1.
La primera carta de los intelectuales europeos y latinoamericanos a Fidel Castro apareció publicada en francés, en el periódico Le Monde, el 9 de abril de 1971.
“Comandante Fidel Castro.
Primer Ministro del Gobierno Revolucionario…”.
Fidel no fue presidente de Cuba hasta 1976, sin embargo la carta va dirigida a él como máxima autoridad.
“Los abajo firmantes, solidarios con los principios y objetivos de la Revolución Cubana, le dirigimos la presente para expresar nuestra inquietud debida al encarcelamiento del poeta y escritor Heberto Padilla y pedirle reexamine la situación que este arresto ha creado…”.
Aún resonaba, en aquel momento, la simpatía y la solidaridad de artistas y escritores de izquierdas de todo el mundo con el proyecto revolucionario. Un apoyo que se había resentido en los últimos tiempos, debido a confrontaciones autoritarias por parte del gobierno cubano contra quienes se expresaban desde cualquier enclave de lo humano, pero esta carta es testimonio de lo que la Revolución Cubana inspiraba en muchos intelectuales, al menos hasta ese instante.
“Como el gobierno cubano hasta el momento no ha proporcionado información alguna relacionada con este arresto, tememos la reaparición de una tendencia sectaria mucho más violenta y peligrosa que la denunciada por usted en 1962, y a la cual el comandante Che Guevara aludió en distintas ocasiones al denunciar la supresión del derecho de crítica dentro del seno de la Revolución…”.
Una revolución, al menos en teoría, debe hacerse también con sus contradicciones. Lo beneficioso, para todo aquel que viva una revolución y la lleve a cabo, es que estas contradicciones pueden servir para identificar lo mejorable y lo prescindible, para potenciar lo positivo. Parece que así fue alguna vez en Cuba. Luego, nunca más. Sobre todo, a partir de este punto: nunca más.
“En estos momentos —cuando se instaura en Chile un gobierno socialista y cuando la nueva situación creada en Perú y Bolivia facilita la ruptura del bloqueo criminal impuesto a Cuba por el imperialismo norteamericano— el uso de medidas represivas contra intelectuales y escritores, quienes han ejercido el derecho de crítica dentro de la Revolución, puede tener repercusiones sumamente negativas entre las fuerzas antimperialistas del mundo entero, y muy especialmente en América Latina, para quienes la Revolución Cubana representa un símbolo y estandarte”.
Repercutió negativamente, de hecho. El asunto es que quedó subrayada, como pocas veces en esa década, la idea de que con los intelectuales autónomos no se hace la política profesional. Los intelectuales les sirven a los poderes si son, ante todo, voceros conscientes y no cuestionadores del mensaje político. Si no cumplen esta condición, son considerados por ese mismo poder como armas para el adversario político: ese enemigo acechante que es tan conveniente construir para justificar una noción obscena de control.
La Revolución fue, ha sido, una invitación entusiasta a amputar la razón en aras de un futuro en que valdría la pena semejante machetazo.
“Al agradecerle la atención que se sirva prestar a nuestra petición, reafirmamos nuestra solidaridad con los principios que inspiraron la lucha en la Sierra Maestra y que el gobierno revolucionario de Cuba ha expresado tantas veces por medio de las palabras y acciones de su Primer Ministro, del comandante Che Guevara y de tantos otros dirigentes revolucionarios”.
Triste, humillante y desencantadora la respuesta que recibieron de Fidel, no en una carta sino en el discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, días después de que se publicara esta misiva:
“¿Concursitos aquí para venir a hacer el papel de jueces? ¡No! ¡Para hacer el papel de jueces hay que ser aquí revolucionarios de verdad, intelectuales de verdad, combatientes de verdad! Y para volver a recibir un premio, en concurso nacional o internacional, tiene que ser revolucionario de verdad, escritor de verdad, poeta de verdad, revolucionario de verdad. Eso está claro. Y más claro que el agua”.
Firmaban la primera carta:
“Carlos Barral, Simone de Beauvouir, Italo Calvino, José María Castellet, Fernando Claudín, Julio Cortázar, Jean Daniel, Margarite Duras, Hans Magnus Enzensberg, Jean-Pierre Faye, Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Alain Jouffroy, André Pieyre de Mandiargues, Joyce Mansour, Dionys Mascolo, Alberto Moravia, Maurice Nadezu, Hélene Parmelin, Octavio Paz, Anne Philipe, Pignon, Jean Pronteau, Rebeyrolles, Rossana Rossanda, Francisco Rossi, Claude Roy, Jean-Paul Sartre, Jorge Semprún, Mario Vargas Llosa”.
2.
La segunda carta de los intelectuales europeos y latinoamericanos a Fidel Castro apareció por primera vez en el diario Madrid, el 21 de mayo de 1971.
“Comandante Fidel Castro.
Primer Ministro del Gobierno Cubano.
Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera…”.
“El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla, solo puede haberse obtenido por métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el acto celebrado en la UNEAC, en el cual el propio Padilla y los compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época estalinista, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas.
Con la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día la Revolución Cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba…”.
Tarde para eso… A partir de ese momento, la Cuba proyectada desde el gobierno revolucionario fue un desenmascarado monumento al maltrato. Quienes desde entonces han apoyado la Revolución, lo han hecho basados exclusivamente en relaciones de conveniencia muy precisas con el sistema.
