En tiempos recientes, cuando las discusiones sobre la campaña convocada por el Movimiento San Isidro (MSI) a un diálogo nacional se volvieron el acostumbrado paisaje inflamado de las discusiones en redes sociales, pensaba en todas las posibilidades que son excluidas. No solo aquellas que se incluyen por un entendimiento desacertado de la propuesta —por razones varias, incluidas un mal diseño y una negación del lado de los receptores a escuchar más allá de asociaciones inmediatas de la reactividad—, sino también las que obedecen a una dificultad para imaginar otras posibilidades, tanto conceptuales como prácticas.
La imaginación política, como cualquier otra, no es creación sobre la nada, como la creación ex nihilo de los mitos; es más bien siempre una operación de (re)creación basada en la memoria. La relación entre la imaginación y la memoria la tiene más clara la neurociencia y la psicología que la sociología; pero es posible reconocerla en dos direcciones: de la memoria a la imaginación y de la imaginación a la memoria.
Es por eso que el reavivamiento de la sociedad civil cubana de los últimos años se ha acompañado de un intensivo accionar por la recuperación de la memoria. Recordar no solo nos permite saber quiénes somos y de dónde venimos, también a dónde vamos. Lo que la imaginación introduce en esa frase es que ese “a dónde vamos” puede y debe ser inventado. No será un resultado mecánico o aleatorio de fuerzas en pugna —aunque ello supondrá una lucha contra la inercia de esas fuerzas— sino uno en el que los aprendizajes de la memoria podrán traducirse en senderos iluminados por la imaginación política.
Más que diálogo, las posiciones de personas y organizaciones de diversa clase que reconocen la necesidad del fin del régimen necesitan encontrar que son formas de articulación; articulaciones que no pretendan conducir a una unidad homogénea —tal cosa es una fantasía que solo puede ser lograda a costa de la imposición de la jerarquía y la eliminación de la diferencia, y aun así nunca por completo—, sino que parten del reconocimiento mutuo y la capacidad de tomar acuerdos coyunturales; articulaciones que puedan compartir un objetivo, pero no necesariamente una ideología, una visión del mundo, un tipo de prácticas o un conjunto de creencias.
Tal posibilidad ya ha sido explorada en la vida política de la sociedad civil cubana y puedo dar cuenta parcial de ella, pues participé en ese colectivo ecléctico y movible que fue Voltus V, creado en 2007 y activo durante poco más de dos años.
Voltus V fue eso, una articulación de colectivos y grupos de lo que entonces se denominaba cultura alternativa para apoyarse entre sí desde una posición de independencia de las instituciones.[1] En la declaración de visión del proyecto, se describe como “zona de experimentación alternativa”, “red horizontal [no jerárquica] de comunidades/personas/proyectos”. Pretendía avanzar, decía, “desde nuestras cotidianidades y proyectos, por una participación consciente, estratégica, y creadora, hacia un espacio propio —sostenible, autónomo, democrático, libertario— de Unidad en el respeto a la diversidad”.
Algo semejante a Voltus V no explicaría hoy sus motivaciones en estos términos. Unidad y diversidad sirven para explicar muchos fenómenos; pero la primera ha sido desvirtuada consistentemente por el lenguaje oficialista hasta terminar asociándola con hegemonía, homogeneidad y participación forzosa en planes ajenos.
En aquel entonces, sin embargo, “unidad en el respeto a la diversidad” se refería al intento de conservar las diferencias en el espacio común del reconocimiento y el apoyo mutuo —que se tradujo en muchas ocasiones en el involucramiento de unos grupos en los emprendimientos de los otros, ya como acompañantes ya como participantes directos—, y una “aspiración común” que compartían todos los integrantes, definida de manera abierta, más como el entrecruzamiento de las aspiraciones particulares que como la selección de una aspiración única.
La idea de la unidad derivaba también de la serie japonesa de dibujos animados homónima, cuyo lema era “¡Vamos a unirnos!”. Nos parecía que el nombre, el llamado y la nostalgia compartida de haber crecido viendo aquella serie constituían referentes perfectos para lo que queríamos hacer.
En Voltus V confluyeron proyectos muy disímiles, con preocupaciones que iban desde el software libre hasta la transformación social a través del arte y la reflexión crítica. De manera permanente o durante un período pertenecieron a él: OMNI Zona Franca, la Cátedra Haydeé Santamaría, la productora Matraka, el proyecto Descontaminación Mental, el grupo Nuestra América, Zorph Dark —un pequeño grupo interesado por el software libre y la educación informática—, RadioBemba —un proyecto de divulgación de cultura—, Grupo 1 —creadores del Festival de Rap en Alamar— y algunos otros.
Los siguientes puntos, tomados de una de las relatorías de los primeros encuentros de ese espacio de reconocimiento y apoyo mutuo, explica nítidamente el alcance de esa unidad; que ahora tendría más sentido llamar tal vez articulación:
- una aspiración común;
- espiritualidades;
- esfuerzos unidos en la pluralidad, moviéndose a contracorriente;
- discursos menores, palabras sueltas escritas en los márgenes de las instituciones;
- autoconocimientos, búsquedas de verdades, de amores, de libres albedríos;
- autodefensas antimperialistas (imperio: lo opuesto a la plena y libre realización individual y colectiva);
- valores sociales y culturales (si los hay), leyes universales y naturales que debemos respetar (si las hay);
- ofertas/demandas de dimensiones culturales disímiles;
- los individuos, la sociedad y el cosmos, siempre en (r)evolución;
- diversidad de oportunidades para conciencias renovadas;
- terapias grupales, psicoanálisis, propuestas de saneamiento del entorno cotidiano;
- participaciones personales activas, horizontales, solidarias, socializadas;
- saberes para comunicarnos, dialogar y concertar entre nosotros y con los de fuera;
- redes de reflexión crítica y de acción comunitaria;
- ofrendas de sueños y posibilidades reales de cambio(s);
- estructuras flexibles y precisas para la coordinación, el diálogo y la autoprotección;
- trabajos barriales, fiestas, talleres, eventos, conferencias, poemas, festivales, webs, caminatas, conciertos, exposiciones, excursiones, revistas, redes digitales, retiros espirituales, publicaciones, artículos, ensayos, narraciones, diseños, bibliotecas;
- proyectos culturales que no queremos que desaparezcan por estar solos;
- proyectos ambientales, tecnológicos y de conocimiento con todos y para todos;
- proyectos sociales para nuestra Cuba de ahora y de pasado mañana; y
- Cuba, con las andanzas libertarias de otras gentes del planeta.
