I
La ceniza dispersa y sin la excusa
de borrar el camino y los atajos
que nos resguarden de los espantajos
y del influjo de una mente obtusa
Otro día, las nubes y el informe
abierto, calmado y sin digresiones
asido al marco de las ilusiones
y aparatosamente disconforme
con la última promesa incontenible
desde la altura del discurso lleno
de panes con sabor irresistible
pero que nos recordarán el trueno
la ceniza, el dolor aborrecible
la distancia entre el martirio y lo ameno.
II
El páramo, la soga, el precipicio
completan el ajuar de la vileza
que nos ofrece la cruda certeza
de la universalidad del suplicio
Las promesas en su avidez notoria
de entregarnos en bandejas de plata
el augurio que el profeta desata
con gestos que denotan la euforia
cuyo fin es la expedita mutación
del vergel espacioso y rozagante
en un huerto de verdades amargas
sobre la impunidad sin atenuante
el nulo significado del perdón
y el lomo con las insufribles cargas.
III
Otra vez las notas del himno patrio
acompañando los rudos afanes
del déspota con sus sumisos clanes
de guerreros que piden desde el atrio
una señal para el comienzo urgente
del ataque contra los pertinaces
críticos del teatro y los disfraces
del bulo y la moral incoherente
por la cuantiosa variedad de tonos
que surgen del pánico establecido
por las cadenas y los abandonos
en medio de los golpes y el zumbido
del sable a la altura de sus enconos
haciendo trizas el común sentido.
Foto de portada: Nicolás Poussin.
El lado amable del invierno
La Habana vive en mí, respira y se revela como algo que no podría definir con exactitud, pero que me mantiene siempre a la expectativa de verla con otros semblantes.