La miseria, la ignominia y la ausencia de derechos en que han vivido los cubanos durante años, no son más que un daño colateral para quienes quieren exhibir un puntal simbólico que les haga parecer orientados hacia “el bien” y “lo justo”. Para sentirse confesos en la era neoliberal, rezaron sus Padrenuestros y sus Avemarías y resolvieron sus culpas. Buena parte de esa izquierda ha sacrificado a los cubanos como cabritos al dios del futuro. Desde zonas de confort, las utopías suelen defenderse de un modo furibundo.
“El desprecio a la dignidad humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor sino porque cualquier compañero cubano —campesino, obrero, técnico o intelectual— pueda ser también víctima de una violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución Cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo…”.
En su respuesta a esta carta, días antes, en el discurso de clausura del Congreso de Educación y Cultura, la precisión de Fidel fue brutal:
“A veces se han impreso determinados libros. El número no importa. Por cuestión de principios hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ni una letra”.
Por cuestión de principios se anularon los contrastes, la diversidad de opiniones, un libro se convirtió en un kilo de C4.
Decía también Fidel que hay “que estar loco de remate […] para ignorar estos reales problemas que tenemos nosotros, que van desde el libro de texto, el medio audiovisual, el programa, la articulación de los programas, los métodos de enseñanza, los niveles, las preparaciones, etcétera”.
La lógica de plaza sitiada, que justificaría a partir de entonces la censura total, justificaba también el tapabocas descortés que le propinó a este puñado de intelectuales alarmados por la tortura psicológica y los actos vejatorios a los que sometieron al poeta Heberto Padilla.
“Están en guerra contra nosotros. ¡Qué bueno! ¡Qué magnífico! Se van a desenmascarar y se van a quedar desnudos hasta los tobillos […]. Pero lo que es con Cuba, a Cuba no la podrán volver a utilizar jamás, ¡jamás!, ni defendiéndola. Cuando nos vayan a defender les vamos a decir: ¡No nos defiendan, compadres, por favor, no nos defiendan! ¡No nos conviene que nos defiendan!” (Fidel Castro: “Discurso de clausura del Primer Congreso de Educación y Cultura”. 30 de abril de 1971. Tomado de: Revista Casa de las Américas, Año IX, No. 65-66, mayo-junio, 1971, pp. 21-33).
Y esa es la misma actitud que se ha mantenido hasta hoy, con todo aquel que no proyecta una fidelidad irracional hacia la Revolución.
Firmaban la segunda carta:
“Claribel Alegría, Simone de Beauvoir, Fernando Benítez Jaques-Laurent Rost, Italo Calvino, José María Castellet, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger Dosse, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberguer, Francisco Fernández Santos, Darwin Flakoll, Jean Michel Fossey, Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Ángel González, Adriano González León, André Gortz, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo, Luis Goysolo, Rodolfo Hinostroza, Mervin Jones, Monti Johnstone, Monique Langue, Michel Leiris, Mario Vargas Llosa, Lucio Magri, Joyce Mansour, Daci Maraini, Juan Marsé, Dionys Mascolo, Plinio Mendoza, István Meszaris, Ray Miliban, Carlos Monsiváis, Marco Antonio Montes de Oca, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini, Ricardo Porro, Juan Pronteau, Paul Rebeyrolles, Alain Resnais, José Revueltas, Rossana Rossanda, Vicente Rojo, Claude Roy, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Jorge Semprún, Jean Shuster, Susan Sontag, Lorenzo Tornabuoni, José Miguel Ullán, José Ángel Valente”.
La lista de firmantes es más larga en esta segunda misiva. Se hizo notar la ausencia de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, que sí figuran entre los suscriptores de la primera. En La polis literaria (Taurus, 2018), de Rafael Rojas, se pueden encontrar bastantes elementos que explican esto.
Al argentino terminó ganándole su filiación sentimental con la Revolución y dejó de proyectarse críticamente, a pesar de haber sido tratado a patadas muchas veces en su correspondencia con Haydée Santamaría y Casa de las Américas. Su actitud es muy diferente a la de Mario Vargas Llosa, por ejemplo.
El Doctor García Márquez, por su parte, al no firmar la segunda carta hizo una de las maniobras típicas de su diplomacia de mano negra. (No solía hacer declaraciones de corte político, y se vanagloriaba de que era capaz de salvar una vida o sacar a alguien de la cárcel mientras compartía una bebida con Fidel).
3.
Han pasado 50 años de esas dos cartas y de ese discurso de clausura. Fidel ha muerto; está definitivamente a expensas de la voracidad de sus biógrafos (como decía Virgilio Piñera) y la de todo aquel para quien representó algo, no importa qué.
Cuentan que José Lezama Lima, en 1959, dijo que nadie decía la palabra patria como “ese muchacho”. De tanto pronunciarla, Fidel visualizó la patria como un caballo, incansable como él, montado a pelo y sin lugar para otro en el lomo.
Fueron considerados patriotas solo aquellos que estuvieron dispuestos a trotar con sus propias piernas tras el animal y el jinete. Quien no quiso hacerlo, quedó fuera de la cabalgata y, por tanto, de la nueva Cuba. Hubo quien quiso ser amarrado con una soga al corcel, para no perder el paso por culpa del cansancio, y terminó siendo arrastrado. Solamente unos pocos tuvieron la fuerza para seguir en marcha con Fidel.
Hoy, que ya no está el jinete, y que con él se fue la idea de la patria como caballo, estamos con la autoestima a la intemperie, en el camino.
Comienza el viaje.
Hombres de negro futuro
Nada peor le espera a un abusador disfrazado de mesías que lo perecedero de su disfraz. Puede aplastar y atemorizar en vida, pero eso que llamamos destino consiste, sobre todo, en que no hay control alguno sobre cómo nos leerán aquellos que nos van a suceder.