La tristeza en tiempos de Trump

Cada día leo más y más norteamericanas de izquierda. Me encantan. Si algo bueno tiene el exilio, si algún lujo tiene que el gobierno cubano no me deje regresar a casa, es precisamente poder leer y leer la tristeza de izquierda de las intelectuales norteamericanas. Sobre todo hoy, cuando Trump brilla como un ogro de hormonas en la Casa Blanca.

De los hombres, confieso que no sé mucho. Lo siento. Padezco de una especie de misoginia mujerofílica. Y el seguro médico de la universidad donde hago mi doctorado en Literatura Comparada no me cubre esa condición congénita, esa tara post-tiranía que arrastro como una bendición venérea desde la Cuba de Castro.

El otro día, deambulando entre los estantes de Left Bank Books, la librería socialista más solvente de Saint Louis, Missouri, me topé en el reverso de contraportada con su carita de rubia primermundista: sonrisa salingeriana, pelo lánguido de virgen suicida, ojos de juguete diabólico…

Y ya. Me enamoré como un bobo de Melissa Broder, la autora de So Sad Today (Tan triste hoy), su librito de guerrilla pop llamado igual que su cuenta de Twitter (@SoSadToday) y que incluye una veintena de “ensayos personales” en sus ovarios poliamorosos de celulosa.

So Sad Today fue publicado en 2016 por Gran Central Publishing, una editorial radicada entre esas dos magníficas mecas marxistas que en un tiempo remoto fueron conocidas como Boston y Nueva York. Así que este volumen de unas 200 páginas es, todavía, lo que en Cuba se diría una “novedad editorial”. Con su respectivo éxito de ventas y su rosario de elogios avant-la-lettre firmados por otros autores no menos best sellers de la izquierdoteratura yanqui.

Melissa Broder sufre por nosotros en Internet. Jura en su Twitter hecho a golpes de minúsculas que “solo me gusta la gente antes de estar juntos o después de romper”, y que “cuando algo bueno está por ocurrir yo siento que ya acabó”.

También se filma llorando por las calles, al parecer de Venecia. Por supuesto, la Venecia de Los Ángeles, que es la ciudad donde este angelito poliorgásmico habita, come comida que no le cause daño a su karma, consulta gurús espirituales al por mayor, escribe sobre la tristeza del día de hoy, y, acaso un día no muy lejano del ya no tan nuevo siglo XXI, se suicidará en plena transmisión en vivo por sus redes sociales.

Melissa Broder no tiene edad ni siquiera en Wikipedia. Tampoco le hace falta. De hecho, es posible que ya se haya suicidado y simplemente su video aún se esté subiendo a su Vimeo (porque YouTube lo censuraría demasiado rápido para su gusto). A cambio de su aparente pánico a la vejez ha publicado, desde el 2010, cuatro poemarios cuyos títulos en inglés son más o menos intraducibles a una lengua tan literaria como el español.

En So Sad Today, esta rubita cósmica de Pennsylvania le deja un legado de qué-cosa-es-ensayar a los ensayistas cubanos. Nada de erudición arrogante. Nada de notas desiderionavárricas al pie o como sustitutas del texto. Poca concentración. Copia y pega de chats pornográficos. Recetario farmacológico. Cero polémica y mucha pataleta. Primera persona oral por delante y por detrás.

Y un etcétera emético donde nos explica a sus seguidores ―más que a sus lectores― su fetiche con los vómitos a la hora de ―sí, en efecto, ¿qué le vamos a hacer?― venirse pixeladamente frente a la pantalla de su laptop.

Estos son ensayos para leer con una sola mano, como toda la literatura erótica que no se respete a sí misma. Escritura desvergonzada, propensa a las vergas y a las vaginas, entre otros fármacos existenciales.

Si bien es cierto que, en general, y como norma, el exilio es el lugar donde uno lee con una sola mano, así se trate de una monserga del cardenal Jaime Ortega o del testamento del comandante Fidel Castro que su hermano menor nos escamoteó.

En el exilio cubano hace ahora demasiada soledad, demasiado silencio, demasiada distancia.

En fin, demasiada tanta tristeza hoy como para no virarnos las vísceras al revés mientras leemos a esta muchacha de izquierdas.

Desleírse al leer, imaginando el milagro millennial de una izquierda militante y, si pudiera, militarmente anti-Trump.

Una izquierda copiosa de copos de nieve que, a su vez, imagina una California independiente de los Estados Unidos y acaso anexada a Cuba por su cordón umbilical.

Con un cable de Univisión tendido por Jorge Ramos de este lado y por Rafael Serrano del lado de allá, en un arcoíris de alegría plebiscitaria desde el Golden Gate hasta la Plaza de la Revolución.

Una contramuralla que vaya desde el Río Bravo hasta la Gran Piedra (que ya no está en la Sierra Maestra, sino al ladito de José Martí en el cementerio de Santa Ifigenia).

Como no podía ser de otra forma, Sister Melisa Broder nos deja como bonus-track su correo electrónico real en uno de los ensayitos de libro. Helo aquí ahora, perversillos: sosadtoday29@gmail.com.

Ya puedo compartirlo en paz con ustedes, los cubanos, porque yo le he escrito a ella antes. Y me ha respondido. Soy casi su compatriota (este año me toca hacerme su conciudadano). Y, al contrario que ustedes, los de la Isla, tengo la ventaja de coger aviones en libertad.

Iré a por ella desde el Mid-West hasta el Océano Pacífico. Y, si mi inglés de ultraderecha no me traiciona, reviviré radicalmente la sentencia que Melisa Broder impone en su ensayo “El amor en los tiempos de chakras”, cuando un amante de ocasión le dice, al despertar, que ella fue un desastre en la cama porque, deprimida o drogada, no paraba de llorar:

When you are lonely and blacking out in strange places, you let other lonely people do what they want to you.

Como dirían en ese clásico del corazón televisivo de nuestro totalitarismo que fue el programa Escriba y Lea: “por esta vez sin información visual”. Que lo traduzca, pues, cada cubano, en la medida en que la tristeza de cada cual se lo permita.

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Melissa Broder se filma llorando por las calles, al parecer de Venecia: