Fernando Epelde: “Las cosas te escogen a ti”

Acabo de leer Drone, del dramaturgo español Fernando Epelde (Ourense, Galicia, 1980) y siento, como afecto de su teatro, una feliz tristeza.

Si alguien no entiende cómo semejante contraposición puede sentirse, que imagine un prado de Asturias lleno de cuerpos gigantes. Cuerpos hechos con tuberías, huesos y madera, y que el viento mueve, impulsa. Y andan, por todo ese prado, solos, como autómatas de Vaucanson. Son un misterio. Inmensas fantasmagorías. 

Si aún no lo entiende que imagine un zorro y a un hombre que hace una trampa para que ese zorro no se coma sus ovejas, pero el zorro se le escapa porque el hombre, que se llama Ogro, puede llegar a ser bastante torpe, y como todos sabemos, los zorros son muy escurridizos. Y en medio de todo esto, como un lego que encaja perfecto, una disertación sobre el valor del arte contemporáneo y “el artista de verdad”, las ferias de arte y sus comisarios vestidos de Balenciaga, y los motores que mueven tales bestias. 

Drone es una trenza china y acaba bajo un árbol de tilo. Ganó en 2014 el XXIII Premio SGAE de Teatro Enrique Jardiel Poncela. Dice otro dramaturgo, Iñigo Guardamino, en el prólogo de la obra, que “es un viaje total: físico, emocional y psicotrópico”. Y ese señor, que yo no conozco, tiene toda la razón del mundo. 

Quiero decir sobre Epelde, quien es un creador fundamental de la escena española actual —muy interesado en la licra según sus últimas declaraciones en Instagram—, que es muy flaco y muy alegre, y que lo conocí a finales de diciembre en La Habana, cuando fui su alumna en un breve taller de posdrama que impartió en la residencia para artistas Arthaus.

En esta entrevista conversamos, además de dramaturgia, sobre géneros, influencias y esas cosas que a uno lo escogen, aunque un poco más complicadas que el número de pie y el sabor preferido del helado. 

Y también se escucha una vieja canción, a un volumen muy bajo, como el sonido de mil hojas secas en un callejón. 

La canción dice esto: 

“Escuchen y les contaré una historia // acerca de un artista haciéndose viejo // Algunos buscarían la fama y la gloria // otros no son tan codiciosos // Todos los amigos y la familia diciendo “Consigue un trabajo”, “¿Por qué solamente haces eso?”, ¿Por qué eres tan raro?”.

Sería bueno poder escribir aquí el piano de esa canción. Un piano como una chica pecosa que llora al final del bus. Pero eso creo que no se puede hacer. Escribir un piano, digo…

¿Por qué uno se convierte en dramaturgo y no se dedica a hacer algo más práctico? ¿Cómo de pronto un día uno dice: “Voy a escribir una obra de teatro”?

En mi caso, me escogió un poco el medio a mí. Mi labor se reparte entre la música y el teatro, y ambas se han ido fusionando de manera paulatina. En España existen unos premios que convoca el Gobierno para incentivar el trabajo artístico de los jóvenes. En aquel momento, recuerdo que tendría 19 años, quería participar de la vida artística. Estaba muy comprometido con muchas cosas. Me presenté con multitud de trabajos: literarios, musical, poético…, y obtuve un premio con una obra de teatro. Vi que había una oportunidad laboral, de vida, por ahí. 

Tampoco estaba muy seguro; pero, al tiempo, una dramaturga española que presentó unos laboratorios me llamó personalmente y me dijo que le había interesado aquella obra, que por qué no probaba escribir algo más contemporáneo. Y el camino me fue llevando. Yo soy muy de la idea de que las cosas te escogen a ti y no uno a las cosas. 



Concierto escénico «Rebel Garden» (Foto: Guillem Rodríguez).


Si es como dice y las cosas nos escogen, ¿qué libros y autores lo han escogido?

En principio tuve dos maestros, ambos gallegos. Rubén Ruibal, premio de literatura dramática en España, es un autor muy curioso. Es también novelista. Tiene una obra que se llama Limpieza de sangre, que resume la forma de hacer teatro en Galicia, de donde soy. Rubén es para mí un inicio de cómo hacer. Es un teatro valleinclaniano. Por lo tanto, muy fraccionario, muy fragmentado y cinematográfico. 