Mi incorporación a Voltus V fue de la mano con la comprensión de que transformar la sociedad cubana no era posible desde las instituciones. Había explorado durante años, junto a un grupo de amigos, los límites de la libertad que podía ser ejercida en un espacio institucional. Resultó que el límite estaba impuesto, entre otras cosas, por el deseo de ejercer cualquier libertad fuera de ese espacio. De modo que se volvió de alguna forma inevitable aceptar que, justo por esa razón, por la negación de la institucionalidad a permitir la fructificación de emprendimientos fuera de sí, es que había que crear esos espacios.
Voltus V reconocía no solo eso. La única manera de hacer crecer ese espacio fuera de las instituciones era articulándonos y sosteniéndonos mutuamente. Esta no era una posición compartida por todos los integrantes, pero sí era una que tenía un lugar permanente en las discusiones de los encuentros grupales.
Pocos años después, la expulsión de OMNI Zona Franca de su sede de Alamar, y la suspensión del Festival Rotilla, llevaron a un punto de ruptura irrecuperable la escisión de un sector independiente con el sistema institucional. Voltus V fue parte de ese proceso; aunque en aquel entonces la conformación de esa esfera independiente no pasaba aún por la ruptura radical, sino por la defensa del derecho a una existencia autónoma en la que era posible también la colaboración con las instituciones.
El problema de la ubicación en el espectro de la vida cultural en Cuba, por supuesto, no se reducía a estar dentro o fuera de las instituciones. Algunos años después, quedó claro que el problema de la institucionalidad en el totalitarismo es que funciona como herramienta de control de los discursos. Estar fuera de ella y defender su derecho a existir era una posición radical, cuyas consecuencias no era posible avizorar entonces pero que son claras hoy. Sobre todo porque ese derecho a existir fuera del sistema institucional se traduce directamente en la libertad para pensar de modo crítico y proponer alternativas de vida para la sociedad que no pueden ser controladas o cooptadas, pero ponen a quienes las proponen al alcance de la censura y/o la represión directa.
Fue al amparo y con la disposición de enriquecer mutuamente los proyectos participantes que se realizaron acciones como la celebración del Fuego Nuevo en 2007 por parte del grupo Nuestra América —al que pertenecía—, el espacio de Descontaminación Mental, la Feria Espiritual de 2007 dentro de Poesía sin Finque organizaba OMNI Zona Franca, y algunas ediciones del Observatorio Crítico.
Voltus V no fue único en relación con las dinámicas internas que eligió. Varios de los grupos alternativos o independientes que se constituyeron a finales de la primera década del siglo XXI —y tal vez muchos de los que lo hicieron antes— apostaron por formas organizativas que escaparan a la homogeneidad y las jerarquías rígidas, y que pudieran sustentar prácticas de libertad creativa irrestricta.
Como parte de los esfuerzos por construir un colectivo, en Voltus V se discutió y se dio una autoformación en temas como la concertación, el consenso o el diseño de proyectos socioculturales. En ese sentido, fue una iniciativa más en un largo proceso de contestación desde el arte y la cultura en los márgenes, que tuvo que lidiar al interior con las dificultades implícitas en construir articulaciones plurales, agudizadas por los efectos de la vida en el totalitarismo.
Para una sociedad que vive durante décadas bajo la impronta de una vida marcada por la imposición, la organización colectiva está siempre signada por la dificultad de encontrar formas de llegar a acuerdos. Esas dificultades continúan lastrando todavía los esfuerzos de articulación de la sociedad cubana, pero las experiencias como Voltus V y otras similares han de contarse y reconocerse como parte de un gran esfuerzo de contestación al régimen y también de autoaprendizaje de formas no impositivas de relacionarse, reconociendo el valor del trabajo de todos y la necesidad del cuidado y sostenimiento mutuo. Que podamos crear algo que parezca una democracia, donde haya efectivamente espacio para la diferencia, reconocimiento de derechos y participación colectiva en el diseño y la realización de nuestro destino común, dependerá en mucho de que esos aprendizajes rindan frutos. Dependerá de que podamos eludir la pulsión por crear nuevas homogeneidades y, a la vez, articular modos diferentes de ser y estar y compartir una aspiración común que hoy, a diferencia de los años de Voltus V, es mucho más clara: una sociedad democrática —con todo y las objeciones, pero también la posibilidad de perfectibilidad que ello implica— en la que podamos vivir y tener derechos.
© Imagen de portada: davisuko.
Nota:
[1] Marie Geoffray, investigadora integrante de Voltus V, comenta en entrevista para Havana Times que un intento anterior de coordinación entre colectivos alternativos lo constituyó FramOmUno, con OMNI, Zona Franca —entonces colectivos diferentes— y Grupo Uno.
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