June: el mes del orgullo del alfabeto homosexual y de todo lo que no sea la norma civil sexual; el mes de las identidades sexuales marginadas, pero orgullosas de serlo. Empezando por ahí, ya resulta un poco raro sentir orgullo de nada. La luna de sangre del 26 de mayo, una luna lorquiana redondamente menstrual, fue el portal de los días por venir y de las semanas siguientes.
A mí, que se me ha perdido el alfabeto y me han puesto delante un saco de emojis para dar respuestas rápidas a mis interlocutores en un diálogo (o, por el contrario, me han puesto delante un saco de mensajitos polites predeterminados, para dar respuestas rápidas a mis interlocutores en un diálogo: frases hechas en inglés, edulcoradas y frías), me da orgullo casi todo lo que he construido, más o menos a ciegas, dentro de mí y a mi alrededor.
Me da orgullo tropezar. Me da orgullo pagar la electricidad. Me da orgullo escribir un poema endecásilabo de catorce versos, encabalgados o no, porque el encabalgamiento a esta altura no es formal ni conceptual, sino corporal y emocional.
Eso mismo les decía esta semana de junio a los escritores dominicanos Frank Báez y Alejandro González, que quisieron hacer conmigo un podcast de formato de entrevista donde conversamos (sin emojis ni frases polites) sobre literatura y sobre cómo (no) entiende uno su propia literatura. Una escritura de masturbación. Una arquitectura de palabras, ora complacientes, ora traicioneras, que es difícil decírselas a alguien en la cara, pero es fácil escribirlas y publicarlas, sin pudor ni cargo de conciencia. Una escritura libérrima, deliberada, inconsciente.
La idea del homenaje como margen, indudable y real, me hace pensar en otros tipos de géneros, tan sexuales y ricos como un genital caliente: los literarios, los fotográficos, los cinematográficos.
La idea vino en oleadas cuando entré con Grethel Delgado a la sala de libros en varios idiomas de la librería Books and Books, en la avenida Aragón de Coral Gables. En el centro de la sala, los especialistas en efemérides habían construido un altar comercial lleno de libros de tema homosexual, bisexual, transexual y travesti. Un alfabeto entero, en oferta y available, para lectores que entienden. Pequeños arcoíris en forma de souvenir, libros-arcoíris, arcoíris-almohadas, arcoíris-rompecabezas, arcoíris-juguetes, arcoíris-portarretratos, arcoíris-sonajeros, arcoíris-banderita, infinitos arcoíris.
Me repele el arcoíris, pensé, y se lo dije apenada a una periodista que me miró con cara de pena ajena. La pena innecesaria, lo embarazoso risueño.
Por supuesto, no son los colores ni el arcoíris lo que en verdad me repele. Muchas veces he pensado que la bandera del arcoíris, símbolo de una diversidad sexual que no habría que nombrar ni defender, debería ser la bandera nacional de casi todos los países. Lo que en verdad repele es el significado convertido en almohadón de plumas, chupándote la sangre a través de una conciencia comunal y colectiva a la que tampoco pertenezco.
Porque, en realidad, el mes de junio o cualquier otro mes debería estar dedicado a la heterosexualidad y al pensamiento heterosexual. Lo rectilíneo y uniforme se debería estudiar y catalogar a fin de entender el resto de los problemas de casi todos los países con problemas. Ese debería ser el margen. La minoría está ahí, escondida detrás de una montaña de libros en rebajas, postales de Andy Warhol en rebaja, juguetes en rebaja, arcoíris de peluche a $9.99. El código de barras es el problema. Un código de barras en los dos dedos de frente de casi todas las conciencias comunes por venir.
© Evelyn Sosa.
La primera vez que me preguntaron si yo era una entendida, me quedé pensando como una idiota: “¿Entendida en qué?”.
La pregunta no tenía que ver con ningún nivel de inteligencia, ni con ninguna materia específica de ningún campo de estudio específico. La pregunta tenía que ver con mi sexualidad: el entendimiento consistía en eso. Por lo que mi respuesta tuvo que ser, a priori, afirmativa. Porque mi sexualidad la entiendo yo, aunque la entienda mal, regular o bien. Mi sexualidad me pertenece.
En la entrevista, Frank Báez y Alejandro González quisieron saber si yo tenía todavía algún sentimiento de pertenencia con algún lugar geográfico, respecto a mi condición de exilio, por ahora irrevocable. Respondí algo sobre Cuba: que sí, pero no; que no, pero sí; divagaciones y balbuceos, torpezas. Escribiendo hoy sobre un tipo de orgullo identitario, se me ocurre que mi orgullo podría ser mi pertenencia. El lugar es mental. No, pero sí.
