“Todos los perros históricos me lamen el dedo gordo del pie”

Hace unos años, fui parte del jurado que otorgó no recuerdo qué premio provincial a Mayonesa bien brillante (Hypermedia, 2016), una nouvelle de amor excéntrica, paródica, un tanto enfermiza, por no decir morbosa. Yo choqué con la narrativa de Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984) antes que con su poesía, el género con el cual ella se dio conocer dentro del panorama literario cubano. 

Después, leyendo sus poemarios, noté que lo de los géneros era secundario (incluso los libros, por separado, podían ser secundarios), porque todo formaba parte de lo mismo: una estela. Donde todo estaba siempre como a punto de fundirse y convertirse en otra cosa. Lava metamórfica.

Una roca se transforma en chicle, en flor japonesa o en blíster de medicamentos. Una persona se transforma en perra, o en chiva, y viceversa. Las formas siempre están alteradas y/o en mutación: zoantropía, shape-shifting. En mi opinión, la escritura de Legna tiene mucho que ver con eso. Hay que agarrarla por ahí.

Como una babosa (pero como esas de Slugterra, criatura cartoon) que al avanzar deja un rastro pegajoso, Legna va arrojando, tira tras tira de texto, su singular ADN de escritora. Con otros, la cuestión es si tal o más cuál libro o título; con ella la cuestión es química, composicional. Una química diferente. De eso se trata.

Digamos que hay escritores que, con mayor o menor autoridad, van poniendo sus páginas sobre la mesa. Entonces viene Legna y mete el cuerpo; pone cuerpos: sabe que la escritura, si por algún lado empieza, tiene que ser desde ahí, desde el pliegue y el poro. No hay intimidad ninguna, señorxs: lo que tenemos son páginas que se comen a otras páginas, las fagocitan. En la mesa no cabe todo el mundo.

El tatuaje de un ángel virado al revés, revirado: l-e-g-n-a. Gesto imborrable, lo quieras o no. Territorio hecho marca; una piel que es coraza, placa, invento chino, implante: una piel literaria. 

Voy a parafrasear lo que dijo en su momento Roberto Bolaño sobre Philip K. Dick, y afirmar aquí lo siguiente: Legna Rodríguez es buena incluso cuando es mala.

Y luego de preguntarme, aunque ya sé la respuesta, de cuántos escritores cubanos vivos se puede decir lo mismo, le propongo a la autora una conversación por mail. Acordamos que debía ser un material medianamente publicable. 

Decidí empezar por el final:

Tu más reciente libro de relatos, Mi novia preferida fue un bulldog francés, ha sido publicado por el sello Alfaguara, con lo cual entras a un circuito de distribución privilegiado, más amplio, al que muy pocos escritores cubanos acceden en la actualidad. Cuéntame qué tal ha ido la cosa.

A decir verdad, no lo sé. O mejor dicho, no estoy segura de que haya llegado a algún lugar diferente del que salió, ni cómo. 

Publicaciones así propician la participación del autor en esta o aquella feria, la venta del libro en esta o aquella librería, entrevistas en varios suplementos, seguidores en redes sociales, más lectores y críticos, etc. Pero eso, ¿qué significa exactamente? 

¿Visibilidad? ¿Cierta economía simbólica?

Estoy agradecida de la edición y de haber participado en algunas ferias, y de haber conocido personas extraordinarias, escritores, que de otro modo aún serían desconocidos para mí, lo cual te aporta un gran valor humano. Pero tu curiosidad no va únicamente por ese camino, supongo. 

Ya sabes que estos sellos editoriales son, sobre todo, un enorme negocio literario. Así funcionan y no creo haber encontrado la forma de enfrentarme a ello, o detenerlo, o darle la vuelta. Yo y mi libro nos dejamos llevar, sin mucha fuerza, así que la cosa ha ido más o menos normal, me parece. Y también sabes lo que significa “normal” en un mundo que demanda, todo el tiempo, inmensas especulaciones. 

De la economía ni hablar, queda reducida a poesía (emoticono de guiño).

