En diciembre de 1971, Lezama y María Luisa se ingresaron juntos en el pabellón José Elías Borges del Hospital “Calixto García”. A ninguno de los dos le gustaban los hospitales, pero los problemas cardíacos de María Luisa forzaron el alta, en la que jugó un papel importante la doctora Ada Kourí, esposa del entonces canciller cubano Raúl Roa.
Además de sus habituales signos de insuficiencia coronaria, desde octubre a la esposa del escritor le habían diagnosticado una lesión en la válvula mitral. Alejada de su familia, casi toda exiliada como la de Lezama, su dolencia cardíaca se agravó. La noticia de que su madre, de casi 90 años, empezaba a mostrar síntomas de demencia senil fue el detonante de la crisis, asociada también a un exceso de trabajo doméstico. En junio, tras unas gestiones del padre Gaztelu, el matrimonio había conseguido ingresar a Baldomera en el asilo Santovenia.[1] Todas las labores del hogar recayeron entonces sobre aquella “mujer de pelo en pecho”.
Las carencias de todo tipo se multiplicaban y las colas para comprar algo de comer se hacían interminables. Lezama, obeso y enfermo, no era de mucha ayuda. Hasta tal punto que, cuando los doctores decidieron ingresar a María Luisa y le aconsejaron reposo absoluto, su esposo ingresó con ella: era incapaz de sobrevivir solo. Aprovechó para revisar sus bronquios y usar el hospital como un sanatorio con comedor, del que podía salir y entrar a voluntad. Tener la comida garantizada no era un detalle banal en aquel momento. Del asilo de Baldomera, por ejemplo, Lezama decía envidiar los almuerzos, y aseguraba que su antigua niñera comía mejor que él.[2]
En carta a su hermana Eloísa, el escritor reconoce que a María Luisa “el exceso de trabajo la ha ido agotando. Tiene un gran sentido del deber y yo me desespero, pues el asma me ha deteriorado mucho y desgraciadamente estoy imposibilitado para el trabajo doméstico”.[3] Las opciones son pocas porque “no hay manera de conseguir una criada que nos trabaje por horas en la limpieza y, mucho menos, una cocinera”.[4] A esas labores cotidianas “hay que sumar las colas para el pan, para la ropa sucia, para la tintorería, para adquirir los víveres en la bodega, etc., y eso la fatiga y la enferma de cuidado”.
En febrero falleció en Miami la madre de María Luisa, María Treviño, una misionera mexicana que había llegado a Cuba en noviembre de 1900, con 19 años, para fundar en Gibara y Banes, al oriente de la isla, sucursales del colegio cuáquero “Los Amigos”. La esposa de Lezama había crecido en una familia triste, marcada por la muerte temprana de dos hermanos; casi todos los parientes que le quedaban estaban fuera de la isla y el deceso de la madre los deprimió más a todos.
María Luisa (o “Cachita”, como la llamaban sus allegados), llevaba siete años junto al escritor, compartiendo sus penas, atendiendo todas las necesidades de aquella especie de niño grande, reforzando cada uno la fe del otro. Dominaba lo que Lezama llamó “el arte de las persianas”,[5] es decir, era la intermediaria habitual del poeta en los tratos con el “exterior” y un muro protector contra las irrupciones de una cotidianidad acuciante.
En la casa de Trocadero había conseguido hacer “de cada minucia un sacramento”, diseñar un orden doméstico cuya mínima ruptura Lezama percibía como una tragedia: “Si te atolondraras / el firmamento roto / en lanzas de mármol, / se echaría sobre nosotros”, escribe en “La mujer y la casa” (1976).
En aquel matrimonio tardío, María Luisa había asumido, además, el rol de las figuras femeninas ausentes, como dice Lezama en otro poema de 1972: “Eres la hermana que se fue, / la madre que se durmió / en una nube frente a la ventana”. Son esas presencias las que, “me levantan —dice el poeta— todos los días / para fortalecer la mañana / y comenzar el hilo de la imagen”.
A diferencia de Piñera, que con su callejeo y su eterna jaba de jubilado bajo el brazo sentía una especial solidaridad con María Luisa (la camaradería de los que, como dice en un poema, ya solo podían esperar el Juicio Final), Lezama tenía una vaga idea de las dificultades cotidianas que hacían cada vez más dura la vida del cubano. Solo la más evidente, el racionamiento de la comida, lo preocupaba desde hacía años.
Tomás Eloy Martínez cuenta que el escritor se le quejó, por ejemplo, de que a su edad no tenía derecho sino a un cuarto de litro de leche al día, y para completarlo debía apropiarse de la ración de Baldomera. “Mi naturaleza humana se nutre de los inocentes que tienen ya un pie en el Hades”, le dijo al periodista. “En este país fogoso solo hay leche para los mayores de setenta y los menores de siete; cifras cabalísticas, enigmas deuteronómicos. Yo, como viejo de 58, salgo a roer la leche ajena, cual sierpe gongorina”.[6]
Abroquelado en Trocadero 162, Lezama añoraba las opíparas comilonas de antaño y su único consuelo culinario eran las invitaciones a restaurantes que le hacían algunos visitantes extranjeros. “Anote usted enseguida el gran pecado imperdonable de todos los tiempos: la despensa vacía, el caldero ocioso”, le ripostó en esa época a un periodista que le preguntaba, para chincharlo, sobre su propensión a la gula. Pero mientras su esposa reservaba en una modesta pizzería del barrio o se desesperaba tratando de conseguir algo para saciar aquel inmenso apetito, él bromeaba con sus visitantes sobre las colas para los víveres, comparándolas con “una larga trenza china” o “la interminable prórroga de poderes de Machado”.[7]
El doble ingreso en el hospital fue una solución de urgencia; los médicos le habían advertido a María Luisa que debía compensarse, estabilizar su salud con un descanso total, si no quería sufrir un infarto. Los ánimos de Lezama se volvían cada vez más sombríos, y varias de sus cartas a Eloísa de esa época reflejan una amargura cargada de viejos reproches: “Yo soy el que ha sufrido las consecuencias terribles de la dispersión de la familia —le escribe—, tengo que estar día y noche con María Luisa porque no hay un solo familiar que me reemplace. Lo hago con gusto, ella ha sido muy buena esposa y todo sacrificio me parece insuficiente, pero la muerte de Mamá me dejó muy quebrantado para siempre y me siento cansado”.
Esa carta de diciembre de 1971 es una de las más tristes que escribió Lezama. En ella parece asumir que ya no saldrá de la isla y que su función es custodiar arcones, huesos y cenizas: “Alguien tenía que guardar las bóvedas del cementerio, donde están nuestros padres y nuestros abuelos, guardar de cerca los recuerdos, las ropas, los cofres y todos los lugares en donde nuestra sangre dejó una sombra. Yo fui el guardián de la sustancia para la resurrección y tengo que sufrir las consecuencias y desgarrarme como el pelícano por el peso de la maldición”.
