Jorge Wellesley-Bourke: ‘Nuestra historia es mucho más grande que un gobierno tiránico’

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Jorge Wellesley por Jonah Elkowitz.


Jorge Wellesley nació en La Habana en 1979. Se graduó en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro en 1998 y en 2004 en el Instituto Superior de Arte de La Habana, donde fue profesor de pintura entre 2007 y 2012. Vive y trabaja en New Jersey desde 2017.

La obra de Jorge Wellesley es un acto de pensamiento, o mejor dicho, su exteriorización, su estratificación, un proceso tanto de análisis como de síntesis generativa (crear es entrar en sí mismo).

Su trayectoria artística está inmersa en un contexto político y económico muy particular, impuesto desde hace más de sesenta años por el régimen castrista, pero su obra no se reduce a lo político. Con su sutileza poética y filosófica, socava los códigos de creación y percepción del objeto de arte y genera modalidades de representación que dejan entrever un potencial inesperado, para el arte y el pensamiento: revelar la secreta polifonía de lo real.

Wellesley trabaja combinando lengua (textos, vocablos) e imágenes (fotografías, dibujos, pinturas, instalaciones, esculturas, videos). Siempre ha tomado como tema de reflexión, como herramienta visual y no solo como estructura interna de un tipo de arte conceptual, la relación de los conceptos de verdad, realidad y lenguaje. En particular, en el contexto adverso en el cual vivió.

Según él, el arte tiene que ver con la energía, la cual no se traduce ni por mediación de la imagen, ni por mediación de la escritura, sino a través de ambas. Siendo las palabras insuficientes para existir como entidades incorruptibles, imperecederas y puras, han de coexistir con otra cosa, como la imagen.

En sus obras, la lengua no está para enseñar, explicar, analizar. No cuenta historias. Está para significar. Sus palabras resuenan, son como cosas en su condición más física, como material de la representación.

Así, el pensamiento de Wellesley se identifica con la lengua, como una totalidad cualitativa inconmensurable: decir es pensar, es ser; es el canon de la percepción.

El lenguaje hace del mundo exterior un reflejo de sí mismo, esto significa que el mundo exterior es lo que se dice de él, el lenguaje evalúa la dimensión del vacío de las imágenes.

Según Plutarco, Simónides de Ceos llamó a la pintura poesía silenciosa y a la poesía pintura que habla. Porque las acciones que los pintores representan mientras suceden, las palabras las representan cuando ya han sucedido. La conciencia de ambas realidades constituye un rasgo propio a la obra de Jorge Wellesley. Equipara poesía y pintura como dos prácticas asimilables. Concibe la palabra como algo visible, es la imagen de las cosas, materializa el pensamiento.

De cierta forma, prosigue la obra de Marcel Broodthaers e inventa un arte visual en el cual se inscribe “el valor plástico del lenguaje” como modelador y configurador de la realidad inmediata. Este papel del lenguaje como constructor de la experiencia excede el ámbito de la función comunicativa inherente al lenguaje hablado o escrito.

La diferencia entre el texto (portador de sentido) y la imagen (portadora de formas) constituye una dualidad que sirve para institucionalizar las significaciones y las estructuras significantes de una sociedad, las cuales hacen de la lengua algo que nos expresa, nos determina y nos identifica. Como Karl Kraus, Wellesley considera que “cuanto más de cerca se mira una palabra, desde tanto más lejos devuelve la mirada”.


Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia.

Yo nací en La Habana, concretamente en Playa, un barrio quizás un poco más cómodo que cualquier otro vecindario alrededor. Mi familia es de alguna manera el estándar de lo que me rodeaba.

Mi padre es ingeniero mecánico y fue profesor de la Universidad (CUJAE) por muchos años y luego se convirtió en doctor en ciencias con proyectos pioneros en mecanismos para energías renovables en Cuba; un tipo brillante.

Mi mamá fue dentista durante toda su vida laboral, ya hoy está retirada. Es una mujer muy querida por sus pacientes y con una capacidad de estudio impresionante. Tiene títulos de todo tipo, fue jefa de la Comisión Nacional de Medicina Tradicional en estomatología, estudió acupuntura, habla varios idiomas y goza de una envidiable reputación en su medio.

Mi hermano, cuatro años menor, estudió diseño gráfico en Cuba. Aprendí mucho con él de su tiempo en la universidad, de ese mundo técnico-creativo que al final ha influenciado mi obra.

Yo crecí con la referencia académica de mis padres, un tanto alta para mí que era un niño que solo se divertía dibujando. Puedo decir que nuestra familia era ideal, porque por parte de mis abuelos tuve también un mundo de aprendizaje riquísimo y mucho amor y apoyo desde pequeño.


¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico? ¿Cuándo piensas que el arte se convirtió en el centro de tu vida?

Al parecer, mis padres se dieron cuenta bien temprano que mi vocación no iba por el lado de las ciencias. Fue el día en que los llamó un maestro de primaria para contarles que, según él, yo sufría algún tipo de déficit de atención.

Entonces me llevaron a una psicóloga para hacerme los típicos IQ test para esa edad y, después de unas pruebas que, por suerte para mí eran básicamente dibujos, les dijo: “Este niño no tiene ningún problema, solo que es diferente, tiene ciertas habilidades con sus manos”.

Mis padres me llevaron con 9 o 10 años a mi primer curso de artes plásticas en el Museo Nacional de Bellas Artes y esa experiencia para mí fue la imagen perfecta de cómo yo me veía en el futuro.

Yo siempre tuve claro que no quería ser otra cosa que pintor. Y digo pintor, porque siendo niño no tenía idea de la amplitud del término artista y, claro, el camino era más largo de lo que yo pensaba en ese momento. Hoy me doy cuenta que he estado dedicado al arte toda mi vida.


¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

Siempre les doy gracias a mis padres por haberme propiciado el camino. Ellos encontraron a un profesor de pintura y dibujo que preparaba a los jóvenes para hacer las pruebas de ingreso a San Alejandro en un taller llamado Taller de Manero, nombre de su fundador.

Alberto Figueroa fue mi primer profesor de artes plásticas y a él le debo mucho, en particular mi primer acercamiento al dibujo académico, incluso a la historia del arte. En ese taller, el ambiente entre artistas ya hechos y otros estudiantes de mi edad y mayores también era muy distinto a lo que yo había experimentado en la escuela.

Me convencí de que eso era lo que yo quería con todas mis fuerzas y le puse tantas ganas que en unos 5 o 6 meses ya estaba listo para hacer esas pruebas a las que se presentaban más de 400 personas.

Recuerdo el día de los resultados de la primera prueba y yo estaba enfrente de una lista de 100 seleccionados buscando mi nombre, el cual no encontraba. Mi poca confianza me hizo buscar de atrás hacia adelante varias veces sin fijarme en los primeros puestos de la tabla. Resulta que fui el primer lugar en la primera prueba de dibujo. Este fue un momento que marcó mi vida y ya definitivamente confirmaba mi camino.

En 1994 comienzo en San Alejandro y para mí fue como un universo paralelo. Pelos largos, sin uniforme, Rock & Roll todo el tiempo, mucho dibujo al natural, clases de pintura, escultura y grabado. Fueron cuatro años maravillosos aprendiendo de profesores con muchísima experiencia. Entre varios que recuerdo con mucho cariño, estaban Machado, Edel Bordón, Rocío García, y también tuve el honor de ver trabajando a la gran Belkis Ayón y muchos más.

Fue a través de mis colegas que conocí otra escuela muy importante: el Instituto Superior de Arte (ISA). En 1998, me presenté a las pruebas de ingreso del ISA y aprobé junto con cuatro amigos que estudiaban conmigo en San Alejandro. En los cinco años del ISA tuve la oportunidad de conocer y compartir con otros talentosos estudiantes que procedían de otras provincias del país.

Hasta ese momento mi mundo era pequeño; La Habana era todo lo que conocía. Profesores y alumnos de otras partes me hicieron ver la riqueza cultural que tiene Cuba y con el tiempo me di cuenta del potencial que se ha perdido en décadas, por culpa del decadente sistema socialista de enseñanza que, por cierto, solo se resumía a lo que ofrecía La Habana.

No obstante, me siento afortunado de haber tenido grandes profesores como Eduardo Ponjuán, Gustavo Pita, Frency Fernández y Ramón Cabrera. Eso sí, el extra lo aprendí de mis amigos de clase, muchos de los cuales son grandes amigos e importantes artistas hoy.

Del año 2001 al 2004 participé en el proyecto Departamento de Intervenciones Públicas (DIP)[1] a la vez que hacía mi obra independiente. Este proyecto de nueve estudiantes y un profesor, que formó parte del proyecto como un alumno más, nos dio un espacio que la oficialidad en Cuba no podía ofrecer.

Hicimos muchas obras con el carácter de performance o intervenciones cortas en lugares públicos de la ciudad que nada tenían que ver con el arte. De ahí salieron muchísimas obras que quedaron recogidas en materiales de video e incluso en una tesis de grado de una estudiante de historia del arte dedicada al DIP.

Al graduarme del ISA en el 2004, pasé el llamado “Servicio Social” en Galería Habana, donde tuve el privilegio de conocer, en sus propios estudios, a los artistas cubanos más relevantes de la escena nacional y con proyección internacional de aquellos años.

Conocí de cerca la obra de Raúl Cordero, Roberto Diago, Carlos Garaicoa, Ezequiel Suárez, Roberto Fabelo, Yoan e Iván Capote, Manuel Mendive y otros. Ver trabajar y, en muchos casos, colaborar con ellos directamente fue una experiencia que me hizo crecer profesionalmente.

De mi tiempo de estudiante, atesoro a los amigos, las buenas relaciones con maestros que hoy son amigos, con artistas de diferentes generaciones y el conocimiento que ese ambiente genera espontáneamente.


¿Qué es el arte para ti?

Esto debería ser una pregunta fácil de responder, pero llevo tantos años pensando en qué es el arte que podría dar muchas respuestas diferentes y contradecirme siempre.

Cuando era un niño, sabía exactamente lo que era el arte sin darme muchas explicaciones. Creo que es justamente eso, algo muy sencillo pero que sobresale ante lo ordinario y, cuando lo explicas, comienza a perder magia.

No lo veo como los antiguos en su sentido mimético ni mágico religioso, ni tampoco como la contemporaneidad que nos lo ha cosificado, pero sí veo al arte como ese producto que mueve nuestros sentidos y crea dentro de nuestro cerebro una nueva posibilidad de existencia que nos hace escapar de la que creemos real.

Tampoco creo que cualquier cosa sea arte, como parecen aceptar muchos hoy en día. Definitivamente debe tener algunos ingredientes que ahora sí, mágicamente, dan un resultado extraordinario, y estos pueden ser la práctica, la habilidad, la creatividad y hasta un poco de locura.


¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte? 

No sé si pueda yo hablar de evolución, porque esta supone un mejoramiento. Con el tiempo solo he ganado conocimiento y habilidades, pero hay una esencia en la forma de crear de los niños que quisiera conservar en mi trabajo. 

A veces me propongo descontaminarme de los vicios del arte para tratar de ser más creativo. Durante mucho tiempo he variado mis formas de hacer, pero siempre he mantenido un foco en los conceptos de “significado” y “sentido” y lo complejo de esos procesos mentales que, al final, en el arte es donde los veo más evidentes. 

Haciendo un repaso de mi trabajo, creo que me atraen las mismas cosas que hace 30 años: la imagen y el texto, los mecanismos de crear sentido con la pintura, el dibujo o la escultura. Sigo pensando más que nunca que no hay un significado trascendental, que todo lo que nos rodea está expresado de manera arbitraria por el ser humano a través del lenguaje, como decía el propio Ferdinand de Saussure. 

Pero el arte es una ventana de escape que me permite crear ese espacio importante de comunicación con otros, que, aunque a veces sea absurdo, surrealista o metafísico, es más liberador.


¿Cómo definirías tu práctica artística?

Pues, la verdad es difícil clasificarla. Mi trabajo debe ser más parecido a como pienso hoy en día y pienso mucho en la libertad en toda su magnitud. Así que es peligroso para mí definir eso que he hecho con tanta pasión durante toda mi vida. Lo entiendo como una actividad casi fisiológica que primero me satisface a mí y, con mucha suerte, a veces logra conectar con el público.

De esto justamente trata mi obra también, de la imposibilidad del lenguaje de describir una esencia. Por eso, creo que clasificar es reducir, y dar respuestas es seguro equivocarse.


¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?

