El Ministerio de Cultura de Cuba está sin cabeza, sin tronco y sin extremidades. Las personas no están logrando mantener la cabeza sobre los hombros, porque tampoco hay hombros, ni trapecios, ni nudos en los trapecios. El monigote que sostiene la cabeza es un monigote zombi con cabecita de fósforo de la bodega. Es decir: por más que lo apliques contra la lija, el fósforo no prende.
Cuando yo era niña creía que las cajas de fósforos eran tesoros, porque siempre encontraba montones de cajas de fósforos guardadas en alguna gaveta. Me llevaba las cajas en el bulto de la escuela para abrirlas sin que nadie lo supiera, y cuando las abría, los fósforos estaban húmedos. Cabezas inservibles. Tengo que ver si en el Diccionario ejemplificado del español de Cuba está la palabra fósforo.
Antonia María Tristá Pérez y Gisela Cárdenas Molina, dos mujeres que yo no conozco, debieron ser noviecitas cuando escribieron el diccionario. Si no, son noviecitas aquí, en esta breve disertación sobre todo tipo de palabras ilógicas. Ellas escribieron este diccionario que llegó a mis manos para ser entregado a otras manos, pero inteligentemente lo dejé conmigo. El diccionario tiene dos tomos. El primer tomo incluye las palabras del español cubano de la A a la F, y el segundo tomo incluye las palabras de la G a la Z. Ambos tomos tienen más o menos el mismo grueso. Así que en Cuba se habla más con las letras de alante que con las de atrás. Lo cual tiene su mérito.
En la página 200 del segundo tomo de este diccionario, que es el tomo que nos ocupa, está la palabra “minerva” (aparato ortópedico que se emplea especialmente para inmovilizar las vértebras cervicales) y a continuación la palabra “mingo” (bobo, mongo, mansa paloma). Lo de mongo lo introduje yo, no para despreciar, sino para recordar las mil y una veces que le dicen a uno mongo en Cuba cuando hace algo mal o mete la pata, dos cosas que no son lo mismo. Porque mira que hay gente en Cuba haciendo las cosas mal o metiendo la pata. En Cuba y en todo el mundo.
En vez de meter la pata, la gente debería estar, ora escribiendo un diccionario a cuatro manos con su noviecita, tocándola por abajo de la mesa, ora mirando a Kate Winslet en Ammonite, cuando le levanta las cuatro faldas a Saoirse Ronan para chupárselo en una secuencia rápida donde, para mi gusto, se le ve demasiado pronunciada la raya del medio de la cabeza.
En vez de meter la pata, la gente debería meter la mano, sobre todo en el interior de la persona que ama o que tiene al lado. Si no la tiene al lado, buscar la manera de tenerla.
Escribir un diccionario a cuatro manos debe ser tan pornográfico como dejar que Kate Winslet te lo chupe, aunque no se vea. Que no se vea es tan importante como que se vea, incluso más importante. La raya del medio de la cabeza, provocada por un tipo de peinado de su época, es lo que menos importa. Solo por mi ojo investigador (en la escala de categorías científicas: persona que ocupa la categoría inferior), la raya del medio de la cabeza de Winslet me desconcentra y me seca.
Después de “minerva” y “mingo” debería estar “ministerio”, pero no hay ningún ministerio en el Diccionario ejemplificado del español de Cuba. No hay hijo de ministerio ni nieto de ministerio, ni biznieto ni tataranieto. Ni falta que hace descendencia alguna de semejante concepto descarado (cosa sin cara), convexo, al que sería mejor saltarlo que darle la vuelta, por esa curvatura múltiple de pereza, inconsistencia, imprecisión y vulgaridad.
Cuando yo era niña, creía que el Ministerio de la Agricultura de Cuba, al que pertenecían mis padres por haberse graduado, ambos, de ingenieros agrónomos, era un Ministerio de Contemplación. Solo un ministerio contemplador, macarrónico y patético, podía darse el lujo de hacer designaciones tales como: agricultores pequeños, triángulo uno, triángulo dos, triángulo tres, cabeza de vaca.
