Uber Cuba 0057

· Uber Cuba 0055. Capítulo 1

· Uber Cuba 0056. Capítulo 2


“Capítulo 3”

(Escrito en el móvil, durante casi una hora de sobremesa en el restaurant peruano Mango del downtown de Saint Louis.)

Colgué. Colgamos. Como dos hermanitos, como dos huérfanos. Nunca más nos volveríamos a hablar en vida. Mejor así. 

El triunfo de la Revolución es ese. A pesar de las apariencias, el odio no ha sido nunca en contra de Fidel Castro. Al contrario. Fidel Castro es ahora, en definitiva, la única fuente después de Fidel Castro que queda disponible en Cuba para el amor.

En consecuencia, el odio ha debido dirigirse entonces de cubano a cubano. Puntual, pertinaz, personalizado. Como hermanitos que se cuelgan de un tirón el teléfono. O que nos colgamos mutuamente de una mata de guásima no menos huérfana que ambos.

Vete para la pinga, Lili. Pensé. Vete para la pinga, gran familia cubana. Pensé. Vete para la pinga, pensé, pequeñita familia que me queda en el mundo trabajando como chivatona a sueldo de una embajada tiránica.

La idea de coger una lancha y volver a Cuba de manera clandestina me dio vueltas en la cabeza durante un buen rato. Una idea patética. Cuando vivía en la Isla, conocí varios casos así. A la postre, todos resultaron ser agentes de la Seguridad del Estado.

Los que intentaron volver de verdad a la Isla, fueron ametrallados por los guardacostas en aguas cubanas. Cadáveres sin derecho ni a una fosa común. Carne carcomida de plomo antes de ser digerida por los tiburones territoriales.

La idea de secuestrar un avión también me pareció humillante. Hilarante. Yo podía ser cualquier cosa, excepto un negro norteamericano de las Panteras Negras. Animales anacrónicos armados de un manualito mierdero de Fanon y de un pistolón arrebatado a tiros a algún agente de carretera de la policía federal.

Lo mejor sería olvidarlo todo de Cuba. Pero era imposible olvidarlo todo de Cuba, mientras tú fueras parte del todo y de Cuba. Tú sin el olor de mi barba que me escribes por email que nunca ha dejado de estar contigo. Tú sin la transparencia color tiempo o color tarde de mis ojos que te contesto que nunca han dejado de estar contigo. De verte sin verte. De beberse la tristeza que no hemos sabido poner en palabras, todavía.

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