Creo que hablar de estatus a veces supone una diferencia o un nivel superior con respecto a otras personas. Si tengo que definir mi estatus, es la suerte que he tenido de seguir siendo artista aun habiendo emigrado.

Desde el punto de vista de la tecnología, crear hoy en día es mucho más fácil que hace unos veinte o treinta años, hay muchísimas herramientas disponibles para los artistas.

Desde la perspectiva de la historia del arte, siempre es un reto porque ese pasado pesa mucho y hay que asimilar no solo ese conocimiento acumulado, sino también la información que se genera cada día y a gran velocidad.


¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Para nada; siempre he hablado mucho de mi trabajo como ejercicio lingüístico para entender yo mismo lo que hago. Pero también me alegro de aprender de los norteamericanos algo muy valioso que tiene que ver con el propio idioma inglés: se trata de ser más práctico, hablar menos para ser más preciso.

Y, en realidad, la crítica que más me duele y a la vez respeto es la de mi familia. Quizás porque no hay hipocresía en ella, ni adulaciones. Es sincera.


¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Yo he tenido influencia de artistas muy diferentes entre sí. De algunos puramente conceptuales como Hans Haacke, Joseph Kosuth o Jenny Holzer. He asimilado un universo de posibilidades que vienen de otras esferas, como la semiótica o la lingüística y su connotación política en el arte.

Otros contemporáneos, como Robert Rauschenberg, Bruce Nauman, Christo, que son referencias para mi trabajo y que abarcaron muchos medios, han hecho un tipo de arte que explora la escala, los materiales y nociones no necesariamente visuales, sino sugestivas en la obra de arte como el vacío, el tiempo, el sonido.

Por supuesto que donde más se dio la integración de esas diferentes expresiones fue en la Bauhaus, con Walter Gropius y Moholy-Nagy y su posterior derivación en lo que fue el Black Mountain College, aquí en USA.

La versatilidad de estos artistas siempre me ha llamado la atención y así ha sido mi trabajo: una mezcla de varios medios, pero siempre prestando atención a la significación a través de la imagen.

En la pintura, en particular, los impresionistas y post-impresionistas siguen siendo mis héroes. Ahí está para mí el verdadero encuentro con el lenguaje de la pintura en sí misma, al separarla de la necesidad del realismo y abrirle paso a las vanguardias del siglo XX.

A pesar de que constantemente hablo de un aspecto abstracto en mi obra, y no hago abstracción, lo más cercano que tengo son los minimalistas. Pero también he asimilado a los surrealistas como Giorgio de Chirico o a los pintores más recientes como Neo Rauch o Michaël Borremans.

De alguna manera, todos los que he mencionado están citados sutilmente en mi obra, ya sea en mis pinturas más recientes o en las esculturas y proyectos de gran escala.

Hay un artista que admiro muchísimo y hace uno o dos años me impactó su show en Boesky Gallery en Chelsea NY: es Frank Stella. A sus 87 años ha incorporado lo más reciente en tecnología, más una amalgama amplísima de materiales tradicionales, para crear unas esculturas con una vigorosidad de un artista de 20 años. Él es uno de los artistas que se parecen a lo que siempre he querido lograr, esa versatilidad.


¿Cómo juzgas a los artistas de tu generación, la de los años 2000?

No los juzgo, los admiro. Esta generación que se graduó después del 2000, en realidad estudió en los años noventa en Cuba. Para el que no sepa qué significa esto, se trata del período más anti-especial que se pueda imaginar para un joven artista.

Hacer arte con absolutamente nada no creo que sea necesariamente una virtud, fue una desgracia. Es cierto que esto te obliga a buscar soluciones muy creativas, lo cual mucha gente admira pues los resultados son muchas veces ingeniosos y, materialmente hablando, lo más mínimo representaba un tesoro.

De todos modos, cualquier generación de artistas cubanos pasó por algo similar, a la precariedad material y social hay que sumarle el éxodo masivo que desde los ochenta hasta la fecha ha dejado un vacío enorme en el arte cubano.

Así es que mi generación, en su mayoría, está fuera de Cuba. Los admiro por seguir adelante y reinventarse el camino. Los que quedan en la Isla los respeto muchísimo, especialmente los artistas que el gobierno no acepta como tales y hasta inventó una ley para descalificarlos. Algunos de ellos están presos en la Isla por manifestarse en contra de esa dictadura. ¡Justicia para ellos!


¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?

Durante mucho tiempo he analizado el fenómeno del arte cubano de las últimas cuatro décadas, para entender por qué ha tenido cierta repercusión en el mundo. No hay mucho misterio en esto, pero me tomó tiempo darme cuenta.

Yo creo que el secreto de la calidad y de la cantidad de arte que se produce en Cuba es “el tiempo”. Si algo necesita un artista para lograr hacer una obra de arte, es tiempo. Hacen falta estudios, información, condiciones materiales, pero sobre todo horas diarias y días y años de dedicación a esta profesión, pues un título no te da talento, el resultado de una obra amplia es la disciplina.

Muchos cubanos saben que el comunismo crea pobreza; desde hace mucho tiempo nadie quiere ser abogado, ingeniero o médico en la Isla. Lo digo por experiencia propia. Mis padres llegaron al nivel profesional más alto al que se puede llegar en una sociedad. En cambio, una sola pintura que yo lograba vender superaba ampliamente el salario de ellos dos juntos en un año entero.

Sin darle muchas vueltas al asunto, es más rentable ser artista en Cuba que cualquier otra cosa. Y si te dedicas a ser artista entre tanta pobreza, pues tienes una vía de escape espiritual y monetaria. Ahora bien, muchos artistas cubanos contemporáneos han logrado insertarse en el mercado internacional gracias primeramente a su talento y gracias a un rico ambiente artístico marcado por una tradición cultural de más de quinientos años, con influencias europeas, africanas, asiáticas y finalmente americanas.


¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos?  

Hace casi diez años llegué a Estados Unidos. Aquí me encontré con varias generaciones de artistas cubanos con los que incluso estudié en el ISA. He conocido artistas nacidos aquí que dicen ser cubanos con legítimo orgullo, pues sienten el valor de la cultura que han heredado de sus padres emigrados. ¡Esto es bello!

Me di cuenta que nuestra historia es mucho más grande que un gobierno tiránico y longevo que ha tratado de absorbernos a todos. Los que escapamos de Alcatraz nos llevamos la Isla en el corazón y tratamos de reconstruirla lo más perfecta posible en nuestra memoria.

Hoy vivo cerca de una comunidad de colegas artistas, músicos, actores, escritores, que hablan en “cubano”, “tú sabe”. Mantengo esa cercanía y a la vez me escapo del arroz congrí, pues tengo mucho que aprender de la diversidad que me rodea.

No es casual que mi estudio esté en un edificio en Union City, a quince minutos de Manhattan, NY, donde seis artistas cubanos rentamos individualmente nuestros espacios ocupando casi dos pisos.

Aquí trabajamos diariamente y hacemos open studios con bastante frecuencia. En el 2018, nos reunimos diez artistas viviendo en el metropolitan area of New York y bajo el título Kindred Spirits, Ten Artists by the Hudson hicimos un show que se exhibió en Fewell Gallery of Coral Gables Museum en Miami, Florida.

Esta exhibición es la primera de su tipo que reúne a artistas cubanos que viven y trabajan en el Noreste de los Estados Unidos.


Háblame de tu proceso de creación.

Lo primero es que todo lo veo con el potencial de ser transformado en una obra. Es decir, casi cualquier cosa me provoca una mirada transformadora.

Puede ser un objeto, una palabra, una combinación de colores de un contexto determinado. Tengo ideas en esculturas habitables que rozan la arquitectura, a la vez que hago bocetos para pinturas, uso herramientas digitales para pre-visualizar lo que quiero y luego terminan siendo piezas con la huella de las manos y el uso de las máquinas.

Siempre hay muchos medios presentes, pero luego me gusta clasificarlos y crear series que voy llevando en paralelo. Me inventé el término “Textructures” que uso como síntesis de mi trabajo en muchas ocasiones.

Esto es aplicable a una pintura o una escultura. La razón es que veo la realidad como un constructo sociológico que a veces encierra mucha arbitrariedad, como el propio entendimiento humano. Por eso, en varias obras se puede ver una sola palabra convertida en una escultura un tanto abstracta, o en piezas donde hay que tomar distancia para leer la imagen de una forma no convencional, que termina teniendo sentido.

Me fascina la extrañeza del espectador ante la obra y que tenga forzosamente que buscar pistas para entender de qué se trata, pues así mismo es la realidad: incompleta.