La metáfora del animal que alimenta a sus crías con la sangre de heridas autoinflingidas muestra el nivel de angustia del escritor en esos años. Él mismo habla en otra carta de “estados depresivos, en los que la melancolía se une con el cansancio”. Esa zozobra se traslada a sus versos, donde se imagina “como una rana / dentro de la botella” o nadando dormido “dentro de un tonel de vino / […] con las dos manos amarradas”. En la foto que le tomó Paolo Gasparini por esa época se le ve hundido, descolocado y frágil como un quelonio gigante cuya única protección o coraza son su casa y sus recuerdos. Ese evidente declive empezó a preocupar a sus amigos más cercanos.
EL 8 DE DICIEMBRE, mientras María Luisa sigue ingresada en el hospital, Lezama recibe una carta en que la periodista Loló de la Torriente, su amiga desde mediados de los años 50, se excusa por no poder ir a verlo. Loló, que escribía con pseudónimo para Bohemia y pasaba temporadas en México, le pide que haga un esfuerzo para superar sus problemas:
“Todos tenemos dificultades pero las de algunos son más difíciles y hasta lucen insuperables. Sin embargo, Pepe, yo creo que tú debes poner de tu parte por solucionar por lo menos en parte, las incomodidades que te cercan. El hospital unos días no es solución. ¿Por qué no procuras, como te han ofrecido, trasladarte a una casa mejor situada (por ejemplo, en el Vedado) en donde nos sería más fácil entrar en comunicación más regular y en donde tú disfrutarás, con María Luisa, de un ambiente más acogedor? Verde y más amplitud de calle, comunicación más fácil. La Habana Vieja que es tu ámbito (y que a mí me encanta) ha resultado una zona muy desatendida y hasta deprime…”.[8]
Que la misma persona que el año anterior, en un artículo para la revista Cuadernos Americanos, reconocía la importancia de la casa de Trocadero para Lezama (“hablan en los rincones de esta casita de Lezama Lima los fantasmas evocadores que fluyen en su literatura y poderosamente mandan en la vida del escritor”),[9] le proponga ahora que acuda a “amigos que te estiman mucho y que pueden ayudarte a lograr un medio mejor para tu vida y tu trabajo” para que le den una vivienda nueva en el Vedado, no deja de ser un poco contradictorio.
Este exceso bienintencionado (“tal vez me estoy extralimitando en mi condición de amiga”, dice, entre otras disculpas) coincidía con una recomendación policial. “Un día se apareció inesperadamente un policía cultural y le sugirió que todos sus problemas podían ‘resolverse’ […], hasta cambiar de casa. Lezama, por supuesto, no accedió a los ambiguos y mezquinos ofrecimientos interesados del castrismo”, cuenta Armando Álvarez Bravo.[10]
Vale la pena reconstruir esta secuencia temporal: visita de la Seguridad del Estado para “aclarar algunas cosas” (el interrogatorio que cuenta Padilla); mención destacada en el discurso donde Padilla se autoinculpa (“ese miserable me ha llenado de mierda”, se quejó Lezama); frustradas negociaciones o, al menos, ofrecimientos que Lezama no aceptó, no solo porque le horrorizaba la idea de mudarse sino porque sabía que, en algún momento, las autoridades le cobrarían esos favores reclamándole adhesiones políticas.
“Sé que sabes muy bien lo que quieres y no quieres —prosigue Loló en un tono medio críptico— pero hay veces, Pepe, que una nota nos da la clave de la claridad y nos obliga a oírla, atenderla y acogerla (…). Acaso tu aislamiento y soledad te sea algo necesario pero una cosa es la soledad cuando uno la vive y la goza por su pleno gusto, pudiendo romper su clausura, y otra cosa es tenerla por circunstancias insuperables (…). Estamos viviendo tiempos muy difíciles (ya de esto hemos hablado mucho) pero creo que hay que defenderse y buscar los medios de disponer de nuestras armas. Tú tienes muchas.”
Desde luego, el aislamiento de Lezama no era en lo absoluto voluntario. Loló podía imaginar, porque su amigo le había dado varias veces su opinión sobre el curso que iba tomando la Revolución, que el escritor no estaba dispuesto a subirse a las tarimas de la cultura oficial a cambio de una casa o un carro con chofer.[11] Aun así, trata de convencerlo para que haga lo mismo que ella: integrarse (“me ayuda en mi trabajo y en la tranquilidad de mi vida”). Al final de su carta, le ofrece prestarle al poeta un pequeño radio portátil “que coge estaciones extranjeras y por el cual se informa uno de muchas cosas”.
Lezama y María Luisa en 1970, por Iván Cañas. Cortesía del autor.
En enero de 1972, Cortázar le escribe a Lezama a través del periodista de Prensa Latina Haroldo Wall. Es el primer mensaje que recibe del argentino luego del escándalo internacional por la detención de Padilla. Recordemos que Cortázar había firmado el año anterior la carta de intelectuales a Fidel Castro en Le Monde y, tras los reclamos de Haydée Santamaría y Retamar, se retracta con explicaciones en su famosa Policrítica a la hora de los chacales.[12] Son esas las “circunstancias” a las que se refiere cuando le escribe a su amigo para confirmarle “un afecto que ni las circunstancias ni el tiempo pueden cambiar en lo que se refiere a ti, a María Luisa, a todos mis amigos cubanos, a Cuba y su lucha por un mundo mejor”.
Cortázar le cuenta que a los males del recién concluido Año del Cerdo debe sumar un accidente de coche en Provenza y una caída en París (para esquivar una inmensa chimenea desprendida de un tejado) que, por suerte, solo le provocó la rotura de dos costillas. “Ya ves que no lo pasé demasiado bien, máxime cuando mis opciones y definiciones en lo que se refiere a las cuestiones cubanas del mes de mayo no habían sido precisamente agua de rosas”, explica, antes de referirse a la Policrítica…, que, “estoy seguro, habrás sabido leer como lees tú las cosas, yendo al meollo y comprendiendo mi sinceridad y mi angustia”. “Necesito decirte todo esto a ti —prosigue Cortázar—, que no estás en el juego cotidiano de los avances y los retrocesos, así como te digo la alegría con que seguí el viaje de Fidel a Chile y sus repercusiones en nuestro Cono Sur”.
Lezama, en efecto, no estaba en el juego de desmarques y alineamientos políticos que provocó el arresto y la confesión de Padilla, pero sí había sido una de sus víctimas. Por supuesto, leyó horrorizado aquel engendro cortazariano, mezcla de poema revolucionario y petición de perdón (“Tienes razón Fidel: solo en la brega hay derecho al descontento, / Solo de adentro ha de salir la crítica, la búsqueda de fórmulas mejores, / Sí, pero de adentro es tan afuera a veces, / Y si hoy me aparto para siempre del liberal a la violeta, de los que firman los virtuosos textos / por-que-Cu-ba-no-es-eso-que-e-xi-gen-sus-es-que-mas-de-bu-fe-te, / no me creo excepción, soy como ellos…”).
