El 22 de noviembre, cuando la protesta del Movimiento San Isidro por el juicio sumario a Denis Solís comenzaba a tomar temperatura, el reconocido historiador israelí Yuval Noah Harari publicó en The New York Times un breve artículo de opinión titulado “Cuando el mundo parece una gran conspiración”.
Harari es de esos pensadores que sitúan los fenómenos humanos en una escala macrohistórica, y sobre el fondo de ese gran plano general los problemas de “homo sapiens” se nos presentan tan nítidos, que nuestra conciencia hasta se extraña de que pertenezcamos a ese tipo de especie animal.
En dicho artículo Harari se ocupa en explicar “la estructura”, “el atractivo” y “el error” de las “teorías de la conspiración”, porque en esencia se trata de un mismo fenómeno humano, que existe desde hace miles de años. Para ello, toma como ejemplo un tipo de teoría que no ha dejado de repetirse en la historia: la gran conspiración de una supuesta “Camarilla Mundial”, un grupo de poderosos que controla casi todo lo que ocurre en este mundo, y al mismo tiempo oculta el control que ejerce su poder.
La identidad de ese grupo es cambiante, según sean los creyentes: “algunos creen que el mundo lo dirigen en secreto los masones, las brujas o los satanistas; otros creen que son extraterrestres, reptilianos o varias otras pandillas”. Para Harari el principal atractivo de las teorías de la conspiración radica en que ofrecen una explicación muy simple para una infinidad de procesos y fenómenos muy complejos de entender, como guerras, revoluciones, crisis, pandemias, etc. Por eso gozan de la adhesión masiva de gente poco instruida, de los desinformados, los perezosos, los fanáticos, fundamentalistas y los paranoicos.
A su vez, el error o falsedad de ese tipo de teorías es consecuencia directa de lo mismo que las hace tan atractivas a las mayorías: el supuesto de que la historia es muy sencilla, la premisa de que el mundo de los seres humanos es muy fácil de manipular, la creencia ingenua de que un pequeño grupo de personas (por más poder que detenten) es capaz de predecir, controlar, conducir siempre a su favor las caóticas dinámicas sociales.
Pensando en todo esto se me ocurrió una homología. Analicemos por un segundo si la manera en que el gobierno cubano ha utilizado a nivel propagandístico el argumento del “bloqueo norteamericano”, no posee el atractivo propio de las teorías de la conspiración. El bloqueo le ha proporcionado a la maquinaria ideológica cubana una explicación muy sencilla, cuasi transparente, para la infinidad de procesos y fenómenos muy complejos que son las causas más profundas y sistémicas de la mayoría de los tropiezos del socialismo insular, y por acumulación de la crisis económica, social, política, ideológica y psicológica en la que nos encontramos hoy.
Lo que hace la lógica de las teorías de la conspiración es tomar hechos constatables en la realidad (el bloqueo, por supuesto, es real) y convertirles en la explicación causal simple que quita la vista, el análisis y la comprensión de las explicaciones más complejas, que llevan estudio, discusión, esfuerzo intelectual, etc. De esta manera se les proporciona a las mayorías perezosas intelectualmente la tranquilidad de entender por qué estamos tan mal, por qué no avanzamos, por qué retrocedemos, etc.
Ahora bien, existe otra narrativa conspiracionista muy bien explotada por el gobierno cubano, que ha funcionado históricamente como el complemento perfecto de la explicación/justificación tranquilizadora basada en el bloqueo. Se trata de las innúmeras conspiraciones “orquestadas” por los “grupúsculos contrarrevolucionarios” desde Miami, para “ejecutar actos terroristas” en Cuba, “desestabilizar políticamente” el país, “crear caos social”, “estimular y apoyar” la disidencia interna, “crear” líderes que movilicen a la juventud en contra del gobierno.