Carlos Losada también fue una gran influencia. Y luego, cosas muy dispares; bebo mucho de la novela, no me gustan las obras adaptables. Me gusta, si voy a leer novela, formatos muy inadaptables al cine. Emmanuel Carrère, Julian Barnes, son poco traducibles a otros medios. Y en el fondo eso es lo que me gusta en el teatro. Cuando escribo algo con lo que estoy conforme, digo: “Esto no podría haber sido una novela, una obra musical”. Me interesa la pureza. No siempre se llega a eso. 

¿La pureza de los géneros?

Sí. Me interesan las piezas que transitan una escala de grises y emociones complejas. Me gusta Carrère porque le interesan las cuestiones muy amorales, poco éticas. Ahora está tratando los crímenes terroristas de la sala Bataclan en París. Lo está tratando desde los juicios. Y se mezclan problemas raciales, migratorios. Me interesa saber que, cuando voy a ver una obra de teatro experimental, no la encontraré en mi móvil, ni en Netflix. Sé que tengo que estar allí. Es revolucionario, porque me obliga a salir de mi casa. 

Donde yo vivo se es muy individualista. Sobre todo después de la pandemia, cuando la gente te pide “quédate en casa”. Consume. Y el teatro es todo lo contrario. Es sal de tu casa. Enfréntate a la gente. Entiéndete con otras maneras de entender la vida. 

¿Qué le interesa del teatro que se escribe ahora mismo en España?

El boom de la presencia femenina. Desde mi punto de vista sí estaban siendo solapadas. Yo siempre he estado rodeado de mujeres que escriben y creo que no tenían igualdad de condiciones. En España ahora puedes encontrar autoras brutales, se han visibilizado voces de mujeres que siempre habían estado ahí y a las que no se les había dado la opción de representar. Y también generando espacios para crear más paridad. Abrir el puesto a 50 por ciento. Crear jornadas de teatro femenino exclusivamente ha dado un resultado estupendo. 

¿Me sugeriría un par de estas autoras?

Lola Blasco es una grandísima dramaturga española. Premio Nacional. Zo Brinviyer, para mí, es otra excelente dramaturga de mi generación que fue recabando multitud de premios y tardó en ser representada, y no está siendo lo suficiente representada. Eva Redondo es muy compleja y está teniendo un boom de representación. Jana Pacheco, muy enfocada en teatro, performance y crítica, también trabaja desde la teoría…

Para seguir hablando de mujeres empoderadas en el teatro, hablemos de Marta Pazos, con quien colabora. 

Marta y yo partimos de la misma escuela en Santiago de Compostela, a la que debemos una conexión de lenguaje. Entendemos la creación desde un lugar parecido. Para mí, trabajar con Marta es trabajar con una media naranja y, de alguna manera, creo que nuestra visión se contamina desde un primer momento. 

Cuando me toca trabajar con ella, cuento en qué lugar va a quedar lo que yo puedo aportar e incluyo cosas que sé que ella trabajará visualmente. Y entiendo el artefacto que creamos como una dramaturgia a cuatro manos; a pesar de que ella no entra mucho a la parte textual. Trabaja desde la imagen porque tiene un background de artista plástica; trabaja desde la instalación, desde el color, puramente posdramático. Compartimos una disciplina muy fuerte de trabajo, somos personas de entrar a la sala y no acabar nunca. Si tenemos un mes de trabajo, no salimos del torbellino de ideas. Y la afinidad por el trabajo. Sin dudas es mi directora favorita. La que recomendaría a cualquiera que desee acercarse al teatro español. Me parece que con ella ha surgido algo muy nuevo. Y voy a decir lo que más me gusta, creo que es la dramaturga actual que más gente joven está llevando al teatro. Y eso, para mí, es invaluable. 

Hacía años, y años, que yo no veía las salas llenas de gente joven. Por ejemplo, en la última que ha hecho, Comedia sin título, de Lorca, que yo no participo en absoluto, para mí ha sido un auténtico placer. Protagonizada por gente de 21 a 23 años. Hacía mucho que no iba a la sala y veía tanta gente joven disfrutando del teatro. Y para mí eso no tiene precio. Hay que conectar a la gente joven con el teatro. Tienen que darse cuenta de que puede ser algo tan potente como ir a ver una instalación de arte o escuchar música electrónica o ir a una fiesta. Y es algo que ella está consiguiendo. No algo que busca; es su manera de ser. Sin querer ser más moderna que nadie. Está en ella. 




De hecho, ella ha dicho que su tesoro es su instinto…

Y lo es. Ella siempre dice esta frase: “Si no lo siento no lo vamos a intentar”. 

¿Qué no puede faltar en el teatro que ve?

