El actual gobierno cree que “ya cumplió” con las demandas exculpatorias que incriminan la macabra labor de Fidel Castro: su homofobia extendida y la minuciosa destrucción de la familia cubana.
Al asunto del perdón, como se dice; ¡pues échenle tierra y denle pisón!
Su famiglia, todavía en el poder, trató de escabullirse, agilísima, queriendo borrar los intensos odios intrafamiliares que el patriarca diseminó, cual majá con lycra. Con pura palabrería.
Ordenar una nota el pasado año, e inducir la polémica aprobación de un Código de las Familias, permitir el matrimonio entre iguales, y algunas secretas ordenanzas que aplacaron las fuerzas opresoras a destiempo, parecen suficiente sacrificio —por el momento— del tramoyista CCPCC.
De hecho, en política, se ha convocado también “pasar de la defensiva a la ofensiva” sin muchas contemplaciones.
Otros pretextos resbalosos sobre el abuso largamente institucionalizado, que pretenden simplificar el crimen cometido por el Estado, ofrece ese artículo —que ignora el perdónreclamado hasta por Pablo Milanés antes de morirse— refiriendo que “en las UMAP se recibieron a otros dos tipos de reclutas: aquellos que por motivos de su fe se negaban a portar armas, o se les prefería tener apartados por prejuicios hacia la práctica religiosa, y los que eran rechazados por tener preferencias […] homosexuales, con […] comportamientos que transgredían el arquetipo que impone la heteronormatividad, entonces mucho más ‘prevaleciente’ en el mundo que hoy”.
En Caibarién, pueblo de parrandas
Cuando en 1970 conocí a “Frutico” (Fructuoso González Perdomo, un maricón formidable que era una entera institución independiente), sentí que el acto de encontrarle era la antesala de lo que ya se conocía como “salir del closet” o “liberarse sexualmente”, términos engrandecidos en mayo del 68 y que alcanzaron su cenit sedicioso en el Stonewall del 1969 neoyorkino, y con las protestas de los marginados mundiales. Nada de ello ocurrió en Cuba.
Frutico era —murió en 2011, a los 65 años— un tipo olímpico: trabajaba como sirviente gastronómico, pero se fajaba a los piñazos con el más pinto que le insinuara su condición de hombre emancipado en elegir “qué importar al interior” como él decía con vocablos hondamente originales:
—A mí, lo que a la gente le dé (obvio que un patatús), me tiene sin cuidado, me importa en verdad lo que me den a mí —y se explayaba muerto de risa.
Al sector de los servicios se les reservaban las plazas peor remuneradas para aquellos “que la Revolución de los humildes nunca abandonaría” sino excluyéndolos. Los homosexuales no serían, por dictamen fidelista, ni humildes, ni personas.
Otro personaje también queridísimo del pueblo era un mesero al que apodaban “Titilo” (Ángel Porfirio Villanueva Rubio), quien ni se salvó del reclutamiento forzado debido a su edad, pero se vengaba ruidosamente de aquella “irrealidad socialista” con una carcajada estentórea, de oreja a oreja.
Daba Titilo alertas al comensal sobre la dudosa calidad de la comida que se expendía en el restaurante playero donde trabajaba, y la gente le correspondía, agradecida y “tolerante” para con tan grácil amaneramiento. Había estudiado bachiller en el Colegio Hermanos Maristas, con parroquianos “heteros” que mostraban sin falta solidaria compasión, a pesar del odio aupado desde las tribunas, e instaurado con fierros en cada casa “de Fidel”, como rezaba en calamina.
Llamarles “gays” justificaba acaso nuestra condición de Villa Parrandera. Caibarién era cuna —compartida con Remedios— de las famosas fiestas populares, donde se daba empleo “a la fina creación artística” una vez por año. Suficiente como para tener “a la fauna debilucha” controlada por la policía, experta en expedientaciones indicadas.
Pretextos sobre el abuso institucionalizado que pretenden simplificar el crimen cometido por el Estado.