En la nota de contracubierta que te pone Alfaguara leemos: “Las historias interconectadas que conforman este libro exploran las contradicciones de la vieja y la nueva Cuba…”. Parece que el tópico de “la nueva Cuba”, tan de moda —y al mismo tiempo tan viejo que tú y yo lo estamos escuchando desde que empezamos a escribir—, hay que ponerlo siempre dondequiera que quepa, como un banner 

Sí. Mi libro no es eso. En las entrevistas siempre intento negarlo y trato de decir lo que de verdad significa, pero tampoco soporto explicar un libro, menos aún si ese libro lo escribí yo, así que lo dejo ir, qué más da. Algunos críticos y periodistas lo logran ver a simple vista, pero la mayoría no. Se trata de lo mismo que te decía anteriormente: se trata de vender al autor cubano. 

Una de las historias de ese libro, que ya estaba incluida en No sabe/ No contesta (Colección G., 2015) —el último volumen de narrativa que publicaste en Cuba, y que luego salió en España—, trata sobre algo que yo diría forma parte de tus derechos de imagen: los tatuajes.

Ajá. Es un cuento que escribí en homenaje a Reinaldo Arenas, sobre una mujer que se enferma de VIH por culpa de las agujas de las máquinas de tatuar. El cuento es ficción pero a la gente le gusta pensar que ese personaje soy yo. 

En aquel libro, muy especial para mí, cada cuento rinde homenaje a un escritor determinado. Luego escribí Mi novia preferida fue un bulldog francés y a los editores les pareció demasiado atractiva aquella historia como para dejarla escapar, y la incluyeron en mi nuevo volumen. 

Tal vez sea el único cuento patriótico del libro. Y en ese sentido podría decirte que mis tatuajes representan, en cierta forma, mi patria. Al menos un tipo de patria abstracta, emocional y lúdica, que me interesa tanto en lo personal como en la literatura. 

Y escribiste: “En materia de tatuajes hay que estar a la altura del conflicto”. Y también: “El mapa de Cuba me lo tatué en 1999. Jovencita. Y nada de líneas. No. Relleno. En las costillas, donde más duele. Macho, la patria es la patria”. Coméntame un poco más sobre ese conflicto, ese dolor en tus costillas.

El dolor patriótico tiene que ver con la resistencia. Con los principios éticos y estéticos que uno tiene como ser humano. 

El personaje del cuento, la mujer que cuenta su historia en una supuesta entrevista televisiva o radial, no es demasiado culta pero tiene principios. Como muchos ciudadanos, aún le quedan escrúpulos y, sobre todo, aún le quedan cosas que defender.

No olvides que el cuento es un homenaje al tipo que escribió El mundo alucinante.

Veo que Transtucé, tu reciente volumen de poesía, publicado en 2017 por Casa Vacía, tiene algo en común con tus dos últimos libros de relatos. Y es interesante: entre los textos, intercalas una serie de anotaciones, reflexiones, microficciones o micropoemas. Lo que ahora también llamamos “estados de Facebook”. Esto me da como una idea de proliferación…

Transtucé es mi exploración a un mundo desconocido desde un lugar de confort. Tiene que ver con la Patria en mayúscula y también con la Poesía en mayúscula (qué cosa más rara, ambas palabras empiezan con p). 

Ese libro no le ha interesado a casi nadie. A mí me encantó escribirlo, lo hice como performance. Lo escribí en mi primer viaje a Nueva York. La temperatura era de varios grados bajo cero y, a diferencia de Lorca, no me puse a mirar ningún paisaje. Me quedé sentada en una silla y me puse a recordar cosas. 

Algunas de esos recuerdos ni siquiera son míos, sino de personas muertas, de gente muerta que conocí. La palabra que usé para darle nombre al libro es otro invento chino (así empieza Transtucé: “En Cuba un invento chino es casi cualquier cosa. La gente está obligada a inventar cosas para sustituirlas por las cosas que en verdad necesita, porque eso que en verdad necesita ya no existe o se vende a un precio que la gente no puede pagar”).

Transtucé es tal vez el limbo donde se desarrolla la historia, y es una forma verbal auténtica, definitivamente. Analizándolo filológicamente, ahora me doy cuenta de que prefiero los verbos a los sustantivos, como en la Biblia (risa). Parece un libro de amor, pero no lo es. Sobre todo parece un libro de amor pasional, pero no lo es. Me encanta engañar a través de la poesía.

El libro es un estado, pero no de Facebook. Haber cerrado Facebook desde mucho antes de escribir Transtucé (anulando las estupideces que te dan los buenos días en esa red social) y el resto de los libros de mi vida, es también un travieso gesto poético (más risa).

Uno de esos fragmentos sueltos a los que me refiero, dice así: “Una actualización del sistema posibilitaría una actualización de la escritura. Eso, si es posible la escritura”.

