Llegué a Adriana Fonte Preciado (Pinar del Río, 1997) por un texto que hablaba sobre la supuesta inclusión de las mujeres en el servicio militar. Me parecía irónico y mordaz cómo ella imaginaba la vida dentro de una unidad. Esperando a que el jevo la visitara cada quince días, le llevara un cacharro con jama y una rueda de cigarros. El jevo le diría que aguante, que un año de servicio la hará más fuerte.
También lo dicen los padres.
Adriana Fonte, por Carmen Cabrera.
Después del servicio se iría a estudiar medicina. Luego de misión a Latinoamérica o África. Y por qué no, hasta Marte si hace falta. Dicen que el MINSAP se compró un cohete para expandir la solidaridad a toda la galaxia.
Es recurrente que el cubano se ría de los absurdos que sueltan los políticos de este país. Desde la moringa hasta el avestruz: la carne de curiel, la tripa de vaca, los cuentapropistas sí, los cuentapropistas no, dólares sí, dólares no. Y ahora, las mujeres al servicio militar activo porque hacen falta más reservas que profesionales.
Así sucede la angustiante vida en Cuba.
Adriana lo resume mejor que yo en uno de sus versos: “transcurre la vida sin más contratiempo que la caducidad”. He empezado a creer que estamos destinados a caducar. Así, sin más emoción: caducar.
La escritura de Adriana explora esa cotidianidad caduca, la repetición y el estancamiento del discurso de un país. Está ligada a lo que pasa y a lo que no pasa en esta Isla.
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Hablo con la escritora. También con la estudiante de medicina.
¿Cuándo escribiste por primera vez?
Me recuerdo con 13 años leyendo un libro que me causó una breve emoción en mi mente adolescente: El ángel terrible, de Carlo Frabetti. Tenía algunos elementos de novela negra que entramaban un amor imposible. Recuerdo entonces que tomé una libreta y me puse a recrear lo que hubiese sido la continuación de aquella historia. Leerme a mí misma me ocasionó tal vergüenza que la desaparecí enseguida acabarla.
Luego descubrí la alta literatura a manos de Ana Karenina. La sensación fue sublime. Dos cosas me llevé de aquella lectura: la primera, que si a algo quería dedicar mi vida era justamente a leerlo todo; la segunda, que yo quería escribir de esas formas (solo en la mente de un adolescente cabe la posibilidad de escribir como Tolstói). Fue una decisión inmediata y radical, mi tiempo sería ofrendado a la literatura.
Adriana Fonte, por Carmen Cabrera.
¿Escribes constantemente? ¿Sobre qué temas escribes?
Escribo constantemente. Me reparto entre escribir para medios y revistas, lo que vaya apareciendo en el camino y llevar mi columna en Mujercitos Magazine, a la que le dedico un poco más de responsabilidad y cuidado. El tiempo libre queda reservado para la escritura espontánea, la que más disfruto hacer, en la que prefiero dejarme derivar.
Escribo de cosas cotidianas, no me complico mucho con ingredientes academicistas. La cotidianeidad me da material para algún que otro poema, unos pocos cuentos y crónicas, los artículos y ensayos se los dejo a la sesión de la metatranca, a la que también le dedico un buen espacio de tiempo ¿Inspiración? Un lugar, un libro leído o por leer, un personaje pintoresco que me encuentre en la guagua… Si algo tiene esta ciudad, es que el surrealismo brota hasta por las alcantarillas, todo es aprovechable.
¿A la hora de escribir piensas en la sociedad cubana? ¿Qué significa Cuba en tu obra?
Cuba es parte indisoluble de todo lo que escribo. En la convulsión cubana radican todas mis energías, aun sabiendo que corro el riesgo de enclaustrarme, de no fluir, de imponerme fronteras y diluirme en el camino. Una vez escribí, en algún lugar, que vivo con la certidumbre de que en un futuro, sin angustias, tal vez Cuba y yo nos entendamos. Pues bien, mientras eso no se logre, a ella sigo dedicando cada una de mis líneas. Incluso luego de llegado ese futuro sin angustias, tal vez no pueda escapar del bucle. Ser isleño es un sentimiento que cala profundo.
Adriana Fonte, por Carmen Cabrera.
¿Qué sueñas hacer con tu literatura en el futuro?
La realidad es acuciante; así que hay que mantener los pies en la tierra, aunque no sea muy divertido. Mi sueño bien podría ser encontrar el punto exacto donde se unen la literatura y la medicina, a la que elegí como profesión, que de alguna forma una complemente a la otra. Las ciencias médicas me dan las herramientas para, entre signos, descifrar una verdad, la literatura no difiere mucho de eso. Sueño con que me salga bien algún experimento, con dar un golpe de suerte. Pero antes sueño con publicar; decir lo contrario sería mentir. Sueño con regalar a un amigo querido un libro de mi autoría y que lo conserve en su biblioteca personal. Bastante simple, ¿o no?
Adriana Fonte, por Carmen Cabrera.
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Ropa tendida
De todas las labores domésticas no existe una que entrañe tales posibilidades filosóficas como el arte de tender bien la ropa o “colgarla”, sinónimo o, más bien, eufemismo que contiene una carga semántica profundamente distinta. A la ropa se le cuelga, a los muertos se les tiende, aunque la ropa al sol semeja un montón de personas muertas.
Las ropas tendidas dicen más de un país que sus banderas, entre ellas transcurre la vida sin más contratiempo que la caducidad. Y así una familia va usando, lavando, zurciendo y (re)utilizando su montón de trapos sucios, podredumbre de la intimidad, depósito de lo que fuimos y disimulamos.
Hábito
Estoy cansada.
Me siento
en el banco de mis viejos
y mis hermanos
a lustrar mis pocos años,
agradecida,
saturada,
inconforme,
maravillada con este Calvario
que llamo patria.
Respiro.
Saludo la bandera.
Questión
Cómo lidiar con este mundo
donde solo somos
una bolsa de valores,
víctimas de la repartición,
cáscara gruesa e impenetrable
de magazines
y brillo.
Cómo lidiar con tanta idea
encerrada en la sien,
cómo hacer trasbordo
en un tren en movimiento.
Enzzo Hernández y la arqueología poética
“Comencé a escribir para conjurar algo a lo que no sabía cómo dirigirme”.