Y ahora esa narrativa está siendo actualizada con lenguaje de última generación: los trumpistas, “en su último coletazo desesperado”, están intentado —mercenarios mediante— hacer estallar en la isla un “golpe blando”, una “revolución de colores”, etc. Aquí podemos aplicar el mismo análisis. La guerra sostenida entre Estados Unidos y Cuba durante 60 años es una realidad, pero otra cosa muy distinta es la manera en que la maquinaria propagandística estatal la instrumenta a conveniencia para deslegitimar cualquier manifestación orgánica de crítica interna.
Dicha matriz conspiracionista ha sido, una vez más, el soporte de la agresiva campaña mediática oficial que hemos visto desarrollarse en tiempo real, como reacción defensiva ante la protesta pacífica del Movimiento San Isidro, la sentada multitudinaria y verdaderamente espontánea ante el Ministerio de Cultura, las demandas de diálogo y de cese de la represión y la censura de un segmento cada vez mayor de artistas e intelectuales jóvenes y no tan jóvenes, ante el gran debate que todo ello ha desatado en las redes sociales y demás acontecimientos recientes que ya muchos conocen.
El objetivo es, una vez más, convocar la unidad monolítica en torno a la defensa de la Revolución y el socialismo dadas las recientes “agresiones del imperialismo yanqui y sus lacayos”. Es evidente que se sigue confiando (o no saben hacer otra cosa) en la narrativa conspiracionista que pone por encima de la realidad (o intenta absurdamente invisibilizarla ante las conciencias) una explicación muy simple, interesadamente superficial, que ofrece tranquilidad tanto al propio gobierno como a todos aquellos que no quieren reconocer, o tienen miedo de reconocer, que existe una crisis real, y profunda. El problema es que las ingentes dificultades están en la calle, a simple vista, a plena luz del día, y hasta aquellos que viven en una burbuja de privilegios deben estar conscientes de ello. De manera que no hay campaña mediática capaz de desvirtuar la realidad que se sufre a diario.
Por su parte, varios estudiosos de los procesos sociales cubanos ya han aportado reflexiones de rigor sobre la trascendencia de los acontecimientos de noviembre. Alina López en su artículo “Cuba: los árboles y el bosque”(publicado en La Joven Cuba), comenzó advirtiendo que no apreciar la esencia y tomar lo aparente por lo real, que reducir lo que ocurre en Cuba al Movimiento San Isidro y a la manifestación pacífica en el MINCULT, “es un tremendo error de apreciación”.
La Doctora en Ciencia Filosóficas desarrolló además una idea muy interesante: las condiciones objetivas para una transformación profunda en Cuba están maduras desde hace mucho tiempo, pero, “sin la maduración del factor subjetivo esa transformación no era posible”. Mas ahora la voluntad de “querer cambiar”, la energía cívica que se arremolina y comienza a desterrar el miedo, comienzan a dar señales muy claras de su existencia y maduración.
Pero la máxima dirección del país no acaba de, o no quiere, leer correctamente la realidad que tiene ante la vista. He aquí el tipo de contradicción histórica que hace época y desencadena procesos sociales que nos sitúan en escenarios desconocidos: “Esta coexistencia de condiciones objetivas y subjetivas para una transformación social es totalmente novedosa en el devenir del modelo socialista cubano. La cuestión que está en juego ahora no es si hay que cambiar, sino cómo hacerlo”.
Julio César Guanche también escribió en un post en Facebook al calor de los sucesos del 27 de noviembre, que el discurso oficial cubano sigue dando muestras de las serias dificultades y contradicciones que tiene para actualizarse con respecto al campo de problemas que se han venido agudizando hasta niveles de presión que comienzan a exceder todo índice de resistencia previsible. Resulta una contradicción flagrante que se haya promovido en la Constitución el principio de “Estado Socialista de Derecho”, mientras que a la vez, ante cualquier manifestación pública del disenso, se recuperan “los actos de repudio como repertorio de defensa de la Revolución”. Y remataba Guanche: “Esto apenas comienza. No hay antiguas zonas de confort a las que agarrarse, mucho menos consignas”.
