Cultura cubana, ¿baluarte o activo del autoritarismo?

El pasado 18 de octubre, representantes de la Misión Permanente de Cuba ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ratificaron la cultura del país “como uno de sus baluartes”. Este encuentro formó parte del conjunto de actividades organizadas por la embajada cubana en Washington en homenaje al Día de la Cultura Cubana, que este año se dedicó a los aniversarios 120 del escritor Alejo Carpentier, a los 65 del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y a los 20 de las Brigadas de Instructores de Arte.



Imagen del encuentro, Misión Permanente de Cuba ante la ONU, Nueva York. Foto: Prensa Latina.


El 20 de octubre fue igualmente recordado por las representaciones diplomáticas cubanas en el exterior en varias de sus respectivas sedes, con presencia del cuerpo diplomático de otros países aliados. En estos eventos se revalidó la narrativa de la política cultural dominante, que entiende la cultura cubana oficial como “una trinchera moral que enaltece la obra emancipadora de la patria”.[1]



Imagen de la celebración en la embajada cubana en Washington. Foto: Prensa Latina.


Cultura oficialista vs. crisis en Cuba

Estas veladas ocurrieron al cierre de la misma jornada en la que Cuba quedó totalmente a oscuras debido a las limitaciones de combustible y la precariedad de las infraestructuras energéticas, conduciendo al colapso del Sistema Eléctrico Nacional. Un día antes, el Gobierno había anunciado la incapacidad de responder a la demanda mínima y la consiguiente suspensión de las actividades “menos vitales”, incluidas las escolares y las culturales. Hace meses que dos tercios del país sufren un programa de ahorro de combustible materializado en cortes de electricidad de hasta veinte horas por día. Justamente, durante el fin de semana en que diversas misiones diplomáticas cubanas en el extranjero celebraban el Día de la Cultura Nacional, los cubanos no tuvieron espacio para la conmemoración de la fecha: carecían de energía eléctrica, de agua potable, de gas para la cocción, de señal digital para comunicarse con sus familiares, entre otras tantas penurias. Además, mientras el oriente del país era atravesado por el huracán Oscar, la gente no tenía idea del peligro que se avecinaba, estaban incomunicados. La Defensa Civil no se activó y los vecinos salvaron las vidas que pudieron en medio de ríos crecidos y el colapso de una represa que nadie pensó en aliviar. Se cuentan por decenas las personas desaparecidas. Las comunidades y cultivos yacen bajo el fango. 

Ajeno a la responsabilidad que les atañe, horas antes de la llegada del fenómeno meteorológico, Miguel Díaz-Canel y Manuel Marrero, presidente y primer ministro, respectivamente, comparecían en la televisión nacional vestidos de verde olivo, criminalizando a las personas que habían manifestado su disgusto durante las largas horas de oscuridad y la pérdida de alimentos, llamándolos “borrachos” e “indecentes”. Una vez más se demostraba la personalización autoritaria que rige el sistema político cubano, desde la (des)protección territorial hasta lo (anti)cultural. Los paralelos entre autoridades que intentan ganar crédito y legitimidad con uniformes militares y la despersonalización de una “otredad” impuesta a los cubanos (a los que disienten, a los que se manifiestan, a los que muestran su preocupación genuina, a los que critican o revisan) componen el discurso post 1959, desde Palabras a los Intelectuales en 1961, hasta los más recientes enunciados políticos de 2024. 



Comparecencia de Díaz-Canel y Marrero en TV nacional. Foto: Cubadebate.


Cultura, deshumanización autoritaria y policrisis

No hay diferencias en la banalización y la vulgarización del poder sobre ciudadanos que, privados de todo, exigen respuestas en medio de una crisis humanitaria o sobre artistas que, despojados de su libertad creativa, buscan otras formas de contestación cultural con arraigo en la comunidad. Es la misma postura autoritaria la que desprecia y judicializa a los manifestantes en Manicaragua (2024), a los de Caimanera (2023), a los de todo el país (2021), y la que ningunea, persigue, expulsa o condena a artistas e intelectuales como Maykel Osorbo, Luis Manuel Otero Alcántara, Hamlet Lavastida, Tania Bruguera, Anamely Ramos, Omara Ruiz Urquiola y muchos otros. Debemos preguntarnos entonces si la deshumanización autoritaria no es consistente con la crisis estructural, y esta última determinante en la salud de la cultura.