La vaca es el animal mitológico cubano por excelencia. Al brillar por su ausencia en las carnicerías de un período infinito, se idealiza y alcanza lo mismo que el becerro de oro del Antiguo Testamento: el rango de la mitología. Una mitología especial, tropical, animal y visceral: tengo ganas de comerme hasta el seso de la vaca. En el diccionario de las noviecitas, la vaca es otra vaca: reunir dinero entre varias personas para un gasto o una inversión común.
Acusados de recibir dinero del exterior, los artistas afuera del Ministerio —a los que el Ministerio “puso en su lugar” llevándolos de paseo en un transporte público que forma parte de una propiedad social— lo único que han recibido, si acaso, es gasto de energía e inversión común, rabo encendido y seso de vaca. Los grillos mexicanos también son proteína.
En la ciudad donde vivo varias personas se han puesto de acuerdo para reunir dinero con el propósito de una inversión común: recargar el teléfono móvil de mi mamá. Esas personas somos: mi papá, mi hermana y yo. Recibir dinero del exterior es algo malo, mamá. En Cuba, las cosas que fueron malas hace treinta años todavía lo siguen siendo. Las cosas que fueron buenas no, porque esas, desde el principio, eran ideales.
Otra vaca mitológica en el paisaje cubano, según Antonia María y Gisela Cárdenas, es la vaca sagrada, que no tiene que ser hembra. De hecho, casi todas las vacas sagradas en Cuba son varones y feos. Los ministros y los viceministros; los presidentes y los vicepresidentes; los fantasmas, los zombis y las momias; los poetas de la patria; los poetas del vacío.
Lo que pasa con Kate Winslet y Saoirse Ronan es que no tuvieron el chance de escribir un diccionario. No se amaron de verdad, más allá del baja y chupa; no se chuparon la vida. Despreciaron el lenguaje para usar solo un vestuario que les quedaba chiquito. Las maestras Tristá Pérez y Cárdenas Molina, por el contrario, sí supieron darse caña, sí perdieron la cabeza.
Tampoco es lo mismo perder la cabeza que no tenerla. El Ministerio de Cultura de Cuba tal vez sí tiene cabeza, pero la tiene húmeda, como un fósforo de la bodega dentro de una caja vacía, una caja del Año de la Revolución Energética. O tal vez se convirtió en cabeza de caballo, que no es lo mismo que una cabeza de vaca.
Estoy segura de que la mejor forma de anular toda la violencia de un Ministerio de Cultura triste, enfermo, en agonía perenne, es poniendo amor en cada uno de sus puestos ministeriales. Cuando digo amor estoy hablando de besos, abrazos, caricias, mordidas, pellizquitos y succiones. Noviecitas para arriba y noviecitas para abajo. Que el ministro de Cultura de Cuba sea noviecita del viceministro, que se quieran y se casen. ¡Que la saque, que la saque! Salga usted que la quiero ver bailar, saltar, brincar por los aires… Déjala sola. Sola solita.
Estoy segura, por otro lado, de que le estamos pidiendo peras (demasiadas peras) al olmo. En el diccionario que escribieron este par de mujeres, que no deben haber podido dejar de ser noviecitas (porque para escribir un diccionario a cuatro manos hay que, como mínimo, apretarse), no hay peras ni olmos por ningún lado, pero sí piñas (dispositivo que permite conectar enchufes simultáneamente a un enchufe único). Yo hubiera dicho que la Oda a la piña,aquel poema clásico cubano que escribió Manuel de Zequeira y Arango, lleno de almíbar y de pelitos frutales, no podía faltar, pero faltó.
El día que yo me case escribiré un diccionario.
Miami Century Fox
Los poemas reunidos aquí, en conjunto o separados, / están siendo escritos con la esperanza de algo. / Volver a ver a alguien, tal vez. / Volver a verlos a todos. / Personas con las que sueño a diario, / y en esos sueños las organizo y escondo, / si no las muerdo.