Réquiem teatral por la Milanés

En 1899, el fotógrafo ruso Pyotr Pavlov tomó una instantánea poderosa para la historia del teatro. En ella, Antón Chéjov lee a los actores del Teatro de Arte de Moscú su obra La gaviota. 

Están sentados en torno a una mesa con un pesado mantel brocado, una luz fuerte entra por las cortinas descorridas de la ventana a la izquierda, y pesadas alfombras y borlas caen como adornos por toda la foto. 

Son demasiados actores para un solo libro. Por ello algunos tratan, desde sus lugares, de seguir con la vista la lectura del único ejemplar que Chéjov sostiene con su mano derecha, leyendo ya las escenas finales de la obra. 

Otros se atusan el bigote o miran las cornisas dejando que su imaginación vuele. Varias damas apoyan la cabeza con gracia sobre el puño en actitud de quien escucha con atención. Algunos miran al espacio vacío tratando de adivinar las formas, los gestos que surgirán pronto de esta obra que ahora solo son palabras y que —aún no lo saben— será una obra fundamental para la compañía. 

Pero el centro deja de ser el libro, deja de ser incluso Chéjov, quien lee paciente y concienzudamente como un Cristo que en la última cena reparte pan y vino. Cada actor está en ese momento creando una obra, entendiendo, caracterizando un personaje, repasando una historia de vida, eligiendo un vestuario para, en conjunto, crear la ilusión de veracidad, de vida sobre las tablas. 

Recordé con vehemencia esta imagen de los artistas rusos a finales del siglo XIX al comenzar Bayamesa. Réquiem por María Luisa Milanés. Quizá fuera el vestuario “de época” de las mujeres con blusas de hilo fresco y sayas negras larguísimas. Los hombres, de traje completo. Y la actriz que contrasta por sus mallas de trabajo. 


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Sobre la escena, los cinco actores se preparan con ejercicios de voz, tocan el piano alegremente. Sobre una mesa alargada están los libretos y una guitarra ha sido olvidada, atrezos varios. Ellos leen el guion, repasan antes de comenzar en tanto el público comienza a acceder a la sala.

Esta obra, de Abel González Melo, merecedora del Premio de Teatro de Casa de las Américas 2020, llega a Argos Teatro con Yailín Coppola al frente en una segunda entrega escénica, luego de su estreno mundial en la ciudad de Miami en 2019 con dirección de Mario Ernesto Sánchez junto a Teatro Avante

En aquel momento, la obra fue estrenada en el 34 Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami que dirige el propio Sánchez y tuvo una acogida mediática positiva. Se trata de un tema apasionante: revivir el personaje de la poetisa bayamesa María Luisa Milanés, considerada la primera feminista cubana. 

María Luisa encarnó el espíritu de la mujer oprimida por la sociedad, quien, a inicios de la República, abogó desde el estrecho espacio familiar por su propia liberación. A los 26 años se suicidó de un disparo tras fracasar en su intento de emanciparse de su marido y del entorno patriarcal que la obligó a desempeñar un papel soso y falto de emociones. 

Su poesía, escrita a escondidas y publicada bajo el seudónimo de Liana de Lux en la revista Orto, la hizo distinguirse entre las voces líricas más poderosas y admiradas de su época. A ella debemos palabras como: “Quiero una piedra blanca y no pulida, sobre la tierra que mis huesos cubra. Sin cruz, que una bien grande arrastré en la vida”. 

Su pasión por la escritura y su deseo de conocimiento confrontaron durante su corta vida un sistema basado en la discriminación de género donde las mujeres de bien eran relegadas al espacio hogareño como expresión de su linaje. Fue una mujer rebelde, que usó las palabras como arma en tanto “arrastró” con pesar la vida que había sido pensada para ella, su “gran cruz”. 


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Con Bayamesa…, Abel González Melo vuelve a la fórmula —ya experimentada en Vuelve a contármelo todo— de convertir a los protagonistas en actores de teatro que recrean y reviven escenasSin embargo, esta vez no serán los vaivenes de la propia vida marital que asemeja una tragedia shakesperiana en la que ambos intentarán escalar profesionalmente como Macbeth y su esposa. 

Ahora son también los cinco actores de una compañía quienes reviven la vida de la poetisa muerta a sus 26 años a partir de unas cartas personales que una de las actrices ha heredado de su abuela. Apoyados en fragmentos de la autobiografía de María Luisa Milanés, entrevistas, diarios, libros de historia, poemas…, irán construyendo en escena la vida de la poetisa como dicta no solo la historia, sino como actores que desde el siglo XXI releen la vida de esta feminista cubana. 