Si un hipotético Reinaldo Arenas hubiese nacido aquí, quizá decantándose por otra demostración de hombría frente al desprecio visceral que nos tocó padecer, habría reescrito su ficción sobre “Arturo, la estrella más brillante” como “Frutico, la fiera más corajuda” o “Titilo, el gastronómico salvavidas”. Porque “juntos y revueltos” estuvieron todos en “la beca”, como tildaron con sorna aquel gulag insular.
Las redadas habituales en los 60 —de la “pene-erre” como le decían, burlescos—, obra de “La Cheka” impune, arreciaron hacia 1965 con el arresto masivo de “la vergüenza patria”, reunida en las esquinas oscuras y siempre cambiantes del pueblo, justamente para esquivar esa cacería. Los cónclaves se concertaban la noche antes, e iban rotando de manera azarosa.
Caibarién aportó, “en aquellos días luminosos y tristes” (como la Crisis del Caribe), una docena de homosexuales al gueto de las unidades camagüeyanas, acompañados por un centenar de ciudadanos “diferentes”, según ideologías y posturas (anti)sociales, clasificados por el comisariado político de turno como “eximibles” del Registro Militar al que convocó, en 1963, la Ley 1129 del SMO.
En su capítulo VI, aplaudido por muchedumbres fascistoides enardecidas, se refería que era el “SMO, a cumplir por todos los hombres en edad entre 15 y 25, durante un período de 3 años”. Pero a los campamentos arribaron personas “hasta de 45 años”, según asevera Abel Sierra Madero en su más reciente libro, lo cual desmentiría lo aseverado. Pues con la excusa de forjar al “hombre nuevo guevariano”, se recluyó y torturó a todo aquel que “desafinara” en la coral homofonía.
“Entre 1965 y 1968 fueron internados forzosamente más de 30 000 jóvenes. Los campos eran custodiados por guardias armados y cercados de púas”, nos dice el autor en El cuerpo nunca olvida: trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (Rialta Ediciones, 2022). La nota oficial citada antes, reacciona a esas acusaciones del texto.
Los homosexuales no serían, por dictamen fidelista, ni humildes, ni personas.
Recuerdo haber enumerado algunos “egresados” notorios de aquel sufrimiento extremo durante el par de años que duró, quienes se lamentaban o congraciaban de serlo, según particularidades: Soraya (Armando Lorenzo), El Guiri, La Ortueta, Carlota Villalba, Angori, Fofi, La Sosa, Pepín el Peluquero, Elier La Gata, Pablo el fotógrafo, Armando la Corúa, Toñi Flor de Fuego, Panchito el Panadero… Sus seudónimos eran, al cabo, sus corazas.
Precisa recordarse a las redadas y los juicios sumarísimos que tuvieron lugar durante décadas posteriores al cierre de aquellos campos concentradores. Todas las personas que miento arriba volvieron a las cárceles, granjas y demás “reformatorios” por insistir en “su desviación”. Algunos evocan aún el haberse “peleado por un puesto” en la única ventanilla de la “jaula” trasportadora, alegando asma o asfixia.
Tan tarde como en esta misma década ocurrieron varios sucesos que demuestran la pervivencia del odio agazapado a pesar de “las libertades alcanzadas” que profiere el gobierno.
Armando González López (La Tetúa), fue maltratado por agredir a un minusválido que se burló de su condición y fue usado en labores “domésticas” dentro de la PNR, junto a muchos otros homosexuales que eran periódicamente arrestados por “ostentación y/o escándalo público”.
En la madrugada del 10 de mayo del 2019, un suboficial de las FAR, en servicio, asesinó a Gilberto Cintra Castro, luego de poseerlo físicamente y robarle pertenencias dentro de su casa.
El finado fue dirigente “comunista” de todos los organismos políticos en su juventud, y terminó siendo un “exconvicto indemostrado” según se supo, pues como economista “lucró” a costas del régimen para el cual laboraba y, en el proceso judicial en su contra, la fiscalía no logró demostrar cómo.
