportación y administrador de ventas internacionales para diferentes corporaciones, hasta que se retiró.
Raúl de Cárdenas, junto a Tony Betancourt (1921-2003), llevó el teatro vernáculo, que no es lo mismo que el bufo, como se ha confundido, al exilio, donde sus obras se han representado repetidamente en distintos escenarios latinos de varias ciudades de Estados Unidos. Sus poemas han sido publicados en varias revistas.
¿Cómo te interesaste por el teatro?
Creo que tiene que haber sido por el 1954. Amante del cine, siempre me interesaron las adaptaciones de obras de teatro que hacía Hollywood. Como, por ejemplo, la espectacular obra de Tennessee Williams Un tranvía llamado deseo. En aquella época, Eric Santamaría presentó La ramera respetuosa de Sartre en Teatro Arena, con Chela Castro, que fue una sensación, especialmente por la primera escena cargada de sexo con los dos personajes principales. Por mi edad no podía entrar al teatro, pero todo lo que había leído sobre esa puesta en escena fue como un imán que me atrajo al teatro.
¿Cómo era el ambiente teatral habanero en esa época?
Después del éxito de La ramera respetuosa, que finalmente pude ver mucho tiempo después en el espacio del Hotel Rosita de Hornedo, en Miramar, comenzaron a multiplicarse las salas de teatro. El teatro se convertía en una atracción los fines de semana que era cuando se presentaban las obras, siempre con muy buenos artistas de la radio y la televisión. Sin embargo, el teatro escrito por dramaturgos cubanos estaba ausente de los escenarios.
El teatro que conocí en esa época de oro de las salas de teatro era principalmente teatro norteamericano de dramaturgos famosos, con algunos europeos. En 1958 se presentó un mes de teatro cubano, que me permitió ver algunas obras de nuestros autores, pero todo fue muy limitado, con algunos directores como Rubén Vigón, que no participaron.
¿Particularmente, recuerdas un interés por escribir?
En el bachillerato escribía para la revista del colegio. Después, comencé mis estudios en la Escuela de Periodismo Márquez Sterling de La Habana.
Raúl de Cárdenas.
¿Cómo comenzaste a escribir teatro?
En esa época, después del éxito de La ramera respetuosa, se multiplicaron las salitas de teatro y cada fin de semana me iba a ver una o dos obras. Fue entonces que la tentación de escribir para el teatro se convirtió en una realidad.
¿Cuál fue tu primera obra escrita?
Mi primera obra fue Cuando los hombres lloran, un verdadero “novelón” de tres actos, que se estrenó en el Club de Profesionales de La Habana y que considero, posiblemente, la más horrible obra del teatro cubano. Los críticos la hubiesen destrozado, y con razón. Con mi salida de Cuba el texto se perdió.
¿Por qué la consideras horrible?
Cuando la escribí, me sentí muy orgulloso. Mi primera obra de teatro. Pero con el tiempo, al aprender lo que era escribir teatro, tuve que aceptar que era una pieza espantosa. Un ridículo melodrama, en tres actos interminables: el padre dominante, el hijo vengativo, la prostituta de buen corazón, con diálogos cursis y rebuscados, que solamente prolongaban la obra. La peor telenovela hubiera sido una obra maestra en comparación con la mía.
¿Cómo surgió La palangana?
Rubén Vigón, director y propietario de la Sala Arlequín, creó los Lunes de Teatro Cubano, donde le dio espacio a jóvenes escritores. En la Universidad de La Habana, donde me había matriculado en la Escuela de Derecho, me conecté con el Teatro Universitario. Allí conocí a Nena Acevedo, una excelente actriz de carácter, profesora del Teatro Universitario, que se convirtió en mi amiga, maestra y mentora.
Nena se había interesado en mi obra Los ánimos están cansados y con ella asistía al Teatro Arlequín a ver la obras de los Lunes. Una noche, después de una función, me dijo que yo debería escribir una obra para los Lunes. En aquel momento, en el Teatro Universitario, había aprendido sobre el absurdo de Eugene Ionesco y lo épico de Bertolt Brecht, y así fue como nació La palangana, lo vernáculo envuelto en las dos escuelas.
¿A qué le atribuyes el éxito de La palangana?
Nuestro teatro vernáculo siempre había sido muy popular, con muchísima gracia e ingenio, y La palangana tuvo la suerte de traer a la escena un género que parecía olvidado.
Debes haber tenido un impacto a tu llegada al exilio, donde no había teatro en español, ¿sí?
