1
Había una vez una isla o un desierto, ya no se sabe bien lo que era. En esa isla o desierto vivía gente con hambre. Algunos tenían hambre de cosas muy específicas pero la mayoría tenía hambre hambre hambre. Es decir, aquella hambre que no es por elección.
En la isla o el desierto donde casi nada era por elección, solo el amor, la meditación y la hora de comer, lo que se llevaba a cabo era porque se tenía que llevar a cabo; lo que se quedaba a medio hacer era porque se tenía que quedar a la mitad; lo que se comía era porque se tenía que comer; lo que se moría era porque se tenía que morir.
El hambre que pasaba la gente de ese lugar no tenía nada que ver con lo que se entiende por hambre en el diccionario. Dígase diccionario y ya se habrá dicho todo, pero todavía existen lugares en el mundo fuera de las nociones estándares de un diccionario o una wikipedia. Aquellos niños y niñas que nacieron en la isla o el desierto debieron empezar a llamarse Wikipedia: Wikipedia Rodríguez, Wikipedia García, Wikipedia Montalbán.
Era un hambre bárbara, es decir, merecida. Un hambre que a la gente le parecía que estaba bien o que a la gente le parecía que estaba mal pero como no había nada que hacer entonces tampoco importaba. Tampoco había otra hambre a la que aferrarse, así que pasar un hambre conocida era mejor que pasar un hambre por conocer. Nadie le decía a la gente de la isla o el desierto lo que podría pasar en caso de que se negaran a seguir pasando hambre.
“Lanzado en febrero de 2020, el programa, que lleva el nombre de Plan SAN,
fue aprobado oficialmente en julio del año pasado.
En breve, el Parlamento cubano analizará la Ley de Seguridad Alimentaria y Educación Nutricional.
En Cuba no hay hambre. ¡Pero los cubanos tienen mucho apetito!
El Gobierno gasta más de 2 000 millones de dólares al año para importar alimentos,
incluso de Brasil, al que le compra, entre otras cosas, arroz y pollo”.
Frei Betto: “Cuba y el pan nuestro de cada día”, publicado en el Granma, Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el 24 de diciembre de 2021.
El hambre que pasaba la gente de ese lugar no importaba en lo absoluto. Si algo bueno tenía aquella hambre era su sentido figurado y su condición imperecedera. Hambre figurada de todo cuanto existe, hambre de ser y de estar, hambre de amar y temer, hambre de partir. Hambre de un pedacito de queso, hambre de una hoja de lechuga, hambre de un chocolate y hambre de un cartílago de vaca.
Un día apareció una flor adentro de una lata en un poste de electricidad de la ciudad. Me gusta pensar la flor más allá de la familia a la que pertenece. Una flor sin familia, casi artificial, adentro de una lata de refresco, posada en un poste de electricidad como un ave fénix que renace de sus cenizas. Una flor de Dumbledore o de Gandalf o del mismísimo mago Merlín, me da lo mismo un mago que otro.
También apareció una bola de pan prendida a un cablecito en el mismo poste de electricidad donde apareció la flor adentro de una lata. La bola de pan, ensartada en el cablecito como una perla en un collar, miraba a la flor adentro de su lata y se preguntaba quién se comería a quién, conociendo de la pata que cojeaba todo el mundo.
¿Quién hacía estas instalaciones hambrientas, casi aborígenes, en la isla o el desierto? ¿A quién le interesaba el arte del hambre o el hambre del arte, en definitiva? ¿A quién le interesaba el arte frente al hambre perentoria de una densidad de población botánica? La botánica en el hambre, ¿a quién le interesaba?
Debía tratarse, como mínimo, de un loco. Debía tratarse de una locura comunitaria, algo así como una decoración muerta o naturaleza muerta al aire libre, donde los materiales de producción pertenecen al ideario nutricional. Lo más lindo de la fábula es que nadie se comió a nadie, a pesar del hambre hambre hambre que estaba pasando la gente y lo que no era gente. Ya sabemos que hay gente que deja de ser persona aunque continúe teniendo identidad.