Como ha escrito Emir Rodríguez Monegal, “la adhesión y el poema reflejaban un estado emocional cercano al pánico”. O como le dijo Cabrera Infante a Octavio Paz, “había que tener corazón de concreto para no reírse de la Policrítica de Cortázar”. Pero a Lezama, cada vez más enclaustrado y relegado, aquellos versos no le dieron risa, solo le confirmaron que había cosas de las que ya no podría hablar con su amigo argentino.
Lorenzo García Vega cuenta que, desde finales de los años 60, Lezama, “hablando en intimidad con Cortázar”, se había atrevido a hacer ciertas críticas al régimen. “Cortázar lo paró en seco, contestándole que esas cosas eran inevitables, y que lo principal era la revolución. ‘Estimé que replegar velas era lo más prudente’”.[13]
Esto coincide con una opinión que Manuel Pereira le oyó a Lezama: “Cortázar es un ingenuo en política”. Medio en broma y medio en serio, el cubano decía que su amigo padecía una envidiable enfermedad llamada efebicia, “que lo mantiene joven a cambio de que sus huesos crecen desmesuradamente”.[14] La efebicia de Cortázar, ese síndrome del niño grande, también servía para disculpar su candidez política.[15]
Sin embargo, a finales de 1968 el argentino captó las señales que le enviaban muchos de sus conocidos cubanos[16] y tuvo la idea de escribir una carta privada de queja a Fidel Castro, “basándonos en una serie de informaciones fidedignas que nos han llegado últimamente”. La misiva estaría firmada por escritores que en ese momento estaban cerca de la Revolución (Vargas Llosa, Semprún, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes…) aunque preocupados por los síntomas de represión interna y el apoyo de Castro a la invasión soviética de Checoslovaquia. “Se trata de conectarse mano a mano con Fidel, evitando la publicidad, que es inútil y contraproducente”, le escribe Cortázar a Vargas Llosa.[17]
Llegaron incluso a redactar un borrador, pero García Márquez los alertó de que la iniciativa no caería bien: “El texto, en efecto, me parece excelente. Creo, sin embargo, que no servirá de nada. Fidel contestará, con la mayor fineza que le sea posible, que lo que él haga con sus escritores y artistas es asunto suyo, y que por tanto podemos irnos a la mierda. Sé de buena fuente que está disgustado con nuestra actitud respecto a Checoslovaquia”.
Tres años después, tras el arresto de Padilla, esa carta inconclusa será el embrión de la primera epístola de intelectuales a Fidel, con las consecuencias que ya sabemos. Asustado ante la posibilidad de ser incluido entre los “enemigos de Cuba”, Cortázar prefirió disculparse públicamente en su Policrítica…y no volver a cuestionar, en público ni en privado, la política castrista.
El argentino regresó a la isla varios años después (en mayo de 1976, por ejemplo, pasará todo un mes en La Habana). Para que se le volviera a permitir la entrada, primero tuvo que apostatar de su posición sobre Padilla, renunciar definitivamente a la revista Libre en abril de 1972, declarar muchas veces su apoyo al gobierno de Allende y formar parte del Tribunal Russell, que juzgaba la situación de los derechos humanos bajo las dictaduras militares en Latinoamérica.
Al volcarse en esas causas, Cortázar recibió críticas de muchos de sus antiguos colegas, que lo acusaron de maniqueo: hacía fuertes condenas a la política exterior norteamericana y a las dictaduras de derecha pero olvidaba o minimizaba los problemas de gobiernos de izquierda como Cuba y, posteriormente, la Nicaragua sandinista. Tras el reclamo de Haydée Santamaría en 1971, pidiéndole que decidiera si estaba “con Dios o con el diablo”, Cortázar tomó el camino de una fe ciega en la Revolución, opción que mantuvo hasta su muerte, en 1984.
EN MAYO DE 1972, Lezama recibe la primera buena noticia en mucho tiempo: ha ganado el Premio Maldoror de Poesía en Lengua Española, convocado por Barral Editores. Se otorgaba a obra publicada, pero con la pretensión de “elevar a lugar destacado a un poeta que aún no ha alcanzado aclamación universal”.[18]
Aunque el jurado incluía al propio Carlos Barral y otros colaboradores de la editorial,[19] el proceso de concesión era bastante democrático: se consensuaban unos finalistas, que luego debían ser defendidos por cada uno de los miembros del jurado ante un público de importantes críticos y escritores (en esta ocasión, estuvieron presentes, además de los diez jurados, intelectuales como Max Aub, Camilo José Cela, Guillermo Carnero, etc.), a la manera de un senado intelectual.
El debate tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Palma de Mallorca. La votación, pese al desenfado con que un veinteañero Félix de Azúa le resume a Lezama el asunto,[20] fue bastante reñida. Cinco jurados votaron por el ganador, otros cuatro por el poeta Ernesto Cardenal. Entre los finalistas estuvieron, además, Blas de Otero, Ángel González, Nicanor Parra, José Ángel Valente, Martín Adán y Alberto Girri. Lo ajustado del veredicto obedecía a una disputa estética, que fue luego resumida por el crítico y académico Guillermo Díaz-Plaja en un artículo de prensa.[21]
Para Díaz-Plaja, que un poeta culterano se hubiera alzado con la “difícil victoria” sobre otro considerado como “poeta social” era un indicio de la intemporalidad de la poesía, arte necesariamente minoritario, alejado de las modas y orientado hacia la belleza como fin en sí mismo. “¿Y no representa su triunfo —escribe el académico—, por proceder de donde procede, una confesión de la crisis de la llamada ‘poesía social’, que parecía instalarse irreversiblemente en la moda de hace diez años?”.
El premio se falló el 5 de mayo y se anunció al día siguiente. Barral envió a Lezama un telegrama, y semanas después, el 31 de mayo, le comunicó que entregaría el premio al cónsul cubano en Barcelona.[22] Tan pronto supo que había ganado, Lezama envió otro telegrama a Azúa y, poco después, una carta a Meneses. “El premio me llenó de alegría —le dice Lezama— pues sé la forma libre y creadora en la que se otorga. Las gracias para todos aquellos que tomaron parte en ese torneo. La medalla de oro me la puede enviar con el Sr. Juan Torroba, que es el encargado de Negocios de España en Cuba. / Me gustaría saber el nombre de las cinco personas que votaron por mí para darle las gracias. / También me agradaría que me informase sobre otros extremos, tales como la publicación de la obra, la fecha de la edición y formato de la misma”.[23]
Comenzó entonces una negociación a tres bandas (Lezama-Azúa-Barral) para editar la Poesía completa. Los españoles preferían una edición ampliada con material inédito; Lezama estaba impaciente y daba por definitiva la edición cubana de 1970. “Dan disculpas, dicen que les mande poemas inéditos para que la edición les dé a ellos jugosos dividendos. Pero ellos saben, o deben saber, que aquí no se pueden mandar obras al extranjero”.[24] Ante tanta demora de una publicación que se suponía era parte del premio, Lezama primero se irritó y luego esperó “con la paciencia de un bonzo budista”, como le dice a Meneses en carta. El libro saldrá finalmente en febrero de 1975.