Cuando salí de Cuba, en 1961, me fui directamente a New York. Era lo que quería. Miami no me interesaba. El impacto de New York fue espectacular porque me encontraba con un mundo de un teatro universal que me pareció fascinante.
Aquellas salitas de teatro de La Habana quedaban en mi corazón como el primer capítulo que no podía olvidar. Pero New York era diferente, inmenso, variado, único. La tristeza de haber perdido a mi Cuba se hacía un poco más llevadera en los teatros de New York.
¿Y cómo estaba el ánimo para escribir?
New York me regaló la maravillosa sorpresa de ver de nuevo una obra mía en escena. En febrero de 1970 un amigo me llama y me dice que había leído que La palangana se estrenaba en un teatro de New York. Averigüé, y efectivamente, en el Teatro DUO, Manuel Martín, dramaturgo y director, había montado mi obra.
Raúl de Cárdenas y Pedro Monge Rafuls.
Esa misma noche fui al teatro. Conocí a Manuel, muy atento y apenado porque, si hubiese sabido que yo estaba en New York, se hubiese comunicado conmigo. Fue esa puesta en escena la que me hizo pensar que posiblemente podría escribir de nuevo teatro en este país.
¿Y qué escribiste?
Recuerdos de familia fue la primera obra que escribí en Estados Unidos, en 1985. Es mi preferida por muchísimas razones, no solamente por ser mi primera obra en el exilio, sino porque es un pedazo de nuestras vidas, la historia de una familia, como tantas, en el vórtice del huracán.
Háblanos de Un hombre al amanecer, sobre José Martí, que te hizo ganador de un importante premio de literatura en Estados Unidos.
En Un hombre al amanecer intenté reconocer la importancia que ha tenido Martí en nuestras vidas, no solo por su lucha constante por la independencia sino también por lo que él representa en nuestra literatura. Yo, sinceramente, creo que entre los grandes héroes de nuestro continente figura José Martí. Sin embargo, es muy posible que sea uno de los menos conocidos en ese grupo donde sobresalen George Washington, Simón Bolívar y Benito Juárez.
Martí fue un hombre de coraje y decisión increíbles, dedicando su vida a la lucha por la libertad de Cuba. Tuvo sus defectos, como cualquier otro hombre, pero su talento original y apasionado lo hicieron único, la llama más importante en la independencia de su amada patria. Es por eso que escribí Un hombre al amanecer y tuve la suerte de obtener el premio Letras de Oro de la Universidad de Miami en 1989.
Este fue un concurso para obras escritas en español en Estados Unidos, patrocinado por la Universidad de Miami y American Express. Creo que se inició en 1986 y terminó en 1996. El concurso incluía varios géneros literarios como teatro, novela, poesía y periodismo.
Háblanos también de El pasatiempo nacional y de UMAP. Considero que son temas que no se han tratado o se han tratado muy poco en cualquier género literario cubano.
De El pasatiempo nacional te puedo decir que, en la extensa literatura cubana de relaciones humanas, el tema de la homosexualidad ha sido generalmente ignorado, sobre todo en el teatro. Muy pocos autores se han atrevido a tocar la amarga experiencia de lo que hasta no hace mucho era considerado como un crimen contra la naturaleza humana. Pero eso ha ido cambiando y ya hoy vemos cómo el teatro, en especial el teatro cubano, escrito en las dos orillas, se ha aventurado a tratar la temática gay.
Mi drama en dos actos, El pasatiempo nacional, intenta llevar a la escena el amor imposible de dos peloteros que se enfrentan a la realidad de la intolerancia revolucionaria, donde el fanatismo de un padre lo convierte en el delator de su hijo. Uno de mis propósitos fue presentar una historia donde sus personajes principales no tienen conflicto con su masculinidad. Son simplemente dos seres que se aman y que son hombres.
UMAP es mi última obra y, con El pasatiempo nacional, es uno de los más importantes textos que he escrito. Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, conocidas como UMAP, fueron unos campos de trabajo forzado, en la provincia de Camagüey, donde aquellos considerados enemigos de la Revolución tenían que ser reeducados.
Aunque la mayoría de los reclusos eran homosexuales, también se encontraban intelectuales, periodistas, sacerdotes católicos y testigos de Jehová. Con el triunfo de la Revolución, el Che Guevara comenzó ordenando redadas de gays, que eran originalmente llevados a la inhóspita península de Guanahacabibes, en la provincia de Pinar del Río.