Frank Báez empezó diciendo: “Yo sé de ti y de tu obra desde hace años, de cuando tú vivías en Cuba y eras una leyenda en el Caribe”.
La voz de Frank Báez, sólida y oriental, me hizo pensar en qué es qué. Palabras como años: Cuba y Caribe, pegadas a mí de esa manera, en un contexto de enlace virtual donde cada uno de los interlocutores daba la impresión de alucinación, podían provocar perfectamente mucho pride.
Las aplicaciones digitales para editar fotos y videos tienen también sus propias plantillas predeterminadas con fondos de arcoíris y márgenes multicolores. Una bandera refrescante digitalizada para sentir la alegría de la diversidad, al menos en junio, al menos en la pantalla del teléfono o de la laptop, al menos en un efímero estado de Facebook que a nadie le importa lo suficiente. Sí, pero no.
De todas formas, edité una selfie donde me estoy mirando a un espejo con cara de pocos amigos, lo cual carece de importancia, en resumidas cuentas, pero es cierto. En la plantilla de Tezza, la aplicación en cuestión, se ve un filtro de nailon sobre la imagen como si fuera un papel de regalo, bien kitsch y plástico, acompañado de cuatro afirmaciones muy conceptuales y positivas, en mayúsculas:
YES KINDNESS
YES PEACE
YES EQUALITY
YES LOVE
Me gustaron las afirmaciones y las mayúsculas, pero los grandes conceptos no son lo mío. Yo me muevo en círculos pequeñitos, gramáticas ínfimas y concéntricas como pajitas de universo. Así que supuse que el texto podía editarse, y lo edité. Sustituí KINDNESS por WOMAN, sustituí PEACE por MOTHER, sustituí EQUALITY por WRITER, y sustituí LOVE por FOREIGN.
Mantuve el idioma inglés, porque en español hubiera tenido que añadir la coma después de cada YES. Pero el filtro de nailon sobre la imagen seguía sin agradarme. Ese nailon era un desastre. Terminé borrando la foto. Antes de que se que acabe el mes, la editaré en otra plantilla.
© Evelyn Sosa.
YES WOMAN
José Portela me ha dicho que soy una persona llena de prejuicios, que soy anticuada y atrasada. Me lo ha dicho varias veces. Se supone que las aplicaciones para editar fotos y videos son ejemplos de adelanto. A mí me agradan. Al menos, me agradan los filtros de las plantillas de Tezza. Lo que no me agrada es el nailon: la lámina plástica para que parezca una foto sacada de una gaveta de los recuerdos. Tampoco me agradan la mayoría de los diseños de plantillas digitales, que dan la impresión forzada de foto vieja. Los filtros de las historias de Instagram: un horror.
La bandera de la diversidad sexual, la bandera que diseñó Gilbert Baker en 1978, sí me agrada. Gilber Baker sabía lo que hacía. La gente desfilando con la bandera en alto. Un arcoíris orgánico, sin marketing ni gestión de venta. Soy una mujer a la que le agradan más cosas que las que le desagradan. Estoy enamorada, y el amor me provoca un agrado instantáneo y reproductivo.
Por ejemplo: me agradan las flores, los emojis, las telas de algodón, las banderas de Estados Unidos izadas hasta por gusto en cada negocio y en cada barrio. Estoy en Estados Unidos, pienso cuando las veo, como si fuera un éxito de mujercita valiente.
Me agradan los mercados, las secciones de panes artesanales, las duchas calientes aunque las prefiera frías. Extraño bañarme con cubo y jarro. Me agrada bañarme, y sé que no es algo que le agrade a todo el mundo.
Me agrada conducir un medio de transporte de cuatro ruedas y claxon y capó y timón. Me agrada saber que hay un maletero. Cuando meto la llave y lo abro hacia arriba, en puntillas de pie, siempre pienso: ah, mira cómo abro este maletero… Soy una mujer orgullosa de abrir el maletero. Estoy enamorada, y sé que cuando abro el maletero es como si abriera el corazón.
YES MOTHER
En la entrevista, Frank Báez y Alejandro González quisieron saber si la experiencia de la maternidad había afectado mi escritura. Grethel Delgado también me lo preguntó. Una entrevista fue diferente a la otra, pero al final me preguntaron más o menos lo mismo en ambos espacios.
Uno se acostumbra al peso de su hijo. Yo mido uno cincuenta, mi hijo es la mitad de mi tamaño. Yo cojo a mi hijo como una pluma y me lo pongo aquí, en la cadera; me lo escarrancho. Le digo: “aprieta aquí, con los pies”, y así puedo caminar un kilometro. Entonces viene otro niño, del mismo tamaño y el mismo peso que mi hijo, y yo no lo puedo levantar… El peso de un niño, y el hecho de que puedas levantarlo, depende de que sea tuyo.