¿Es posible? ¿La actualización? ¿La escritura?

Claro que es posible. Con mucho talento y arbitrariedad. Con mucha fuerza y perseverancia. Con mucha intención. Con mucha concentración. 

Los mayores, y entiéndase por mayores el resto de los escritores más escritores que uno, opinan que lo más importante es leer. Yo creo que sí, leer es importantísimo, y luego tener talento para que esas lecturas se conviertan en vitaminas, aminoácidos, energía vital. 

Darte cuenta de que no tienes lo que hay que tener es uno de los dolores más grandes. Hay que conocerse y saber hasta dónde llega tu propio umbral del dolor. 

La escritura es un trabajo que puede durar horas, que puede incomodar y enervar, así como facilitar ciertas enfermedades. Una actualización del sistema es entonces im-pres-cin-di-ble. Es lo que pasa con muchísimos escritores. 

Quiero recordar unos versos de tu poema “La mentira más grande”, de tu libro Dame spray (Hypermedia, 2016):

“Aquellos escritores de clase media alta y revolucionarios / y viejos y pedófilos, me miraban así como una fruta / sin jugo ni masa y sonreían cautelosos de mí / pequeña sabandija lengüilarga…”.

Me interesa destacar el asunto de la conciencia de clase. Háblame de esa mirada. ¿Sigues siendo una sabandija?

No, de ninguna manera. Pero esa es la imagen que ven en ti si sacas la lengua y la sueltas, o si sacas el teclado y tecleas, conscientemente, agresivamente (gran problema con los adverbios de modo). Y casi siempre uno necesita decir muchas cosas, sobre todo si está enfrente de una lacra semejante. 

Dame spray es otro de los libros en los que casi nadie se ha interesado. Es un libro ríspido y anatómico; algunas de sus partes fueron escritas paralelamente a Mi novia preferida fue un bulldog francés, en 2014. Me causa impresión que vengas tú ahora y me preguntes cosas sobre estos dos paquetes, Transtucé y Dame spray. A veces ni siquiera recuerdo que los escribí.

Es que a mí me gustan tus paquetes, Legna. Pero, ¿por qué dices que casi nadie se ha interesado en esos dos libros? ¿Cómo lo sabes?

Esos libros han sido publicados en editoriales independientes cubanas y se comercializan y distribuyen online. No son libros que ves en librerías, no son productos de ferias, la gente no anda con ellos bajo el brazo. El autor no se entera si se han vendido realmente o no. 

Si la editorial no hace una promoción intensiva de su catálogo, esos libros se quedan a merced de un sitio web, muchas veces estéril. Solo interesan a críticos estudiosos de ciertos temas o interesados en ciertos autores. Así funciona. 

Transtucé y Dame Spray, Hilo+Hilo y Las analfabetas, Mayonesa bien brillante y Todo sobre papá, incluso No sabe/ No contesta, casi todos mis libros corren ese riesgo.

Correcto. Visto así…

Algunos editores y directores de editoriales, siendo ellos mismos escritores, se toman el trabajo de imprimir su catálogo y distribuirlo en eventos, ferias, festivales de literatura, presentaciones, etc. Pero eso no forma parte de una política editorial. Es una gestión propia, que los consuela como seres humanos y lectores y escritores agradecidos que son.

Cada vez que un periodista o crítico me habla o me pregunta sobre mi obra, los libros que salen a relucir son precisamente los libros premiados o el que publicó Alfaguara. Y entonces uno tiene que reinterpretar lo mismo, como si su obra fuera unicelular.

Que yo recuerde, nadie nunca me ha preguntado por estos dos. Solo tú ahora.

Y me temo que estoy obligado a volver sobre tu respuesta anterior. Cuando dices lacra, ¿a qué te refieres? ¿Los escritores de clase media alta, revolucionarios, viejos y pedófilos? 

Sí. Viejos verdes asquerosos que se mofan de la literatura, que manipulan la información olvidando que la información poética hay que respetarla, que viven de la literatura o que sobreviven de ella. 

Vejestorios ambulantes (entiéndase que no hablo precisamente de edad, aunque también) que deciden manifestarse a través de falsos gestos poéticos, de un evidente mal gusto.  

Los hay jóvenes y atractivos. Funcionarios políticos, mediocres todos. Los mismos que logran producir eventos y festivales en cualquier rincón del mundo, en cualquier parte. Los mismos que tienen voz y voto en los periódicos, en la radio, en la televisión, en las instituciones… Y que conste que no estoy generalizando, estoy poniendo ejemplos de una situación real. 