Caibarién aportó una docena de homosexuales al gueto de las unidades camagüeyanas.
La última escena, de irreprimida homofobia institucional, ocurrió este mismo año en la sede de la Asamblea Municipal del gobierno, cuando la intendenta en funciones, Leyanis Menéndez Rodríguez (hoy en proceso pendiente por corrupción), pretendió avergonzar a la primera transexual y delegada durante cuatro períodos legislativos continuos y con 15 años representando a sus circunscriptores, Adela “Soplete” (José Agustín Hernández), al equipararla, ante testigos, con su perra.
Por aquellos tiempos de gatillo alegre, la dirección de las FAR se preguntó: ¿qué hacer con los afeminados? Entonces Ramiro Valdés y Raúl Castro trasmitieron su angustia a homólogos del Bloque del Este, a quienes reiteraron la pregunta una vez allí: ¿dónde metieron sus pájaros aquí? Y a coro respondieron: “los tenemos a todos enjaulados”. Lo mismo en Rumanía que en China.
Atisbo similar de socarrón arrepentimiento (u oportunismo bajo presión foránea) hubo en 1995, con el otorgamiento del primer Premio Nacional de Artes Plásticas al pintor Raúl Martínez, quien fuera pareja del dramaturgo Abelardo Estorino, rememorando pasajes terribles de su biografía reprimida en el libro Yo, Publio: “La autocompasión me amenazaba como un buitre a su víctima. Recordaba al apóstol Pablo cuando hablaba del aguijón de la carne”.
Así por el estilo tales revelaciones, hasta justificar el galopante Síndrome de Estocolmo con el que convivió.
El héroe “clausurador” de las UMAP que se inventaron los apóstatas del pueblo, fue el capitán Quintín Pino Machado, quien, según Silvio Rodríguez; “ofreció una visión real […] a los Castro, gracias a la cual desapareció del mapa”.
Nunca se habló de la excepcionalidad carcelaria de la isla, a diferencia del resto del universo, ni cómo reacomodarían aquellas iras represoras los mandantes, sustituyéndolas por la torcida Columna Juvenil del Centenario, y más tarde por el “profiláctico” Ejército Juvenil del Trabajo. Porque jamás confesaron de quien fue “la brillante idea” de crearlas.
La pervivencia del odio agazapado a pesar de ‘las libertades alcanzadas’ que profiere el gobierno.
Frutico me dijo entonces esta frase que nunca olvido:
―Uno chocó en vida con tantos “comepingas” que seguían cagados del libreto verdolaga, porque “el Comandante” no los penetró tan duro como a nosotras, así que tuvieron que curarse del espanto y aprender “a hacerse la paja” cuando vieron que su revolución “era más grande” y además “de mentiritas”.
De silencios incómodos está plagada nuestra historia de la intolerancia e irrespeto por la vida ajena: olvidar el pasado es dejar indefenso el futuro. El engendro fatídico de Fidel se volvió un boomerang pero contra los “comunistas”, que gracias a tipos como los Raúles —Martínez o Suárez—, con el miedo enquistado por denominador común, ayudaron a corearle.
Roberto Viera Rojas, un paisano veterinario mío, cuya familia era Testigo de Jehová, pero él no, me contó hace unos años:
―Cumplí en la unidad 2085, en la actual provincica de Ciego de Ávila. En septiembre de 1965 fui del Primer Llamado, tenía 15 años y me arrestaron por acompañar a mi mamá que predicaba en los campos su fe. Entré a la Previa por 45 días cumplidos mis 17, con la única diferencia de que no había muchos homosexuales conmigo, salvo los que estuvieran “tapiñados”. Nos completaron la plantilla con una compañía que venía castigada de la escuela de maestros, la única preparación militar fue aquella, y todo lo demás: machete, guatacas y manos peladas para recogida y siembra. Hasta de las universidades expulsaron a homosexuales entonces, igualito a la purga de 1980. Vimos al cardenal Jaime Ortega y al director de cine Juan Carlos Tabío, cuando se les pasó el asco tras liberados, olvidarse de todo y transar con el régimen, buen tronco de pendejos.