Yo me doy cuenta de que estoy siendo tan suave, tan suave, tan suave escrituralmente… Me doy cuenta de una suavidad que no conozco. Es un resorte que se dispara solo. No estoy sola. De la noche a la mañana, estoy en una casa donde no se pueden decir malas palabras. Limito las malas palabras a un veinte por ciento, como mínimo. Me enfurezco un veinte por ciento de lo que me podría enfurecer.
La pinga de los poemas de Hilo+Hilo, escrito entre 2011 y 2012, ha desaparecido de mis poemas actuales. Es la misma pinga, pero flácida. Pronunciada en un susurro. Pronunciada cuando mi hijo se duerme, para que no me oiga. Hay algo tan tierno en mis manos, algo que estuvo dentro de mí y de pronto está en mis manos, que no me permito dañarlo ni con poesía.
Sé que esa suavidad es tan importante como la agresividad. Estoy orgullosa de esa ternura. Esa ternura es mi orgullo.
YES WRITER
Frank Báez y Alejandro González dijeron en la entrevista que el final del poema “Tregua fecunda” daba la impresión de que yo estaba rompiendo con el pasado y marcando mi propio camino, alejándome de las utopías de las generaciones pasadas. El podcast al final no sirvió: se oía constantemente el ruido del aire acondicionado. En Cuba no hubiera habido ruido, porque no hay aire acondicionado. Pero si hubiera estado en Cuba tampoco hubiese habido comunicación. Por eso aprovecho para escribir aquí aquello que solo pensé porque me lo preguntaron.
La tradición que a mí me interesa es la tradición familiar. Yo no pude escribir Tregua fecunda con mi abuelo vivo. Yo esperé a que mi abuelo se muriera para poder escribir Tregua fecunda. Qué descaro. No esperé, porque se murió de pronto, pero nunca se lo hubiera dicho en su cara. La distancia que tomo de él y de lo que él significa, al escribir los poemas, no se hubiese concretado con mi abuelo vivo. Yo nunca digo hubiese: es una conjugación tan bonita.
Frank Báez y Alejandro González me preguntaron por la importancia del yo en mi escritura. ¿Cuál yo?, pregunté. Pero ellos tienen razón. Hay un yoyoma muy grande en todos mis libros. Por ejemplo, en el libro Chicle, los poemas empiezan así: yo esto, yo aquello. Era el año 2008 y a mí no me interesaba el yo, no me interesaba el tú, no me interesaba el ella. Chicle es un libro muy ácido donde en realidad no me interesa nada, pero a nivel estructural, lo personal es el eje. Ese yoyoma, en mi opinión, se llama pride.
porque extranjero soy en tierra calda y seca
y en lluvioso baldío porque soy extranjero
porque todo de pies a la cabeza es nuevo
pero no nuevo sino recién-venido.
Luis Moreno Villamediana: “Otono (Sic)”.
YES FOREIGN
Hay que estar muy orgulloso de quién es uno. Podría llenar mi apartamento de pequeñísimos arcoíris de gamuza, de cristal, de cerámica fría, de cartón. No lo hago porque el espacio es tan reducido que los arcoíris me harían sentir ahogada después de quince minutos. Tampoco he puesto nada en las paredes. Hace dos días colgué un espejo. El espejo de la foto de la plantilla de Tezza.
Estoy condicionada. Todos lo estamos. Vivo en un lugar que me es ajeno, que no entiendo, donde no se habla mi idioma, ni en un sentido ni en otro. Aunque a diestra y siniestra vea mexicanos, hondureños, nicaragüenses y venezolanos hablando español, no es español lo que hablan, sino otro idioma. Aunque a diestra y siniestra vea cubanos, hijos de cubanos y nietos de cubanos hablando español, no es español lo que hablan. Es un lenguaje, todo el tiempo, predeterminado. Entre los amigos, igual: predeterminado. Alberta Camus en el país de Opa-locka.
Como soy una mujer no solo enamorada, sino enamorada de otra mujer, se supone que mi alfabeto sea el de las mujeres enamoradas de otras mujeres y el de los hombres enamorados de otros hombres. El alfabeto homosexual de los siete colores. Pero mi orgullo radica en el hecho de poder tocar las cosas que nadie sabe tocar. Incluso lejos, afuera, sin país ni alfabeto, sigo tocando cosas que nadie sabe tocar.
Incluso sin tocarte, yo te toco.
¿Cómo sería la vida si estuviéramos tuguéderes?
Escribo la promesa de que cuando estemos al fin tuguéderes, vaciaré los libreros y desapareceré los libros. Las novelas de Bernhard, las pajas de Bataille, los estornudos de Beckett. Los poemas de los más de cien poetas que prefiero y no prefiero, la poesía que odio si no estamos juntas.