En mi poema la palabra revolucionarios es una gran ironía; así se autodenominan siempre ellos, porque la literatura, supuestamente, es revolucionaria. 

¿Cómo se llaman algunos de esos revolucionarios, por ejemplo?

No sé, no me acuerdo ya. El poema es tan abstracto como los nombres de esos personajes. Pero te aseguro que están ahí, al acecho, comiéndose por una pata a la literatura, usándola para satisfacer su pellejo, su puesto de trabajo, o su falta de moral. Están, y no solo en Cuba. Podríamos llamarlos Descarado 1, Descarado 2, Descarado 3… y así sucesivamente.

Siguiendo con lo frutal, otro poema de ese libro se titula “Yo digo no a la violencia contra las frutas y las semillas”. Es muy breve:

“Aquí todas tienen gusanos, manchas, resquebrajaduras, / hormigas, tierra colorada o fango. / Todas estamos suaves / y todas nos vendemos lo más caro que podemos”.

Te pregunto: ¿esto puedo relacionarlo con el feminismo? ¿Con el movimiento Me Too? 

Ahora estoy embarazada y lo que más me gusta comer son frutas, y ensaladas. Tanto a unas como a otras hay que lavarlas, 2 o 3 veces, si es necesario. Al buscarlas y encontrarlas me he dado cuenta de que el espacio sigue siendo el mismo, y peor. Todas están suaves y todas se venden lo más caro que pueden. 

En ese poema me incluí porque, aunque no quiera, formo parte de la pudrición: de un modo u otro se te pudre algo, se te atrofia o se te embute o, peor, se te abotarga algo. 

Sin embargo, el poema no tiene nada que ver con el feminismo, y sí, otra vez, con la moral. Que haga uso del género femenino está dado por el sustantivo fruta, que más carnoso y fibroso no puede ser. Uno puede ver con los ojos y puede tocar con las manos todo lo que pasa por delante, y se envilece, se asquea. 

Dame spray fue escrito en Cuba, yo no tenía aún la experiencia de vivir en Miami, pero si tú supieras de la connotación que tiene la palabra CANJE en este lugar escribirías otra novela. Aunque sé que lo sabes. El canje universal. Aquí, allá y acullá.

Tal vez quise sacar el tema a la cañona, discúlpame. Yo digo no a la violencia de género en esta clase de preguntas…

Tú no ejercerías violencia sobre mí nunca. Me siento muy identificada contigo. Hasta puedo decir que siento un enamoramiento por ti desde que leí el primer libro tuyo. 

Al irme de Cuba, de los dos gusanos que traje, el que más pesaba era el de los libros. Aunque eran pocos, pesaba. Y entre esos libros, tres títulos eran tuyos: La autopista: the movie, Carbono 14 y El color de la sangre diluida. Después viniste a Miami y me regalaste Archivo, una de mis novelas cubanas preferidas.

Que tampoco le ha interesado a muchos, así es la vida. Volviendo a la literatura: en una entrevista reciente dices que siempre te ha interesado explorar lo femenino “como un fenómeno asombroso”. ¿Qué tiene de asombroso?

La respuesta a esa pregunta tiene que ver, aunque no lo quiera, con el feminismo. Me preocupa mucho perder la idea esencial, como nos decían en la escuela primaria: la idea esencial del párrafo es lo principal. A mí me encantaba esa frase y la idea de equivocarme en la respuesta. Yo siempre encontraba una idea esencial equivocada, de ahí mi manera de leer equivocada, a veces. Y en mi escritura la idea esencial es cualquier cosa menos didáctica, o educativa, o moralista, o de entretenimiento. El feminismo en la literatura podría correr ese riesgo. Por ahora, prefiero que mis libros sigan siendo (si es que lo son)  retóricos, o neuróticos, o estridentes, pero no correctos, no abanderados.

La literatura no es entretenimiento, aunque entretenga. Y tampoco es panfleto político, aunque no haya nada más político que la literatura. Por eso mis libros exploran lo femenino desde un sistema de asombro, desde una emoción sexual. 

La historia, otro sustantivo femenino, también me asombra. La verdad es que sigo siendo infantil al relacionar los tópicos.