—Pero esto no es una fábula. Aquí no hay moraleja por ningún lado.
—Tú lo que tienes es hambre. Un hambre muy grande de moraleja.
2
Dos días antes de cumplir ochenta años, Cristina Peri Rossi ganó el Premio Cervantes 2021. No hay escritoras así atractivas en la diáspora hispanoamericana de Miami, todo lo bueno está en otro lado, lejísimo. Con excepciones relámpago como la escritora cubana María Elena Hernández Caballero y la poeta colombiana Ximena Gómez. Tampoco hay demasiadas mujeres atractivas en la lista de los Premios Cervantes ni en casi ninguna lista de ningún premio de literatura. Todo lo bueno está en otro lado.
Pero si algo delicioso tiene el 2021 es Cristina Peri Rossi ganándose el premio Cervantes con sus 125 000 euros españoles, que casi siempre se los gana un español. Como mínimo un año sí y otro no, se los gana un español. Cristina Peri Rossi fue la segunda uruguaya en ganarse el Premio Cervantes y yo me alegro cantidad porque esa mujer debe estar repleta de deseo o de asma o de neurosis o de paz o de lo que ella quiera estar llena; total, es tan linda que cualquier cosa le sirve para escribir un poema o un libro o una hoja vacía en una libreta.
La primera uruguaya en ganárselo fue Ida Vitale, hace tres años. Fuera de Ida Vitale y Cristina Peri Rossi, ninguna uruguaya ni ningún uruguayo se había ganado los 25 000 euros. Quiere decir que desde hace cuarenta y cinco años los escritores uruguayos han estado hambrientos de Premio Cervantes, aunque esa hambre no cuenta en la vastedad de las hambres del universo.
Cuando Ida Vitale se lo ganó yo me alegré también, pero a mí la que me gusta es Cristina Peri Rossi y lo único que quisiera es poder comprarme sus mejores libros, aunque no sé si los pueda leer ahora así que mejor ni los compro. No tengo tiempo ni energía para leer, lo que tengo es un niño chiquito, una novia lejos y un estrés enorme como consecuencia de haber firmado un papel. Escúchenme: no firmen nunca ningún papel sin estar asesorados por alguien que les explique las consecuencias. Incluso estando asesorados, yo les recomiendo que no firmen ningún papel. Las consecuencias sonirrevocables.
Esta mierda me consume todo el tiempo: ver venir hacia mí la ola de consecuencias. Los poemas de Cristina Peri Rossi sirven para pensar en otro tipo de ola: la catástrofe de la poesía. Cada poema es un espumarajo de salbutamol en la garganta, directo a las vías respiratorias. Algo tan simple como un disparo, un pinchazo, un corrientazo, una mordida, un roce, una queja, una dilatación.
Me pasé un mes
preguntándole a toda clase de personas
—hombres y mujeres—
si habían soñado que se acostaban con sus madres
y ellos
—hombres y mujeres—
me decían que no
que de ninguna manera
ellos y ellas no soñarían con esas porquerías
—una sucia cosa de esas—
hasta que me di cuenta
de que no tenían madres guapas.
Cristina Peri Rossi: Playstation (2009).
Están construidos así, breves y cinéticos. Son poemas que se mueven, pero en línea recta, hacia uno. Los lectores de poesía creen en la poesía y están acostumbrados a todo tipo de poema o a un tipo de poema preferido que les convenga a ellos. Los poemas de Cristina Peri Rossi, convengan o no convengan, se mueven directamente hacia uno y se meten en un poro o una fosa o un grano o una estría o una grieta o un rash.
Es un movimiento rectilíneo hacia uno aunque a uno no le guste. Es un movimiento que no tiene que gustarle a los lectores. Son poemas remotos, como los controles de las pantallas de televisión o de los reproductores de Google. Tienen forma de lengua. Tienen dos goticas de limón en la punta de lengua. Si no hay limón, vinagre.