Pero no han sido solo actos de repudio lo que hemos visto por estos días. Se sigue apelando a las detenciones arbitrarias de miembros del MSI y de otros ciudadanos que se han manifestado pacíficamente, no solo en La Habana. A Denis Solís se le aplicó un juicio sumario cuando se sabe que la mayoría de los procesos judiciales en el país están postergados para no incrementar la población carcelaria con motivos de la Covid-19. Hay muchas personas ahora mismo con asedio policial en sus viviendas, impedidos de salir a la calle y moverse libremente. Y se han visto imágenes muy feas, de las más feas en 60 años: el Vedado habanero militarizado, “boinas negras” circulando por la ciudad. Se trata de represión latente y de intimidación explícita. Uno no puede dejar de sentir algo así como la experiencia escalofriante de estar en la trama de un capítulo de la serie El cuento de la criada (The Handmaid´s Tale).
Después de la “mayor movilización pública autónoma en torno a derechos ocurrida en seis décadas de socialismo de Estado”, Armando Chaguaceda se pregunta “¿qué sigue?” en su texto “La sorpresa y la maniobra: movilización creativa y reacción autoritaria en Cuba” (publicado en Rialta Magazine). En su opinión, el gran dilema en casos como estos siempre consiste en “dialogar o no dialogar con un poder que da muestras de no querer hacerlo”. Sobre tal compleja encrucijada Chaguaceda plantea una tesis con la que me identifico plenamente, porque de manera intuitiva (no soy un cientista social) he venido pensando lo mismo desde los debates sobre la Constitución, el Decreto 349, las censuras de obras en la Muestra Joven ICAIC, el debate sobre la Ley de Cine, el juicio sumario que se le quiso hacer a Luis Manuel Otero por una delirante acusación de “daño a la propiedad”, entre otros sucesos.
Considera Chaguaceda que la experiencia empírica que han aportado otros muchos procesos sociales bajo entornos autoritarios, indica una clara moraleja: “no hay diálogo posible sin presión”. Para un movimiento pacífico que exige demandas democráticas y de participación cívica en el proceso de transformación que requiere con urgencia el país, y que el gobierno no acaba de encaminar con éxito, “presión por el diálogo” me parece la estrategia más adecuada, a la que me afilio plenamente. Presión ciudadana, cada vez más numerosa, que no pueda ser desconocida ni desvirtuada tan fácilmente con las tramas conspiracionistas de siempre. Y Dialogo en el que mucha inteligencia sumada, hablando junta pero hablando diferente, le reste cada vez más espacio de legitimación a las consignas y a los atrincheramientos ideológicos.
El 4 de diciembre amanecimos con una noticia que de alguna manera era de esperar. El Ministerio de Cultura rompió el compromiso de diálogo que contrajo (bajo presión ciudadana) la histórica noche del 27 de noviembre, y en su comunicado oficial culpa de ello a “quienes pidieron diálogo”. Han tomado como pretexto “un correo insolente, donde el grupo que se ha erigido en voz de todos, pretende imponer, de modo unilateral, quiénes, con quién y para qué aceptarán dialogar”. Silvio Rodríguez ha escrito: “Sí, da la impresión de que se agarraron de lo que fuera para suspender el diálogo, para quitárselo de arriba (suena a orientación superior) […] No están preparados para ganar ningún pulseo que no sea el de los cojones. Pobre de nosotros”.
Silvio sabe de lo que habla. Las abducciones, conjeturas e inferencias nos ayudan a pensar, pero los hechos concretos proporcionan evidencias que corroboran, o no, nuestras abducciones especulativas. El Mincult ha demostrado que sigue orientaciones superiores, quizás directamente del Minint. Ha quedado en evidencia con hechos concretos que carece del mínimo poder para realizar su trabajo, eso es: funcionar como una interface entre el poder de Estado y el campo intelectual en su conjunto (no solo con el rebaño obediente), para asegurar el diálogo, la representación institucional, las garantías de derechos, la actualización de los consensos, etc. Esa nueva puesta al descubierto de los mecanismos internos de suplantación de poderes que se dan en Cuba desde siempre, es una de las trascendencias del 27N. Hoy, como en los setenta, se nos está diciendo en la cara que el campo intelectual cubano está intervenido por instituciones militares y políticas que nada tienen que ver con el arte y la cultura. De ahí la torpeza que estamos viendo en escena.