Lo que tiene de asombroso la feminidad, desde sus genitales hasta su noción, continúo desenvolviéndolo en cada nuevo proyecto. Mi libro más femenino es Hilo+Hilo (Bokeh, 2015). Ese libro es un buen ejemplo de excesiva feminidad, pero no de feminismo.

En mi caso, yo soy mi propia base material de estudio.

Mencionas tu embarazo, y pienso en la Legna Rodríguez escritora de libros para niños. Has publicado varios, de narrativa y poesía. ¿Crees que la experiencia de la maternidad puede cambiar tu relación con la literatura infantil?

Esta experiencia podría cambiarlo todo, todo, todo… 

Yo tengo muy claro lo que quiero lograr con la escritura, aunque sea erróneo a veces, ese error también forma parte. Supongo que mi obra se verá afectada por una nueva noción del amor. 

El amor sí existe. Es una frase manida que se repite en la literatura y que sigue gustando, tanto esa como su contrario: el amor no existe.

Durante estos siete meses he escrito dos libros de poesía, y uno de ellos para niños, pero no estoy segura de que el último se entienda así. A menudo oigo rumores de que mis libros para niños no son en absoluto libros infantiles. 

Bueno… En tu libro Todo sobre papá (Ediciones Aguadulce, Puerto Rico, 2016), que me regalaste porque soy papá, hay un poema que sentí en aquel momento muy cercano. Se titula “Tristeza”: 

“A papá me lo encontré / sentado solo en un banco, / con la cara entre las manos, / con la camisa sudada, / y le susurré despacio: / No te preocupes muchacho, / hay peores temporadas”. 

Los mundos infantiles son a veces más perversos y elocuentes que el resto del universo, hablo de literatura pero también de mundos reales. Esa inocencia y falta de prejuicios que los niños manifiestan siempre ha generado en la literatura y las artes grandísimas obras. Pero hay que estar a la altura de esas expresiones, para lograr ficcionarlas y reproducirlas. 

Con los niños no se juega, eh.

Si quieres, te regalo uno de los 33 sonetos (ninguno endecasílabo) que conforman el libro para niños que acabo de terminar.

Dale.

MÁS DE LA MITAD DE LAS MAMÁS DEL MUNDO PADECEN DE UN VIRUS MUY MALO (PERO ESO NO LAS PRIVA DE LA FELICIDAD).

Tengo un hipo y tengo un tic.

Tengo un wok y tengo un trick.

Tengo un apellido (sic).

Tengo un carácter antique.

Tengo un hijo y tengo un nic

aquí adentro. Solo un nic.

Solo uno, que no leak.

Estoy viva y estoy sick.

Y de día viene el sol 

y de noche el caracol

y en la radio rock and roll

y en la sopa mucha col

y me tomo solo un bowl

y me duermo en español.

¿Le leerás poemas tuyos a tu bebé?

Solo cuando sienta que esos poemas son dignos de él. 

Uno de los textos de Transtucé, según entiendo, habla sobre publicar en redes sociales fotos de tu propia menstruación. Dices que “la imagen / del sangramiento / se refiere a / la sangre derramada / por los mambises / en la guerra / de independencia”. ¿Por qué solo la de los mambises?

La literatura es construcción. La poesía, más. Mambises es la palabra exacta para ese fragmento del discurso, donde además lo único que hago es desacralizarlos, elevándolos a un título más humano. 

A estas alturas del siglo, todavía me encuentro a personas que tienen prejuicios con la escatología. Bien usada, es preciosa. Si mi menstruación es directamente proporcional a la sangre derramada por los mambises, entonces ellos pudieran ser, además de héroes, algo mejor: gente que atraviesa los umbrales del dolor.

Te lo preguntaba, entre otras cosas, porque el tema de las guerras del siglo XIX cubano está presente en otros dos libros tuyos: Tregua fecunda (Unión, 2012) y Las analfabetas (Bokeh, 2015). Este último, una curiosa construcción donde “las analfabetas” son los mambises, los próceres de la independencia…

Exactamente. Esa novela, Las analfabetas, recrea el mismo principio político del que te acabo de hablar. No hay panfleto en la humanidad real. 

Las analfabetas es uno de los libros de los que más orgullosa me siento. Ahí está todo lo que pienso de muchas cosas. Al tratarse de una historia completamente de ficción, logré exponer lo que realmente quería decir, y eso es muy, pero muy difícil. 