No creo que a Cristina Peri Rossi le interese que sus poemas se queden dentro de uno para siempre. No creo que a Cristina Peri Rossi le interese nada relacionado con las consecuencias de ninguno de sus poemas. La poesía es un desastre, uno se olvida de los poemas que más le impresionan y se acuerda de los poemas que no tiene que acordarse. Dos días antes de Navidad, fallece Joan Didion.
3
Todo el mundo ha empezado a llenarse de Ómicron. La cantidad de contagios reales es complicado saberla. En Cuba están acostumbrados a no saber la cantidad real de nada, así que lo importante sigue siendo mantenerse a salvo, no solo del ómicron o de las cepas antiguas, sino de la lógica y los centros de aislamiento, porque en Cuba, literalmente, el remedio es peor que la enfermedad.
La población cubana ha tenido un año desquiciante, entre picos de contagios y picos de intentos fallidos de organización social. Los presos políticos del once de julio, encerrados por manifestarse pacíficamente, sin método preciso ni líderes precisos ni hora ni lugar, sino haciendo uso del libre albedrío y del cansancio y de la falta de miedo, consiguen a duras penas que, al menos, se les acuse de algo. Una acusación que dé sentido al hambre. Gente que pedía comida, gente que pedía medicina, gente que pedía claridad, gente que pedía libertad.
La población cubana, desde los años noventa, sabe mejor lo que es poesía, sabe bien lo que es saudade. El problema no es saberlo a través de la emoción que la poesía y la saudade constituyen, en esencia. El problema es el objeto en el que la población cubana localiza su saudade: un tubo de picadillo de carne, cinco libras de carne de puerco, diez libras de arroz blanco, una barra de mantequilla, una barra de queso crema, un chorizo para echarle a los frijoles, un vasito de yogur.
Estaba muy delgado, crecida la barba, roto el uniforme;
a causa de los cuatro años transcurridos
y del hecho de no haber alcanzado su estatura definitiva cuando partió,
medía unos cinco centímetros menos de lo que prometía y pesaba unos quince kilogramos menos
de lo que pesaría pocos años después de terminada la contienda,
si es que sobrevivía a ella.
William Faulkner: ¡Absalón, Absalón!
La variante africana, con nombre de letra del alfabeto griego, podría desvanecerse, igual que la idea de un poema o de una revolución. Las ideas que tenemos de cosas que podríamos llegar a construir casi siempre se desvanecen antes de que construyamos algo. Solo se convierten en construcciones propiamente hechas cuando dejan de ser ideas y se las pone en constante intercambio con el medio ambiente o con uno mismo o con más de uno mismo.
Hace poco escribí una idea de palabras de agradecimiento que nunca llegaron a ser palabras de agradecimiento porque no las pronuncié. Se quedaron en la idea, no dejaron de ser idea y no ganaron en forma. De algún modo, está en la naturaleza de una idea ir atrofiándose hasta desaparecer. De esa manera, muchos poemas se atrofian y desaparecen. No importa.
Antes de que desaparezca por completo, repito la idea esencial, deseándoles lo mismo que deseo para mí: la idea de la felicidad y la construcción de la felicidad. En el año 2017 fui a Boston a leer frente a una clase. Yo estaba embarazada de apenas seis semanas o menos. Expresé que la literatura era lo mismo que limpiar zapatos, con un trapo manchado y una lata de betún. Limpiarlos todos los días o todas las semanas, aunque los zapatos no se ensucien. Sacarles brillo.
Celebro el Premio Cervantes de Cristina Peri Rossi.
Feliz Año Nuevo.
No quiero ser cursi, pero Madrid no es nada sin ti
Vernos ella y yo sigue siendo (aunque haya dejado de serlo, porque logramos vernos en Madrid) imposible. Una imposibilidad que dejó de ser lezamiana para ser, como cualquier palabra, solo lo que significa.