Ahora bien, dicho esto, reconozco que de los 7 puntos o garantías planteadas por el grupo de los 30 del 27N en el e-mail enviado al Mincult el 3 de diciembre, por lo menos hay dos exigencias que considero desacertadas, erráticas, por incurrir en excesos que desconocen los protocolos básicos de procesos de diálogo, más si estos penden de un hilo. En el punto 4 se dice que los temas de la agenda superan las facultades del Mincult, y por ello se solicita la presencia en la reunión del Presidente de la República y de representantes del Ministerio del Interior y del Ministerio de Justicia.
El primer error consiste en decir que los temas de la agenda superan las facultades de tu interlocutor. Aun cuando se piense esto o se tengan pruebas de tal hecho, el sentido común indica que por elemental respeto mutuo es conveniente no revelar semejante subestimación. El reclamo de inclusión de representantes del Ministerio del Interior y del Ministerio de Justicia resulta razonable, dada la represión y las violaciones de derechos que han estado aconteciendo con total impunidad. Pero exigir la presencia de Díaz-Canel en la reunión es verdaderamente un desatino inexplicable. Ni siguiera en los procesos de diálogo de alto nivel entre países los presidentes participan directamente, solo hacen acto de presencia en la ceremonia protocolar en la que se firma el acuerdo final, si es que se llega a eso.
Por su parte, en el punto 5 se exige la presencia de prensa independiente para grabar la reunión, con el objetivo de que los medios oficiales no distorsionen los hechos a conveniencia con versiones sesgadas, como ha venido ocurriendo. Hasta dónde sé, y para nada soy experto en estos temas, ningún proceso de diálogo de cierta complejidad ocurre en presencia de la prensa. Las sesiones de trabajo se dan a puertas cerradas, y al concluir, si hay algún resultado, ambas partes informan a la prensa los temas en los que se pudo llegar a consenso y en los que no (documento firmado mediante); que es precisamente lo que se exige en el punto 6 del e-mail, y que el grupo de los 30 pasó por alto la noche del 27N. Por eso al día siguiente el viceministro Rojas pudo decir lo que quiso.
Uno de los principales retos de intentar forzar un proceso de dialogo con un poder que se resiste a ello, consiste en cuidarse mucho de no cometer errores básicos que aporten los pretextos que necesita ese poder para invalidar a los interlocutores con los que no quiere reunirse; porque el solo hecho de sentarse a una mesa y mirarles de frente implica dotarles de legitimidad. Eso fue lo que pasó cuando a Tania Bruguera y otros se les abrió las puertas del Mincult el 27N. Y eso aterró al poder profundo, el que no acostumbra a rendir cuentas a la ciudadanía y que solo entiende, como dijo Silvio, del pulseo de los cojones.
Quiero reiterar esta idea: debemos hacernos inmune a la decepción. La democratización de un país es un proceso de resistencia, quien se canse primero, pierde. Hay que encontrar un lenguaje, o diversos lenguajes según la diversidad de pensamiento que está en juego, que sean fuertes y contundentes, pero que no puedan ser demonizados tan fácilmente. El lenguaje es extremadamente importante, puede hacer brillar los argumentos, pero también los puede enlodar. Y cada minúsculo puente de diálogo que se reabra en el futuro inmediato hay que coparlo, llenarlo con tal cantidad de inteligencia y energía democrática que se vuelva un crimen de lesa dignidad el solo intento de dinamitarlo.
La semana más larga
Quien no vio ya el rompimiento de todo diálogo, debería ir a un oftalmólogo. Los días de angustia, indignación y preocupación quedaron en eso: una semana donde todo se acondicionó para que al final no pasara nada. Desde que se marcharon el viernes pasado de las puertas del Ministerio, ya se sabía que nada nuevo iba a ocurrir.