En el arte cubano se han puesto de moda esos temas. Yo escribí Tregua fecunda en el 2010 y Las analfabetas en el 2012. Teniendo en cuenta la velocidad del presente, son libros viejos en la lista de mis libros, pero no los siento así. Esos dos me siguen pareciendo hermosos. Ambos son libros políticos que hablan sobre la decepción y el honor, más allá de un sistema o de otro. 

Autores como Sergio García Zamora, entre otros, han trabajado el mismo tema. En las artes plásticas sucede igual. El artista Ariel Cabrera Montejo ha creado una serie llamada como mi libro, Tregua Fecunda, que ha recibido buenas críticas. Eso me alegra, me satisface. Y ha sido un azar histórico: aunque posteriores al libro, sus piezas no tienen nada que ver con mis poemas.

Las analfabetas no solo reúne a los héroes mambises de las guerras de independencia, sino a los ocho estudiantes de medicina, unos jóvenes asesinados por haber ingerido bebidas alcohólicas sobre la tumba de un funcionario. Hechos similares ocurren en la actualidad, y aún sirven de escarmiento en las llamadas “revoluciones”. Esos son los héroes de mi novela. Oshún, la deidad yoruba, también.

Me resultan curiosas todas estas opiniones sobre los escritores cubanos de la llamada Generación Cero, cuando expresan que a nosotros nos caracteriza la falta de opinión política. Tal vez no se han puesto los espejuelos para leer.

Por mi parte, hasta el acto de colocarme una hebilla verde en el pelo, valiéndome del reflejo de una vidriera en la calle, es un gesto político.

Y en ese gesto yo creo que hay como un reflejo de algo que también recorre tus libros: algo de potencia medio rural, o medio ancestral, ¿no?, digamos que cierto flujo camagüeyano

Totalmente. Para decirlo con todas sus sílabas (algo que ha estado gustándome mucho en los últimos meses, las sílabas): un flujo provinciano. Sobre todo cuando narro historias, ya sean a través de novelas o de cuentos, la idea de la provincia, incluso del municipio, tiene en el texto una presencia intensa y de prioridad. Los límites de mis historias son perímetros de pocos kilómetros y sin arancel. 

En Las analfabetas, los personajes toman la decisión de escapar, de cambiar, y la consecuencia de ello es la pérdida completa de sus vidas (me disculpo por contar el final). La paradoja consiste en que el resultado puede interpretarse también, al mismo tiempo, como una literatura cosmopolita y urbana. 

Hablar de esto me recuerda a Reinaldo Arenas, que más campesino no podía ser, y más urbano tampoco. La poesía de José Kozer (mi gusto por ella es completo) a mi juicio comparte estas mismas características. Tiene que ver con las pequeñas cosas, con la sustancia.

¿Y por qué llamar “las analfabetas” a estudiantes masculinos y a unos hombres con machete y a caballo? 

Porque la escritora y la asesina en serie, protagonistas de la novela junto con el deshollinador (que deshollina chimeneas de un teatro), son femeninos y heroicos, tanto o más heroicos que cualquier héroe de cualquier historia de liberación. 

Porque hay que ser muy mujer para irse a un campo de batalla y desenfundar un machete sin la más mínima certeza de victoria. Y porque sí, porque está bueno ya de que en los libros de Historia los héroes sean los hombres, y las que llevan mensajitos bajo las faldas sean las mujeres. 

Porque en mi Historia de Cuba no hay ilustración, no hay academia y no hay héroes. Todo lo que hay es una recua de analfabetas sueltas, con corazones espeluznantes.

Hace un par de años obtuviste el Premio Casa de las Américas de Teatro por tu obra Si esto es una tragedia yo soy una bicicleta. Háblame un poco de tu relación con el teatro cubano actual, o con el género teatral en sentido amplio, que además sé que ha sido parte de tu formación.

He perdido contacto con el teatro. En La Habana no tuve un contacto lo suficientemente profundo como para dar una valoración. Aquí en Miami tampoco.

Hubiera querido acercarme más al grupo de dramaturgos que conforman Rogelio Orizondo, Marta Luisa Hernández Cadenas, Marcos Díaz, etc. Todos ellos aprendices de la escritora Nara Mansur, otra que bien baila. Encuentro en ellos esa parte más literaria de la representación teatral, que es la parte que más me interesa a mí. (Y son un grupo dramatúrgicamentepolítico, dicho sea de paso).

