No es secreto que este gran país, Estados Unidos de América, se encuentra atravesando por tiempos en extremo riesgosos para su supervivencia como faro universal de las libertades democráticas, el libre mercado, el Estado de derecho y los derechos humanos.
Este complicado contexto se evidencia a partir de los resultados de las elecciones de mitad de período (mid-term), los que muestran la polarización política actualmente existente en el país. Esta realidad marca el fin de una época signada por la anuencia bipartidista, así como el inicio de un nuevo período caracterizado por la lucha de las élites de la antigua política para mantener su poder hegemónico detrás del trono.
Este enfrentamiento resulta más evidente hacia el interior del Partido Republicano. En particular, a partir de la irrupción en 2016 de Donald J. Trump en el escenario político nacional, cuando fue electo como el presidente número 45 de la mayor democracia del mundo.
Resulta significativo destacar que la política de “América Primero” impulsada por Trump se fundamentó en 10 principios básicos:
- Hacer que la economía funcione para todos los estadounidenses.
- Reformar el sistema de salud.
- Restaurar el compromiso de Estados Unidos con la libertad, la igualdad y la autonomía gubernamental.
- Otorgar a padres y madres más control sobre la educación de sus hijos.
- Combatir la trata de personas y derrotar los cárteles de la droga.
- Asegurar la paz a través de la fortaleza y el liderazgo estadounidense.
- Hacer que Estados Unidos sea energéticamente independiente.
- Dificultar el fraude electoral.
- Establecer comunidades seguras para que todos los estadounidenses puedan vivir en paz.
- “Drenar el pantano” de la política profesionalizada.
La nueva agenda de Trump, además de romper con el consenso bipartidista ante un mundo globalizante, permitió también visibilizar dos hechos muy preocupantes: la infiltración de la extrema izquierda en las instituciones estadounidenses y el enfrentamiento entre la élite del Partido Republicano o GOP (Grand Old Party) y la nueva generación patriótica emergente del movimiento MAGA (Make America Great Again).
Los decepcionantes resultados obtenidos por los candidatos republicanos en las recientes elecciones de mitad de período, sumado al anuncio del expresidente Trump de aspirar a la presidencia en 2024, arrojan serias dudas sobre lo que podrá ocurrir en las próximas elecciones presidenciales. En especial, si se tiene en cuenta que el movimiento MAGA habrá de enfrentar no solo a los candidatos demócratas, sino al propio establishment republicano: una élite de poder reacia a admitir el liderazgo de Trump para “drenar el pantano” en Washington. Por esta razón, no pocos analistas prevén que ocurra una reforma profunda en la visión y misión del Partido Republicano.
Otro aspecto a considerar es el control que recién ha obtenido el Partido Republicano en la Cámara de Representantes, lo cual podría abrir las puertas legales para que sus congresistas inicien investigaciones imparciales sobre temas tan sensibles como los fraudes electorales, los sucesos en el Capitolio Nacional el 6 de enero de 2021 y los escándalos de corrupción de Hunter Biden (hijo del actual mandatario) y Anthony Fauci (asesor-jefe médico de la Casa Blanca).
Pero la gran pregunta es, ante la inevitable salida de Nancy Pelosi, ¿quién presidirá la Cámara de Representantes? El candidato natural sería el líder de la minoría republicana: Kevin McCarthy. No obstante, no se pueden descartar otras opciones para renovar este cargo clave.
En cualquier caso, la administración Biden tendrá que lidiar en breve con un escenario político muy complejo que se extenderá por los próximos dos años, en los que lograr un acuerdo bipartidista pudiera parecer un objetivo inalcanzable.
Por otra parte, una realidad parecida pudiera ocurrir al interior del Partido Demócrata, con la diferencia de que son los candidatos que representan a la extrema izquierda quienes ahora desafían el poder de las élites tradicionales. Esto se potenció tras la inesperada derrota de la exsecretaria de Estado, Hillary Clinton, en las presidenciales de 2016 —un golpe propinado por la inesperada popularidad de Donald J. Trump, lo cual a su vez redundó en la activación y ocupación de espacios por parte de los candidatos radicalizados del Partido Demócrata, apoyados en los movimientos sociales de años recientes, como ANTIFA y Black Lives Matter, entre otros.
En ambos casos, los radicales proclaman agendas supuestamente centradas en la defensa de los servicios públicos y en la lucha contra las desigualdades sociales. Sin embargo, a la postre son plataformas contrapuestas a los principios políticos y económicos establecidos por los Padres Fundadores de la independencia y democracia estadounidenses.
Respecto a los resultados de la próxima elección presidencial, si bien es cierto que se puede presumir la existencia de algunos desacuerdos ―y hasta álgidas controversias― al interior del Partido Demócrata —por ejemplo, en la implementación de medidas de impacto sociopolítico durante los dos años restantes de la actual administración Biden—, la izquierda también prioriza mantener la imagen de una fuerte cohesión política en tiempos decisivos para su subsistencia y afianzamiento en el poder.
Lamentablemente, el establishment republicano parecer encontrarse bastante desconectado de sus nuevas y crecientes bases populares; así como de los peligros reales por los que atraviesa la sociedad estadounidense a corto y mediano plazo.
En estos tiempos en los que se evidencia el declive de la influencia estadounidense en el ámbito mundial y la polarización política al interior de esta sociedad ―inmersa hace años en una profunda crisis de valores―, me atrevo a aseverar que Donald J. Trump y su postulación para 2024 continúan siendo la única opción posible para que Estados Unidos retome el liderazgo mundial, y se logre entonces la estabilidad interna necesaria para garantizar los principios, valores y tradiciones que los Padres Fundadores legaron para todos los ciudadanos que creen en las libertades individuales.
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