La historia no podrá ocultarse ni relegarse, aunque ni se les mencione, y, cuando se reescriba a plenitud, prescindirá de todos los ánimos justificativos porque no se trata de la Operación Peter Pan, la Guerra de Angola o la Invasión a Granada, eventos extraterritoriales de similar origen, sino del más grave ocurrido in situ, puesto que hemos “vivido la vida entera dentro de un país bloqueado”, nadie sabe bien por quién, y el único en toda América que construyó cárceles para eximibles sin causa entendible, a diferencia del resto del mundo civilizado.
La dirección de las FAR se preguntó: ¿qué hacer con los afeminados?
Con la crítica situación que pervive hoy, ¿qué importancia tiene entonces un Código de Familias? ¿Resuelve los problemas de alimentos, medicamentos, vivienda, aseo higiene, transporte…, de hogares que continúan desintegrándose por minuto a falta de libertades?
Cuando por fin se “debata” la Ley de Comunicación por el sagrado “derecho de estar bien informados”, ¿hablarán de la Ofensiva Revolucionaria y su influencia negativa en nuestra historia?
Bandas paramilitares, milicias y CDR llamaron “gusanos” a sus iguales, igual que Hitler hizo con los judíos, para presentarlos como gentuza inferior a la que se podía borrar y avasallar. Aquel demente envió millones de ellos a las cámaras de gas, o los mató de hambre. En Cuba reprodujimos todas esas instituciones, por pendejos.
Fidel bautizó así a quienes no estaban con él. Los redujo en “escoria social” o “enemigos vendidos al imperio”: expulsables del trabajo y de “su” país, despojables de propiedades, encarcelables, y hasta fusilables. Miles terminaron sus vidas por evasión del dictado o desespero.
Atribuido a Lenin, afuera, en los campamentos estalinistas, refulgía “El trabajo os hará hombres” (una variación fidelista de “El trabajo os hará libres”, copiado asimismo del Führer). Mussolini sería en este caso, un santo. Hoy diríamos sin sonrojos: “El trabajo (si lo encuentras) matará tu hambre”. Pero no garantizará estirpe de parias.
Cuando en 2004 Enrique Ros publicó El Gulag castrista, pocos prestaron atención debido a “su falta de rigor historicista”. Más tarde, en 2013, Joseph Tahbaz, avezó aún más con Desmitificando las UMAPs, políticas del azúcar; género y religión en la Cuba de los 60s, un capítulo a propósito del daño antropológico ocasionado bajo el término “ingeniería social”, aquel regodeo chapucero. De “indeseables a comunistas”, iba el “reto” historiográfico, pero rumbo al vertedero de la historia.
‘El Comandante no los penetró tan duro como a nosotras, así que tuvieron que curarse del espanto y aprender a hacerse la paja’.
Aunque una salvedad definitoria del lapso —que se inicia, según él, en 1959— hace dudar de que todo haya concluido en 1980, ya en el siglo XXI, con tres papas clamando por lo imposible que sigue siendo “la apertura cubana”, continuaban encarcelando y expedientando a “los enfermos” bajo la famosa Ley de Peligrosidad Pre-Delictiva.
Si el KGB fue sustituido por el FSB en el “neoimperio putinasco”, sin que nada en esencia cambiara, y aunque aquel no fuera el aparato que en 1933 emitió un aberrado código antisodomita, sino el mismo que en 2012 encarceló a las Pussy Riot y proclamó decretos “contra todo tipo de opinión o sexualidad manifiesta”, ¿qué habrá de esperarse de nuestros seguidores del G2 del rojo ex agente y de idólatras que añoran —en silencio— el retorno a las cavernas castristas?
Emilio Gentile lo explica en su noción del “totalitarismo trasnochado” o religión política. ¿El fin? Homogenizar e higienizar a la sociedad “impura”, acorde con el canon monopartidista. Nada más.