La que ganó el Casa es hasta ahora mi única obra terminada, aunque Las analfabetas es una novela muchísimo más teatral que aquella. Tengo algunos libros empezados que podrían convertirse en obras de teatro, pero siempre y ante todo serían libros. Para mí el valor consiste en el libro. Si yo me atreviera a representar mis libros, tal vez todos serían piezas dramatúrgicas.

Los últimos discursos del teatro cubano que he disfrutado son El enemigo del pueblo, un monólogo de Lynn Cruz y Miguel Coyula que recrea los crímenes del Remolcador 13 de marzo, y Nunca la deja, de Javier Marimón (Editorial Casa Vacía, 2017).

¿Qué estás leyendo? ¿Qué has leído de bueno en los últimos tiempos? ¡Recomienda a nuestros lectores algunos títulos y/o autores que hayas disfrutado recientemente! 

Repito: leer es comer. 

Si me arrimo a eso te diría que estoy leyendo avena todas las mañanas. Avena y cítrico por las mañanas, granos integrales al mediodía, y un poco de proteína animal en la tarde, para no ser indisciplinada con las órdenes del obstetra. 

La verdad es que cuando escribo mucho, leo menos. El año pasado, de los pocos libros que pude comprarme, prevalecieron dos de Cees Nooteboom y dos de Derek Walcott. Y me he quedado dándoles vueltas, como si fueran libros de texto.

Pero puedo recomendar otros, que leí y que leeré, porque están en mi librero haciendo fila. 

En mayo del año pasado me traje de Bogotá una edición vieja de La casa de la colina, de Erskine Caldwell, uno de mis autores norteamericanos preferidos. Y en octubre del año pasado me traje de Oaxaca varios títulos suculentos de la Editorial Almadía, entre los que destaco Conjunto Vacío y Mudanza, de Verónica Gerber, y Mi descubrimiento de América, libro de viajes de Maiakovsky. 

Recomiendo además las crónicas del dominicano Frank Báez; el libro de Carlos Manuel Álvarez publicado por Sexto Piso; los ensayos de Valeria Luiselli reunidos en Papeles falsos y Los niños perdidos; y País de la siguaraya, el último de Jamila Medina. 

Ahora mismo, a raíz de lo que escribo, he empezado a abrir el Diccionario de Dudas y Dificultades de la Lengua Española (emoticono con ceja arqueada).

Trabajaste durante un tiempo en Altamira Libros, has tenido la experiencia  de ser librera en Coral Gables. Háblanos un poco del oficio. ¿Qué quieren los lectores hispanos de Miami? ¿Qué buscan? ¿Qué es lo que no van a encontrar?

Habría que preguntar, primero, ¿quiénes son los lectores hispanos de Miami? 

A esa pregunta respondería que la masa lectora se limita, desgraciadamente, a los que pueden comprar los libros. Yo, por ejemplo, no pude comprar demasiados, apenas un libro al mes, o un libro cada dos meses. Lo cual te lleva directo a la siguiente pregunta con su correspondiente respuesta: los lectores que pueden comprar los libros quieren lo mejor, y lo mejor es lo que está en boga, lo que se promociona incansablemente en internet, y los clásicos más o menos conociditos. 

Los lectores de Miami buscan eso, y en la librería Altamira pueden encontrarlo. Por supuesto, existen lectores excepcionales y regulares a los cuales interesa la mejor literatura, clásica y contemporánea. Los libreros que trabajan en la librería y que recomiendan los libros son en su mayoría escritores y tratan siempre de recomendar, además de los libros comerciales que-son-los-que-se-venden, aquellos títulos menos convencionales y, en mi opinión, mejores. 

Cuando trabajé ahí hacía lo mismo, y si alguien quería leer, por ejemplo, literatura escrita por mujeres, yo le daba una lista de autoras que iban desde Virginia Woolf y Clarice Lispector hasta Marianne Moore y Anne Carson, pero esa persona solía irse con La Templanza, o el título anterior de María Dueñas. Y eso que mis recomendaciones no eran en lo absoluto estrafalarias, pero igual no servían de carnada.

Trabajando allí escribí un libro a cuatro manos en conjunto con otro de los libreros que aún trabaja en la librería. Ese proyecto se disolvió y a mí me quedan mis notas como un  testimonio de la experiencia, a veces tóxica, siempre redundante y contradictoria, que puede ser vender libros.

Miami. De las muchas ciudades que se pueden producir o registrar en el texto, ¿cuál es la que muestras a los lectores en tu poemario bilingüe Miami Century Fox (Akashic Books, Brooklyn, 2017)? 