¿Qué lugar ocupa el azar en la elaboración de tus obras?

El azar es algo que he tenido bastante controlado en mi cabeza, pero la mano me da sorpresas aún mejores. Antes era muy metódico, ahora dejo que el accidente haga su trabajo, y me refiero incluso a la idea, pues no hago abstracción, pero sí me gusta la arbitrariedad, la contradicción.


¿Creas todos los días, en qué momento?

Yo no hago una obra diaria, pero sí estoy creando todos los días. Al menos en mi mente me preparo para cuando estoy en el estudio sacarle el máximo provecho.


¿Cuándo sabes que una obra está terminada?

Saber si la obra está terminada es lo más relativo que hay. Todas son diferentes. Hay piezas que termino en dos horas y otras que dejo descansar durante mucho tiempo para luego volver sobre ellas.

Recientemente, empecé a destruir algunas, cosa que nunca antes había hecho, quizás por ese método de ir directo con la obra preconcebida y respetar esa imagen al 100%.

Ahora, incluso, he pintado más libremente un mismo cuadro tres veces encima y sé que está terminada cuando vuelvo sobre la pieza y ella misma me impide seguir tocándola. Es algo que se siente.


¿Qué particularidad tiene la pintura, o el dibujo, para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?

Desde todos los postulados de las vanguardias, vemos cómo la pintura siempre ha estado en peligro de quedar anticuada y se ha demostrado que no. Yo creo que tanto la pintura como la escultura fueron medios muy completos desde el principio y todo lo demás que ha venido como forma artística son solo anexos o derivaciones. Dígase, la instalación, el video art, la performance.

El dibujo es la materia prima de todos estos. Y va más allá de lo tradicional, pues hasta un texto puede ser considerado hoy un dibujo porque encierra una idea. Muchos creyeron que con el suprematismo de Malevich se llegó a un fin de la pintura. Sin embargo, le dio paso a otros movimientos mucho después, como el minimalismo.

La pintura resurge siempre, porque cada marca sobre una superficie es un conflicto único del artista consigo mismo. Ahora, ese reto de la historia del arte que es “ya se hizo antes”, es justamente el miedo de algunos a que el medio no da más. Por la misma razón de que se ha hecho tanto en pintura es por la que los artistas la ven como un reto o el camino más difícil de abordar.


¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas?

Mientras más individualista, mejor. El mercado es una tentación y una traición, yo trato de ser lo más sincero que puedo conmigo. Esa sinceridad lleva consigo una lucha por controlar mi ego. Picasso decía que un pintor pinta lo que vende y el artista vende lo que pinta. Yo prefiero al artista.

Nunca he negado el mercado, ojo, vender mi obra no solo es buenísimo, sino que me da el feedback de que alguien valora lo que yo valoro. No obstante, hay un público ideal, ese que se detiene más de lo normal a ver qué hay detrás de cada obra. Espero que esta entrevista ayude a entender un poco más lo que hago.


¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?

Hay muchas cosas que disfruto e incluso incorporo en mi trabajo, como el diseño gráfico e industrial y, en buena medida, la arquitectura. En la estética de lo que hago se puede ver esa influencia y de nuevo me salta a la vista la Bauhaus.

La que sí me acompaña todo el tiempo mientras trabajo es la música. Yo me autocondiciono con la música, pues tiene ese poder sinérgico. Trato de crear un ambiente en mi estudio que me esclarezca las ideas o me produzca imágenes mentales, y otras veces selecciono algo específico que me ayuda a todo lo contrario: a no pensar. No menciono algo específico, porque en realidad escucho de todo. House music, jazz, rock, depende del proyecto en que esté enfocado.


¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

Creo que el mercado del arte actual ha hecho ricos a muchos coleccionistas y a algunos artistas. Pero yo no soy de los que va a criticar a los ricos, siempre hay casos menos dignos, pero en general son figuras importantes para el mundo del arte.

Para el inversionista en arte, su enfoque es el profit y eso está muy bien; para los artistas debería ser igual. Hay demasiado dinero hoy en el mercado del arte secundario y muchas veces los artistas se quedan fuera del pastel, eso es preocupante.