Más tarde, en 1965, se crearon los campos de las UMAP. El nombre de UMAP fue sugerido por Fidel Castro. Mi obra trata ese horrible y cruel capítulo de intransigencia revolucionaria, cuando miles fueron arrestados y muchos se suicidaron. Mi UMAP es la realidad de la crueldad de la Revolución, que siempre ha pretendido ser humanista y que la izquierda ha elogiado de manera constante. Cuba ha tratado de borrar ese crimen, pero espero que mi obra no se los permita.
¿Cuántas obras has escrito?
Hay algunas que quedan en el olvido, pero creo que como veinticinco, más o menos. Cinco en Cuba y el resto en Estados Unidos. Tengo un oratorio, Voces de Cuba, que nunca he terminado. Me quedé en el primer acto.
Raúl de Cárdenas.
¿Cómo ves tu teatro? ¿Existe algún tema, interés, forma/estilo que te interese y que es recurrente en tus obras?
Mi teatro es Cuba. Es la constante en todo lo que he escrito, comedia o drama, y siempre el tema que domina mis textos. Muchos dicen que mi teatro es costumbrista. Quizás, pero lo que he pretendido siempre es conservar ese mundo que ha ido desapareciendo y que es, definitivamente, nuestra identidad nacional.
¿Qué pudo haber quedado suprimido, transformado o erosionado en tu teatro de tu sentido de identidad personal como cubano, por la distancia geográfica, la sociedad anglo, el tiempo, las vicisitudes o la voluntad personal?
Nada, absolutamente nada.
¿Has escrito otros géneros literarios?
En Cuba, cuando estaba en la Escuela de Periodismo, escribí varios cuentos, casi como un ejercicio periodístico que me permitía explorar la narrativa. Tengo una pequeña colección de poemas; pero mi poesía es algo muy personal, escrita esporádicamente como reacción a episodios emocionales en mi vida.
¿Te interesa la opinión de la crítica? ¿Establecerías algún vínculo entre la calidad de tu obra y la atención de la crítica a tu obra?
Con toda sinceridad, creo que la crítica es muy importante. La mirada objetiva de un buen crítico puede ayudarte en muchísimos aspectos. Pero tiene que haber calidad en la crítica. Y hoy en día cualquiera se clava ese sombrero.
¿Qué piensas de la dirección artística del exilio? ¿Crees que han logrado crear un movimiento del teatro cubano del exilio?
La dirección artística del exilio es confusa. Lamentablemente, en muchas ocasiones todo está dominado por la política. Cuesta mucho dar un paso adelante. Hubo una época en la que existió un movimiento muy positivo, cuando escribía Recuerdos de familia y Las Carbonell de la Calle Obispo, pero creo que todo se ha ido disipando por el camino que ha tomado la sociedad hoy en día.
En general, ¿cómo ves la situación del teatro cubano del exilio?
No se le presta mucha atención. Prefieren otras obras que no son del exilio.
¿Cuál es tu opinión sobre si la literatura cubana es una o no, sin atender si se escribe dentro o fuera de la Isla? Si consideras que es una sola, ¿en qué aspectos opinas que se establece esa unidad y sus diferencias?
Siempre he creído, como decía el crítico Rine Leal, que el teatro cubano es uno. Eso se puede aplicar a toda nuestra literatura, se escriba dentro o fuera de la Isla. Esa unidad está establecida en que somos cubanos por los cuatro costados. Las diferencias están principalmente en lo político, en la división que estableció la Revolución, la lucha de hermano contra hermano.
¿Y del teatro latino en general, en Estados Unidos y particularmente en California?
Veo muy poco teatro latino porque son muy infrecuentes las puestas en escena. Por otra parte, lo poco que se estrena, es extremadamente político.
¿Cómo percibes el teatro estadounidense? ¿Ha evolucionado en los últimos años?
El teatro en Estados Unidos ha evolucionado muchísimo desde aquel comienzo de mi exilio en 1961. Hoy en día, como también sucede con el teatro latino, hay unas fuertes corrientes socialistas en los textos que se estrenan. Hasta en la reposición de los clásicos se ve ese intento, manipulando el original, una forma clara de adoctrinamiento intelectual.
Recientemente, y este es un buen ejemplo, el musical Oklahoma! se presentó con una total revisión del original. Oklahoma! siempre ha sido uno de los pilares del teatro musical norteamericano y esta nueva versión era tan desagradable, que el público se iba del teatro antes del intermedio. A nadie se le ocurriría tocar un cuadro de Picasso, pero el teatro no corre la misma suerte.
© Imágenes de interior y portada por cortesía del autor.
‘A imposiçao’: el cuerpo castigado según Laura Ríos
“A veces culpamos a los otros y resulta que somos nosotros mismos los que nos encerramos, los que nos bloqueamos, los que seguimos un patrón”.