Los “Campamentos Juveniles” del MININT —conocidos como “granjas para reeducar menores” en los años 70 y 80—, y los dispuestos paralelamente “Para Apátridas” años antes —en espera de poder escapar hacia EE.UU. vía Camarioca o en “Vuelos de La Libertad”— fueron adscritos al sobrevivido Departamento de Lacras Sociales (que perduró como sección diabólica hasta el nuevo siglo); o la CJC, el EJT, adonde mandaron a todo aquel que no cabía en el SMG (variación de aberraciones que, llegado el Período Especial de las miserias, obligó a clausurarles).
Porque si una vez concluido el éxodo del Mariel —en los 80 de reforzada homofobia—, “ya la patria había prescindido de su escoria”, no se explica que la frustración del gobierno por no haber podido deshacerse de todos los “enemigos dentro”, proclamase nueva política discriminatoria, en la constitución de los Tribunales Populares con jueces legos de empirismo ad hoc, con la cotidiana ejecución de “juicios ejemplarizantes”.
El único país que construyó cárceles para eximibles sin causa entendible.
¿Consecuencias? Sentencias extremas para delitos improbados, bastando tan solo una presunción, cualquier denuncia casi siempre vengativa, o razia homofóbica.
Carlos Villalba Tavío, otro que acaba de ser “premiado” a modo de desagravio —como Raúl Martínez, pero a escala inferior con un “Memoria Viva”, en condición de “Estilista y Parrandero”, un apartado novísimo dentro del marco de “Cultura Comunitaria”—, sufrió todas las vejaciones inimaginables a lo largo de su vida, comenzando con la UMAP; luego granjas, procesos, multas y amenazas policiales “por su patente afectación femenil”.
Incluso fue sacado a rastras de un hotel en Yaguajay donde dormía “con un negro”, rumor desperdigado con la semántica racista al uso, y confinado también “por un cumpleaños de santo” devenido “baile de perchero” que nadie corroboró, y en el que la fiscalía les acusó de “hacer burlas del duelo oficial por ‘la valiente inmolación’ de Salvador Allende”, en 1973, además de obligársele a acudir cada noche subsiguiente de su vida a una unidad policial, para rendirle pleitesía a “Mandarria” (primer capitán José Martí González Marrero) con la promesa de “buen comportamiento”, signando un libro habilitado para homos ya “liberados”.
Tras el Mariel, la heterofilia asomó su recarga emotiva, ensañándose con quienes no se fueron, bien por ignorancia o temor, a lo desconocido. Considerados “desobedientes” de la amenaza a ellos cursada de cumplir cuatro años en las mazmorras por gusto, las antiguas parametraciones laborales, a escala desquiciada, continuaron.
Armando González y Agustín Hernández (presos de 1980 a 1984), se convirtieron en las “trapeadoras oficiales” del piso de la “pene-erre” y del vivac municipal, sitios a los que retornaban cada vez que fueran requeridos, con solo “salir a cazarlos” sus represores. Y siempre así, sucesivamente…, hasta que Raúl Castro, ese ser inclasificable, ordenó a su parentela recoger pita. Cuando apretó el zapato.
Entonces, ¿seguirá asentado irreversiblemente en el ADN cubano la animadversión hacia “lo otro”? No importa lo que digan ni hagan con fingida bondad y en sumo detrimento del propio, el fantasma del patriarca muerto estará —en cada partidario de sus doctrinas— más vivo que nunca.
Aunque las congas extraviadas reaparezcan otro 17 de mayo y se alcancen las cien celebraciones hipócritas de los Castro.
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En este audiovisual, también vertí opinión hace unos años:
Poder y saber en Cuba totalitaria: una relación envilecida
Utopías violentas como el fascismo y el comunismo se han beneficiado históricamente del apoyo de intelectuales como participantes directos en estos procesos a niveles locales. Intelectuales que se convertirían luego en parte de sus élites estatales gobernantes.