Ojalá los artistas en general tuvieran suficiente formación financiera para saber salir mejor beneficiados en los tratos y entender su obra también como un negocio. Con esto ha habido mucho prejuicio en todas partes y por mucho tiempo, como si el dinero echara a perder la obra de arte.

El balance mercado-creación es difícil para un artista, pero si lo encuentras, puedes vivir muy bien de ello. Por otro lado, es verdad que hay un sector del mercado que condiciona a algunos artistas, y el que ha ido a una feria de arte puede ver ese efecto fácilmente.

Lo otro que afecta hoy la creación son las social media, con una producción visual nunca antes vista. Hoy todo es muy inmediato y el sentido del tiempo es diferente. El ser humano crea máquinas que a su vez lo ayudan a crear máquinas más rápidas. No obstante, yo creo que esto nos ayuda. Tenemos más condiciones y más posibilidades de promoción con la tecnología de la información, que nos da más libertad a los artistas.


¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

La verdad es que no me puedo quejar, he tenido suerte. No he llevado una relación muy larga de trabajo con ningún galerista, pues me he movido mucho, de La Habana a México DF, donde tuve y mantengo una buena relación con la galerista más grande de arte cubano: Nina Menocal.

De ahí vine a Miami y trabajé con dos galerías por tiempos cortos: Juan Ruiz Gallery y TUB Gallery, ambas en Wynwood, Miami. Después de vivir tres años en la Florida, vine a Nueva York por una residencia de arte en Brooklyn patrocinada por The Cuban Artist Fund.

En el 2017, decidí mudarme a New Jersey y por ese tiempo comencé una buena relación de trabajo con Toth Gallery en NY. Hasta hoy me ha ido muy bien, con total independencia para hacer mi trabajo.


¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

Sin arte se puede vivir, pero con arte se pueden vivir muchas vidas.


¿Cuándo y por qué te exiliaste?

El 2014 fue el año en que logré irme de Cuba. Digo que lo logré porque me quería ir mucho antes. Sólo me ataba mi familia, pero ya se hizo insostenible cundo tuve a mis hijos y, con apenas cuatro y siete años ellos, decidí emigrar pues no tenían futuro allá.

Diez años después, sigo pensando que es la mejor decisión que he tomado en mi vida. De lo único que me arrepiento es de no haberlo hecho antes, así podría reunir más rápido al resto de mi familia conmigo.

De lo que se tiene que arrepentir la dictadura castrista es de robarles el futuro a los cubanos y obligarlos a dejar su tierra. Creo que no hacen falta más detalles.


¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?

En mi obra me fue inevitable referirme a “La maldita circunstancia de la política por todas partes”. Este es el título de una obra que hice parafraseando a Virgilio Piñera, pues Cuba se volvió un engendro de país que no me dejaba respirar. Confundieron la patria con la tierra, con el estado, el gobierno, la familia, la escuela.

Mucho de mi trabajo en esa época era una crítica bastante medida, por cierto, a la propaganda y a la repetición de la mentira y el adoctrinamiento que cubría cada espacio de mi vida. A pesar de no haber sido nunca literal o frontal, fui censurado en la Bienal de La Habana cuando me invitó Juanito Delgado al proyecto “Detrás del Muro” y, después de días de debate, el historiador de la ciudad, Eusebio Leal, prohibió que mis obras se exhibieran en este evento.

Ya había participado antes en la Bienal siendo estudiante y la presión de la censura siempre estuvo presente. Por eso, las palabras Truth, Reality and Language estuvieron presentes en mis obras por mucho tiempo. El contexto orweliano que nos moldeaba la realidad me era muy hostil.

Cuba es un país bello, muy generoso en su clima, la gente es alegre y todo parece una postal cuando hablas desde el exilio, añorando lo linda que podía haber sido. Tener que emigrar impactó mi vida, pero la verdad es que no he querido sentarme a llorar, porque sé que un día todo ese mal se esfumará y, como cubano, aunque no regrese, sentiré una alegría descomunal, estoy seguro.


Jorge Wellesley (galería)



© Foto de portada por Jonah Elkowitz





Nota:
[1] El Departamento de Intervenciones Públicas (DIP) estaba integrado por: María Victoria Portelles, Humberto Díaz, Tatiana Mesa, Heidi García, Analía Amaya, Douglas Argüelles, Abel Barreto, Ruslán Torres, Fidel Álvarez y Jorge Wellesley.





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