MAYO PARECÍA SER el mes de los laureles. Días después del Maldoror, llegó la noticia de otro premio, esta vez desde Roma. Paradiso había ganado el galardón del Instituto Italo-Latino Americano (IILA), uno de los más prestigiosos y mejor dotados de ese momento en Europa. Creado en 1969 para dar a conocer las obras de los escritores latinoamericanos al público italiano, en el jurado estaban críticos de la talla de Giovanni Macchia, Guido Piovene y Angelo Maria Ripellino. Su monto, además, era sustancioso: tres millones de liras; 2 millones para el autor y un millón para los traductores. Lo de Lezama eran en esa época unos 3,500 dólares ($16,500 al cambio actual) que le hacían mucha falta.
Pero ni las liras ni los dólares llegaron nunca. El dinero lo recibió, como puede leerse en un artículo de L’Unitá publicado el 18 de junio, el embajador cubano de esa época ante Il Quirinale, Salvador Vilaseca. A él también se dirigió el IILA para gestionar el viaje del escritor.[25]
Sobrevino un inquietante mutismo oficial sobre el asunto. La posibilidad de un viaje a Italia, que vuelve a ilusionar al escritor, se diluye. Aunque Lezama había escrito una carta de agradecimiento y varios cables a los organizadores, ninguno de esos mensajes llegó a su destino. Tampoco las invitaciones y felicitaciones desde Roma. “No he recibido la menor noticia interior ni exterior sobre el premio. Todo es muy raro”, dice en diciembre de 1972.
Artículo de L’Unità. Cortesía del autor.
La explicación de este misterioso y prolongado bloqueo de comunicaciones podría estar en algo que cuenta Valerio Riva en el documental La otra Cuba (1984) de Orlando Jiménez-Leal: “Yo recuerdo que le dieron en Italia un premio de un millón de liras, y con el premio querían que Lezama Lima hiciera un viaje a Italia, y él no vino, y el embajador cubano en Roma nos contó que no venía porque tenía disturbios nerviosos”.
Aquella traducción italiana de Paradiso, la segunda de la novela a una lengua extranjera (salió en abril de 1971, un mes después de la edición francesa), no estuvo exenta de contratiempos. Apareció firmada por Valerio Riva y Arrigo Storchi, pero este segundo nombre encubría al conde Enrico Cicogna, que al final se negó a suscribirla porque, según él, estaba demasiado reelaborada y homogeneizada por Riva.
García Márquez, del que Cicogna fue traductor al italiano hasta su muerte, cuenta cómo intentó ayudar al traductor a descifrar la prosa lezamiana. “Entre otras cosas, encontramos una frase cuyo sujeto cambiaba de género y de número varias veces en menos de diez líneas, hasta el punto de que al final no era posible saber quién era, ni cuándo era ni dónde estaba.
Conociendo a Lezama Lima, era posible que aquel desorden fuera deliberado, pero solo él hubiera podido decirlo, y nunca pudimos preguntárselo. La pregunta que se hacía Cicogna era si el traductor debía respetar en italiano aquellos disparates de concordancia, o si debía verterlos con rigor académico. Mi opinión era que debía conservarlos, de modo que la obra pasara al otro idioma como era, no solo con sus virtudes, sino también con sus defectos. Era un deber de lealtad con el lector en el otro idioma”.[26] Al final, Riva y Cicogna no consiguieron ponerse de acuerdo, por lo cual se adoptó el pseudónimo como una solución de compromiso.
En cualquier caso, había sido Riva, director literario y cofundador de Feltrinelli, el “descubridor” y principal valedor de la novela. La editorial había tenido un gran éxito con la publicación de El doctor Zhivago (1957) de Pasternak y Cien años de soledad (1968). Durante esos años, Riva funcionó como puente entre la literatura del boom (García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, Sábato, Donoso…) y los lectores italianos. Desde 1964 viajó frecuentemente a La Habana por encargo del director de la editorial, Giangiacomo, para conseguir unas Confesiones, autobiografía oral de Fidel Castro en primicia mundial, que saldría de varias entrevistas con los italianos arregladas por Carlos Franqui. Ese libro, por el que Castro recibió 25 mil dólares, nunca llegó a cuajar (al parecer, su protagonista se negaba a hablar del presente), pero Riva no salió de Cuba con las manos totalmente vacías.
También a través de Franqui había conocido a Lezama, en 1964. Empezó a traducir el manuscrito de Paradiso, y su intención era presentarlo en Italia como la mejor novela del boom. Por razones políticas, más tarde Riva se peleó con Feltrinelli y la novela acabó publicándose en Il Saggiatore, una pequeña editorial fundada en Milán por Alberto Mondadori. Se anunciaba como “Il più straordinario romanzo sudamericano”, llevaba como introducción el ensayo de Cortázar y como postfacio el poema de José Agustín Goytisolo, “Vida de Lezama”, una idea del propio Mondadori.
La crítica local estaba muy bien dispuesta hacia el escritor cubano desde que, años antes, fragmentos de Paradiso habían aparecido en varias revistas importantes.[27] Lo más notable fue la traducción del capítulo VIII que con el título “In collegio” salió publicada a principios de 1970 en Nuovi argumenti, que dirigían en ese momento Alberto Carocci, Alberto Moravia y Pier Paolo Pasolini.
Así presentaba Riva la novela en esas páginas: “Este Paradiso del cubano José Lezama Lima no es solo el fruto más extraordinario de esa literatura [latinoamericana]: es una de esas raras obras universales que han marcado el destino de la novela actual”. Lezama, a su vez, era descrito como “Orfeo de un mundo de piedras, caobas, vitrales, mármoles, ónices, plantas en búcaros, mosaicos y sombras enrejadas de persianas: un Valéry tropical, de interiores silenciosos y umbríos, donde el frescor salobre lucha con el caparazón algodonoso del tórrido […] mundo pánico de la brujera” (sic). [Nuovi Argumenti, pp. 23-58].
Otra gran valedora de Lezama y Paradiso en Italia fue la escritora Alba de Céspedes Bertini, hija de Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, y nieta del famoso prócer de la independencia cubana Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, “Padre de la Patria” y primer presidente de la República en Armas. Nacida en Roma en 1911, criada fuera de Cuba y residente en París, De Céspedes fue muy amiga de Arnoldo Mondadori y, luego, de su hijo Alberto. A partir de enero 1968, viajó frecuentemente a La Habana.
Como tantos otros intelectuales europeos, quedó fascinada con Cuba y con Fidel Castro, que la animó a que escribiera sus memorias cubanas, le inspiró el título (Con grande amore) y le otorgó en 1989 la orden Félix Varela por sus contribuciones a la cultura nacional. De Céspedes, que estuvo varias veces en casa de Lezama durante los setenta, se convirtió en una especie de embajadora cultural, bien vista tanto por las autoridades cubanas como por los editores italianos, a quienes solía hacer resúmenes entusiastas de las principales novedades literarias de la isla.
