Alejandro Querejeta: “Abrir el tokonoma”

El profundo azul del aire, nuevo cuaderno de poesía del escritor cubano Alejandro Querejeta Barceló (Holguín, 1947), ha sido publicado recientemente por Ediciones Furtivas en su Colección Exergo. Más que un libro, es el rastro de un largo exilio salvado en versos, irónicamente llamados odas en la Introducción del autor, donde también aclara que son “de fechas diferentes, alejados unos de otros, pero recorridos por el desapego en unos casos, y el hallazgo de nuevas fuentes de esperanza”.

Son textos que hilvanan el camino anómalo del emigrante para conseguir un tokonoma personal del desarraigo e invitan con humildad a asomarse, contrario a la tradición japonesa de no mostrar las piezas que esta habitación típica guarda. 

Bajo la cuidada producción editorial de Karime Bourzac y con ilustración de cubierta del escritor y artista plástico Yanier H. PalaoEl profundo azul del aire se suma a la obra de Querejeta, que también incluye narrativa, periodismo e investigación. 

De estos últimos, ha dejado una gran labor en diferentes medios de comunicación en Cuba y otros países. Además de haber sido catedrático, cuenta con varias novelas publicadas, como Los términos de la tierra (1985), Yo, Juan Montalbo (2014), Anhelo que esto no sea París (2016), Rocaforte, su vida de novela (2020); y los poemarios Arena negra (1989), Cuaderno griego (1991), Álbum para Cuba (1998), entre otros. 



Cubierta del poemario ‘El profundo azul del aire’, de Alejandro Querejeta Barceló.


Este libro también es pretexto para conocer en voz propia sobre los destinos del desterrado, el exiliado, el ausente, el censurado, el expatriado. Sirvan todos los términos para definir a quien ha escrito: “Ajeno mi paso por donde el mar está ausente” y cuenta cómo ha erigido lo que lo sostiene y anima con aciertos y tropiezos.

El profundo azul del aire comienza con una advertencia al lector a modo de sucinto prólogo —fechado en Quito, Ecuador— donde aparecen las pocas referencias a lugares físicos del poemario, Cuba y los años que allí vivió el poeta, Cuba y sus espectros que lo acompañan: “Todo lo que allí escribí, en prosa o en verso, estuvo bajo la lupa de censores apertrechados”. Luego comienza una sucesión de espacios desfigurados donde es difícil demarcar una localidad específica: “Vagas, forastero, por las calles, nada te es extraño”. O “Yo, viajero de ninguna parte soy, a discreción de las tormentas de la vida”. ¿Es este cuaderno un resumen de la pérdida de territorios físicos o la sucesión de tantos que consiguen ocultarse unos tras otros hasta anularse?

Martha María, este libro es una selección de varios cuadernos escritos durante unos quince años. Mis primeros poemas publicados datan de 1968 aproximadamente, cuando era un periodista principiante. Desde entonces es mi experiencia con la censura. En lo que llaman Quinquenio Gris, que para mí fue un decenio de pesadilla, esa censura se profundizó. Me despidieron del periódico donde trabajaba y me detuvo la Seguridad del Estado por un poema dedicado a mi esposa, que se me ocurrió leer creo que en un taller literario. Nunca, ni antes ni después, alguien se ocupó de un texto mío con tanta torpeza ideológica como aquellos dos oficiales durante el interrogatorio. Ese fue un “punto culminante” de mi relación con la censura. 

La pérdida de mi casa, la que tuve en Holguín, y la de mis padres en Santiago de Cuba, recorren en nostalgia, dolor, desarraigo y tristeza muchas de las páginas de Lo profundo azul del aire, es cierto. También el misterio de un lago, que es el de la muerte. Yo no dispuse el orden de los poemas, fue el compilador y redactor de la nota de la contraportada, Evelio Traba Fonseca, quien lo hizo. “Mi exilio”, el primero, porque ahora entro en otro, fue en una cultura muy distante en espiritualidad y cultura de las mías. Viví todo el tiempo en Quito, donde hice una carrera profesional que incluyó el periodismo y la docencia universitaria, así como la investigación y edición. El libro, los cuadernos que lo componen, hablan de un doloroso desarraigo del cual no acabo de curarme.



Alejandro Querejeta Barceló.


En su libro Los ‘no lugares’, espacios del anonimato, el antropólogo francés Marc Auge asegura: “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no-lugar”. ¿Es el exilio un no lugar”, aunque contradictoriamente a menudo se habiten diferentes “lugares”?

Efectivamente, El profundo azul del aire es una suma de “no lugares”, pero aluden subterráneamente a los lugares perdidos. Mi infancia y gran parte de mi adolescencia estuvieron en las cercanías del mar y del campo cubanos. Y la presencia de un lago, en un territorio montañoso, o de pequeños veleros que lo cruzan, por ejemplo, son como metáforas que los evocan. 