Honestidad.

¿Y en el que escribe?

Honestidad.

¿Cuál dramturg@?

Me gusta mucho una dramaturga rapera que es británica. Antes se llamaba Kate Tempest. Y ahora se llama Kae Tempest, porque es una persona no binaria. 

Como Paul B. Preciado…                 

Como Paul B. Preciado. 

¿Una compañía?

Qué difícil. No quiero tirar para casa. El Conde de Torrefiel.

¿Un teórico o teórica?

Hans-Thies Lehmann. 

¿Qué cuenta Drone, obra con la que obtuviste el premio SGAE en 2014?

Drone tiene tres historias paralelas que se entremezclan. Habla de la autenticidad en el mundo del arte. Del estado de la superficialidad en el arte en Europa y muy focalizado en España. Gira en torno a ARCO, la feria de arte de Madrid, que se parece a la Bienal de Cuba y presenta estereotipos superficiales del mundo artístico de Madrid, confrontados a un artista como muy purista, muy auténtico, de una cueva de Asturias, de estos artistas que son un poco el tonto del pueblo, que pintan por motu proprio, cuyo arte es pura artesanía y nunca entraría en este círculo de contemporaneidad. Y por avatares del destino, este artista termina en la feria, siendo utilizado o exotizado por unos comisarios de arte, que pretenden mostrarlo como un fenómeno de feria. 

Lo que sucede es que este King Kong acaba saliéndoles rana, revoluciona toda la feria y pone en jaque el sistema artístico en el que nos movemos. Es una historia que tiene tres focos y está cuajada de imágenes y referencias a canciones y a la cultura pop española e hyperlinks al mundo del arte. Es mi segundo premio SGAE y es la consolidación de esta forma mixta de imágenes, sonidos. A partir de ahí comienzo a hacer obras menos textuales y menos premiables. Suponen el fin de esa etapa para mí y una apertura a nuevos formatos. Es una obra larga, muy densa.

¿Qué espectáculos de la escena europea contemporánea lo han deslumbrado en los últimos años? 

La señorita Julia, de Katie Mitchell, que trabaja mezclando cine en vivo y teatro; y Materia prima, de La Tristura. Es un antes y un después; tiene una influencia sobre el teatro español que veremos dentro de unos años. Ha sido tan radical, que veremos en unos años lo potente de sus influencias. 

¿Qué lo trajo a Cuba?

Me interesa la música cubana. La riqueza y la fusión. Estoy trabajando una obra sobre la inmigración en España. No es una obra dogmática ni política. Estoy yendo a conocer lugares latinoamericanos donde hay éxodo y Cuba es uno de los lugares que está en juego. Me parecía importante venir en primera persona y conocerlo. 

¿Por qué un taller de posdrama?

Es algo que podía venir a hacer. En estos laboratorios existe un enorme intercambio. Yo siempre digo lo mismo, me llevo más de lo que puedo aportar. Se despiertan en ti muchísimos más fuegos de los que puedes imaginar. 

Hay muchas opiniones sobre qué es el posdrama, ¿cuál es la suya?

Si te gusta mucho la música, como a mí, naufragas entre etiquetas. La vida del melómano pasa por trance, posrock, progressive…; el posdrama es una etiqueta más dentro del mundo del teatro y, si eres un inquieto consumidor de teatro, vas a ver que está en conexión con otras cosas. Siempre verás: “es un performance, es un happening”. No soy un amante de los términos. 



Concierto escénico «Mal Avenida» (Foto: Gastón Horischnik).


¿Cómo es crecer en Galicia?

Galicia tiene un sistema cultural propio, sin el cual yo no me podría haber dedicado a esto. Mis primeros trabajos profesionales fueron allí, gracias a una industria que hay, una escena artística que tiene fondos. Y esto es un incentivo invaluable. El único objetivo es que existe una política de protección del idioma. En Galicia, si quieres escribir teatro y cobrar, debe ser en gallego. Cláusula número uno: esta obra debe ser escrita en gallego [galego]. Para que el idioma subsista como patrimonio cultural. Es algo que tardas en entender. Cada vez soy más consciente y trabajo más para Galicia. En mi música he comenzado a utilizar el lenguaje gallego. Hay algo identitario que hay que potenciar. 

Pues, para acercarnos una palabra y seguir potenciando ese idioma, ¿cómo se dice teatro en gallego?

Se dice teatro. Teatro. Igual. 


© Imagen de portada: Fernando Epelde (Foto: Pablo Zapata).




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