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La Segunda Venida es, dicen, más trascendental. En la primera Jesucristo aparece, emprende lo suyo, predica. Lo identifican como el Hijo de Dios, adquiere discípulos, hace algunos milagros. Le dice a su Padre que lo libere del enorme sufrimiento que lo aguarda, y el Padre lo convence de que su destino está en la inmolación. Es traicionado, apresado, y, al cabo, se impone una sentencia al parecer política: lo crucifican. Después resucita y empieza (poco a poco) el Cristianismo.
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En su novela La llegada, Joe Haldeman relata el asunto del Segundo Advenimiento desde los predios de la hipótesis, en los niveles de la vida cotidiana, la política, la comunicación audiovisual, el mundo académico, la administración religiosa y la ciencia. La energía colosal que emplean los visitantes extraterrestres para ir desacelerando y aterrizar justo el primero de enero de 2055, más la convicción de que usan una tecnología de superioridad inimaginable, inducen a pensar que se trata precisamente de eso: la Segunda Venida. Y, con ella, las correcciones y los ajustes de cuentas.
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La iglesia cubana contra la ley del matrimonio igualitario. “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, dice Don Quijote. La iglesia como restauración, como medicina para extravíos. Los obispos católicos cubanos declarando su incomodidad ante la “brecha” que deja (por medio de un dictamen “harto expandido” de lo que es el matrimonio) la Nueva Constitución cubana, de manera que, en un futuro incierto, vuelva a considerarse o no, o se apruebe o no, la ley del matrimonio igualitario. Pero no sé si los obispos católicos cubanos piensan en la Segunda Venida.
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En posible que en la Segunda Venida este asunto se arregle. Es posible que en la Segunda Venida (pensemos en la idea de Haldeman) lleguen a nuestro planeta representantes sabios de una supercivilización donde la norma biológica quizás sea el hermafroditismo (simultáneo o secuencial) y la polisexualidad. O es posible que nos visiten los ingenieros del ser humano, seres multisexuales, o no sexuales, o antisexuales, o parasexuales.
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Una de las cuestiones auténticamente claras que se desprenden de la teoría queer, es que la heteronormatividad y los hombres-blancos-de-la-cultura-del-sexo han impuesto un tipo de sexualidad (lo mismo para hombres que para mujeres), y eso se supone que deba cambiar. Ya es un lugar común considerar que la sexualidad androcéntrica tiende a ser o es heteronormativa. Esto se ve con especial nitidez en la pornografía mainstream. Por eso aparece, transcurridos ya los años noventa, una realizadora atípica e inconfundible: Erika Lust, decidida a filmar pornografía desde y para las mujeres.
Arte de las putas
El arte de putear impide que otro arte, el de la conversación, decaiga y muera.
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La Segunda Venida es más intensa que la primera y en ella se produce una reconfiguración del placer. En la Segunda Venida habría ajustes, retoques, perfeccionamientos y, claro está, muchos alivios y rehabilitaciones. Y los beneficios de una advertencia así: “Aquí estoy otra vez, espero no haber demorado mucho”.
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La novela de Haldeman (estilo desembarazado, mordaz, donde todas las frases caen rápidas en su sitio) es un singular ejemplo de pericia literaria porque su trama juega con casi todas las derivaciones posibles de una suposición cada vez más demostrable al tiempo que cada vez más saturadas de equívocos. En ese limbo que va de la emoción al dato preciso, Haldeman teje las circunstancias de esa Segunda Venida. Hay un mensaje horrible de los extraterrestres: para demostrar que están cerca, que ellos son quienes son, y que tienen un poder incalculable, volatilizarán Fobos, la más grande de las lunas de Marte. El poder de una Segunda Venida refuerza el recuerdo de la primera y obliga a repensar sus dimensiones. Hay un hecho curioso: hacia el final del libro, la astrónoma que descubre la señal extraterrestre huye con su marido, un músico, porque el FBI la busca por sospecha de conspiración contra los Estados Unidos en alianza con el gobierno francés. Y se refugian en una Cuba poscomunista, llena de millonarios y mafiosos, en una casa del poblado de Cojímar.
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Ámbito y preámbulo de una pornografía para mujeres puede ser, en un sentido onto-somático, la declaración de amor de Hans Castorp a Clawdia Chauchat, la tísica huesuda y suculenta de La montaña mágica, de Thomas Mann. A despecho de la enfermedad, o gracias a ella, a sus marcas, a sus avisos de muerte, el vínculo entre Hans y Clawdia se hace hipnótico y pierde ese componente de reserva y esos momentos de espera que tienen o se permiten tener los rituales amorosos capaces de culminar en el apareamiento físico. Desde una exacerbación erótica que prospera en su imaginación, Hans le ofrece a Clawdia su sangre, la poca energía que le queda, su vigor mental, a cambio de sumergirse en sus fluidos, en el calor leve de sus vísceras, en sus epitelios descoloridos. A cambio de recorrer su pleura, resbalar sobre el periostio de sus crestas ilíacas y, en fin, tasar sus tejidos conectivos y bañarse, por así decir, en su linfa.
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Regresemos a Calvert Casey. En Piazza Morgana, uno de los textos que lo sobreviven (Casey se mató hace 50 años en Roma), observamos al yo del escritor viajando, con sinceridad brutal, por el interior de su amante. Casey, heredero súbito de Thomas Mann, es un monstruo amoroso, oceánico, abisal. Un exhaustivo nosferatu gay. Y escribe: “Pensé en los rojizos y descarnados tejidos del estómago, cruzados y entrecruzados por venas, segregando sin cesar sus jugos a la menor provocación. Me vi a mí mismo tocando con temor los duros y rojizos tendones, el blanco interior de la espina dorsal, tu cerebro, tierno y palpitante, los musculados y carnosos tejidos de tu corazón, el revestimiento externo de tus huesos, tan rosado y sedoso, donde los vasos sanguíneos se entrelazan, haciendo surgir incesantemente nuevas células que reemplazan a las ya muertas”.
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Erika Lust, o la disección del cuerpo femenino en busca de una feminidad recuperada. Erika Lust y sus deslindes: en el cine porno heterosexual para hombres, una felación no es una caricia activa en lo que a la chica concierne, sino un conjunto de gestos de potestad y poderío (de pura masculinidad) en los que el pene anhela traspasar la garganta de ella. En el cine porno para mujeres, desembarazado de lo heterosexual, la felación es pura recompensa. Y el cunnilingus (lo practique quien lo practique) es un hecho donde lo laberíntico es disfrutable (laberinto barroco, no clásico) de forma doble: como dádiva de ida y vuelta. Un cunnilingus a continuación de otro. Segunda Venida. O tercera… y más.
Penes y vulvas, o la sobredosis de lo real
En Cuba es imposible alzar una bandera donde se lea: Mujeres, denle la espalda al pene”. ¿Se imaginan ustedes, por otra parte, un cartel que diga, homofóbicamente, entre adusteces y discriminaciones y con total seriedad: “Hombres, denle la espalda al pene”?.