LA ALEGRÍA DE los premios quedó opacada por una dolorosa noticia: el 15 de mayo fallecía en Miami la hermana mayor de Lezama, Rosa. Después de la muerte de su madre, otra “gran desgracia” tocaba a la puerta del escritor.
Rosa Lezama Lima, casada a los 18 años, no había tenido un matrimonio feliz. Su esposo, Antonio Bustillo Ventura, había dilapidado la fortuna heredada de su padre, sobre todo en apuestas y carreras de caballos. Incluso después de haber tenido dos hijos (Ernesto Antonio, en 1928, y Marta Ana, en 1935), esa adicción al juego se mantuvo y un día, luego de mandar a su hijo a cambiar un cheque sin fondos a un comercio cercano, tocó fondo. Tras veinte años de matrimonio, Rosita empacó sus cosas, cogió a los niños y regresó a la casa familiar, con su madre y sus hermanos. Lezama, aunque era abogado, se negó a divorciarla.
Aquel matrimonio fracasado, en el que, según su hermana Eloísa, Rosa “soportó lo indecible”, dio un poco el tono trágico de la vida de aquella niña de colegio católico, siempre preocupada por el “qué dirán” en una época en que el divorcio acarreaba un estigma. Todos coinciden en su delicadeza; la recuerdan como una presencia risueña y ligera, envuelta siempre en su preferida fragancia de violetas.[28]
Lezama la llamaba “la hermana abuelita” y la definía como “un espíritu puro, sencillo, bueno, incapaz de concebir el mal”. Su madre decía que tenía “bondad de lirio”, y su hermana Eloísa cuenta que en las celebraciones de Santa Rosa siempre le tocaba sentarse junto a la bobita de la familia, para entretenerla. Para su nieto Ernesto Bustillo fue “la más humilde, la más infeliz”.[29]
“Ahora que ya está muerta —escribe Lezama a Eloísa a finales de mayo— su figura sencilla cobra inusitado tamaño. Qué vida de sacrificio. Qué honda capacidad para soportar el dolor. Desde muy joven empezó a sufrir y a desgarrarse, a chocar con la más despiadada vulgaridad, ella que tenía la pureza de una mañana tropical. Quizás ahora es cuando podemos empezar a darnos cuenta del tamaño exquisito de su bondad. Ese fue el misterio de su vida, su depurada capacidad de sacrificio”.
Tras su separación, Rosita se había ido a vivir un tiempo con su madre y sus hermanos, pero en 1961, pocos meses después de que Eloísa y Orlando salieran del país, también ella partió al exilio. Ambas hermanas vivieron juntas en Miami, y en 1969, cuando Eloísa viajó a Puerto Rico para ejercer de profesora, fue como si se produjera una segunda escisión familiar. Ajena a los asuntos mundanos, incluido los literarios, Rosa se dedicó por entero a sus hijos y nietos. En 1970 se operó de diverticulitis y luego su salud empezó a flaquear.
Cercada por la nostalgia, las cartas y conversaciones con su hermano eran una de sus pocas alegrías. “Buscó consuelo en él en muchos momentos”, cuenta su nieto […]. Fue su amigo y su Morro sin o con el cañón”. En una carta del 30 junio de 1971, Lezama trata de explicarle el dilema de tantas familias divididas de aquella época y de paso le confiesa su recia vocación literaria a pesar de todas las desdichas vitales:
“Nunca podré ser un ser feliz, pues si tuviese la familia me faltaría la tierra, aunque realmente me conformo con muy poco, pero ya estoy convencido hasta colmar la copa que nunca podré ser feliz, pues soy de esa raza de los que siempre le falta la otra mitad. Toda mi vida he sentido un anhelo, un deseo, que ni yo mismo puedo precisar, pero que es tan poderoso que todavía basta para mantenerme en pie […]. Ni antes ni después, nunca he sido feliz, pero no obstante, me sentía arrebatado por una poderosa alegría, indefinible, intocable, siempre lejana, pero que ha sido el impulso de mi vida ¿afán de perdurar? ¿espejismos de la inmortalidad? Me río pero sigo machacando en hierro frío”.[30]
Para atender a su hermana enferma, Eloísa pidió licencia en su trabajo y viajó de Puerto Rico a Miami. Fueron días difíciles, pues el agravamiento de la enfermedad trajo una fase de intensos dolores. La muerte de Rosa vino a agregarse al ya largo rosario de tristezas familiares. Para Lezama fue algo inesperado, pues aunque su hermana mayor “aludía constantemente a sus dolorines”, él no conocía su verdadero estado de salud. Le llegaban, apenas, noticias de una convalecencia demasiado prolongada.
En varias conversaciones telefónicas con su hermano, Rosa dejaba entrever señales de lo peor y le insistía en que se apresurara a viajar para que pudiera verla. En la última, le hizo un ruego que Lezama detalla en su dolorosa carta a Eloísa: “No olvidaré nunca su voz de ese día, me dijo con sencillez de siempre: ‘mi hermano, reza por mí’. Todas las noches lo hacemos”.
José Lezama Lima, por Paolo Gasparini, 1972. Cortesía del autor.
El íntimo duelo por su madre y su hermana provocó que Lezama reforzara esos últimos años su catolicismo y sus lecturas bíblicas, sin duda, bajo la influencia de María Luisa. En una carta que responde al pésame de la profesora Edenia Guillermo por la muerte de Rosa, el escritor le asegura que “por nuestra fe nos queda la esperanza de volvernos a encontrar en el valle del esplendor, en el camino de la gloria el día de la resurrección”.[31]
Así, el “valle de sombra de muerte” del Salmo 23 (uno de los que, según carta de María Luisa a María Zambrano, Lezama y ella leían a menudo en sus últimos años), se vuelve su contrario: espacio de fulgor y consuelo. Vencidas las esperanzas terrestres, la resurrección parece ser la única manera de superar el dolor de tantas separaciones forzadas.
POR ESAS MISMAS fechas, Lezama encara otra triste evidencia: la fractura del antiguo cenáculo origenista, por culpa, entre otras cosas, de la política. Cintio Vitier y Eliseo Diego han firmado la Declaración de escritores cubanos contra la carta de intelectuales a Fidel Castro por el caso Padilla. Antes, Vitier ha participado en la recogida de tabaco cerca de Alquízar y en el corte de caña para el central Habana Libre. Esas experiencias, como le dice a Ernesto Cardenal, contribuyen a su conversión revolucionaria tras “ocho años de estar al margen y a la expectativa por un escrúpulo de conciencia religioso”.
Asombran algunas de sus opiniones recogidas en el libro del cura nicaragüense: confiesa haber llorado cuando Fidel Castro anunció que los Diez Millones no iban (“¿será que Cintio habla así para que lo oiga el chofer?”) y asegura que, tras ir a cortar caña, hacerse miliciano y firmar los manifiestos revolucionarios, al fin lo ha “entendido todo”.
