El poemario de Kelly Martínez-Grandal, Medulla Oblongata, apareció en 2017 en una cuidada edición bilingüe, traducida por Margaret Randall. En la nota de contracubierta, la destacada poeta estadounidense escribió: “El tiempo deja de ser lineal cuando los eventos políticos y sociales obligan a emigrar. El viaje de Kelly desde Cuba a Venezuela y luego a Estados Unidos, es reflejo de eso que viven tantos en estos tiempos. Es, también único. […] Sus palabras, como las de todo exiliado, a veces están confinadas y otras veces vuelan libres”.
Se nos antoja que la mirada de Margaret Randall funciona también como perfecto preámbulo para esta conversación, donde Martínez-Grandal habla precisamente sobre su experiencia como migrante, su identidad poética, su crecimiento intelectual en Venezuela y su reencuentro con Cuba al llegar a Estados Unidos. Cuando nos dice que aún le gana el llanto si recuerda a los muertos que no pudo volver a ver debido a la migración, reafirma esa idea de Randall de que su tiempo de vida no es lineal, sino único y a la vez compartido entre quienes habitamos un país ajeno al que nos vio nacer.
Compiladora del poemario Todas las mujeres (fulanas y menganas) (2018) y autora de Zugunruhe (2020), Kelly Martínez-Grandal colabora con revistas y portales web como Nagari Magazine, Literal Magazine, Emma Gunst, Animal Sospechoso, Fracas, Suburbano y La libélula vaga, y trabaja como coordinadora editorial de la oficina de Penguin Random House en Miami.
Esta entrevista versa sobre la identidad que habita su voz poética, a la que Randall ha calificado de “inusual y convincente”.
Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.
¿Qué significa para ti ser una poeta cubana en la ciudad de Miami?
La verdad es que no estoy muy segura de ser una poeta cubana, aunque haya nacido en Cuba y la comunidad de poetas cubanos de Miami me haya adoptado como una de los suyos sin cuestionarse demasiado mi pertenencia (cosa que les agradeceré siempre). Es decir, no sé si basta haber nacido en alguna parte para considerarse un poeta de allí, o si también es importante formarse en una tradición. Yo no me formé en la tradición de la poesía cubana, sino de forma tangencial: a través de las lecturas que hacía desde otro lugar del mundo y dentro de otra tradición, la de la poesía venezolana.
Ahora bien, Miami efectivamente me ha servido para acercarme más a esa tradición a través de otros canales (lo que se lee, se conversa, se vive), y también para recuperar el vínculo con mi cultura de origen, lo cual ha generado nuevos temas de escritura y probablemente nuevos lenguajes, de los cuales no soy consciente todavía.
En tu adolescencia emigraste de Cuba a Venezuela. Viviste allí por veinte años y luego emigraste a Miami. ¿Te consideras una doble inmigrante?
Sí, me considero una doble emigrante, y si algo aprendí de eso es que las emigraciones no son comparables, a pesar de su sustrato común. Es decir, una sola emigración puede ser tan o más dolorosa que una doble o una triple: todo depende del individuo y sus circunstancias. En ese sustrato común están el desarraigo, la nostalgia, la distancia, la extrañeza.
Todos, en mayor o menor grado, hemos pasado trabajo, a todos se nos ha muerto alguien en la distancia sin que podamos acompañarlo. Es difícil incluso cuando emigras con ciertas bases materiales cubiertas, porque igual significa reaprender a vivir.
Sin embargo, individuum est ineffabile, lo individual no puede ser descrito, hay infinitas particularidades en cada experiencia migratoria. En ese sentido, tampoco creo que sean comparables dos emigraciones de un mismo individuo, aunque ya traigas una experiencia que te ayuda a saber que lo que viene no es coser y cantar.
En mi caso, la primera vez emigré a los 13 años, de Cuba a Venezuela. Los detalles de cómo eso afectó y redefinió mi identidad son demasiado extensos. Fue difícil, pero el golpe más duro se lo llevaron mis padres, que son los que ponían la comida en la mesa y que habían dejado atrás a sus propios padres. Mis abuelos murieron en Cuba sin que pudiésemos volver a verlos, y todavía me cuesta hablar de eso sin llorar.
En la segunda emigración, que hice también junto a mis padres (vinieron primero), fue a mi esposo y a mí a quienes nos tocó dar guerra: cuidarlos a ellos y a los que dejamos atrás. En ese ínterin murió mi padre, a los tres años de haber llegado a Estados Unidos y en circunstancias extremadamente penosas. Mi suegro murió en Venezuela pocos meses después.
Sin embargo, y aquí es donde viene lo interesante, puedo decir que tuve el inmenso privilegio de conservar mi núcleo familiar, que no es algo que puedan decir la mayoría de los emigrantes. Acompañar a los tuyos a morir es un privilegio enorme. Pero esta es una historia parecida a infinitas historias, las hay peores y más dolorosas.
Si otra cosa aprendí de mi doble experiencia, es que la emigración hay que asumirla con humildad.
Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.
¿Ser migrante se filtra en tu poesía, en tu forma de mirar el mundo?
Se filtra tanto que mi segundo libro es sobre eso, luego de que me negué durante años a asumir lo de emigrante como etiqueta y como tema en la escritura, porque soy un poco alérgica a todo tipo de melodrama. Un poco en serio y un poco en broma, siempre digo que si la vida va a ser algo, que sea por lo menos una tragedia, con toda esa dignidad, esos coturnos y un coro de fondo que nos diga cosas. Aunque yo prefiero la comedia.
Así y todo, luego de la muerte de mi padre, terminé de escribir un libro trágico (al menos yo digo que lo es) que tiene su origen en una imagen específica: los cementerios de Miami, llenos de emigrantes que, literalmente, no están enterrados en su propia tierra. Se llama Zugunruhe, una palabra alemana que se usa en etología para definir la ansiedad migratoria de ciertas especies animales; la necesidad imperiosa de huir antes de que los agarre el invierno o la sequía o cualquiera de las formas de la muerte.
Esa interacción se manifiesta también en mi obsesión por las cosas que se cruzan, los umbrales, las fronteras; un interés natural en mí que se vio alimentado por la emigración. Por ejemplo, me interesa sobremanera el diálogo entre la literatura y las artes visuales, o los límites desdibujados entre géneros literarios. Me interesa mucho cuando las cosas no encajan en definiciones cerradas y perfectas.
Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.
* Una versión más extensa de este diálogo forma parte del libro Imaginar países: Entrevistas a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos (Hypermedia, 2021), editado por Dainerys Machado Vento y Melanie Márquez Adams. Aunque los temas de las entrevistas son diversos, las editoras han querido explorar, sobre todo, la manera en que los matices de la identidad latinoamericana se manifiestan y fluyen en la escritura de cada una de las entrevistadas.
Doblemente americanas: sumar las resistencias de la escritura
“Estas entrevistas tienen múltiple valor, porque se trata de mujeres hablando en el espacio público sobre ellas mismas, sobre sus cuerpos, sobre la política de sus países, sobre sus errores y aciertos”. (Prólogo del volumen ‘Imaginar países: Entrevistas a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos’, Hypermedia, 2021).