Miami Century Fox fue escrito desde la ignorancia acérrima, espacial y temporal. 

Fue mi primer proyecto del año 2015 y decidí escribir eso y no otra cosa porque necesitaba probar fuerza conmigo misma. Necesitaba confrontarme y ponerme contra una pared de cemento, dura y concreta (distinta a las paredes de las casas de Miami, dicho sea de paso). 

Como cualquier escritor, uno a veces se acomoda y prefiere no esforzarse. Pero esta vez yo no quería acomodos. La situación era incómoda y yo iba a producir un libro que superara eso. Y yo sabía que no sabía a lo que me enfrentaba. Por una parte es un libro de sonetos, y por la otra es un libro sobre Mayami.

A raíz de la muerte de Sergio Pitol, escribí en Twitter: “Lo peor y lo mejor que pude haber hecho antes de pensar en irme de Cuba: leer El viaje y El arte de la fuga, de Sergio Pitol”. 

Esa frase también podría decirla para (no) explicar el hecho de haber escrito, recién llegada, aquellos 51 sonetos. (Me pregunto por qué la gente siempre quiere explicaciones).

También sabía que la poesía hispana y cubana está llena de una tradición poética rica en lo que a sonetos respecta (aquí va una reverencia a los Sonetos a Gelsomina, del suicida Raúl Hernández Novás). Y que yo desconocía, aunque no toda, buena parte de esa tradición. Prefiero que mis tradiciones, mis mitologías, sean ante todo mis experiencias. 

En narrativa, en poesía, en dramaturgia: ¿podemos hablar de una poética-mayami?

Claro, y no soy la única que da testimonio de ello. 

Es una poética del desastre, de la perturbación, de la paranoia, del miedo y de la chatarra. Una poética de la comida devenida en mierda. Pésele a quien le pese, los libros están ahí para probarlo. 

Hace poco, por ejemplo, Néstor Díaz de Villegas celebró aquí mismo, en Miami, los veinte años de su libro Confesiones del estrangulador de Flagler Street.Y ese es solo uno en su lista de libros escritos en/sobre esta ciudad, libros que también desconocía en el momento en que produje el mío. 

La lista es tan larga como valiosa. Sumarme a ella es un verdadero honor.

Después de Miami Century Fox escribí varios libros más que se sitúan en un paisaje semejante, más ambidiestros y lúdicos, tal vez, y que continúan inéditos. Entre ellos, una novela. 

¿Piensas publicar algunos de esos libros con las otras editoriales cubanas, es decir, las editoriales del Estado: Unión, Letras Cubanas, etc.?

Me fui de Cuba antes de que se presentara No sabe / No contesta en la Colección G. de la Editorial Caja China. Luego salió por Gente Nueva El arroz de la locura, una novela para niños sobre la emigración. Después le tocó el turno a mi pieza de teatro Si esto es una tragedia yo soy una bicicleta. Y hace como un año, Letras Cubanas lanzó una edición bilingüe de mi libro de poesía Chicle (ahora es cuando),que ya estaba en planes de publicación antes de yo irme y que ellos aceptaron sacar en español e inglés apenas lo propuse.

A pesar de esto, sin embargo, no creo que los lectores cubanos de la isla sepan ahora mucho de mí. Si no estás allá, no eres visible. 

Yo nunca proyecto nada respecto a editoriales. Escribo consciente de que la publicación no depende de mí ni del potencial de mis libros. 

En el próximo número de La Noria, la revista dirigida por los poetas Oscar Cruz y José Ramón Sánchez, deben aparecer varios poemas inéditos que pertenecen a uno de mis últimos libros. Lo malo es que desde hace dos números La Noria ha sido censurada; está fuera de circulación en las librerías cubanas. Fuera de eso, no tengo idea. 

Tampoco sabría decirte si aceptaría, ahora mismo, publicar un libro en Cuba. No lo sé. Lo que sí me encantaría es poder comprarle a Alfaguara cien ejemplares de Mi novia preferida fue un bulldog francés, llevármelos a Cuba y lanzarlos desde una azotea o desde el balcón de Rogelio Orizondo. 

Pero eso no va a pasar, ni ahora ni en un buen rato.

Hojeando precisamente tu poemario Chicle, la primera —y no bilingüe— edición (Literal, México, 2013), me topo con esta frase: “Todos los perros históricos me lamen el dedo gordo del pie”. ¿Puedo usarla como título para esta conversación?

Adelante.