Otros origenistas, incluido Lezama, no comparten este entusiasmo del converso. Desde su exilio neoyorquino, Julián Orbón lee, indignado, la frase de Vitier a Cardenal sobre los fusilamientos de religiosos en La Cabaña.[32] También se las arregla para hacerle llegar a Lezama el número doble de la revista Exilio, publicado el año anterior,[33] donde aparece su ensayo “José Martí: poesía y realidad”.
En ese texto, el creador de la versión más famosa de la Guantanamera dialoga y reconoce sus deudas con Lezama, Cintio y Fina, pero, al mismo tiempo, polemiza con el reduccionismo de Ezequiel Martínez Estrada y su idea del “Martí revolucionario” asegurando que “junto a una idea trascendente de justicia llevan las revoluciones un peso de odio que aumentará a medida que los objetos intencionales se vayan alejando de las zonas de valor más altas”. El ensayo termina acusando a la Revolución de haber traicionado la esencia martiana al plegarse a las formas marxistas del peligro totalitario y recuerda la terrible división nacional, el desgarro que esa traición ha implicado:
“Como hace cien años, cientos de miles de cubanos vuelven a llenar Tampa, Cayo Hueso, Jacksonville, New York, México, Costa Rica, Venezuela, en la aciaga permanencia de un destino migratorio que parece estar en la entraña misma de nuestro ser. No buscaremos razones que nos llevarían a un maniqueísmo fatal; el destino más desgarrador, sea dado desde la prisión, desde el destierro, desde la muerte, desde la permanencia honesta en la actual vida política del país, lo da la horrenda división en sí misma. En medio de esta división debe estar, despedazado, como el cuerpo de Osiris, el cuerpo de José Martí.
Solo creeremos en la revolución que le envuelva de nuevo y le haga ‘casa’ a ‘todos sus cubanos’, en la revolución que no implique necesariamente, en un juego dialéctico infernal, la contrarrevolución cargada con los mismos males que la revolución que divide y odia”.
En su carta de respuesta a Orbón, Lezama le dice que el ensayo le pareció “magistral, por las sugerencias que entraña y por la forma que reviste”, y vuelve al espacio reconfortante de la nostalgia: “qué bien hubiera lucido en Orígenes, cómo hubiéramos celebrado tu triunfo. Es tan necesario que nos encontremos que tendrá que suceder”. Lo imposible posible, por esta vez, no alumbrará potens alguno, solo dolor y lontananza.
El poeta también le pide a su “queridísimo amigo” que disculpe su silencio, le confiesa estar al borde de una depresión y reconoce que “si no fuera por mi buena esposa” hubiera caído en el desespero. Las sucesivas desgracias lo han dejado “inmovilizado y perplejo”. “Ver cómo va desapareciendo nuestra familia, la lejanía de amigos como tú, a veces me llena de pavor”.
Orbón, pese a disfrutar de su segunda beca Guggenheim, tampoco era feliz en Nueva York. Hay consenso en que, a pesar del reconocimiento profesional que recibió en Estados Unidos, su capacidad creativa se vio afectada esos años de su segundo exilio por la lejanía de la tierra elegida como segunda patria.
Mientras Orbón y Lezama se cuentan sus respectivas angustias, Cintio ha sido autorizado a viajar a un coloquio sobre Martí en Burdeos y Gaztelu anda en visita familiar por España. Eliseo Diego ha iniciado labores como miembro de la comisión de publicaciones de la UNEAC y se dedica a recorrer la URSS: lo mismo se le ve en un homenaje a Pushkin en Moscú que en el Congreso de Literatura Soviética de la República de Uzbekistán.
En Madrid, Gastón Baquero sobrevive trabajando para el Instituto de Cultura Hispánica: edita en la sombra la revista Mundo Hispánico —donde solía publicar artículos con pseudónimo—, redacta discursos para las autoridades franquistas y colabora en el guión de España, puerta abierta, un documental del polaco Tad Danielewski sobre la esencia hispana, que acabará confiscado por la censura.
Justo Rodríguez Santos, que en 1967 había sido expulsado de la UNEAC y enviado a trabajar a una plantación tabacalera antes de conseguir emigrar, pareciera la encarnación del “sueño americano” cuando en julio de 1972 se convierte en director general de publicidad de Goya Foods.
Pese a su conversión revolucionaria, las cosas para Vitier no son fáciles. Varias de las tesis de Lo cubano en la poesía son abiertamente impugnadas por críticos como Mirta Aguirre y Nancy Morejón.[34] En otoño de 1972, Cintio decide renunciar a la dirección del Anuario Martiano ante el bando de censura (“discrepancias con un funcionario”, explica él mismo en una entrevista con Arcadio Díaz Quiñones) dictado contra Lezama Lima, Manuel Pedro González e Ivan Schulman: ninguno de los tres podía ser citado, ni siquiera en una nota al pie.
Más tarde, entre 1974 y 1975, deberá esperar a que una comisión ideológica autorice la edición mexicana de su libro Ese sol del mundo moral, que no se publicará en Cuba hasta 1990. Las objeciones de los censores conciernen, sobre todo, a sus páginas sobre José de la Luz y Caballero, Julián del Casal y, de nuevo, Lezama Lima.[35]
En medio de esa realidad hostil, Lezama regresa al ideal del llamado “ceremonial origenista”, ahora adornado con los ribetes de la nostalgia. Cuando el joven poeta Luis Rogelio Nogueras le pide que rinda testimonio de aquella empresa para un trabajo crítico que prepara sobre Eliseo Diego, Lezama le envía “Un día del ceremonial”,[36] donde tras explicar “la necesidad casi fanática que teníamos de hacer revistas” declara que “lo característico de la generación de Orígenes es que casi toda su tripulación se salvó. Se salvaron, más porque eran buenos nadadores que por un tablón de apoyo o una súbita calma”.
A la hora del balance, la aventura colectiva se compara con una expedición marítima que consiguió superar los embates de una meteorología adversa. En esas páginas se habla de la amistad “como un misterio y una decisiva fuerza aglutinante”, se critica “aquel vivir banal y tonto” de los años republicanos, y se califica a Orígenes de “gesta” excepcional que había lanzado revistas y libros como “corpúsculos de irradiación” en medio del vacío.
Aquel “ceremonial de la amistad”, sin embargo, no casaba bien con el creciente exilio, y de ahí la angustia que le provocó a Lezama la salida del país de amigos como García Vega, Orbón o Alfredo Lozano. Esta escisión entre los destinos de los antiguos origenistas, que en los años 70 vieron su estética arrinconada por una serie de anatemas marxistas,[37] fue parte de un proceso más profundo de división y erosión nacional, bien descrito por Orbón en su ensayo sobre Martí.
En medio de ese proceso, Lezama se siente fatalmente atrapado: aumenta su fama en el extranjero, pero en la isla, que es donde siempre ha querido estar y destacar, su voz ha dejado de existir. Una vez más, lo ronda la maldición de un equívoco insalvable, de un desencuentro entre la poesía y la historia. Al final de su carta a Orbón, tras presumirle al amigo sus recientes premios en Europa, remacha con una confidencia amarga: “Pero ya esas cosas, ¿qué nos importan?”.