Las propias declaraciones del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex), fachada promocional del régimen para su diplomacia pública y soft power, parecen apropiarse de la crisis como justificante que arrasa asimismo con la cultura, pero también apelando al mismo anatema del sacrificio ante las carencias:

En el contexto contemporáneo, donde las expresiones culturales son esenciales para la resistencia y la continuidad de nuestro desarrollo social, este día resalta el papel fundamental que juega la Cultura en la vida cotidiana del cubano (…) el arte y la creatividad sigan siendo motores impulsores para la transformación, el desarrollo de nuestra sociedad y la unidad de nuestro pueblo por la defensa de nuestra identidad cultural (…) como recurso de resistencia, continuidad y  defensa  de nuestra soberanía nacional.[2]

Sin dudas, la cultura como conjunto complejo de prácticas, conocimientos y símbolos que son compartidos dentro de la identidad colectiva, es igualmente susceptible a los embates de la policrisis, como lo son otros elementos de la sociedad. Pero esta vulnerabilidad se profundiza en autoritarismos de bajos ingresos como el cubano, donde la reducción de presupuesto, la desinversión y deterioro del sector cultural, así como la distribución personalista de recursos determinan igualmente una mayor restricción de las libertades de creación y de expresión, mayor represión a artistas e intelectuales, mayor erosión del patrimonio cultural y, en general, un panorama desmotivador que induce a la emigración de profesionales de la cultura y a la pérdida significativa de talento y creatividad. Lamentablemente, todo lo anterior es harto conocido por los cubanos. 

Aun así, no deja de sorprender e indignar que las autoridades cubanas, expuestas en esta crisis de legitimidad, recurran a la cultura como “baluarte” y símbolo de representatividad del mensaje oficialista. Aunque por años las creencias, valores, costumbres, tradiciones y artes en la Isla han sido diametralmente intervenidas por las instituciones oficialistas en virtud de una sola narrativa, este nuevo control y manipulación estatal durante un desastre humanitario del calibre ya descrito quiebra varios supuestos paradigmas. 



Abel Prieto, presidente de Casa de las Américas, en el coloquio internacional Patria (2024). Foto: Resumen Latinoamericano.


En el discurso oficial cubano, la crisis como justificación intenta maquillar la más profunda deshumanización y negligencia ante las condiciones de la nación, de sus habitantes, de su legado. Esta negligencia se cifra para los cubanos en el colapso de las prestaciones más básicas en una sociedad moderna, y en el desinterés por los rasgos más elementales de la vida digna. La dicotomía entre conmemoraciones políticas hacia el exterior, usando recursos públicos y apelando a herencias culturales vs. el retroceso atroz de los estándares mínimos de vida país adentro, dan cuenta de la total incompetencia política de un estamento de poder que se anuncia como garante social, económico y cultural.

El ODC advierte que la policrisis en Cuba, o al menos de la manera en que es abordada por el Gobierno, vislumbra impactos a futuro que comprometen los rasgos más profundos de la identidad nacional. Más allá del colapso económico, del descrédito político, de la emergencia social, el secuestro de la narrativa plural que le concierne a un país y a sus diversas autonomías ha generado en las últimas décadas múltiples crisis de rituales, símbolos y figuras con las que podamos repensarnos los cubanos, un despojo inducido, premeditado y sistemático.

El ODC señala que la pobreza, en las dimensiones vistas en Cuba, es una señal de violación de la autonomía social, de negligencia e injusticia gubernamental. Allí donde una sociedad se mantiene imposibilitada de pensar más allá del acceso inseguro a los servicios más básicos, la crisis no puede verse como un factor ajeno y coyuntural, sino como un mecanismo de dominación intencionado. Urge abordar las violaciones a los derechos humanos más allá de incidentes en contextos bélicos (genocidio, limpiezas étnicas, violaciones masivas), incluyendo otras atrocidades que vulneran los derechos a la libertad, la vida y la propiedad. 

Los derechos culturales y socioeconómicos parten de un principio de obligación estatal del que se desentiende la institucionalidad en Cuba. Pero el conflicto va más allá, el poder no se lava las manos solamente, sino que manipula activamente elementos socioculturales como el calendario y la historia nacionales, los códigos y cánones referenciales, las narrativa y apelaciones que deberían pertenecer y ser enunciadas desde el civismo autónomo y no desde el Gobierno. La cultura así secuestrada, como legitimación, justificación y distracción de un poder que la instrumentaliza, es un despojo infame y una afrenta para un pueblo cada vez más cercado y extenuado.





Notas:
[1] Ver en: https://www.prensa-latina.cu/2024/10/18/dia-de-la-cultura-cubana-reune-a-colectivo-de-embajada-en-eeuu/
[2] Ver en: https://misiones.cubaminrex.cu/es/articulo/20-de-octubre-dia-de-la-cultura-cubana-0





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