La casa, como símbolo de origen y destino, es entidad constante en el cuaderno: “Ruega por mí, a cuestas mi casa va conmigo” es uno de los versos del poema “El exilio”. “La vida, tan crasa, tan vulgar, marchándose hacia la casa de aquellos que tienen casa”; “No hará casa el que no la tiene”; “Cuando otra vez, de nuevo busque entre estos rostros, las casas y las ventanas, el fuego de una escasa niñez”; “Esta es la casa del corazón vacío, rebose de lo estable”, son solo algunos ejemplos de esta repetición. ¿Es definir “la casa” una obsesión? ¿Qué es “la casa” para Alejandro Querejeta?

La casa es, en el libro y en mi vida, aquel sitio donde se nos cobija y donde lo amoroso de la cotidianidad: olores, sonidos, el amor filial, la música de los árboles, los sabores, las conversaciones, las primeras y más enjundiosas lecturas, la tierra donde descansan los restos de mis seres queridos y los episodios de la vida familiar, nos van modelando y dando fuerzas para andar, pensar, amar, sufrir, levantarnos, resistir y seguir, pese a las derrotas. Son sombras que aparecen en un lado u otro de esos versos. 



Alejandro Querejeta, primero de pie a la izquierda, en compañía de otros escritores de Holguín, en el set de la televisión local, circa 1988. Entre ellos, Juan Isidro Siam, Agustín Labrada, Alejandro Fonseca y Lourdes González.


Menos que uno, el magnífico ensayo de Joseph Brodsky comienza hablando del pasado: “Puestos a hablar de fracasos, intentar recordar el pasado es como tratar de entender el significado de la existencia”. Usted declara la ciudad de Holguín (Cuba) como su ciudad posnatal y es, de hecho, de las pocas veces que habla de tierra firme y de un pasado concreto. Varios escritores de la literatura holguinera aparecen en las dedicatorias de poemas en el libro y de alguna manera establece diálogo con ellos. ¿Por qué un regreso a Holguín a estas alturas de la vida, específicamente, si esa ciudad está en/es el pasado? ¿Qué es Holguín? 

Holguín es la tierra de gran parte de mis ancestros. En verdad, mi Patria chica. Donde tuve sueños, esperanzas, episodios halagüeños, tristezas y desesperación, y vi cara a cara eso que llaman “condición humana”. Las personas a las que dedico, a manera de un diálogo con ellos, estuvieron junto a mí en un largo y tormentoso período de nuestra existencia. Hay alusiones simbólicas, significados, referencias a lecturas, vivencias e imágenes que sustancian esas singulares maneras de hablar entre nosotros.  

Entre los exergos del libro resaltan los de Walter Benjamin, su nota a Henny Gurland sobre los últimos momentos en Portbou, la maleta desaparecida, la obsesión con los juguetes. Benjamin, alemán, judío y marxista, emigrante que escogió el exilio total a través del cianuro en un hotel de paso y bajo vigilancia. ¿Cómo traduce este diálogo con Benjamin? ¿Benjamin interlocutor, Benjamin signo de los exilios malogrados?

Llegué a Walter Benjamin a través de Hannah Arendt. Los diarios de Benjamin en su viaje a Rusia, en los inicios de la revolución, sus notas reveladoras y relato de lo vivido, me devolvieron a un viaje fugaz que hice a Moscú en tiempos de la glásnost y la perestroika. Luego su biografía, tan accidentada y dolorosa, me remitió de alguna manera a experiencias que padecía en algunas etapas de mi vida en Cuba. Fue conmovedor para mí leer en Letras Libres un artículo sobre sus últimos días y sobre la posibilidad de que, si lograba salir de Europa, su primera escala fuera en La Habana, donde probablemente le esperaba desempeñarse en la enseñanza. Que tuviera amigos en Cuba que lo posibilitaran, fue motivo suficiente para escribir esos versos. Esa muñeca que se menciona tiene, para mí, una gran fuerza simbólica.



Alejandro Querejeta Barceló.


El último poema está fechado en Quito, como la nota del autor para advertir a sus lectores al inicio del cuaderno. Quito es coincidencia, azar concurrente, solo un punto más en el largo exilio donde Portbou es perenne “no lugar” en el imaginario. “Todo en un hilo y no una imagen concreta”, dice uno de sus versos. “¿Decidí tomar un atajo” es una manera de sostener la última sentencia de “El autor advierte a sus lectores”: “En el tokonoma de mi desarraigo, todo eso me sostiene y anima”?

El tokonoma, esa suerte de escondrijo en la pared lezamiano, en donde se acuna lo esperado y anhelado, es, en efecto, lo que me sostiene y anima. A Ecuador, a Quito, en particular le debo reconocimientos intelectuales y públicos que, en mi país, bajo el régimen totalitario, nunca hubiera tenido. Revise mi bibliografía y la naturaleza de mis investigaciones literaria para comprobarlo.




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Jorge Olivera: “No hay nada voluntario en un sistema totalitario” (I)

Ted A. Henken

Jorge Olivera Castillo es periodista y escritor. En Cuba, dirigió la agencia de noticias ‘Habana Press’, hasta que fue encarcelado durante la llamada “Primavera negra”, en 2003. Ahora, vive en el exilio.






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