(Fin de la primera parte).
© Imagen de portada: José Lezama Lima, por Paolo Gasparini, 1972. Cortesía del autor.
Notas:
[1] Envejecida y casi sorda, Baldomera era más un estorbo que una ayuda en la casa. Tras la muerte de Rosa, se había vuelto difícil de manejar y María Luisa se quejaba de que era insoportable, “peor que el comunismo”. Así lo cuenta Eloísa: “Cuando mamá murió y la esposa de mi hermano pasó a ser la señora de la casa, Baldomera no toleraba que suplantaran las costumbres de su ama. Ante cualquier cambio protestaba diciendo: —La difunta no lo hacía así. Y no obedecía sus órdenes”. (Una familia habanera, Ediciones Universal, Miami, 1998, p. 81).
[2] “Eran ya tiempos de gran escasez de alimentos en Cuba y haciendo broma me decía que cuando veía la comida [de Baldomera] se hubiera quedado allí”. Eloísa Lezama Lima, Una familia habanera, op. cit., p. 82.
[3] José Lezama Lima: Cartas a Eloísa y otra correspondencia, Verbum, Madrid, 1998, p. 164.
[4] En esos años era muy difícil contratar una criada en Cuba. “Casi no hay sirvientas ni cocineras. Solo en algunos casos en que una mujer se ha quedado por cariño sirviendo a una familia. No hay sirvientes en Cuba”, le dice Margaret Randall a Ernesto Cardenal (En Cuba, Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1974, p. 23). A principios de 1971, Lezama y María Luisa utilizaban los servicios de alguien que limpiaba y cobraba por horas, pero que, según palabras de Lezama “es muy informal y falta mucho”. También los ayudaba Beba, cuñada de María Luisa. Meses después, una vecina, Nélida, los ayudará en la casa a cambio de una módica cantidad.
[5] En carta a Alfredo Lozano de junio 1971: “Como a mí me ha ayudado mucho mi matrimonio, pienso que es una solución para el artista en su madurez. Llega el invierno y hay que trabajar con las puertas cerradas y la mujer domina con exactitud el arte de las persianas, con el que rescatamos el mundo exterior en su momento de magna eficacia” (Cartas a Eloísa…, edic. cit., p. 368).
[6] Tomás Eloy Martínez: “Último viaje del peregrino inmóvil”, La Nación, Buenos Aires, 29 de septiembre 2007.
[7] Esos símiles burlones aparecen citados por Manuel Pereira en su ensayo “El curso délfico”. Cito de una versión reciente, en la revista digital Literal, 24 de septiembre 2020: https://literalmagazine.com/el-curso-delfico
[8] Carta del 8 de diciembre 1971, de Loló de la Torriente a JLL. Archivo de José Lezama Lima. Miscelánea. Transcripción, selección, prólogo y notas de Iván González Cruz, Centro de Estudios Ramón Areces S.A., Madrid, 1998, pp. 699-701.
[9] Loló de la Torriente, “Fiesta de Natalicio. En los 60 años de José Lezama Lima, en La Habana”, Cuadernos Americanos, 29, 173 (6), México, nov.-dic., 1970, pp. 158-166.
[10] Armando Álvarez Bravo, en Gema Areta Marigó: JLL. La palabra extensiva, Verbum, Madrid, 2011, p. 18.
[11] Lo del carro con chofer fue una petición que hicieron algunos amigos de Lezama a Dorticós en 1970, según Ernesto Cardenal, “porque por su obesidad no puede viajar en los buses de La Habana que son los más atestados de gente que hay en el mundo. Solo sale si un amigo que tiene carro se acuerda de él y lo lleva a alguna conferencia o exposición. (‘Es el escritor cubano de más prestigio internacional, y está enfermo, y es justo que tenga un carrito’, me dice Fina)”. En Cuba, edic. cit. , p. 213.
[12] Aparecida primero en mayo, en uno de los Cuadernos de Marcha (49, pp. 33-36) y luego en el nº 67 (julio-agosto de 1971) de Casa de las Américas.
[13] Lorenzo García Vega, Los años de Orígenes, Bajo la luna, Buenos Aires, 2007, p. 107.
[14] Manuel Pereira: “Julio Cortázar: viaje al centro de la tierra”, Literal, 8 de marzo 2021: https://literalmagazine.com/julio-cortazar-viaje-al-centro-de-la-tierra)
[15] “Lezama le confesó algunos de sus recelos políticos a Cortázar”, asegura también José Triana. “Pero Cortázar, al parecer, decía una cosa con Lezama y otra cuando estaba entre los funcionarios de la cultura cubana. A mí Lezama me llegó a decir: ‘Este es un ingenuo o un canalla, Pepe. Mira el poema que le ha hecho a Haydée’”. (Entrevista con José Triana y Chantal Dumaine, en París, el 19 de enero de 2001).
[16] Hay una clara crítica política en su fabulilla “Con legítimo orgullo”, incluida, como su ensayo sobre Lezama, en La vuelta al día en 80 mundos (1967). El relato cuenta la historia de un país dedicado a un extraño ritual: cada noviembre todos sus pobladores se entregan a la recogida de hojas secas, solo que en lugar de recogerlas directamente utilizan mangostas, luego de haber rociado previamente las hojas con extracto de serpiente. Todo esto parece una evidente alusión en clave a las UMAP y otros ejemplos de represión revolucionaria en los 60. Al respecto, véase el ensayo de Enrique del Risco: “Nitrógeno y mangostas: Julio Cortázar y la Revolución Cubana”, Hypermedia Magazine, 7 de octubre 2019: https://www.hypermediamagazine.com/critica/julio-cortazar.
[17] Hay más detalles sobre esta carta frustrada a Castro en un libro de Xavi Ayén: Aquellos años del boom, Debate, Barcelona, 2014, pp. 236-237.
[18] Ver Carta de Carlos Meneses a Cintio Vitier, del 9 de mayo, Fondo JLL-BNJM 1238. El Premio se entregaba cada año con esta especificación: el impar iba a un poeta con trayectoria (el primero recayó en Octavio Paz), mientras que los años pares estaba dedicado a una obra inédita. Se trataba, sobre todo, de un galardón de prestigio, pues solo incluía una medalla y la promesa de una antología con gran tiraje en Barral Editores. No se concurría, se era seleccionado. La vida del premio fue muy corta, apenas un par de años, lo mismo que el intento de independencia de Barral tras la muerte de Víctor Seix. Hay documentación y correspondencia sobre el premio en la notable investigación y tesis doctoral de Fernanda Bustamante, El asmático insigne, monstruo de Trocadero. José Lezama Lima y José Agustín Goytisolo, editaba por Verbum (Madrid, 2017).