En una suerte de ejercicio stanislavkiano escenificado, los cinco actores que interpretan a María Luisa (Ariadna García), su madre (Chabely Díaz), su padre (Nolan Guerra), su esposo (Eme Fonseka) y la monja Sor Ángela (Mariana Valdés) reconstruirán desde un presente brumoso la vida en escena de la poetisa. Cabe resaltar el trabajo de Chabely Díaz, quien interpreta, además de la Madre, a la Actriz de Carácter dentro de la compañía teatral. 

La construcción de ambos personajes, realizadas con poderosos recursos vocales, permiten al espectador discernir las expeditas mudas que se obran en la actriz al transitar entre un personaje y otro: sube el tono de voz al interpretar a la mujer del siglo XXI, se vuelve grave y acompasado su decir al regresar a ser la mujer sumisa de inicios del XX. 

Por su parte, el trabajo de Ariadna García como la Milanés destaca al contrastar las maneras dulces y temerosas de conducirse el personaje con la poderosa voz con que es dotada al decir, reafirmando la fuerza de sus palabras y su poesía como arma para imponerse al mundo que le fue agreste. 

La música original de Denis Peralta juega sobre el tema musical de La bayamesa de Carlos Manuel de Céspedes, Francisco del Castillo y del poeta José Fornaris, creando ambientes sonoros románticos que recrean la vida de la Milanés y se suman al ambiente de lirismo ya alcanzado por las citas de sus poemas en escena. 


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La presencia musical de este himno al amor, convertido también con los años en símbolo de la bravía de las mujeres bayamesas, se extiende por la obra como un lamento, un motivo dominante dentro de la puesta. El uso del piano y la guitarra ejecutados en escena ayudan a crear un ambiente fiel a una época pasada, quizá hasta del siglo XIX. 

Por su parte, el diseño de vestuario de Vladimir Cuenca dota a los personajes de gran sobriedad con el uso de telas negras y colores pasteles para el vestuario de las mujeres. El personaje de María Luisa irá de blanco con falda negra y una coleta en su juventud que se convertirá en un moño recogido en su adultez. 

Tal sobriedad, junto al diseño de luces de Jesús Darío Acosta, contribuye a crear una suerte de postales en sepia, de donde los actores de la ficción teatral entrarán y saldrán con fluidez. Vuelven a ser aquellos actores que en un inicio de la obra recuerdan a los actores rusos que escuchan La gaviota, mientras su imaginación y sus herramientas de trabajo les ayudan a construir sus personajes sobre la marcha.

La dirección escénica de Yailín Coppola se apoya para su efectividad en la creación de estos dos niveles de realidad (escenas de vida de María Luisa Milanés y vida de los actores que las interpretan en tanto leen documentos sobre ella), en un colectivo de actores de poderosas herramientas para comunicar: la excelente dicción —que tanto cuesta encontrar por estos días— y la memorización de los textos que permite lograr un ritmo escénico a veces vertiginoso. 

Asimismo, es notable el trabajo coral llevado a cabo por el asesor vocal Frank Ledesma, quien, literalmente, hace estremecer al público con lo afinado de sus coros y el lirismo de las canciones interpretadas en conjunto.

Según la ficción planteada por Abel González Melo, Bayamesa. Réquiem por María Luisa Milanés es una obra en ciernes, por ello varias escenas serán repetidas en claves diferentes, mostrando disímiles matices de la verdad. Con este recurso dramático, el autor logra ahondar en las contradicciones del personaje principal en cuanto a su vida lírica y la pública que es obligada a llevar: aquello que quiere decir contrapuesto a lo que dice. 


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Se trata entonces de una obra que irá surgiendo, supuestamente, en la medida en que asistimos a ella. Poseídos están los actores de esta compañía por los personajes que han de interpretar en un guiño pirandelliano a Seis personajes en busca de un autor; si bien en clave trágica, patriótica y feminista. 

Sin embargo, la directora nos entrega una obra ya con todos los afeites teatrales listos, solo se deja un espejo casi escondido en una pata del escenario donde algunos actores se retocarán entre escenas; un vestuario a medio poner a inicios del espectáculo, la caracterización de la monja frente al público, los libretos sobre la mesa de trabajo.

Por lo demás, se trata de una obra con todas las trazas de hacernos una mala pasada a los espectadores, al minimizar la presencia de los actores de la ficción en escena. De manera que serán los de la Milanés y su familia personajes omnipresentes que, ante nuestra vista, arrebatan la autonomía de quienes les dan vida. 

Extraña recreación teatral que, en manos de Abel González Melo, resulta tragedia y caprichoso juego de individualidades que nos lleva a cuestionarnos, una vez más, dónde yace el límite entre personaje y actor.


© Imágenes de interior y portada: Sonia Almaguer. Cortesía de Yailín Coppola.




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