[19] Los diez jurados del premio fueron Félix de Azúa, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José María Castellet, Caballero Bonald, Luis Rosales, el peruano Rodolfo Hinostroza, José Agustín Goytisolo, Carlos Meneses (como secretario) y Octavio Paz, ganador de la edición anterior, como Presidente (su voto llegó por correo). En esa misma ocasión también se entregó un premio especial al poeta catalán Gabriel Ferrater, que se había suicidado unos días antes. Según telegrama enviado por Barral, él, Castellet, Gil de Biedma, Azúa y Goytisolo dieron su voto a Lezama. Eran, también, los pocos españoles que conocían su obra poética, pues en España para esa fecha apenas estaba publicada la antología de Ocnos. En alguna carta, Goytisolo asegura haber provocado “maquinaciones” entre sus compañeros de jurado.
[20] “Félix de Azúa que actuó con éxito: defendió a Lezama Lima con entusiasmo, votó a Lezama Lima y ganó Lezama Lima. Como en los concursos de canciones, premio a autor e intérprete.” Esta frase se lee al pie en Carta de Félix de Azúa a JLL, enviada desde Barcelona, el 12 de mayo de 1972. [En El espacio gnóstico americano. Archivo de JLL, p. 252]. En la misma carta hay una alusión política apenas disfrazada: “Si fuera más asequible la Isla, acudiría a conocerle, pero de momento es casi imposible llegar allí si uno no es un consagrado por la primavera, y yo estoy en pañales todavía”.
[21] “Notas a la actualidad cultural”, en La Vanguardia Española, 6 de junio de 1972, Barcelona, p. 15. El artículo de Díaz-Plaja parece responder a otro, publicado antes por Baltasar Porcel en el mismo periódico: “Exclusivamente, poesía”, 17 de mayo de 1972, p. 15.
[22] El cónsul cubano en Barcelona durante esos años, amigo de varias figuras de la llamada gauche divine, fue Manuel Estévez Pérez, un oficial de la Seguridad del Estado, con amplia carrera diplomática (Praga, Madrid, la Santa Sede, Portugal…) que llamó la atención de la CIA por considerarlo uno de los principales propagandistas de la Revolución cubana en Europa. Véase: https://www.archives.gov/files/research/jfk/releases/104-10186-10391.pdf. Estévez también aparece mencionado en las memorias de Roman Gubern, Viaje de ida, como el instigador del veto a Néstor Almendros, en la película de Glauber Rocha filmada en España Cabezas cortadas: “Su nombre se barajó para fotografiar Cabezas cortadas. Pero el cónsul de Cuba en Barcelona, Estévez, que había sido antes actor de teatro, me llamó para hacerme saber con energía que consideraba impropio que un cineasta progresista del Tercer Mundo, como Glauber Rocha, utilizase los servicios de un gusano como Néstor. Finalmente, por problemas sindicales, Néstor no fue elegido”.
[23] Carta de JLL a Carlos Meneses, 19 junio de 1972, Miscelánea, op. cit., p. 519.
[24] Cartas a Eloísa…, 5 de septiembre de 1974, op. cit., p. 185.
[25] Véase la carta de Julio Macera dall’Orso, responsable del servicio de prensa del Instituto, fechada el 3 de febrero 1972 y recogida en El espacio gnóstico, op. cit, p. 322: “Sobre su viaje estamos a la espera de las noticias que nos dará el Embajador Vilaseca o de comunicaciones directas suyas”.
[26] Gabriel García Márquez, “Los pobres traductores buenos”, El País, 21 de julio 1982. Incluido luego en Notas de prensa (1980-1984), Norma, Bogotá, 1988.
[27] Los adelantos salieron en las revistas Carte Segrete y Nuovi Argomenti. El trimestral literario Carte Segrete, cuyo número inicial fue publicado por Serafini en enero de 1967, incluyó en el número de julio del mismo año la traducción de varios fragmentos de la obra lezamiana. En 1969, la revista literaria Nuovi Argomenti, dirigida por Carocci, Moravia y Pasolini traduce y publica el capítulo VIII de Paradiso con el titolo “In collegio”. Para algunos críticos, ese capítulo tuvo una gran influencia sobre Pasolini y las desinhibidas escenas eróticas de su novela póstuma, Petrolio, que se empezó a escribir en 1972.
[28] Véase también el testimonio de la hija de Rosa y sobrina del poeta, Marta Ana Bustillo Lezama, en entrevista hecha por Rolando Germán Santini: “Mi mamá era una persona muy callada, muy medida, muy religiosa. Él decía que mamá era como una violeta, que cuando le daba el sol se acurrucaba, y entonces por eso fue que él le puso en la novela [Paradiso] Violante”. Video del 2010: https://youtu.be/-1xCNzv-IEQ
[29] Ernesto Bustillo y Sotolongo: “José Lezama Lima: mi semblanza personal”, Revista de la Arquidiócesis, La Habana, 14/02/2010. Ver también las dos cartas de Lezama a Rosa, fechadas en septiembre y diciembre de 1966, publicadas por la revista Vivarium en su número XXIX, La Habana, noviembre de 2010.
[30] Esta carta de Lezama a Rosa estuvo inédita por mucho tiempo, hasta que una editorial madrileña, Del Centro editores, la incluyó en un estuche de lujo junto con el facsimilar mecanografiado del poema “La madre”.
[31] Carta de JLL a Edenia Guillermo, 20 de septiembre de 1972, Cartas a Eloísa…, op. cit, p. 413.
[32] Vitier le dice a Cardenal: “Allí [en La Cabaña] murieron muchos jóvenes idealistas en el paredón. Morían gritando ¡VIVA CRISTO REY! Creían que morían por Cristo y no sabían que estaban siendo utilizados por agentes de la CIA y batistianos. Eso es lo más triste”. Ver las “Palabras a Ernesto Cardenal” de Orbón, En la esencia de los estilos y otros ensayos, op. cit., pp. 159-161.
[33] Exilio, No. 16-17, Nueva York, invierno-primavera de 1971.
[34] Para un análisis detallado de las objeciones de ambas a Vitier y el origenismo, véase el cuarto capítulo del libro de Duanel Díaz, Los límites del origenismo (Colibrí, Madrid, 2005), en especial las páginas 217-219.
[35] Arcadio Díaz Quiñones, “Conversaciones con Cintio Vitier, 1979-1980”, en Arcadio Díaz Quiñones y Cintio Vitier, La memoria integradora, Sin Nombre, San Juan, Puerto Rico, 1987, p. 125.
[36] Ese texto permaneció inédito hasta su inclusión, póstuma, en Imagen y posibilidad (Letras Cubanas, La Habana, 1981), la antología preparada por Ciro Bianchi.
[37] “Al imponerse en la crítica y la historiografía literarias las tesis de los críticos comunistas, en los setenta Orígenes fue completamente marginado como parte de la lucha contra el ‘formalismo’, la ‘evasión’, el ‘hermetismo’ y el ‘apoliticismo’, etiquetas que la doxa histórico materialista convirtió en verdaderos anatemas”. Duanel Díaz, Los límites del origenismo, op. cit., p. 217.
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